Opinión

La política exterior turca en medio de las turbulencias de Oriente Medio


marzo 2025

En tanto potencia regional, Turquía debe moverse hoy en una región marcada por la incertidumbre, especialmente tras el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Con un papel relevante en la transición siria, que incluye el factor kurdo, el gobierno de Recep Tayyip Erdoğan se enfrenta también al complejo escenario en Gaza.

<p>La política exterior turca en medio de las turbulencias de Oriente Medio</p>
Recep Tayyip Erdoğan y su par sirio Abu Mohammad al-Julani

Desde los ataques del 7 de octubre contra Israel, Oriente Medio ha experimentado una inestabilidad y una conflictividad significativa. En términos más generales, el equilibrio de poder regional, establecido tras la invasión estadounidense de Irak en 2003 entre los ejes liderados por Arabia Saudita por un lado e Irán por el otro, ha estado corriéndose. Mientras que Irán y sus aliados están en retirada, Israel ha ampliado sustancialmente su influencia a través del poder militar, respaldado por Estados Unidos. Los países árabes, incluidos los del Golfo Pérsico, aunque satisfechos con el debilitamiento de Irán, se esfuerzan por mantener su relevancia e influencia en la política regional. La llegada del gobierno de Donald Trump, con su postura sobre la cuestión palestina -que implicaría un desplazamiento de la población palestina- y una renovada campaña de «máxima presión» contra Irán -que incluye el posible uso de la fuerza-, ha exacerbado aún más la inestabilidad. Todos estos acontecimientos han estado afectando a Turquía en su calidad de potencia regional.

Los importantes cambios geopolíticos que se están produciendo en la región coinciden con la normalización de las relaciones entre Turquía y los países con los que había competido ferozmente tras la Primavera Árabe, principalmente Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto e Israel. Paralelamente a la política de normalización, en la segunda década del siglo XXI Turquía ha desplazado su atención principalmente hacia sus vecinos más cercanos, Siria e Irak, donde el gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), que ha estado en el poder más de dos décadas, trató de debilitar al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por sus siglas en turco), un movimiento separatista kurdo de izquierda que ha librado una insurgencia de larga data en Turquía.

El PKK se estableció primero en las zonas pobladas por kurdos-iraquíes después de la Guerra del Golfo de 1990 y 1991, y luego se consolidó en Siria tras el estallido de la guerra civil en 2012, utilizando estos territorios para ataques, reclutamiento, logística y entrenamiento. Para complicar aún más las cosas, el PKK, a través de su rama siria, el Partido de la Unión Democrática (PYD, por sus siglas en kurdo), de alguna manera se convirtió en un aliado de Estados Unidos en la lucha contra Estado Islámico (ISIS), una relación que persistió incluso después de la derrota de esa organización terrorista. Esta relación permitió al PYD y a su brazo armado, las Unidades de Defensa del Pueblo Kurdo (YPG), expandir su control territorial en Siria más allá de las áreas pobladas por kurdos, incluidas las regiones productoras de petróleo, con su influencia reforzada por la presencia de tropas estadounidenses. Turquía vio estos acontecimientos como amenazas directas a su seguridad nacional y a su integridad territorial. Como resultado, las relaciones de Turquía con Estados Unidos, su aliado de la Organización el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), también se deterioraron.

En respuesta, Turquía lanzó cuatro importantes operaciones militares en Siria entre 2016 y 2020 y, como resultado, en colaboración con las fuerzas de oposición sirias, ayudó a organizar y entrenar a la organización paramilitar conocida comoEjército Nacional Sirio, y estableció un control sobre distintas áreas a lo largo de la frontera entre Siria y Turquía. Al mismo tiempo, se relacionó con Rusia e Irán (ambos actores dominantes en Siria en ese momento y partidarios del régimen de Bashar al-Assad) y se convirtió en parte del proceso de Astaná, iniciado en 2017 con el objetivo declarado de resolver el conflicto sirio.

Así, antes de la reciente convulsión regional desatada por el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023, Turquía se había concentrado principalmente en abordar diplomática y militarmente las amenazas que, según su perspectiva, surgen de su vecindario adyacente en Oriente Medio. Al mismo tiempo, estuvo trabajando en mejorar los vínculos con los países árabes e Israel a través de un proceso de normalización con el objetivo de mejorar la cooperación diplomática, económica y energética.

La respuesta de Turquía a los ataques del 7 de octubre

Desde el ataque de Hamás a Israel, los cambios regionales resultantes han presentado desafíos y oportunidades para Turquía en la consecución de sus objetivos de política exterior. El gobierno de Recep Tayyip Erdoğan condenó enérgicamente la destrucción de Gaza y el Líbano por parte de Israel, y detuvo, de hecho, su proceso de normalización de relaciones con el país gobernado por Benjamin Netanyahu. En respuesta a las críticas internas, Turquía suspendió por completo el comercio con Israel y defiendió activamente los derechos palestinos en foros internacionales. Además, Turquía emergió como un proveedor líder de ayuda humanitaria a Gaza  e intentó coordinar políticas con los países árabes con los que ha normalizado relaciones.

A pesar de estos esfuerzos, la capacidad de Turquía para influir en la situación siguió siendo limitada. La consecuencia final ha sido la de un deterioro de las relaciones entre Turquía e Israel, marcadas por una hostilidad recíproca. El gobierno de Netanyahu no dudó en jugar «la carta kurda» contra Turquía. Las críticas públicas de Ankara a Israel y su decisión de cortar las relaciones debilitaron efectivamente su capacidad para desempeñar un papel de mediación en el conflicto, en particular en la intermediación de acuerdos entre las partes, un rol asumido, en gran medida, por Egipto y Qatar.

Las consecuencias generales de los recientes acontecimientos en la región también plantean algunos riesgos, ya que la imprevisibilidad sigue siendo alta. El debilitamiento de la posición de Irán puede ser visto por Turquía como una ventaja estratégica, dada su histórica estrategia de equilibrar suavemente la influencia iraní. Sin embargo, la perspectiva de una escalada entre Irán e Israel o de una agitación interna en la República islámica plantea riesgos para los intereses de Turquía. En consecuencia, el gobierno de Erdoğan percibe la expansión de Israel como una amenaza directa tanto para Turquía como para la estabilidad regional. 

Si bien Turquía vio con beneplácito los ceses del fuego en Gaza y el Líbano, la solución de dos Estados para el problema palestino basada en el derecho internacional -que Turquía apoya-sigue siendo un proyecto lejano. En paralelo, tanto el inquebrantable apoyo del presidente estadounidense Trump a Israel como los planes para Gaza expuestos por él son vistos como particularmente preocupantes. En respuesta al plan de Trump, el presidente Erdoğan sostuvo que «es absolutamente inaceptable aprobar el desplazamiento forzado. Esto sería una completamente atroz». Al mismo tiempo, el papel de Turquía en el conflicto ha sido limitado, y sus perspectivas de una mayor participación se ven limitadas por su firme oposición a Israel. Sin embargo, tras el alto el fuego, los funcionarios turcos han estado declarando su disposición a participar en la reconstrucción de Gaza.

Los acontecimientos en Siria

Según la perspectiva de Turquía, la caída del régimen de Assad en Siria ha constituído un avance. Debemos recordar que el régimen de Assad fue derrocado rápidamente por las fuerzas de la oposición, principalmente el Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que había gobernado la provincia de Idlib en el noroeste de Siria, lindera a la frontera turca, desde 2017. El debilitamiento de Irán y del «Eje de la Resistencia», combinado con la creciente preocupación de Rusia por su guerra contra Ucrania, dejó a los principales aliados del régimen de Damasco poco dispuestos o incapaces de intervenir efectivamente.

A diferencia de muchos actores regionales, Turquía ha mantenido una presencia militar directa sobre el terreno en las zonas sirias controladas por los rebeldes, lo que le ha proporcionado a Ankara información valiosa sobre el desarrollo de los acontecimientos (aunque parece que Turquía no previó la rapidez con la que la oposición tomaría el control del gobierno sirio). Como único país que ha apoyado de manera constante a las fuerzas de la oposición desde el comienzo del levantamiento en 2011, Turquía ahora se ve en una posición estratégicamente ventajosa. El presidente Erdoğan dijo en su respuesta inicial a los acontecimientos en Siria que «Turquía está del lado correcto de la historia, como lo estuvo ayer». 

Además, en Turquía hay cada vez más expectativas de que al menos una parte de los casi cuatro millones de sirios que residen actualmente en Turquía regresen a su país. El gobierno turco ya ha anunciado que aproximadamente 80.000 sirios han regresado, y esta cifra podría aumentar si las oportunidades económicas mejoran en Siria. Los sirios en Turquía ya están desempeñando un papel importante en la construcción de puentes entre los dos países.

En general, Turquía ha visto con satisfacción los acontecimientos que se produjeron en Siria en diciembre de 2024 y se ha involucrado decididamente en el proceso de transición. Al igual que en Iraq, Turquía, preocupada por la seguridad fronteriza, el separatismo kurdo y una mayor estabilidad, ha hecho hincapié en la necesidad de que Siria mantenga su integridad territorial y su independencia política. También ha abogado por una transición inclusiva y pacífica. Desde el principio, el ministro de Asuntos Exteriores turco, Hakan Fidan, ha enfatizado que el nuevo gobierno sirio «debe establecerse de manera ordenada, el principio de inclusión nunca debe verse comprometido, no debe haber ningún deseo de venganza... Es hora de unirnos y reconstruir el país». 

Turquía también está interesada en explorar oportunidades económicas en la reconstrucción de Siria. El gobierno del AKP, junto con el sector privado, espera desempeñar un papel clave en la reconstrucción de ese país devastado por la guerra. Con una frontera compartida de más de 900 kilómetros de extensión, una población de millones de refugiados en suelo turco, el despliegue militar de Turquía en sectores del norte sirio y la presencia del grupo armado kurdo YPG, con vínculos con el PKK, Siria sigue siendo sin dudas una de las preocupaciones más urgentes para Ankara, y configura tanto su política exterior como su política interna.

Al mismo tiempo, para Turquía la cuestión siria acaba de entrar en una nueva fase con nuevos desafíos. El futuro de la transición sigue siendo incierto, ya que Siria afronta enormes dificultades políticas y socioeconómicas. Después de 13 años de guerra, el país está devastado. La nueva Siria tiene por delante el desafío de la estabilidad, el desarrollo y, finalmente, el establecimiento de un gobierno legítimo, responsable e inclusivo. Cumplir esa tarea no será fácil.

Además de los problemas internos, también se perfilan grandes desafíos regionales. En primer lugar, aunque Irán y su aliado Hezbolá han sido derrotados en Siria, no hay garantía de que no intenten perturbar la transición, especialmente aprovechando sus vínculos con diferentes grupos en ese país. En segundo lugar, si bien Israel está satisfecho con el cambio de régimen debido a la retirada de Irán y Hezbolá, aún podría actuar como un factor desestabilizador. 

Las políticas expansionistas del gobierno de Netanyahu ya se han manifestado en Siria, donde Israel no solo bombardea instalaciones militares en todo el país, sino que también ocupa la zona de amortiguación en los Altos del Golán y el Monte Hermón. Por último, el papel de los países árabes también será crucial. Los nuevos líderes sirios han estado trabajando para construir buenas relaciones con la región, pero persisten algunos desafíos: Egipto e Iraq siguen siendo escépticos respecto del régimen, y Emiratos Árabes Unidos podría actuar como una fuerza desestabilizadora. Sin embargo, el relativo apoyo de Arabia Saudita ha sido un factor positivo.

Más allá de la dinámica regional, las potencias globales desempeñarán un papel decisivo, especialmente Estados Unidos y Rusia. Rusia ha sufrido un revés en Siria y, por lo tanto, puede tratar de socavar la transición, a pesar de su actual postura pragmática en relación al nuevo régimen sirio. La estrategia estadounidense sigue siendo incierta, aunque hay informes que sugieren que gobierno de Trump está pensando en retirarse de Siria. Sin embargo, incluso si Estados Unidos decidiera retirarse, la forma en que lo haga tendrá un impacto significativo en Siria y la región. En definitiva, la transición en Siria enfrenta serios obstáculos, y estos desafíos son críticos para los intereses de Turquía, que se centran en promover la estabilidad y la seguridad a largo plazo en su vecino meridional.

Además, Turquía tiene una preocupación específica con respecto al destino del PYD kurdo, vinculado al PKK y, en particular, su ala militar, las YPG. Ankara ha estado presionando para que sean incluidas en el ejército sirio todas las milicias, entre ellas las YPG, al tiempo que se opone firmemente a cualquier forma de federalismo o de regiones autónomas dentro de Siria. Esta posición parece estar en línea también con los planes de As-Shara.

Sin embargo, este proceso dista mucho de ser lineal. El PYD y las YPG parecen estar interesados en conservar lo ganado en términos territoriales y políticos durante el conflicto sirio con el apoyo de Estados Unidos. Por lo tanto, el papel de Estados Unidos en este desenlace será crucial. 

Turquía ha declarado en repetidas ocasiones que, de ser necesario, recurrirá a la acción militar para impedir el establecimiento de una región autónoma kurda en su frontera con vínculos con el PKK. Sin embargo, una medida de este tipo contradeciría el objetivo más amplio de Ankara de fomentar la estabilidad en Siria, con lo que la intervención militar sería un último recurso.

Mientras tanto, Turquía ha lanzado la «Iniciativa para acabar con el terrorismo», que implica negociaciones con Abdullah Öcalan, el líder encarcelado del PKK. El primer llamamiento público a esta medida provino de Devlet Bahçeli, el líder del derechista Partido de Acción Nacionalista (MHP), un socio de facto del gobernante AKP, lo cual constituye un avance sorprendente dada la tradicional postura de línea dura del MHP en este tema. La iniciativa busca asegurarse la declaración de Öcalan de que la lucha armada del PKK ha terminado, lo que ocurrió a fines de febrero pasado. 

Se espera que este llamamiento tenga influencia sobre el PKK y a los grupos relacionados a él, que actualmente están en Siria e Iraq. El resultado de este proceso es incierto. Sin embargo, al menos la dirección del partido kurdo en el Parlamento, el Partido DEM (Demócrata), también apoya calurosamente este proceso. Uno de los líderes del partido afirmó recientemente que «Devlet Bahçeli es el líder más consciente del hecho de que el problema kurdo es el principal obstáculo para que Turquía se convierta en una verdadera potencia en el mundo». Así, todas las partes implicadas dejan expuestos los vínculos con la política exterior de Turquía en la región y a nivel mundial.

Ambigüedades y dilemas para Turquía

Turquía se enfrenta a una serie de opciones políticas complejas en el turbulento Oriente Medio. Uno de los desafíos más urgentes, compartido por casi toda la región, es navegar en un entorno de alto nivel de incertidumbre. Esta inestabilidad surge no solo de los acontecimientos regionales de los últimos dos años, sino -más importante aún- de la aparición de Estados Unidos como un actor altamente impredecible con el gobierno de Trump. Sigue sin estar claro si las declaraciones de Trump sobre Gaza conducirán a alguna acción concreta o si aparecerán planes alternativos para el futuro de los palestinos. De manera similar, incluso la durabilidad de los ceses del fuego en Gaza y el Líbano es incierta, como lo es la orientación final de la política estadounidense para Irán. La retórica y las medidas de política exterior de Trump, incluso en Oriente Medio, se interpretan de diferentes maneras. Algunos las toman al pie de la letra, mientras que otros las ven como tácticas de negociación o de política de riesgo calculado. Obviamente, es demasiado pronto para decirlo. Independientemente de las motivaciones que se encuentran detrás de sus acciones, han creado una sensación general de imprevisibilidad en la región.

La posición de Turquía sobre todo esto parece ser ambigua. Si bien el gobierno del AKP parece aprensivo sobre algunos de los planes declarados por Trump, particularmente con respecto a Gaza, también es evidente que sigue abierto a trabajar con él. Los líderes y expertos del AKP, que públicamente dieron a conocer su preferencia por Donald Trump antes de las elecciones, parecen más cómodos con su enfoque transaccional. Incluso en Gaza, a pesar de sus críticas al «plan» de Trump, el presidente Erdoğan expresó la esperanza de que el presidente estadounidense «cumpla la promesa que hizo antes de las elecciones y trabaje por la paz en lugar de iniciar una nueva guerra». Sin embargo, no está claro qué significaría todo esto en términos de un posible papel turco en el futuro de Gaza o de la cuestión palestina en general. El gobierno del AKP también es optimista sobre la cooperación con la administración Trump en Siria, especialmente alentado por las señales de que Estados Unidos podría retirarse del país. Por lo tanto, si bien existen preocupaciones sobre las políticas de Trump, el sentimiento general dentro del gobierno del AKP sugiere que creen que pueden trabajar con él de manera más efectiva que con la administración Biden.

Existen similares ambigüedades y contradicciones en lo que respecta a la posición de Turquía frente a la región. Como se mencionó anteriormente, no está claro si Turquía puede continuar con sus duras críticas a Israel y, al mismo tiempo, aspirar a jugar un papel relevante en la cuestión palestina. Y lo que es más importante aún: Siria sigue planteando desafíos para Turquía, a pesar de la creciente influencia de Ankara en el país. El gobierno turco debe lograr un equilibrio entre su objetivo más amplio de garantizar la estabilidad en Siria y abordar las amenazas y desafíos que plantean el PYD y las YPG. Esta dinámica también está estrechamente vinculada a acontecimientos internos. Resta ver si el gobierno puede sortear con éxito estos desafíos para lograr sus objetivos en un Oriente Medio extremadamente turbulento y una política mundial impredecible.

Traducción: Carlos Díaz Rocca

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