Qué tal, América Latina  Edición XX aniversario (120 / Julio - Agosto 1992)
Nº 120 — Julio - Agosto 1992

Qué tal, América Latina
Edición XX aniversario

En esta edición especial por los 20 años de la revista pensamos que una manera fácil y ágil de recoger la realidad latinoamericana de las últimas dos décadas es presentar impresiones y reflexiones personales, indicativas de nuestro continente, desde las diferentes capitales de América Latina.

Qué tal, América Latina

Montevideo. La espera sin ansias

Altero el ritmo espasmódico de nuestras cartas para contarte de un tirón que me piden desde Caracas un artículo no demasiado extenso sobre Montevideo, es decir, «Montevideo», una de las capitales de uno de los países de este continente en el que yo sigo viviendo. Tal vez si siguiera viviendo en Caracas, la rapidez del recuerdo ilusorio haría saltar una evocación instantánea que a lo mejor no sería del todo real. Pero como escribo desde mi máquina Adler - en la era de las computadoras con módem yo todavía tengo una «máquina de escribir» - precisamente en Montevideo, es que desde hace semanas le vengo dando vueltas al asunto. Por eso te escribo, tipo chorro o canilla abierta, o goteante, para pedir ayuda urgente, aunque la respuesta llegue cuando yo haya enviado el artículo, cuál Montevideo, dios mío. El que representa a quiénes, la historia de cuál de nosotros, la de cuál clase social; quién debería sentirse representado en esto que tengo que escribir, los que vivimos entre el centro y la costa; los que nos dedicamos a buscar respuestas sobre este país y sólo nos encontramos con nuevas preguntas; o los que nunca van a leer esto, porque no leen nada; o los hijos de mi generación que no tienen dinero para volver a la Europa de los abuelos y se van a Buenos Aires o Brasil abandonando la «ciudad-bajón» a la que llegan a su vez los jóvenes del interior que abandonan los suburbios quietos. Paro, releo y sigo. Pienso que es mejor empezar a mandarte algunas fotos en vez de escribirte sobre las dudas respecto al destinatario del artículo, no el que lo leerá en la revista sino ese otro fantasmal, doble de uno mismo cada vez que se escribe, tábano de lo escurridizo verdadero o verosímil.

Santiago, Adiós a los Témpanos

Santiago, junio de 1992 Querido Alberto, ...Y así, podría seguir buscando muchas otras explicaciones para decirte: ¡perdóname por el atraso! Mis razones, lamentablemente, son mucho más simples y menos sofisticadas. La verdad-verdad, como diría un mexicano, es que cada día me cuesta más escribir. Nunca fui demasiado expedito en esta materia pero no me complicaba mucho. Siempre tenía la pretensión de que había algo relativamente inteligente y significativo que se podía decir. Ahora no. Escribir ha perdido toda connotación placentera. Mas bien se constituye en una cierta tortura. Debo exprimir mi cabeza para imaginar algo que no sea elemental o un lugar común más. Así me paso largo tiempo redactando y redactando mentalmente textos inconclusos. Unos son escuetos. Otros largos retóricos y tediosos, casi ridículos. Les doy vueltas y vueltas. Maldigo haber aceptado por enésima vez un compromiso que me complica. Juro y rejuro que nunca más lo volveré a hacer. Y así expuesto en mi desnudez intelectual me entra paulatinamente la sensación de que tengo escasas ideas que comunicar. Y ante esta sequedad me angustio. Me lleno de dudas: ¿será un problema personal? ¿o quizás una consecuencia de los consensos planos a que nos obliga el proceso de transición a la democracia en Chile?, o ¿un signo de estos tiempos en que los sueños de igualdad que excitaban el alma y la mente se derrumban junto con las perversas catedrales que quisieron personificarlos?...