Tema central
NUSO Nº 239 / Mayo - Junio 2012

¿Por qué América Latina es tan desigual? Tentativas de explicación desde una perspectiva inusual

Pese a las mejoras registradas durante los últimos años, América Latina sigue siendo, de acuerdo con los indicadores, la región más desigual del mundo. Esto ha dado lugar a la llamada «paradoja latinoamericana», caracterizada por la convergencia tenaz entre democracia y desigualdad. En un intento de desentrañar el origen de la paradoja, el artículo utiliza algunas categorías figuracionales de Norbert Elias para el estudio del caso argentino, lo que permite integrar la dimensión del afecto al análisis social, en una perspectiva poco corriente y prometedora en términos analíticos y políticos.

¿Por qué América Latina es tan desigual? Tentativas de explicación desde una perspectiva inusual

Las sociedades latinoamericanas se caracterizan por tener las mayores tasas de desigualdad del mundo. En los últimos años se registró una modesta mejora de estos índices, pero el de inequidad siguió siendo más de 60% superior al de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), a pesar del boom económico registrado a lo largo de una década. Si se toma el coeficiente de Gini como punto de referencia, la desigualdad actual se ha acercado al nivel observado a comienzos de los años 1980, tanto en los países de actividad principalmente agrícola como en los que muestran un desarrollo industrial1. Aunque las tasas de pobreza disminuyeron claramente en la última década, el 15% de la población que logró salir de esa situación suele llevar una existencia situada apenas por encima del umbral mínimo y sufre el riesgo constante de una nueva caída social en la mayoría de los países. Mientras tanto, la décima parte más rica ya concentra hasta 50% de los ingresos nacionales2. La inequidad extrema no solo se manifiesta en términos de ingreso y patrimonio, sino que también se refleja en un dispar acceso a la tierra y a bienes públicos esenciales como la educación, la salud o la seguridad social. Dentro de este marco las mujeres, los niños, los ancianos y los integrantes de determinados grupos étnicos resultan particularmente desfavorecidos3. Esta desigualdad constituye, en América Latina, un tema estructural, dado que el acceso a las posiciones y los bienes sociales disponibles o deseables ofrece limitaciones de carácter permanente que atraviesan las generaciones y se han consolidado, desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, en un nivel superior al promedio internacional4.

La persistencia de estas desigualdades sociales extremas es llamativa, sobre todo porque a lo largo de su cambiante historia la región aplicó distintos modelos de desarrollo económico, vivió diferentes experiencias democráticas y, por momentos, también elaboró instancias asociadas a un régimen de bienestar. La situación supone una dura prueba para la política y las ciencias sociales, ya que contradice importantes argumentos esgrimidos por los estudiosos de ambos campos. En efecto, se suele afirmar desde la teoría que la democracia va acompañada a largo plazo de una mejora en las posibilidades de participación social5. Esto se interpreta a menudo como una promesa: si el mercado genera desigualdad a través de su eficiencia económica, la democracia crea igualdad política y jurídica y, en definitiva, justicia social6. La «paradoja latinoamericana»7, caracterizada por la convergencia tenaz entre democracia y alta desigualdad social incluso en etapas de prosperidad económica, es atribuida hasta hoy por muchos analistas a los déficits y «defectos» políticos e institucionales, como así también a la insuficiente dotación de recursos destinados al Estado de Bienestar. Sin embargo, ninguna de estas hipótesis puede confirmarse empíricamente de manera fehaciente8. Ocurre que la desigualdad, la pobreza y el sistema electoral parecen configurar un singular «triángulo latinoamericano»9 en el que la democracia liberal, en lugar de promover la participación social, legitima la inequidad y es legitimada por ella. Si se tiene en cuenta este aspecto, la desigualdad social ya no aparece solamente como un déficit de la democracia, la estructura institucional y el Estado de Bienestar, sino que al mismo tiempo representa una expresión institucionalizada y –a juzgar por su persistencia– muy exitosa de dominación política.

En este escenario, cabe preguntarse cómo hacen las elites y los sectores de la política para perpetuar o incluso fomentar la desigualdad social a pesar de la aparente presión redistributiva ejercida en el marco democrático. Esta perspectiva analítica exige conocer profundamente el contexto específico y buscar una apertura empírica adecuada para poder percibir la lógica propia de cada país, más allá de las experiencias de Europa occidental y Estados Unidos. Es necesario realizar un análisis social descentrado, con categorías e indicadores que sean capaces de superar la visión eurocéntrica pero que, al mismo tiempo, permitan establecer mediciones empíricas precisas y comparaciones sistemáticas. Recurriendo al modelo figuracional de Norbert Elias, el siguiente aporte intenta desarrollar una herramienta metodológica para dicha perspectiva.

Las condiciones de un análisis social descentrado

Hasta hoy, el análisis social occidental se basa mayormente en dos relatos. Por un lado, está la comprensión eurocéntrica del desarrollo como proceso evolutivo lineal, que apunta a alcanzar un objetivo abstracto, proyectado en el futuro y medido en función de las experiencias europeas. Allí convergen la prosperidad económica, el desarrollo de una democracia liberal y el equilibrio del Estado de Bienestar social enmarcado en la época moderna de Europa y EEUU. Este universalismo de «one multiple repeated history»10 ha recibido numerosas críticas11, pero esas mismas críticas ofrecen un escaso sustento empírico y tienden a ser poco comparables e inexactas desde el punto de vista metodológico.

Estrechamente vinculado a esta idea de progreso se encuentra el segundo relato, androcéntrico y liberal, que concibe al individuo como un maximizador racional de los beneficios y la libertad, cuya presencia es fundamental para las instituciones y el desarrollo de la sociedad12. A partir de Platón, la mirada de la actuación humana osciló entre la pasión –inconstante y frecuentemente desmesurada– y la razón –muchas veces ineficaz–; sin embargo, desde fines del siglo XVI pudieron observarse dos tendencias: la revalorización del «control racional» como una virtud que debe internalizarse y el desarrollo de la categoría correspondiente al interés individual. La razón estaba llamada a apaciguar y transformar las fuerzas destructivas y beligerantes de la pasión. Así fue como la filosofía europea del Estado relegó lentamente las pasiones de la codicia (por el poder), la avaricia, el afán de lucro, las apetencias sexuales y de otro tipo como momentos de desarrollo social determinantes de la acción y, en cambio, legitimó las instancias del interés. Estas nuevas normas de comportamiento prometían la previsibilidad, es decir, el dominio del carácter imprevisible propio del ser humano. Las pasiones desenfrenadas se convirtieron en intereses restringidos, que sopesan de manera cada vez más estratégica una actuación social y le otorgan al mismo tiempo la posibilidad de ser evaluada13.

Desde entonces, el estudio de los afectos humanos se desplaza al plano microanalítico o se considera un elemento situado en las antípodas de la razón, como algo imprevisible o irracional. Sin embargo, para comprender este segundo relato de la modernidad es necesario realizar un abordaje exhaustivo de lo emocional. No se trata de elaborar una crítica fundamental del individualismo, sino únicamente de reintegrar las dimensiones de los afectos al análisis de los motivos determinantes de los actos y los procesos sociales; porque las emociones no se pueden escindir por completo del discernimiento cognitivo y porque los rituales (colectivos) efectuados por las personas no son totalmente irreflexivos ni inconscientes. Tampoco se debe suponer que las acciones llevadas a cabo por los sujetos de determinadas partes del mundo revisten un carácter más apasionado que en otros lugares. Lo que se señala es que cada persona, en diversa medida, tiende a identificarse y a organizarse en los colectivos sociales, orienta su actuación hacia ellos y se guía por aspectos emocionales. Por lo tanto, desde esta perspectiva revisada, se hace necesario debatir de manera complementaria las interrelaciones racionales y emocionales que se producen entre el ser humano y su entorno social, con las formas visibles y existentes de articulación mutua: los actos no deben ser analizados solo a través del concepto liberal del individualismo, sino que al mismo tiempo deben ser considerados como un modo de búsqueda de la identidad –también emocional– dentro del terreno colectivo.

La tarea conlleva una gran dificultad, puesto que es necesario definir con precisión la relación entre el comportamiento racional/emocional y el comportamiento individual/colectivo, así como los factores de esta combinación que en definitiva determinan la actuación social. Norbert Elias, cuyo modelo figuracional se abre explícitamente a procesos sociales que trascienden las naciones desarrolladas, ofrece interesantes propuestas para elaborar una estructura metodológica más allá del análisis social basado en la teoría de la modernización. Su visión presenta el desarrollo social como «modelos en espacio y tiempo»14, debido a lo cual el registro empírico y la consideración de los contextos locales resultan para él esenciales. Elias está convencido de que no existe el homo clausus universal, es decir, el individuo situado fuera de la sociedad y reducible a un núcleo o deseo propio. Los seres humanos solo pueden ser pensados entonces en plural, ya que están vinculados mediante interdependencias transgeneracionales que reciben la influencia de las personas y, a su vez, influyen en sus emociones, pensamientos y acciones. Las interrelaciones sociales entre estructuras y acciones (racionales y afectivas) deben ilustrarse siempre sobre la base de un ejemplo concreto en lugar de apoyarse en una explicación universal. De este modo, en última instancia, Elias trasciende tanto el concepto clásico de individuo como la comprensión subordinada del afecto humano.

Para poder identificar y describir lo singular y lo colectivo desde un punto de vista relacional, Elias elabora el concepto de la sociedad en figuraciones, donde múltiples individuos conviven de diversas maneras y en numerosos entrelazamientos a través de diferentes y delicados equilibrios de poder. Dentro de este marco, el poder no es la descripción de un estado, sino que se explica como atributo relacional de fluctuaciones. Con el análisis de estos equilibrios de poder, Elias tiene en cuenta la dinámica de espacios del orden social y sus formas de legitimación, y ubica siempre en el centro el poder y el posicionamiento social (como formulación de la razón y la emoción)15. Por lo tanto, para él también es relevante la perpetuación de la exclusión social interna, un componente clave en América Latina.

A partir de este enfoque, Elias descentra radicalmente los dos relatos de la teoría eurocentrista. En primer lugar, considera que las estructuras de la sociedad surgen de actos volitivos, planes y pasiones espontáneos e incalculables de muchas personas; por lo tanto, bajo los patrones y esquemas visibles subyacen procesos íntegros contingentes que no son lineales y no pueden ser controlados o previstos en su complejidad. En segundo término, la razón y el afecto no se conciben como antípodas, sino como una relación complementaria. En otras palabras, desde la perspectiva de Elias, ni las estructuras o dinámicas universales dominan lo particular, ni lo universal se ve determinado de manera esencial por la propia identidad, cultura o etnia. Lo que adquiere mayor relevancia es la interdependencia entre estos polos, expresada a través de diferentes formas de proceso social. Y para someter esta interdependencia a observaciones empíricas, es necesario incorporar al análisis la dimensión emocional.

Análisis figuracional en el caso latinoamericano

Para sondear las características de lo individual y lo colectivo de manera relacional y facilitar el acceso a una medición empírica, Elias desarrolló tres categorías principales. La primera de ellas está compuesta por las valencias afectivas, es decir, el grado de influencia emocional que se registra en las interdependencias sociales de las personas. La calidad y la cantidad de esas interdependencias se ven determinadas por los diferenciales y los equilibrios de poder, expresados a través de las categorías integración y diferenciación. La integración es la función de supervivencia de un grupo dirigida a disminuir la violencia física, que desemboca en estructuras/organizaciones sociales y finalmente en el monopolio estatal. Por su parte, la diferenciación y sobre todo la división del trabajo profundizan y extienden las cadenas de interdependencias sociales16. Con esta combinación de categorías psicogenéticas y sociogenéticas, Elias se aproxima empíricamente a la transformación de las estructuras sociales y personales dentro de un proceso específico.

Esto puede ilustrarse a través del ejemplo de una sociedad latinoamericana17. Con las recientes celebraciones del bicentenario de su independencia, la región recuerda que desde hace tiempo es dueña de su destino. Por cierto, en unos cuantos casos las condiciones iniciales no eran demasiado distintas de las de algunos países europeos. Sin embargo, a pesar de las numerosas diferencias internas, todo el subcontinente presenta la particularidad ya mencionada, la «paradoja latinoamericana».

Argentina constituye un caso emblemático18. Desde 1880 la economía argentina registró un fuerte crecimiento, que se sostuvo prácticamente sin interrupciones19. De hecho, a comienzos del siglo XX el país ya ostentaba el mismo ingreso per cápita que Alemania. Esta fase de gran expansión se mantuvo durante medio siglo, de manera tal que en 1940, el economista Colin Clark20 llegó a pronosticar que, a más tardar en 30 años, Argentina sería una de las cuatro naciones del mundo con mayor ingreso por habitante. Poco después, sin embargo, el país se vio envuelto en graves conflictos sociopolíticos y sufrió una marcada caída económica21. La inestabilidad, la pobreza y la profunda desigualdad se convirtieron en características centrales de la sociedad, favorecidas por el autoritarismo político y un «péndulo cívico-militar»22 que solo se desactivó tras la última y brutal dictadura (1976-1983). El advenimiento posterior de la democracia estuvo lejos de significar el fin de las crisis sociales y económicas, las cuales reaparecieron de manera regular tras breves periodos de prosperidad, provocando frecuentes virajes políticos23.

Tras 40 años dedicados al estudio de Argentina, el experto alemán Peter Waldmann llegó a la conclusión de que estos fenómenos no solo se deben a las consabidas deficiencias estructurales (como una retardada reforma agraria) o institucionales (como el hiperpresidencialismo o el débil Estado de derecho). Waldmann atribuye básicamente el estancamiento argentino al modo de pensar de los grupos dominantes (y la sociedad). Este modelo de mentalidad, que resulta muy marcado y determinante a la hora de rechazar vías alternativas de desarrollo, se caracteriza por los siguientes rasgos: a) una identidad (nacional) dividida frente al propio país como consecuencia de la inmigración europea; b) una visión del Estado como botín para los intereses particulares que se extiende hasta hoy e involucra a los actores principales (desde movimientos sociales y sindicales hasta empresarios y militares); c) un individualismo excesivo (asociado al ideal de la libertad personal irrestricta, ya mencionado por Max Weber como motivación de los migrantes), reflejado además en la escasa disposición a buscar soluciones consensuadas a los conflictos24; y d) la falta de proyectos integrales de desarrollo25. Esta explicación sociopsicológica se presenta aquí como una tentativa experimental que, tanto en el plano teórico como empírico, debe ser fundamentada, sistematizada y sometida a una reflexión crítica. Cabe señalar que Waldmann, por ejemplo, casi no profundiza el tema de la mentalidad en términos de categoría. Más allá de esto, la estructura analítica mencionada también puede servir como propuesta para aproximarse desde el modelo figuracional de Elias a Argentina y la «paradoja latinoamericana».

El surgimiento de la nación argentina se basó, por un lado, en un masivo flujo de recursos desde el exterior, que significó una «Belle Époque» extendida hasta la Primera Guerra Mundial, generó un boom económico de casi 40 años y promovió el florecimiento cultural del país. Los sectores dominantes del campo pronto aprendieron a explotar de manera óptima sus tierras fértiles y apostaron por una canasta de productos de exportación escasamente diversificada (lana, carne, cereales), que incluía bienes destinados a satisfacer las necesidades cotidianas y, por ende, garantizaba una demanda relativamente estable aun en épocas de crisis internacional. Por otro lado, las corrientes migratorias, apoyadas en la generosa legislación receptiva, se manifestaron con mucha mayor intensidad que en otros países de la región y significaron una gran influencia social de los recién llegados. El boom económico aseguró una movilidad social ascendente, lo cual permitió la temprana aparición de amplias capas medias y facilitó la integración general. Sin embargo, este proceso dificultó la formación de un sentido de identidad común y agudizó el ya marcado accionar autorreferencial de los sujetos (motivados por la búsqueda de una mayor libertad). Las relaciones (familiares) ideales, modeladas desde los países europeos de origen, siguieron siendo importantes puntos de referencia para los grupos dominantes y los posteriores inmigrantes. Argentina se vio más como la avanzada de Europa que como una nación propiamente dicha. Esta imagen interna definió la política migratoria, destinada a poblar el país e impulsada activamente por los sectores del poder a partir de finales de la década de 187026. Desde la formación del Estado y la nación, las experiencias colectivas con influencia europea favorecieron las opciones orientadas hacia afuera y obstaculizaron los intentos dirigidos a crear una identidad argentina, a desarrollar las instituciones políticas y a consolidar mecanismos para la solución de conflictos.

Si se aplican las categorías de Elias a esta figuración, surge el siguiente modelo explicativo: debido al flujo masivo de recursos y al origen migratorio de amplias capas de la población, Argentina no tuvo una integración social profunda. Los sectores dominantes nunca se vieron obligados a luchar por un monopolio central, ya que el volumen medio de ingresos garantizaba suficientes recursos (y poder) a todos los grupos preponderantes. Bajo tales circunstancias, no parecía necesario contar con órganos fuertes y centralizados. Hubo que esperar hasta la fundación del Estado para que aparecieran la moneda propia, las leyes, las burocracias, el establecimiento de una capital y otras instituciones similares. La clara renuencia a pagar impuestos que se pone de manifiesto en los grupos dominantes (y en otros sectores) refleja hasta hoy la escasa legitimación y capacidad de coacción del Estado27. A lo largo de la historia, los diversos actores nunca promovieron su participación activa en el Estado para articular sus propios intereses, sino que lo hicieron a través de su poder conflictivo (y violencia).

La influencia de las exportaciones fue siempre decisiva, aun en las fases de orientación hacia el mercado interno, cuando cumplió un papel trascendente la redistribución de los ingresos derivados del sector. Su significado económico debilitó además el proceso imperativo hacia la diferenciación social. Por lo tanto, nunca se produjo la interdependencia social a la que hacía referencia Elias y que, desde una perspectiva europea, incluía primero una consolidación y luego una lenta democratización y despersonalización del poder, la cual desembocaba finalmente en el Estado occidental. Esto podría explicar por qué el populismo28 y la violencia siguen siendo hasta hoy importantes medios políticos en Argentina. La brutalidad llegó a su máxima expresión con la última dictadura militar, que mostró una singular dureza dentro del contexto regional y se cobró –según estimaciones– alrededor de 30.000 víctimas. Elias considera que la interdependencia social guarda un estrecho vínculo con el control emocional: cuando se resquebraja el tejido, aumenta la probabilidad de que se utilice la violencia en la política.

Con las categorías figuracionales de Elias es posible precisar esta interpretación de la Argentina y afirmar que sus cadenas de interdependencia se caracterizan por una muy fuerte orientación externa. De tal modo, las elites rechazan la integración, evitan el pago de impuestos y prefieren depositar su dinero en el extranjero29. Desde allí también se forman los patrones de consumo y el estilo de vida, como señalaba Gino Germani30 ya en la década de 1960. Mientras tanto, la altísima tasa de empleo informal (que hoy afecta aproximadamente a 50% de la población activa y que representa una de las principales causas de la desigualdad social) hace suponer que la mayor diferenciación de las estructuras internas tiene escasa importancia funcional para los grupos dominantes y no es prioritaria. Evidentemente, los contactos foráneos proporcionan suficientes ofertas compensatorias. Recurriendo una vez más al enfoque de Elias, cabe sostener que la orientación externa de Argentina –y quizás de toda América Latina, aunque con diferentes características– generó interdependencias relativamente débiles y limitó (hasta la actualidad) las posibilidades de alcanzar la cohesión social.

En este caso, el modelo figuracional demuestra que la orientación externa de la región no puede atribuirse solo a los estímulos o coacciones estructurales, sino que también se apoya en conductas de tipo afectivo a través de las cuales los sectores dominantes reafirman su visión y obtienen finalmente la legitimación de toda la sociedad. Dicho en otras palabras, lo que garantiza la alineación hacia afuera a largo plazo no es únicamente la influencia importante del mercado mundial o el poder hegemónico de los discursos y de sus representantes, sino la permanente orientación externa de las elites locales, que parece basarse más en aspectos tradicionales (y emocionales) que en cuestiones funcionales. Esta interpretación se ve sustentada por la enorme capacidad de adaptación de América Latina, que de manera recurrente ha permitido aplicar nuevos modelos foráneos –en último término, el neoliberalismo– y que convirtió la región en el «cementerio de las estrategias fallidas de desarrollo»31. Del mismo modo, a la hora de analizar los problemas y las deficiencias en el plano interno, amplios grupos de la población e importantes círculos intelectuales siguen asignando aún hoy una responsabilidad primaria a los factores externos32.

El modelo de Elias abre una nueva perspectiva para el análisis de la paradoja latinoamericana. No solo permite realizar un acercamiento empírico a la orientación externa de las elites locales e incorpora allí la dimensión del afecto, sino que además explica su comportamiento interno, sobre el que se escucha mucho (en relación con la problemática de la desigualdad), pero no se sabe casi nada. Dado que las cadenas de interdependencia regionales se caracterizan por una marcada jerarquización y distancia entre importantes grupos de la población, también es necesario plantear (e investigar empíricamente) en qué medida en América Latina los procesos de integración social ya son expresión de una sociedad que se identifica como capitalista33. Para Elias, el proceso de desarrollo europeo presuponía la formación del Estado y el desarrollo del capitalismo; ¿significa acaso que configuraciones como las latinoamericanas reflejan una organización social no capitalista o que es posible identificar otros modos dominantes? Habida cuenta de que el modelo figuracional no se centra en el Estado, ni en el mercado, ni en los actores, la pregunta parece muy pertinente. Esto conduce, además, a otra perspectiva de cara al futuro: cabe pensar que, si se siguen subestimando las valencias afectivas de las elites locales, la próxima generación de estrategias económicas, prácticas de buena gobernanza y reformas sociales tampoco será demasiado eficaz para eliminar los males arraigados en América Latina.

Nuevas perspectivas para la investigación de la desigualdad

El modelo figuracional parece muy adecuado para realizar una investigación que considere las lógicas propias de cada contexto y sociedad, como asimismo las de la paradoja latinoamericana. Elias se aparta del análisis eurocéntrico marcado por la teoría de la modernización, pero mantiene su particular atractivo, consistente en observar y comparar los fenómenos sociales de forma sistemática. Para ello, desarrolla una estructura metodológica que permite observar el conjunto sin perder de vista los detalles. No obstante, aunque el modelo figuracional está preparado para comparar dinámicas sociales contemporáneas, es necesario adaptar su concepto metodológico y sus categorías al estado actual del conocimiento. Por cierto, resulta especialmente controvertida la hipótesis antropológica basada en el modelo explicativo y referida a una acción social originada en el temor arcaico del individuo frente al otro (la naturaleza, el hombre), que básicamente solo puede transformarse en seguridad a través de la dominación. En los estudios de Elias sobre el proceso de la civilización este motivo determinante de los actos ocupa la categoría central del autocontrol y genera varios problemas. Por un lado, se presupone que la difusión de las conductas afectivas tiene lugar sobre todo a través de las elites, aunque los análisis históricos han relativizado claramente este enfoque y los movimientos sociales siempre han jugado un papel importante en América Latina34. Además se podría indagar, por ejemplo, en qué medida presentan una orientación externa las capas bajas/medias de la región y cuáles son las fuentes que alimentan esa visión en el nivel transgeneracional. Otro punto interesante para el debate es la relación entre el desarrollo de la «civilización occidental» y el mayor control del afecto, ya que las tendencias destructivas y los excesos de violencia manifestados en las sociedades europeas durante el siglo XX no pueden ser interpretados como una mera regresión temporal. Esos fenómenos fueron posibles tal vez debido a, y no a pesar de, la «civilización»35.

Parece entonces necesario integrar la dimensión del afecto al análisis social y extenderla tanto a otras esferas como a otras pasiones. Para ello se puede acudir, en el primero de los casos, a estructuras socioeconómicas o recursos materiales. Como se señaló anteriormente, ¿no es posible recurrir a las tasas de ahorro e inversión, la distribución de la riqueza o la legitimidad de las políticas fiscales para obtener información sobre las relaciones afectivas que mantienen los individuos o los grupos respecto a su sociedad? ¿Cómo debe interpretarse el hecho de que el lucro desmedido y la corrupción signifiquen el descrédito y la vergüenza, o reciban una sanción social? ¿Qué reflejan las elites económicas, políticas o intelectuales que, como en América Latina, aparentemente están siempre dispuestas a aceptar los más altos niveles de desigualdad mundial a pesar de la gran riqueza existente? ¿Qué opciones se presentan para el surgimiento de una política comprometida con la justicia social?

En segundo lugar, de acuerdo con Spinoza, el análisis del afecto humano podría priorizar el placer (como la simpatía), en lugar del temor36. Por ejemplo, para explicar la cohesión social, Elias recurre básicamente a las categorías de integración y diferenciación. Sin embargo, la pertenencia y la integración en el nivel colectivo no solo exigen renunciar a la violencia interna sino que también requieren empatía y solidaridad. Por lo tanto, es importante verificar con mayor precisión cuál es la influencia que ejercen las emociones en la organización social y los modelos políticos (paternalismo, populismo, movimientos sociales, etc.).

Asimismo, para descentrar la teoría social es fundamental tomar en serio la crítica actual al androcentrismo37. Si se observa el caso argentino a través de la gran huelga de inquilinos de Buenos Aires de 1907, la presencia de Evita o la historia de las Madres de Plaza de Mayo durante la dictadura, queda claro que el desarrollo del país (y de la región) siempre contó y sigue contando con una fuerte participación de las mujeres38. En la categoría de las valencias afectivas es necesario realizar las consideraciones pertinentes en materia de género. En el ámbito de la integración, no solo debe examinarse el papel social funcional de las mujeres, sino que también hay que prestar especial atención a sus ideales y motivaciones. El tema de la diferenciación, por su parte, requiere investigar el cambio en las profesiones y posiciones masculinas y femeninas a fin de comprender su adscripción social como modo específico de construcción de género. En este caso, dentro del marco regional, sería interesante analizar el aumento en la cantidad de mujeres que han accedido al cargo de jefe de Estado.

Desde luego, las ideas expuestas solo constituyen una primera aproximación en torno del modelo figuracional para determinar en qué dirección puede aplicarse, desarrollarse y utilizarse dentro del análisis político. Todo indica que este proceder también se ajusta al sentido otorgado por Elias, que presenta la figuración como una «herramienta» conceptual. El modelo figuracional permite descentrar el análisis social eurocéntrico sin perder de vista las particularidades. Con su aporte y su mayor sensibilidad en relación con el contexto, América Latina podría aprender más sobre sí misma, y tal vez enfrentar los desafíos del futuro con una perspectiva más propia, más suya y por tanto mucho más prometedora.

  • 1. Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal): Panorama social de América Latina 2010, onu, Santiago de Chile, noviembre de 2010; Luis López-Calva y Nora Lustig: Declining Inequality in Latin America. A Decade of Progress?, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) y Brookings Institution Press, Nueva York-Washington, dc, 2010.
  • 2. Cepal: Panorama social de América Latina 2010, cit.; Cepal: Panorama social de América Latina 2011, onu, Santiago de Chile, noviembre de 2011.
  • 3. Humberto López y Guillermo Perry: «Inequality in Latin America: Determinants and Consequences», World Bank Policy Research Paper No 4.504, Washington, dc, 2008; Branko Milanovic y Rafael Muñoz de Bustillo: «La desigualdad en la distribución de la renta en América Latina: situación, evolución y factores explicativos» en América Latina Hoy No 48, 2008, pp. 15-42.
  • 4. John Coatsworth: «Inequality, Institutions and Economic Growth in Latin America» en Journal of Latin American Studies vol. 40, 2008, pp. 545-569; Ewout Frankema: Has Latin America Always Been Unequal? A Comparative Study of Asset and Income Inequality in the Long Twentieth Century, Brill, Leiden-Boston, 2009.
  • 5. Peter H. Lindert: Growing Public. Social Spending and Economic Growth since the Eighteenth Century, 2 vols., Cambridge University Press, Cambridge, 2004.
  • 6. Thomas H. Marshall: Class, Citizenship and Social Development, University of Chicago Press, Chicago, 1977.
  • 7. Hans-Jürgen Burchardt: «The Latin American Paradox: Convergence of Political Participation and Social Exclusion» en Internationale Politik und Gesellschaft No 3/2010, pp. 40-51.
  • 8. Cepal: Panorama social de América Latina 2011, cit.; Stephen Haggard y Robert Kaufman: Development, Democracy, and Welfare States. Latin America, East Asia, and Eastern Europe, Princeton University Press, Princeton-Oxford, 2008; Ingrid Wehr y H.-J. Burchardt: Soziale Ungleichheiten in Lateinamerika - Neue Perspektiven auf Wirtschaft, Politik und Umwelt, Nomos, Baden-Baden, 2011.
  • 9. pnud: La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, Alfaguara, Buenos Aires, 2004.
  • 10. Peter Taylor: Modernities: A Geohistorical Interpretation, Polity Press, Cambridge, 1999.
  • 11. Arturo Escobar: Encountering Development. The Making and Unmaking of the Third World, Princeton University Press, Princeton, 1995; Gayatri Chakravorty Spivak y Sarah Harasym (eds.): The Post-Colonial Critic. Interviews, Strategies, Dialogues, Routledge, Nueva York-Londres, 1990.
  • 12. Max Weber: Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, Fondo de Cultura Económica, México, 1964.
  • 13. Albert Otto Hirschman: The Passions and the Interests: Political Arguments for Capitalism Before Its Triumph, Princeton University Press, Princeton, 1977.
  • 14. N. Elias: Sociología fundamental, Gedisa, Barcelona, 1982.
  • 15. N. Elias: El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, Fondo de Cultura Económica, México, df, 1988.
  • 16. N. Elias: Sociología fundamental, cit.
  • 17. Para una perspectiva actual del análisis figuracional en el marco latinoamericano, v. Hésper Eduardo Pérez Rivera (ed.): Norbert Elias. Un sociólogo contemporáneo. Teoría y método, La Carreta, Medellín, 2010.
  • 18. Agradezco a Ezequiel Bistoletti por su ayuda en la elaboración de este ejemplo.
  • 19. Roberto Cortés Conde: «El crecimiento de la economía argentina, 1870-1914» en Leslie Bethell: Historia de América Latina 10. América del Sur 1870-1930 [1986], Crítica, Barcelona, 1992.
  • 20. The Conditions of Economic Progress, Macmillan, Londres, 1940.
  • 21. Este deterioro puede observarse claramente a través de un ejemplo relacionado con la situación actual: en 1929, la red ferroviaria argentina contaba con unos 38.000 km y era superior a la de las potencias regionales como Brasil (32.000 km) o México (23.000 km). Ver Brian R. Mitchell: International Historical Statistics: The Americas, 1750-1988, Macmillan, Basingstoke, 1993. Tras los procesos de privatización aplicados desde la década de 1980, Argentina cuenta hoy con solo 5.000 km de ferrocarriles que funcionan con un pésimo nivel, como volvió a demostrar la última tragedia ocurrida en febrero de 2012 en la ciudad de Buenos Aires.
  • 22. Eugenio Kvaternik: El péndulo cívico-militar: la caída de Illia, Tesis, Buenos Aires, 1990.
  • 23. Pablo Gerchunoff y Lucas Llach: El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas, Ariel, Buenos Aires, 1998.
  • 24. Algunos autores incluso creen que los grupos económicos dominantes promovieron intencionalmente la constante inestabilidad política y económica para fortalecer sus posiciones de privilegio. Ver Jorge Sábato: La clase dominante en la Argentina moderna: formación y características, Cisea, Buenos Aires, 1988.
  • 25. P. Waldmann: Argentinien – Schwellenland auf Dauer, Murmann, Hamburgo, 2010.
  • 26. Tulio Halperin Donghi: «¿Para qué la inmigración? Ideología y política inmigratoria y aceleración del proceso modernizador. El caso argentino 1810-1914» en Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas No 13, 1976.
  • 27. Esta escasa disposición a pagar los impuestos aún se mantiene. Por ejemplo, en 2008, las iniciativas dirigidas a aumentar ligeramente los gravámenes a la exportación de productos agrícolas (sobre todo, la soja) desembocaron en una abierta confrontación entre los terratenientes y el gobierno. De la misma forma, la Confederación General del Trabajo (cgt) también se opone a las propuestas políticas tendientes a que los trabajadores con mayores ingresos paguen algo más en concepto de impuesto a las ganancias, aun cuando la carga tributaria sigue siendo muy baja si se compara con el nivel internacional.
  • 28. Marcos Novaro alude a la estrecha relación existente entre la falta de representatividad del Estado y el surgimiento en Argentina del populismo tradicional a partir de la década de 1930 y del neopopulismo conceptualmente opuesto en los años 1990. Ver M. Novaro: «Los populismos latinoamericanos transfigurados» en Nueva Sociedad No 144, 7-8/1996, disponible en www.nuso.org/upload/articulos/2517_1.pdf.
  • 29. Los análisis empíricos demuestran, por ejemplo, que la fuga de capitales y el endeudamiento externo de Argentina están relacionados: por cada dólar estadounidense que llegó al país en concepto de deuda externa, hubo otro dólar que dejó el país por efecto de la fuga de capitales. Ver Eduardo Basualdo y Matías Kulfas: «Fuga de capitales y endeudamiento externo en la Argentina» en Realidad Económica No 173, Buenos Aires, 2000.
  • 30. Gino Germani: Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas, Paidós, Buenos Aires, 1962.
  • 31. Andreas Boeckh: «Die Ursachen der Entwicklungsblockaden in Lateinamerika: Einige entwicklungstheoretische Mutmaßungen» en Leviathan vol. 30 No 4, 2002, pp. 509-529.
  • 32. En Argentina, por ejemplo, tanto en el discurso oficial como en la opinión pública, las instituciones financieras internacionales y sus aliados locales fueron señalados como los máximos responsables del colapso de 2001. La legitimación (electoral) previa y el apoyo masivo y activo a los programas neoliberales –aplicados con particular rigor en el país– prácticamente no fueron sometidos al análisis crítico y hasta hoy no forman parte de la memoria colectiva.
  • 33. Ver Anita Weis: «El proceso de individualización de los obreros industriales en Colombia» en H.E. Pérez Rivera (ed.): ob. cit., pp. 117-131.
  • 34. H.-J. Burchardt y Rainer Öhlschläger (eds.): Soziale Bewegungen und Demokratie in Lateinamerika - Ein ambivalentes Verhältnis, Nomos, Baden-Baden, 2012.
  • 35. Zygmunt Baumann: Modernidad y holocausto, Madrid, Sequitur, 1989.
  • 36. Remo Bodei: Una geometría de las pasiones, Aleph, Barcelona, 1995.
  • 37. Sylvia Walby: Globalization and Inequalities. Complexity and Contested Modernities, Sage, Los Ángeles, 2009.
  • 38. Barbara Potthast: «Frauen und soziale Bewegungen in historischer Perspektive» en H.-J. Burchardt y R. Öhlschläger: ob. cit., pp. 43-57.
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 239, Mayo - Junio 2012, ISSN: 0251-3552


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