Opinión
julio 2024

Por un frente popular contra Trump (si es que aún es posible)

Biden afirma que sigue en carrera porque la amenaza de Trump es demasiado grande. Pero esa es también una razón para pensar en retirarse.

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Los frentes populares se crean con un propósito: derrotar la amenaza de un movimiento político de extrema derecha. Las corrientes políticas que van de la izquierda al centro dejan de lado sus diferencias y se unen, temporalmente, alrededor de una plataforma común que puedan encontrar. Desde 2020, el Partido Demócrata ha operado del modo más semejante al de un frente popular que se puede en un sistema presidencialista como el estadounidense. En 2020, esa coalición apenas constituyó una mayoría electoral, pero triunfó. Sin embargo, la coalición no se ha adaptado a las nuevas circunstancias que presenta 2024 y corre el riesgo de un fracaso catastrófico. Es necesario un cambio rápido, y ese cambio debe producirse desde arriba.

El Partido Republicano está actualmente convencido de su victoria electoral en noviembre. Donald Trump ha consolidado su control sobre el partido, ha ampliado el abanico de votantes que lo ven con buenos ojos y ha sobrevivido a un intento de asesinato. En J.D. Vance, ha elegido a un candidato a la vicepresidencia que puede solidificar sus impulsos ideológicos y operar como un intermediario con los sectores más reaccionarios del capital de Silicon Valley. 

El Proyecto 2025 de la Fundación Heritage está lleno de escalofriantes planes para poner el poder del Estado al servicio de la batalla cultural de la extrema derecha. Los delegados de la Convención Nacional Republicana enarbolaron carteles pidiendo «¡Deportación masiva ya!». Se lo puede llamar como se quiera, pero hay una palabra en el léxico político para el nacionalismo patriótico que despliega el poder del Estado para castigar a los enemigos internos.

El equipo de campaña de Joe Biden contaba con la performance del actual presidente en el debate del 27 de junio para recordarle a la gente el carácter malicioso de Trump y para agitar una contienda electoral que se parecía mucho a la de una moneda en el aire. En lugar de ello, la noche del debate reveló la fragilidad física y mental del propio Biden. Desde entonces, las encuestas nacionales y las de los estados indecisos (que definirán la elección) no han hecho más que empeorar. Desde entonces, Biden ha tenido actuaciones desiguales. Pero también ha desarrollado una línea de razonamiento tan conocida como inquietante: que solo él puede arreglarlo.

Ser capaz de movilizar a la gente en torno de un proyecto común de futuro es la tarea fundamental de un líder en la política democrática. Pero incluso en sus mejores días, Biden tiene dificultades para hacerlo. Su gestión tiene un historial que en muchos ámbitos merece la pena defender. En el Frente Popular Democrático de 2020-2024, la izquierda es en gran medida el socio minoritario. Su influencia es limitada y quedó lejos de poder lograr todos sus objetivos. Sin embargo, el gobierno de Biden ha sido más favorable al mundo del trabajo, ha abordado relativamente bien la cuestión climática y ha sido más audaz en materia de regulación que cualquier otro presidente estadounidense en medio siglo. La fortaleza sin precedentes del mercado laboral ha contribuido a aumentar los salarios y reducir la desigualdad.

El problema es que Biden no ha presentado un programa para un segundo mandato que haga más fácil la movilización. Restablecer el aborto legal en lugares donde ha sido eliminado es una agenda que puede poner a una buena parte de la ciudadanía de su lado, pero Biden se siente incómodo con ella. Cuando se le pide que justifique por qué necesita un segundo mandato, murmura que es la única persona que puede mantener unida a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mientras que en reuniones internacionales, otros jefes de Estado toman medidas para proteger a Biden.

El coro de voces que se ha alzado para pedir que Biden ceda su puesto en la candidatura no ha sido especialmente ideológico. De hecho, tanto Alexandria Ocasio-Cortez (que en 2020 señaló que en «cualquier otro país» Biden y ella no estarían en el mismo partido) como Bernie Sanders (que posteriormente reconoció que Biden tiene problemas para completar sus frases) han defendido al presidente y parecen ver la discusión sobre su reemplazo como contraproducente y divisiva.

Puede que Sanders y Ocasio-Cortez, representantes del ala izquierda, tengan razón. Aunque las encuestas sugieran lo contrario, quizá nadie pueda hacerlo mejor que Biden. Sanders y Ocasio-Cortez han intentado aprovechar su continuo apoyo para ofrecerle una agenda económica para su segundo mandato. Es posible que teman perder influencia con otro candidato a la cabeza. Las circunstancias que produjeron el Frente Popular Democrático -las primarias abiertas que permitieron a diferentes facciones medir su fuerza relativa- no se repetirán. Y en un aspecto, el razonamiento de Ocasio-Cortez es contundente: tiene toda la razón al argumentar que, independientemente de los desacuerdos que tenga con Biden (sobre Gaza, por ejemplo), preferiría estar en el entorno organizativo de un gobierno de Biden que en uno de Trump. Pero nada de esto importará si no hay un segundo mandato demócrata.

En lugar de ofrecer una perspectiva clara para un segundo mandato, Biden ha hecho de la amenaza de Trump a las instituciones democráticas la pieza central de su mensaje de campaña. Políticamente, este enfoque (junto con la defensa del derecho al aborto en las iniciativas electorales) contribuyó al apoyo a los demócratas en las elecciones intermedias de 2022. La aversión a Trump es profunda, y permitirá que Biden cuente con un piso de votos de quienes en cualquier caso buscan que ex-presidente no regrese al poder. Muchos millones de personas pensarán que un Biden debilitado es preferible a un Trump maligno y votarán en consecuencia en noviembre.

Pero también parece que Biden piensa que este posicionamiento contra Trump es una suerte de garantía de victoria. No parece haber reconocido que incluso las dictaduras cuentan con cierto grado de apoyo popular (el jefe de Estado más popular del hemisferio, y posiblemente del mundo, es el salvadoreño Nayib Bukele, que arrasó con las débiles instituciones democráticas como parte de su programa contra la delincuencia. Ahora es recibido con entusiasmo en la Conferencia de Acción Política Conservadora). Hablar simplemente de la defensa de la democracia no es suficiente. No es que la defensa de la democracia sea una exigencia «posmaterial» -las autocracias tienden a recompensar la lealtad en lugar de la capacidad, lo que a la larga conduce al desastre-. Pero es necesario conectar a la gente con el hecho de que su bienestar está en riesgo de diversas formas ante un eventual segundo mandato de Trump, tanto en el ámbito material como en el moral.

El autoritarismo puede ser popular, y cuanto más popular es, mayor es su capacidad para rehacer la sociedad a su imagen. Por eso la amenaza de Trump en 2024 es tan grave. La reconstrucción sería probablemente un proyecto de generaciones, no una cuestión de uno o dos comicios. El bloque anti-Trump fue mayor que el bloque pro-Trump en 2016, 2018, 2020 y 2022. Si no es mayor en 2024 se deberá a la mala praxis política de una campaña demócrata que está convencida de que su superioridad es evidente y, por tanto, desestima las preocupaciones sobre el candidato que la lidera. Ese es el tipo de campaña que ya fue derrotada por Trump en 2016.

Ninguna estrategia al alcance de los demócratas está exenta de riesgos considerables en este momento. En política siempre suceden muchas cosas impredecibles, y Biden aún podría ganar. Pero mantenerse en carrera representa una estrategia de «piso alto, techo bajo», en la que el techo bajo parece conducir a la derrota. Dadas las circunstancias, arriesgarse con un candidato de «piso bajo, techo alto» puede ser la única opción razonable. Al Partido Demócrata le queda poco tiempo para demostrar que entiende cómo ser un vehículo de la sensibilidad popular. El frente popular está en el filo de la navaja. Es preocupante lo que implicaría su fracaso y profundamente frustrante que haya sido tan mal gestionado.

Cuando, recientemente, un demócrata de alto rango fue citado afirmando que «todos nos hemos resignado a una segunda presidencia de Trump», Ocasio-Cortez respondió con ira: «Este tipo de liderazgo es funcionalmente inútil para el pueblo estadounidense. Retírense». Pero para muchos que están decididos a impedir ese desenlace, parece que es Biden quien se ha resignado a una segunda presidencia de Trump. ¿Qué debería hacer entonces?

Nota: la versión original de este artículo, en inglés, se publicó en Dissent el 18/7/24 y está disponible aquí. Traducción: Mariano Schuster.



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