Tema central

El rol educativo del ambientalismo en la política mundial


Nueva Sociedad 122 / Noviembre - Diciembre 1992

El ambientalismo es un movimiento de importancia creciente en la política mundial, tal como pudo comprobarse en la reciente Conferencia de Río. Surgido en la segunda mitad de este siglo, sus ideas y valores alcanzaron en los últimos años una rápida proyección organizativa y práctica sobre el conjunto de sectores que componen la sociedad contemporánea. Este artículo se propone comprender el sentido profundo de su papel histórico, especialmente en relación a la dinámica del sistema capitalista. El ambientalismo constituye un contramovimiento al movimiento expansivo del mercado internacional, responsable de la crisis social y ambiental global. 

Frente a una crisis generada por el predominio de valores y prácticas individualistas y contradictorias, las principales estrategias de acción del ambientalismo son de carácter ético y comunicacional. Ellas apuntan a crear consensos y auténticos lazos de cooperación y solidaridad entre naciones e individuos, factores previos indispensables para legitimar una gobernabilidad ecológica global de la política mundial. Es en este sentido amplio que se reivindica un papel educativo para el ambientalismo.

El rol educativo del ambientalismo en la política mundial
El hombre me hace desear otro mundo. La naturaleza me conforma con éste. 

Henry David Thoreau , Diario (1853).


Un lugar no se conoce, afirma Walter Benjamin, hasta que no entramos y lo abandonamos por los cuatro puntos cardinales. La metáfora de los muchos caminos de las ciudades puede ser aplicada al conocimiento de la historia y de la política1. Esta sensibilidad benjaminiana, que registra las múltiples significaciones de las cosas y asume como modelo un tejido interpretativo en vez de edificar un sistema absoluto que obligaría a los fenómenos a adaptarse al orden del discurso, es siempre recomendable en épocas de transición y especialmente indicada para el análisis del ambientalismo y sus expresiones.

La reciente Conferencia de Río efectuada en junio del 92 fue una verdadera «Conferencia de la Tierra», excediendo formal y materialmente los objetivos de la Conferencia oficial de las Naciones Unidas (CMUMAD). Detectar algunos de los hilos que recorren a la diversidad de sus manifestaciones, problemas, actores y efectos constituye no sólo un desafío para nuestra imaginación, sino también una adecuada introducción al tema de este artículo. La CMUMAD fue básicamente una conferencia de gobiernos, convocada por una institución subordinada a sus mandatos (la ONU), para tratar problemas comunes de la humanidad (en relación a la atmósfera, los recursos naturales, la diversidad biológica, los mares, etc.). Sin embargo, a pesar de no ser actores tradicionales del escenario internacional, debido a la importancia de su desempeño en las últimas décadas fueron creadas las condiciones para que en ese y otros espacios, especialmente en el Foro Global, participasen activamente organizaciones no-gubernamentales de todo tipo (incluyendo grandes corporaciones económicas). Del mismo modo, a partir del consenso mundial existente respecto a su gravedad y urgencia, a pesar de no ser plenamente asumidos como problemas comunes por todos los países, fueron creadas condiciones para tratar cuestiones vinculadas al modelo global de desarrollo económico que afectan especialmente al Tercer Mundo (pobreza, degradación ambiental urbana, deuda externa, transferencia de tecnologías, etc.).

Retórica y falta de racionalidad

La retórica de muchos de los documentos y discursos sobre el medio ambiente y el desarrollo, producidos antes y durante la Conferencia y el Foro Global (todos igualmente marcados por la percepción de que la humanidad estaba viviendo un gran momento histórico), puede inducir al observador desprevenido a creer que todos los problemas agendados podrían tener soluciones fáciles y consensuales. Estas soluciones dependerían de la puesta en práctica de dos ideas profusamente divulgadas y aparentemente aceptadas por todos: cooperación internacional y desarrollo sustentable.

Contrariando esa retórica del «wishful thinking», los resultados concretos alcanzados por la CNUMAD, aunque no deben ser despreciados, no estuvieron realmente a la altura de la gravedad de los problemas que constaban en su agenda. Resulta fácil comprobar que la mayoría de los gobiernos de los países ricos (el «Norte»), con la clara excepción de Alemania, Holanda y los países escandinavos en general, no está todavía convencidos de la necesidad de introducir límites y cambios importantes al sistema económico global en beneficio del medio ambiente. Circunstancias harto evidentes, por ejemplo, en la resistencia de los Estados Unidos a firmar la Convención de Biodiversidad y en la ausencia de metas y plazos concretos para las decisiones tomadas, tanto en lo que hace a la limitación de las emisiones responsables de cambios climáticos, como en el aporte de los fondos necesarios para financiar la Agenda 21 (el programa de acción de la Conferencia). A pesar de tener mucho más para ganar que para perder, numerosos países pobres (el «Sur») tampoco facilitaron el logro de acuerdos globales, permaneciendo presos de las defensas de sus «soberanías» y de la lógica de un mundo antagonizado en torno del eje Norte-Sur, en ambos casos para garantizar supuestamente el mejor uso de sus recursos naturales en pos de un crecimiento económico acelerado. Intenciones expresadas claramente, por ejemplo, en las negativas a suscribir un tratado sobre bosques, el cual acabó siendo reducido a una simple declaración de principios.

Debe concluirse entonces que, no obstante que el actual momento internacional sea altamente propicio para incentivar y alcanzar acuerdos de cooperación y gobernabilidad global, debido al fin de la «guerra fría» y las aparentemente fáciles soluciones técnicas disponibles, los hechos muestran con firmeza que ha faltado la voluntad necesaria para hacerlos realidad. Sería un error buscar la explicación a este fenómeno tan sólo en eventuales intereses o actitudes de tipo anti-ambientalista. Más importante es registrar que la mayoría de las principales élites políticas (significativamente, tanto del Norte como del Sur) subordinan su voluntad ambientalista (sea fuerte o escasa) a postulados neoliberales. Situación que las lleva temerariamente a pensar que el mercado internacional y el libre comercio son instrumentos aptos y privilegiados para resolver la crisis ecológica global2

La crisis ecológica es resultado de una anarquía en la gestión de los bienes comunes de la humanidad (atmósfera, mares, biodiversidad, etc.) que, en consecuencia, obliga a buscar mecanismos de racionalidad objetiva para poner a la cooperación por encima del conflicto y el antagonismo de los intereses particulares. Si bien esto no es difícil de comprender, no siempre se reconoce de igual modo que el mercado, situado fuera del alcance de cualquier árbitro externo al juego económico (como ocurre en el proyecto neoliberal), no posee la racionalidad objetiva que se solicita. El mercado prefiere ser guiado por una razón instrumental e individualista que transnacionaliza y derrumba fronteras, no para atender valores universales o buscar la satisfacción de necesidades comunes de la humanidad, sino para maximizar el aprovechamiento de los recursos existentes en función del lucro de los agentes económicos. En otras palabras, la brutal expansión de la economía internacional de las últimas décadas se viabilizó a través de la creciente desregulación de los mercados nacionales. Circunstancia que, lamentablemente, transformó al mercado internacional en responsable de un doble proceso de «racionalización» económica y ambiental, pero con significados contrarios. 

Contrariando el optimismo neoliberal, mientras un proceso, el económico, aumenta el orden y la gobernabilidad global, el otro, el ambiental, favorece el desorden y perjudica la gobernabilidad.

Contrariando el optimismo neoliberal, mientras un proceso, el económico, aumenta el orden y la gobernabilidad global del sistema a través de un aumento de la racionalidad en la utilización de recursos y el aprovechamiento de ventajas comparativas entre las naciones, el otro, el ambiental, favorece el desorden y perjudica la gobernabilidad, al permitir y facilitar el aumento de la degradación ecológica en el planeta. Aquí son dos los aspectos más importantes a ser destacados desde un punto de vista ecológico3. El primero se refiere a la contradicción existente entre una política internacional de libre comercio y los imprescindibles, desde un punto de vista ecológico, procesos de internalización de costos ambientales en los precios de los productos, eventualmente en vigor en algunos países. En un escenario de libre comercio, un país que internaliza costos ambientales estaría en desventaja con los países que no lo hacen, perjudicándose claramente el progreso de sus políticas ambientales, a menos que no sean adoptadas políticas de protección a niveles nacional y global (alternativa, como sabemos, despreciada por los neoliberales). El segundo problema es complementario del anterior y quizá más perturbador. El libre comercio permite que aumente la degradación ecológica global al favorecer la circulación mundial de industrias polucionantes y de residuos tóxicos que ya saturaron los medio ambientes locales. Esta situación produce, según comentarios que intentan ser pro-ambientalistas, una distribución más homogénea de la degradación ambiental en el planeta. Desgraciadamente, también produce otra cosa muy valiosa para las empresas responsables de la contaminación. La «racionalización» internacional de la degradación ambiental permite que los actuales sistemas productivos ganen tiempo antes de asumir sus límites y (sobre todo) sus costos ecológicos.

Mercado vs. ambientalismo

La esperanza neoliberal de colocar al mercado como «soberano» de la política mundial es, por lo tanto, contradictoria con los presupuestos de la conciencia ambientalista. Siendo el mercado un sistema descentralizado no es un mecanismo apto para tratar con los bienes comunes de la humanidad. En pocas palabras, la tendencia dominante en el sistema económico actual no altera sustancialmente el predominio de intereses particulares y la dinámica de conflicto del orden internacional, apenas sustituye un tipo de anarquía por otro. Un mercado libre favorece el comportamiento de actores orientados por un cálculo de la relación costo-beneficio estrictamente individual, que se desinteresan por los eventuales daños a los terceros no directamente envueltos en las transacciones y, más aún, por la degradación de los ecosistemas y recursos naturales de propiedad común de toda la humanidad. La racionalidad instrumental que reina en el mercado lleva a los actores económicos a definir el interés individual por encima del interés colectivo, no sólo para la realización de sus intereses sino como condición necesaria para su propia sobrevivencia dentro del sistema4. Para que el mercado pueda atender a exigencias colectivas se hace necesario que encontremos fuertes motivos para descolonizar la sociedad de comportamientos individualistas e instrumentalistas, restaurando el privilegio de la ética. El gran desafío del ambientalismo, en tanto movimiento histórico, es demostrar si tiene capacidad o potencialidad suficiente para producir esta transformación moral de la sociedad moderna.

Ciertamente, el mercado es el más importante elemento de transformación de nuestra época, pero también no cabe duda de que los efectos de su expansión están en el origen de la actual crisis ecológica global. A pesar de recomendables, no serán simples consejos a los principales actores económicos, responsables y beneficiarios del actual estado de cosas, los que harán posible la existencia de alternativas reales en dirección de la cooperación y el desarrollo sustentable. De creerlo así estaríamos confundiendo el progreso del mercado con el progreso de la humanidad. Si la historia hubiese sido abandonada totalmente a la acción de las fuerzas del mercado, mucho mayor habría sido el impacto sobre la vida social y la naturaleza en general. No obstante constituir estas fuerzas el núcleo «motor» de la historia moderna, los momentos de relativo progreso de la humanidad se alcanzan cuando el orden emergente promovido por el mercado se equilibra con el orden tradicional, puesto en escena por los movimientos organizados para enfrentar los impactos deletéreos del mercado5. La dinámica de la sociedad moderna es gobernada así por un doble movimiento de difícil equilibrio: el de la expansión continua del mercado, el cual tiene como objetivo establecer bases de autorregulación para el mismo y supone el predominio de valores materiales y de una razón instrumental, y el del contra-movimiento destinado a frenar la expansión del mercado (impidiendo su autorregulación), el cual tiene como objetivo la protección del ser humano y la naturaleza y supone la preservación de valores éticos y espirituales y el predominio del diálogo y la comunicación.

Mientras la Tierra es una unidad formada por ecosistemas altamente integrados, el Mundo no supone una unidad de elementos integrados, sino todo lo contrario.

En rigor, la crisis ecológica global pone en evidencia el drama de nuestra condición civilizatoria. La humanidad vive en dos realidades. En una realidad más permanente, la del planeta Tierra, y en otra más transitoria, la que resulta de sus trabajos e ideas que convencionalmente llamamos Mundo6. La Tierra y su biosfera forman una gran síntesis de sistemas interactivos complejos (orgánicos e inorgánicos, animados e inanimados). El Mundo es una «segunda» realidad, derivada de la ocupación de la Tierra por parte de una especie: la humana. Ocurre que, mientras la Tierra es una unidad formada por ecosistemas altamente integrados, el Mundo no supone una unidad de elementos integrados, sino todo lo contrario. Todos los seres humanos pertenecen a la misma especie, pero sus valores y obras expresan un alto grado de divergencias e intereses contradictorios. La crisis ecológica se origina en esta dualidad Tierra-Mundo, o mejor, en la radicalidad alcanzada por esta dualidad en los tiempos modernos, ya que ella, por ser inherente al principio activo de la civilización, es también inevitable. Por este motivo, la conciencia ecológica exige y comporta la solidaridad entre naciones, individuos y especies como estrategia principal.

Contramovimientos

No es difícil comprobar históricamente que los avances del mercado siempre provocaron tensiones sociales que afectaron profundamente la vida de las comunidades, dando así lugar a un contramovimiento de protección social. Sin embargo, no siempre es tan fácil constatar lo que parece una novedad como realmente nuevo. En las últimas décadas estamos asistiendo a la rápida emergencia de un «nuevo» actor inspirado en principios de protección ambiental que, en rigor, representa la continuación histórica del contramovimiento de protección social surgido básicamente en el siglo XIX. Las diferencias entre los «socialismos» del pasado - que entendidos como partes de un proceso defensivo exceden la estrecha visión del socialismo marxista, incluyendo desde el existencialismo de Bismarck hasta el espiritualismo de Gandhi - con el también amplio espectro de los «ambientalismos» del presente, a pesar de ser significativas, desde el punto de vista histórico constituyen en realidad aspectos complementarios de un mismo proceso. Ambos momentos son de carácter defensivo frente a los aspectos deletéreos de la expansión del mercado y se inspiran en la necesidad de preservar relaciones de solidaridad y cooperación entre los hombres y entre éstos y la naturaleza, apenas enfatizando más un aspecto que otro en cada etapa. 

Las diferencias pueden parecer mayores porque con frecuencia la percepción de diferentes momentos históricos responde a los criterios ideológicos cristalizados por cada época. Cuando en los países capitalistas más avanzados de los siglos XVIII y XIX la expansión del mercado desestructuró las economías de las comunidades locales, imponiendo el imperio del mercado dentro de los límites del Estado nacional, el contramovimiento defensivo se concentró más en el plano social, en la protección de las comunidades que en la preservación de los recursos naturales. En la época, vale la pena recordar, la naturaleza era percibida como un «bien común» de recursos infinitos, y de hecho los espacios disponibles para la ocupación y explotación humana y, obviamente, para la expansión del mercado fuera de las fronteras nacionales, eran todavía enormes. El ambientalismo que comienza a surgir a partir de la segunda mitad del siglo XX responde a una situación similar, con la diferencia que ahora la expansión del mercado se realiza por encima de las barreras nacionales y en un planeta vastamente habitado. En este contexto, el contramovimiento defensivo es de carácter fundamentalmente global, no puede privilegiar la cuestión social y nacional, y concentra por lo tanto su atención en la relación sociedad-naturaleza, en la degradación de un medio ambiente que ahora es percibido como una base de recursos finitos que establece severos límites a un crecimiento económico continuado y a la propia reproducción de la especie humana. Así entendidos, «socialismos» y «ambientalismos» son parte de un proceso multidimensional y sumamente complejo que alcanza su mayor riqueza teórica y práctica en el momento actual, en donde es posible tener una visión holística y científica de la relación sociedad-naturaleza expresada por el modelo económico vigente (como un sistema de degradación entrópica)7

Contrariamente a lo que sugieren las imágenes ideologizadas de estos contramovimientos, ni los principios de protección social ni los de protección ambiental se encarnan en actores posibles de ser delimitados, con precisión, dentro de la estructura de clases sociales. De ser así constituirían una duplicación (invertida) de la razón instrumental de los actores que dominan precisamente la dinámica del mercado. Por ser defensivos e inspirados en valores, estos contramovimientos concitan adhesiones vertical y horizontalmente en todos los sistemas y espacios de la sociedad, aunque aquéllas no surjan simultáneamente ni con la misma intensidad. Polanyi muestra convincentemente cómo el contramovimiento que se opuso a la expansión de la economía de mercado en el siglo XIX tuvo las características de una reacción espontánea surgida en puntos aislados del tejido social, afectando a una amplia gama de personas sin que hubiese vínculos aparentes o cualquier identidad ideológica entre los intereses directamente afectados. Lo mismo viene ocurriendo con el ambientalismo en la segunda mitad de este siglo. La fuerza de los «socialismos» de ayer y de los «ambientalismos» de hoy deriva de su común motivación defensiva, la cual los transforma en movimientos intrínsecamente conscientes, voluntarios, éticos (y, en última instancia, conservadores), frente a un curso de los acontecimientos orientado por fuerzas materiales e inconscientes que amenazan lo «viejo» sin, en rigor, poder garantizar otra cosa que promesas o expectativas de lo «nuevo». Confundirlos con movimientos progresistas, representantes de la «modernidad», sería una de las tantas ironías de la historia o, quizás - recordando a Hegel -, «astucias de la razón».

Kropotkin un autor emblemático para mostrar el hilo que une a los contramovimientos de protección social y ambiental, ya había percibido claramente a principios de este siglo que la solidaridad y la cooperación son los elementos principales de la vida social (humana y natural)8. Sin embargo, será mucho más tarde (y de hecho no casualmente al final del ciclo de los «socialismos» de Estado surgidos en el siglo XX), que Habermas, pensando en una línea que va al encuentro de los postulados kantianos, nos ofrecerá elementos para comprender las bases comunicativas en que se apoyan la sociabilidad y la solidaridad en las comunidades humanas9. La comunicación y el lenguaje son condiciones fundamentales para la integración humana, en el extremo opuesto del papel desintegrador desempeñado por un mercado que orienta a sus participantes en dirección al éxito y la ventaja individual. Es en la comunicación en donde los actores tienen la oportunidad de generar consensos, abriéndose la posibilidad de re-elaborar y transformar puntos de vista subjetivos y contradictorios en principios éticos, en verdades objetivas (o inter-subjetivas, si se prefiere).

Pasa normalmente desapercibido que el poderoso impacto que el ambientalismo tiene en la política mundial se debe precisamente a su fuerte contenido ético, a su capacidad de orientar acciones convergentes en contextos diversos y en actores con intereses divergentes10. Quizás las dificultades para percibir este fenómeno se originan en una concepción dogmática apriorística de la ciencia social moderna, que imagina la dinámica histórica desde la perspectiva de las propiedades de sujetos previamente constituidos, descuidando o ignorando las propiedades emergentes de la interacción entre los mismos. En consecuencia, no debe llamar la atención que la acusación de «formalismo» o «idealismo» sea una de las objeciones o críticas más difundidas que los pensadores «realistas» dirigen tanto contra las posiciones de Habermas como contra el ambientalismo en general. Este formalismo consistiría en evitar el tratamiento de problemas concretos y particulares a través de un énfasis excesivo a principios de orden global y común para todos los actores, en el caso del ambientalismo y, en la también exagerada importancia dada a los procedimientos discursivos, en el caso de Habermas.

Paradojalmente, muchas de las acusaciones de formalismo que se le hace al ambientalismo se sustentan en visiones cristalizadas del contramovimiento que lo precedió históricamente. No son pocos los marxistas, por ejemplo, que critican al ambientalismo por su supuesta igualación (formal) de las diferentes clases sociales y/o de los países del Norte y del Sur, circunstancia expresada en la tentativa de hacer que los problemas ecológicos sean cuestiones a ser resueltas cooperativamente. Resulta sugestivo observar, a propósito, que el Estado capitalista moderno consiguió legitimarse en el marco de la peor crisis social producida por el propio sistema capitalista asumiendo políticas de protección social. El «Welfare State» que alcanzó su apogeo en los años 50 y 60, no fue otra cosa que el resultado de un compromiso entre los principios del mercado y de la justicia social. Pero si los Estados modernos se legitimaron interviniendo «keynesianamente» en las reglas del mercado, en las últimas décadas ellos vienen progresivamente deslegitimándose frente a los avances incontrolados del mercado internacional. Hoy, en un contexto altamente transnacionalizado, los Estados tienen pocas condiciones para impedir la acción deletérea del mercado sobre la sociedad y la naturaleza. Y, por el contrario, muchas veces incluso facilitan esta degradación. En nombre del principio de la soberanía no es difícil encontrar gobiernos que aceptan la transnacionalización de sus economías pero se niegan a aceptar la transnacionalización de sus políticas y controles de protección ambiental.

La dimensión global

Es por todo esto que el desarrollo sustentable y la cooperación internacional no son soluciones fáciles y las apelaciones a su favor carecen por el momento de destinatarios a la altura del desafío. No se trata entonces de convencer a los Estados nacionales y a las corporaciones económicas multinacionales, principales personajes del escenario internacional actual, para que asuman políticas en ese sentido. Es mucho más que eso. Si se pretende generar políticas y estrategias capaces de impedir la catástrofe ecológica global debemos comenzar por reconocer que falta todavía construir el soporte institucional de orden global capaz de viabilizarlas efectivamente. Así como no fue posible realizar en la práctica el «socialismo en un solo país» mucho menos lo será ahora concebir el «desarrollo sustentable en un solo país». La sustentabilidad ecológica es imaginable únicamente a escala global y, por lo tanto, no puede basarse en actores orientados por estrategias preferencialmente particulares y competitivas.

El impasse actual puede expresarse en las dos afirmaciones siguientes: a) sin una intervención social y política de carácter global, que regule el funcionamiento del mercado internacional, no es posible imaginar un modelo «sustentable» de desarrollo; b) por el momento, en el horizonte no se ve nada parecido a una institución o gobierno mundial en condiciones de efectivizar un pacto socioambiental global de manera equilibrada y de acuerdo con reglas de consenso internacional (el Grupo de los Siete países capitalistas más avanzados, funciona como un poder mundial con características políticas «primitivas» y «despóticas» que privilegia la lógica del mercado internacional, muchas veces hasta con el uso de la fuerza, en favor de sus intereses restrictivos y en contra de las necesidades de paz y seguridad ecológica global).

Los tratados suscritos en la CNUMAD, en el mejor de los casos, pueden servir como alivio para algunas pocas «externalidades» ostensivamente perversas del actual modelo de desarrollo. Desde la perspectiva de nuestro análisis, el punto más fuerte de la Conferencia de Río no fueron estos acuerdos sino, precisamente, el fortalecimiento de la sociedad civil planetaria, a través de la constitución de un espacio público en donde se encontraron las diversas dimensiones que componen el ambientalismo, tanto del Sur como del Norte, del Este como del Oeste, y provenientes del universo político, social y económico11. Recordemos otra vez que fue a partir de múltiples dinámicas como éstas, aunque en el interior de cada sociedad civil nacional y con objetivos de protección social, que los Estados nacionales consiguieron institucionalizar pactos que, a pesar de insuficientes y con distinta fortuna en cada caso, marcaron significativos progresos históricos. El «espíritu» de la Eco92 creó consensos transnacionales legítimos que proyectan ahora esta legitimidad en dirección a la creación de pactos e instituciones con verdadera capacidad de gobierno global. Pocas veces en la historia, como ocurrió en la Conferencia, había sido posible legitimar consensos internacionales de tal amplitud, sobre la base de la comunicación de los mejores argumentos éticos y racionales. El futuro, aunque todavía lejano, anuncia la necesidad y la posibilidad de la humanidad fundar un gobierno mundial.

Dos indicios

Dejemos la crónica detallada de todos los acontecimientos producidos en esas dos semanas de junio de 1992. Citemos apenas dos hechos que constituyen una muestra ejemplar de la fuerza correctiva y pedagógica del ambientalismo. El primero tuvo como escenario al mayor encuentro de líderes políticos de toda la historia de la humanidad. En ningún otro marco que no fuese el del ambientalizado «espíritu» de Río, hubiera sido posible descalificar y desenmascarar tan radicalmente el discurso nacionalista, arrogante y poco solidario con el resto del mundo del presidente Bush de los Estados Unidos, representante de un país que no hacía muchos meses atrás, en la guerra del Golfo Pérsico, había evidenciado claramente una total capacidad hegemónica sobre la política mundial. En el mismo día, horas antes del discurso anterior, el presidente Castro, líder de un país condenado por la historia a dejar de ser como es, fue calurosamente reconocido sólo por reclamar la existencia de relaciones más cooperativas en un mundo sin «guerra fría».

El otro acontecimiento de tremenda importancia pedagógica tuvo como escenario el Foro Global, ese espacio por donde según cálculos de sus organizadores pasaron aproximadamente medio millón de personas, estuvieron presentes más de 8.000 ONGs y se realizaron alrededor de 400 eventos de todo tipo. Allí, el mayor de todos los eventos, por su significación y número de participantes (calculados en 0.000), así como por su impacto en el imaginario del público en general, no fue promovido por gobiernos, empresas o artistas, ni estuvo orientado por valores materialistas o una razón instrumental. El evento más importante del Foro Global fue de orden espiritual: la vigilia inter-religiosa «Un nuevo día para la Tierra»12. Allí, líderes y discípulos de numerosas y variadas iglesias y tradiciones espirituales de todos los rincones del planeta (que, como es público y notorio, difícilmente se encuentran y, en rigor, nunca hasta ese momento se habían aproximado para celebrar y orar conjuntamente en tal número de tradiciones y de individuos) dieron testimonio de la necesidad de la humanidad de reencontrarse con humildad para comenzar a invertir el camino que llevó a la creciente oposición y dualismo entre la Tierra y el Mundo. 

Los acontecimientos mencionados son apenas dos, pero durante la Eco-92 ocurrieron centenas o millares de todo tipo y de diferentes magnitudes, que también son evidencias de la creación de consensos transnacionales con sentido cooperativo. Registremos, para dar un ejemplo más, que el foro Internacional de ONGs reunió a representantes de más de 2.000 entidades de todos los continentes para elaborar y suscribir 36 tratados o «compromisos de acción de la sociedad civil planetaria», los cuales servirán como referencia para el trabajo de las entidades en sus respectivos países. Por último, registremos que también fueron numerosos las empresas y grupos de empresarios comprometidos con los principios del desarrollo sustentable que se hicieron presentes en el Foro Global y otros espacios paralelos para afirmar su vocación ambientalista y debatir sus ideas y proyectos con el resto de la sociedad13. Si comparásemos la Conferencia de Estocolmo (1972) con la de Río, tendríamos una prueba contundente de los enormes avances del ambientalismo en las últimas dos décadas. En aquel entonces habían comparecido apenas un poco más de 400 ONGs a los eventos oficiales y paralelos; y prácticamente no hubo representantes de grupos religiosos o de empresarios en ninguno de los dos espacios.

Obviamente, son todavía muchas las dificultades del ambientalismo para organizar de una manera eficiente su rica y compleja diversidad. Reconocemos también que, a pesar de amplio y complejo, en términos históricos es un movimiento extremadamente joven que puede sufrir significativos cambios en su evolución. Sin embargo, queda testimoniada la importancia histórica del ambientalismo y su papel educativo en el sentido más fuerte del término. Saber si la capacidad de la raza humana para el aprendizaje social es tan avanzada como su capacidad para el ejercicio arbitrario de sus poderes es algo que no afecta nuestra conclusión ni corresponde tratar fuera del campo de la metafísica.

-

Referencias

*Forster, Ricardo, ADORNO: EL ENSAYO COMO FILOSOFIA. - Buenos Aires, Argentina, Nueva Visión. 1991; Benjamin, W.; W., T. -- Agenda 21. 

*CNUMAD, INTERNATIONAL COOPERATION TO ACCELERATE SUSTAINABLE DEVELOPMENT IN DEVELOPING COUNTRIES AND RELATED DOMESTIC POLICIES. - 1992; AA., VV. -- Free Trade, Sustainable Development and Growth: Some Serious Contradictions. 

*Daly, Herman E., NETWORK 92. 14 - 1992; Ecology and Discursive Democracy: Beyond Liberal Capitalism and the Administrative State. 

*Dryzek, John, CAPITALISM, NATURE, SOCIALISM. 3, 10 - Río de Janeiro, Brasil, Ibase-Pnud. 1992; A Confêrencia das Naçoes Unidas sobre Meio Ambiente e Desenvolvimento, as Organizaçoes Nao-Governamentais e o Mercado Internacional: uma Oportunidade para a Utopia. 

*Leis, Héctor R., DESENVOLVIMIENTO COOPERAÇAO INTERNACIONAL E AS ONGS. - 1944; 

*Polanyi, Karl, THE GREAT TRANSFORMATION. - Londres, Inglaterra, Duke University Press. 1990; 

*Caldwell, Lynton K., INTERNATIONAL ENVIRONMENTAL POLICY. - Cambridge, Harvard University Press. 1974; 

*Georgescu-Roegen, Nicholas, THE ENTROPY LAW AND THE ECONOMIC PROCESS. - 


  • 1.

    Cf. Ricardo Forster: W. Benjamin - T. W. Adorno: El ensayo como filosofía, Nueva Visión. Buenos Aires, 1991.

  • 2.

    Vale la pena destacar que en la propia Agenda 21, principal documento de la CNUMAD (Sección I, capítulo II: «International Cooperation to Accelerate Sustainable Development in Developing Countries and Related Domestic Policies»), aparece claramente expresada esta reivindicación del mercado y el libre comercio como factor fundamental del progreso, la cooperación internacional y el desarrollo sustentable.

  • 3.

    Cf. Herman E. Daly: «Free Trade, Sustainable Development and Growth: Some Serious Contradictions» en Network 92, Nº 14, 2/1992.

  • 4.

    Cf. John Dryzek: «Ecology and Discursive Democracy: Beyond Liberal Capitalism and the Administrative State» en Capitalism, Nature, Socialism, vol. 3 (2), Nº 10, 6/1992; y también Héctor R. Leis: «A Confêrencia das Nações Unidas sobre Meio Ambiente e Desenvolvimento, as Organizações Não-Governamentais e o Mercado Internacional: uma Oportunidade para a Utopia», en VV. AA.: Desenvolvimento Cooperaçao Internacional e as ONGs, Ibase-Pnud, Río de Janeiro, 1992.

  • 5.

    Cf. Karl Polanyi: The Great Transformation (1944).

  • 6.

    Cf. Lynton Keith Caldwell: International Environmental Policy, Duke University Press, Durnham y Londres, 1990.

  • 7.

    Para una mejor aproximación a los límites del sistema económico desde un punto de vista ecológico ver los trabajos clásicos de Nicholas Georgescu-Roegen: The Entropy Law and The Economic Process, Harvard University Press, Cambridge, 1974; y Herman Daly: Steady-State Economics, W. H. Freeman, San Francisco, 1977.

  • 8.

    Peter Alexeievich Kropotkin: Mutual Aid, a Factor of Evolution (1902).

  • 9.

    Para un cuadro referencial completo de la acción comunicativa ver el ya clásico Jürgen Habermas: Teoría de la acción comunicativa (1981-83). Para un comentario de la proyección ética del abordaje habermasiano, v. Barbara Freitag: Itinerários de Antígona: a questao da moralidade, Papirus, Campinas, 1992.

  • 10.

    Para una mayor comprensión de la Etica ecológica v. Héctor Ricardo Leis: «Etica ecológica análiseconceitual e histórica de sua evoluçao» en VV. AA.: Reflexao Crista sobre o Meio Ambiente, Loyola, San Pablo, 1992; H. R. Leis: «Ética, Religiao e Ambientalismo: uma visao evolutiva» en Comunicacoes Nº. 43 (en prensa).

  • 11.

    Para más información sobre las características del ambientalismo, entendido como un movimientocomplejo y multidimensional, tanto en el plano internacional como en el caso de un país del Tercer Mundo (Brasil) ver respectivamente Eduardo J. Viola y Héctor R. Leis: «Desordem global de Biosfera e Nova Ordem Internacional: o papel organizador do ecologismo», en H. R. Leis (comp.): Ecología e Política Mundial, Vozes, Río de Janeiro, 1991; y Eduardo J. Viola y Héctor R. Leis: «A evoluçao das políticas ambientais no Brasil, 1971-1991: do bissetorialismo preservacionista para o multissetorialismo orientado para o desenvolvimento sustentável» en Daniel J. Hogan y Paulo F. Vieira (comps.): Dilemas socioambientais e desenvolvimento sustentável, Unicamp, Campinas, 1992.

  • 12.

    El evento inter-religioso mencionado fue organizado por el «Instituto de Estudos da Religiao» (ISER), una organización no-gubemamental brasileña, y contó con la presencia del Dalai Lama y otros destacados representantes de las diversas tradiciones religiosas del mundo.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
Artículos Relacionados

Newsletter

Suscribase al newsletter

Democracia y política en América Latina