Opinión

Irán: de la estrategia revolucionaria al repliegue nacionalista


enero 2025

La derrota militar de Irán y Hezbolá en el Líbano y Siria ha alterado radicalmente las coordenadas geopolíticas de Oriente Medio. La República Islámica se ve obligada ahora a replegarse en su propio territorio, a centrarse en sus problemas nacionales y en sus ambiciones como potencia regional.

<p>Irán: de la estrategia revolucionaria al repliegue nacionalista</p>

Los fracasos militares de Irán en Líbano y Siria afectaron especialmente a la Guardia Revolucionaria y a las facciones ideológicas más radicales que dominan la vida política, económica, social y cultural del país. Pero mientras algunos contemplan un inminente «derrocamiento del régimen», otros temen un gobierno militar aún más radical. Por su parte, el líder supremo, Alí Jamenei, trata de alcanzar compromisos en un intento de salvar un sistema en peligro bajo la presión de las sanciones económicas estadounidenses, de la oposición internacional a su programa nuclear y, sobre todo, de la la sociedad iraní.

Nada más llegar al poder en 2021 con la elección de Ebrahim Raissi como presidente, las fuerzas conservadoras se dieron cuenta de la urgencia de la situación. Iniciaron, entonces, un cambio de estrategia regional para posibilitar las negociaciones con Estados Unidos y obtener el levantamiento de las sanciones económicas. Sin bloquearla, las divisiones en el campo conservador obstaculizaron esta estrategia, que pretendía reforzar las relaciones con todos los países vecinos, empezando por Arabia Saudita, y distanciarse de la red de proxies creada en el contexto de la guerra Iraq-Irán. Esta política se confirmó en junio de 2024 con la elección como presidente del reformista Masud Pezeshkian. El líder supremo Jamenei, sin otras alternativas, dio su anuencia.

Sin embargo, en el espacio de unos meses, Israel puso patas arriba este plan de retirada ordenada hacia su propio territorio y los intereses nacionales. El derrocamiento del régimen de Bashar al-Assad en Siria -el único aliado árabe sólido de Irán desde 1979- y la derrota militar de Hezbolá han obligado a la República Islámica a definir una nueva política interior e internacional que va más allá del mero pragmatismo.

Los éxitos militares de la Guardia Revolucionaria fueron numerosos. La guerra Iraq-Irán (1980-1988) permitió a esta milicia política, fundada para contrarrestar a los opositores de la República Islámica, convertirse en una tropa de elite del Ejército nacional. Mientras que el ejército convencional se limitaba a defender el territorio nacional, los cuerpos de la Guardia Revolucionaria fueron los actores de la estrategia de «defensa avanzada» más allá de las fronteras, con Hezbolá y Siria como piedras angulares. El compromiso de los guardianes de la revolución pronto rebasó el frente iraquí para convertirse en ideológico, globalizado, contra el «Gran Satán» estadounidense y sus aliados europeos e israelíes.

Luego de apoyar a los movimientos palestinos, desempeñaron un papel destacado en la creación de Hezbolá en el marco de la invasión israelí de Líbano en 1982. Tras el final de la guerra con Iraq, los veteranos ocuparon rápidamente puestos de responsabilidad en la política, la gestión del Estado y, por supuesto, los negocios. La Guardia Revolucionaria asumió funciones de control político, inteligencia y represión dentro del país, mientras se creaban fuerzas especiales, como Al-Quds, especializada en la acción exterior.

La acción militar de Irán en Siria adquirió una nueva dimensión cuando apoyó activamente al régimen de Assad contra los levantamientos de la Primavera Árabe en 2011, y especialmente con la aparición del Estado Islámico en Iraq y luego en Siria. Teherán vio en este ejército de yihadistas sunitas ferozmente antichiitas un arma utilizada por Estados Unidos y sus aliados sauditas e israelíes para derrocar a la República Islámica. La fuerza Al-Quds, dirigida por el general Qasem Soleimani, desempeñó un papel destacado, con la ayuda de mercenarios chiitas de Afganistán, milicias chiitas de Iraq y, sobre todo, de Hezbolá. Irán fue el único Estado musulmán que luchó contra el Estado islámico. La Guardia Revolucionaria permaneció en territorio sirio, al igual que las fuerzas especiales estadounidenses y, por supuesto, los rusos.

Durante 20 años, muchos de los integrantes de la Guardia Revolucionaria permanecieron en Líbano y Siria, donde algunos fundaron una pequeña colonia irano-chiita, destinada oficialmente a proteger la tumba de Zeynab, la nieta del Profeta. Este asentamiento demográfico, económico y religioso, combinado con los planes políticos de Hezbolá en el Líbano, habilitó estrategias de conquista. El acceso al Mediterráneo alimentó la idea de vengarse de la batalla de Maratón y construir una estrategia imperialista mediterránea para Irán. La creación de este «arco chiita» fue denunciada por los países árabes sunitas y juzgada por muchos analistas como un elemento central de la política exterior iraní. El dogma de la «amenaza iraní», compartido por la mayoría de los analistas occidentales, definía a Irán como un Estado imperialista islámico cuyo principal objetivo era desestabilizar Oriente Próximo y después Europa a través del Mediterráneo.

En diciembre de 2024, esto se volvió una trampa que se cerró sobre la Guardia Revolucionaria. Esta no se había dado cuenta de hasta qué punto el Mosad, el servicio de inteligencia exterior israelí, bien implantado en Siria, se había infiltrado en Hezbolá y en Al-Quds, ni de las consecuencias de la incapacidad del régimen de Assad para salir de la guerra. Sus sueños de apertura al Mediterráneo le habían hecho olvidar que el moderno Estado iraní construido por los safávidas en el siglo XVI no era imperialista, sino ante todo nacionalista, comprometido con la protección de sus fronteras frente a las fuerzas hostiles de los imperios otomano, ruso y británico. La lucha contra un enemigo globalizado como Estados Unidos podía justificar la estrategia de «defensa avanzada», pero la fuerza de Al-Quds había transformado estos bastiones lejanos en apuestas estratégicas.

El lanzamiento, la noche del 13 al 14 de abril de 2024, de 350 drones y misiles contra Israel desde territorio iraní sin pasar por el arsenal de Hezbolá constituyó un cambio estratégico espectacular. Teherán afirmaba así su decisión de defender en solitario su territorio, su régimen político y su programa nuclear, sin la ayuda de la red de proxies.

Tras el atentado de Hamás del 7 de octubre de 2023, Irán hizo todo lo posible para evitar verse implicado en una guerra sin salida y retiró a la mayoría de sus milicias de Líbano y Siria, planificando un repliegue ordenado. La destrucción sistemática de depósitos de armas iraníes para Hezbolá en Siria también había llevado a Assad a pedir a los iraníes que mantuvieran un perfil bajo. Finalmente, los efectivos de la Guardia Revolucionaria no combatieron y huyeron cuando, en diciembre de 2024, los rebeldes de Idlib tomaron Alepo y luego Damasco, lo que hizo más vergonzosa su derrota. El general Hossein Salami, comandante en jefe de la Guardia, declaró con orgullo que el último iraní en abandonar Siria era un «guardián», una patética admisión de derrota.

Ya el 11 de diciembre, como para convencerse de que todo era irreal, el guía supremo Alí Jamenei declaró que «cuanto más se presiona al eje de la resistencia, más fortalecido sale», y que «lo que ha ocurrido en Siria es el resultado de un plan conjunto estadounidense-sionista», antes de señalar el 22 de diciembre, en declaraciones reproducidas por la agencia oficial IRNA, que de todos modos Irán «no tiene fuerzas auxiliares [proxies] en la región ni las necesita». Sin embargo, la ausencia de comentarios de fondo sobre los acontecimientos en Líbano y Siria demuestra que se ha pasado página y que los intereses de la República Islámica ya no pasan por la resistencia o la intervención directa. Todo el mundo ha comprendido que el «eje de la resistencia» se ha roto. Los más radicales lo lamentan y declaran que quieren relanzar el islam revolucionario. Criticaron con vehemencia al presidente reformista Pezeshkian, que confirmó que la lucha contra Israel estaba justificada pero aplazó cualquier acción «hasta que llegara el momento oportuno» y se acercó a los países árabes. La mayoría de los iraníes, por su parte, se sienten aliviados por el cese de estas operaciones militares y de los gastos en el extranjero. Lamentan que los 30.000 a 50.000 millones de dólares en préstamos y gastos destinados a Siria durante los últimos 15 años probablemente nunca sean recuperados.

Los discursos convencionales de los dirigentes iraníes y el silencio intranquilo de los medios de comunicación y de la población parecen reflejar la profundidad de la conmoción. El hecho de que la Guardia Revolucionaria haya caído sin luchar marca una etapa decisiva en el debilitamiento de la República Islámica. Se ha roto un cerrojo, lo que abre la puerta a todas las posibilidades, las peores y las mejores.

La crisis energética, que perturba a todo el país, es solo un aspecto de una crisis más amplia. La necesidad de un cambio profundo parece evidente, pero los iraníes también están apegados a la seguridad y la estabilidad del Estado. Son conscientes del costo de las revoluciones y de la ausencia de un proyecto político alterativo, mientras que las fuerzas políticas de la diáspora están demasiado alejadas de su realidad. Ven cómo los conflictos internos combinados con acciones externas han asolado Afganistán, Iraq, Siria, Líbano y Palestina. También les preocupa que los éxitos militares y las conquistas territoriales de Israel puedan generar interminables conflictos regionales.

¿De dónde puede venir un cambio que no hunda el país en el caos? El líder supremo, que tiene una larga experiencia en la gestión de conflictos entre facciones radicales, conservadoras y reformistas, ¿posee aún los medios y la autoridad moral para imponer sus opciones y encontrar compromisos sostenibles? ¿Cómo reaccionarán los millones de miembros activos o en retiro de la Guardia Revolucionaria y todos aquellos que dependen de ella política y financieramente? El asesinato de Soleimani en enero de 2020 suscitó una gran emoción nacional, pero Soleimani era un general victorioso. Hoy asistiremos a un vae victis [¡ay de los vencidos!].

Es algo pronto para concluir que la República Islámica está a punto de caer. La derrota de las facciones conservadoras encarnadas por la Guardia Revolucionaria no debe ocultar la vitalidad del nacionalismo iraní ni el consenso existente en Irán en pos de la estabilidad de este Estado multimilenario. Para salvar la República Islámica, el ayatolá Ruhollah Jomeini se vio obligado a aceptar un alto el fuego con Iraq en 1988. En 2015, Alí Jamenei firmó un acuerdo nuclear (Joint Comprehensive Plan of Action) refrendado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Es importante la decisión adoptada el 15 de diciembre de 2024 de suspender la nueva ley represiva sobre el uso del velo y la castidad. El hecho de que la decisión fuera tomada por el Consejo de Seguridad Nacional, máximo órgano encargado de la seguridad nacional e internacional,  con el asentimiento del líder supremo, dice mucho de la fragilidad del régimen y de su voluntad de no provocar a una sociedad que podría volver a sublevarse en masa como en 2022.

Esta apertura podría ir acompañada de negociaciones sobre la cuestión nuclear, con el visto bueno de Jamenei, dirigidas por el gobierno reformista de Pezeshkian y apoyadas por Mohammad Javad Zarif, artífice del acuerdo nuclear de 2015-. ¿Resolvería este acuerdo la cuestión nuclear, que ha pasado a ser secundaria y podría conducir al levantamiento de las sanciones económicas? Para Donald Trump y las empresas estadounidenses, Irán, con su riqueza en hidrocarburos y sus 90 millones de habitantes altamente calificados, podría convertirse en un terreno económico favorable y en un medio para contrarrestar las ambiciones chinas. Este renacimiento económico es esencial para que Irán se convierta en una potencia regional capaz de contribuir, junto con Arabia Saudita, a la seguridad de la región, y quizás a la solución de la cuestión palestina. Trump ha declarado que no desea un cambio de régimen ni un conflicto armado.

A pesar de las reticencias de las facciones conservadoras iraníes y de la hostilidad de muchos de los asesores del futuro presidente estadounidense, que apoyan sin reservas las ambiciones de Israel, la República Islámica, liberada de sus compromisos hacia sus proxies y replegada en su propio territorio, podría aspirar a superar la crisis actual. Por el momento, en Teherán todo parece inamovible. Jamenei mantiene un frágil equilibrio institucional entre opositores radicales exasperados por sus fracasos, conservadores oportunistas, reformistas pragmáticos y 90 millones de iraníes que anhelan un cambio profundo, a la espera del nuevo mandato de Trump.

Nota: la versión original de este artículo, en francés, se publicó en la revista Orient XXI, 9/1/2025, y puede leerse aquí. Traducción: Pablo Stefanoni.

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