Opinión

Croacia: goles y política


julio 2018

Durante las últimas semanas, Croacia parece haber vuelto a estar en el candelero de la información. Espectadores de todo el globo manifestaron su apoyo al seleccionado capitaneado por Luka Modrić y aplaudieron las expresivas apariciones de la presidenta del país durante la final de la Copa del Mundo. Para algunos, la final del Mundial contra Francia enfrentaba al «débil» contra el «fuerte». Sin embargo, en Croacia el fútbol tiene una dimensión política que no necesariamente responde a ese estereotipo. El nacionalismo católico, las reminiscencias de la vieja Yugoslavia Socialista, los escándalos de corrupción y la discriminación a otras minorías étnicas y a otras nacionalidades, también forman parte del complejo mapa futbolístico del país. Y, aunque parezca extraño, muchos jugadores del seleccionado están implicados en estos asuntos.

<p>Croacia: goles y política</p>

La llegada de la selección croata de fútbol a la final de la Copa del Mundo, luego de un campeonato lleno de sorpresas en el que los croatas mostraron un juego irregular pero una ambición y una determinación indiscutibles, volvió a poner a este pequeño país del sudeste europeo en boca de todos. Durante las últimas semanas hemos sido testigos de numerosos comentarios a propósito de Croacia, con espectadores de todo el globo manifestando su apoyo al seleccionado capitaneado por Luka Modrić y aplaudiendo las expresivas apariciones de la presidenta -la carismática Kolinda Grabar-Kitarović-, así como comentaristas recordando el sombrío pasado del país durante la Segunda Guerra Mundial y volviendo sobre los acontecimientos traumáticos que tuvieron lugar en los Balcanes en la década de 1990. Todo indica que, si la caída final frente a Francia dejó a los croatas y a sus fanáticos con sed de más, lo mismo parece haber ocurrido con el público, que se sumerge estos días en fuertes polémicas en las que el fútbol, la política y la historia se vuelven inseparables.

La fuerza del fútbol y la unión (¿democrática?) croata

La aparición de Kolinda Grabar-Kitarović en jogging y camiseta, saltando y gritando los goles del seleccionado croata como una fanática más, desató reacciones positivas por parte de espectadores en todo el mundo, pero también comentarios críticos acerca de la demagogia de una mandataria que parece haber comenzado temprano su campaña para las elecciones de 2019. Sabemos bien que los vínculos entre política y fútbol no son raros. Pero además, el partido de la presidenta, la Unión Democrática Croata (HDZ), tiene una larga historia de intrusiones en el mundo del deporte. Como se han encargado de recordar muchos comentaristas, el nacionalista y conservador presidente Franjo Tuđman que condujo a Croacia a la independencia en 1991 y la gobernó durante la guerra defensiva contra las fuerzas de la Yugoslavia de Slobodan Milošević (1991-1995), era fanático del fútbol y afirmaba que «las victorias en el fútbol forman la identidad nacional tanto como las victorias en la guerra». Su fanatismo se mezcló más de una vez con su voluntad de poder, explotando políticamente los éxitos del seleccionado nacional, en particular el tercer lugar obtenido en la Copa del Mundo de 1998, e interfiriendo muchas veces en la vida institucional del fútbol del país, a veces incluso con la pretensión de participar en la confección de los equipos.

Además de ser objeto de manipulaciones por parte de los líderes políticos, el mundo del fútbol croata ha sido fuertemente marcado por el consenso nacionalista que se formó en el país como resultado de las guerras de la década de 1990. Como señaló hace poco el sociólogo Dario Brentin, el fútbol vehiculiza en Croacia un lenguaje de heroísmo, un estilo militarista y una épica nacionalista que permite en gran medida banalizar el extremismo político, algo que se manifiesta especialmente a través del regreso a la escena pública de temas directamente salidos de la experiencia de guerra de la década de 1990, tales como slogans y cantos chauvinistas y antiserbios entre los hinchas y, a veces, incluso entre los jugadores. Las recientes imágenes de los integrantes de la selección croata festejando en Zagreb con el popular cantante Marko Perković «Thompson», famoso por haber incluido en su primer álbum el himno ustaša «Za dom spremni» («Listos para la patria») y por sus letras nacionalistas, son elocuentes al respecto. Aunque estos episodios han generado algunas críticas por parte de algunos comentaristas locales que piden más responsabilidad a los jugadores del seleccionado nacional en tanto representantes del país ante el mundo, los acontecimientos han manchado la imagen de una selección que fue la favorita de muchos el domingo pasado.

Transición y corrupción

Los vínculos oscuros entre la política y el fútbol no se construyen solamente con cánticos y banderas. En ellos juega un rol especialmente importante el dinero, como quedó claro durante el último campeonato mundial: unos días antes de que comenzara el torneo en Rusia, el directivo del Dinamo de Zagreb y de la Asociación Croata de Fútbol (HNS), Zdravko Mamić, fue hallado culpable en Croacia de encabezar un esquema de malversación de fondos vinculado con la venta de jugadores. Poco antes de que se conociera la sentencia, Mamić escapó a Bosnia haciendo uso de su doble ciudadanía y refugiándose en un país que no tiene obligación de extradición frente a las cortes croatas. La condena del directivo salpicó también al seleccionado nacional, ya que jugadores como Dejan Lovren y Luka Modrić parecen haber estado implicados en el desvío de fondos, y el propio Modrić ha sido acusado de mentir al respecto en un testimonio durante el juicio en 2008. Pero además la polémica extiende sus repercusiones hasta el mundo de la política: es que Mamić no solo es un conocido donante de la HDZ y de la presidenta Grabar-Kitarović, sino que además organizó personalmente una fiesta de cumpleaños para la mandataria en abril de 2015.

El caso de Mamić trasciende el universo del fútbol y toca las más altas esferas de la política. Sus implicancias nos hablan de un rasgo que ha caracterizado a la política croata desde hace décadas, y especialmente a la HDZ. En general se recuerda la presidencia de Franjo Tuđman (1990-1999) por su nacionalismo conservador y sus reflejos autoritarios, pero no tan frecuentemente se destaca que su partido, además de haber gobernado Croacia durante los años de la guerra, también condujo la dura transición económica y social que el país atravesó desde 1990 y abusó de todos los resortes del poder para beneficiar a los amigos y socios del partido gobernante en los procesos de privatización que se lanzaron tras la caída del socialismo. Y las cosas no terminan ahí. Lo demuestra, de hecho, el caso de Ivo Sanader, primer ministro de la HDZ entre 2003 y 2009, acusado en múltiples causas de corrupción y condenado a prisión en 2012 luego de una breve fuga hacia Austria. En este contexto, todo indica que Zdravko Mamić no constituye un caso aislado, sino que forma parte de los oscuros engranajes que existen entre el fútbol, la política y el dinero. Su caso nos permite ver que, además de ser el partido de la independencia nacional y la épica patriótica, la HDZ ha sido tradicionalmente una agrupación asociada al saqueo y la rapiña.

El hijo de Jovo

No pasó mucho tiempo tras el escándalo de Mamić antes de que se desatara una nueva polémica implicando al seleccionado croata. Luego del partido con Dinamarca, en el que el arquero Danijel Subašić atajó tres penales y llevó a Croacia a los octavos de final, los medios sensacionalistas de Serbia sacaron a la luz que el arquero croata tenía un padre serbio. Ante la noticia, el arquero salió a aclarar que su madre Boja era católica y que su padre Jovo era «croata de fe ortodoxa». Además, afirmó que él mismo se identificaba como croata y católico. Aunque los medios de Croacia se llenaran de comentaristas que afirmaban que «lo importante no es quién es el padre de quién, sino con qué cultura se identifica» y finalmente la polémica se extinguiera rápidamente, el episodio puso sobre la mesa uno de los legados más complejos de la historia reciente de Croacia: la situación de la minoría serbia, una de las principales víctimas de la violenta disolución de Yugoslavia en 1991.

Hasta 1990, la comunidad serbia representaba más del 12% de la población de Croacia. Luego de haber sufrido la represión del régimen fascista del croata Ante Pavelić durante la Segunda Guerra Mundial, gracias a su amplia participación en la lucha partisana y su militancia en las filas comunistas pero también a las activas políticas de inclusión del régimen socialista, los serbios habían conseguido achicar significativamente la brecha económica que los separaba de los croatas. Además, como prueban las investigaciones de la época, las relaciones entre serbios y croatas eran generalmente armónicas y existía un gran número de matrimonios mixtos. Sin embargo, en un país con una historia reciente marcada por la violencia étnica, subsistía un núcleo de prejuicios étnicos que la llegada del nacionalista Franjo Tudjman al poder en 1990 no hizo sino explotar: popularizando la creencia de que los serbios eran una minoría privilegiada, reduciendo su estatus constitucional al de una minoría étnica y eliminando el cirílico de los alfabetos oficiales, la HDZ se ganó la desconfianza de la comunidad serbia local, que rápidamente pasó a enfilarse detrás de fuerzas nacionalistas alineadas con la política agresiva de Milošević en Serbia. La guerra terminaría con la expulsión de miles de serbios de sus hogares, quedando reducidos hoy a menos del 5% de la población.

El caso de Subašić, un joven que creció en esa Croacia en la que los orígenes podían ser una marca de vida, dejó en evidencia que al día de hoy muchas de las heridas de la guerra no han sido sanadas. Hijo de un «croata de fe ortodoxa» llamado Jovo (un nombre eminentemente serbio, vale aclarar) el arquero del seleccionado de Croacia tuvo que salir inmediatamente a aclarar su identidad en un episodio que en cierta medida recuerda las sospechas que se extendían durante la década de 1990 sobre todos los serbios. Más importante aún, como señaló el columnista Jurica Pavičić en el periódico Jutarnji List, el caso debe hacernos reflexionar acerca de cuál es el lugar de los serbios en la Croacia de hoy: si el arquero de la selección nacional y héroe del momento se vio obligado a salir de inmediato a dar explicaciones ante la más mínima sospecha sobre su identidad, ¿qué le queda entonces a aquellos que no saben atajar?

David y Goliat: el sueño de las pequeñas naciones

La victoria de Croacia contra Inglaterra y su llegada a la final contra Francia provocó en muchos una explosión de simpatía: desde quienes veían en el seleccionado croata a un digno heredero del Mariscal Tito hasta quienes los admiraban por su pasión y tenacidad. Espectadores de todo el mundo se identificaron con esa pequeña nación del sudeste europeo que conseguía, contra todas las probabilidades, alcanzar su primera final para enfrentar a uno de los grandes candidatos. Aunque la venganza contra el histórico doblete de Lilian Thuram en 1998 no pudiera cumplirse y los croatas salieran derrotados, la selección demostró que era posible hacerle frente a un fuerte rival que venía de liquidar a algunas de las potencias futbolísticas más importantes del mundo. En un cierto sentido, el equipo nacional croata reactualizaba así el espíritu más puro de la Yugoslavia de Tito, que en tiempos de la Guerra Fría decidió acercarse los países del Tercer Mundo y fundar el Movimiento de los Países No Alineados precisamente para que las naciones pequeñas pudieran rivalizar en igualdad de condiciones con las grandes potencias del mundo bipolar. La Copa del Mundo de Rusia terminó así coronada por las ironías de la historia: el seleccionado capitaneado por Luka Modrić, exaltado por los nacionalistas más agresivos, le hizo con sus logros un homenaje involuntario a la vieja Yugoslavia socialista y multinacional.

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