Opinión
marzo 2020

El estrecho sendero de Alberto Fernández

El presidente argentino debe hacer equilibrio entre la impronta centrista y plural que lo llevó al gobierno y el discurso kirchnerista duro. Para eso debe diferenciarse de la última experiencia kirchnerista y, a la vez, contener al electorado que le aportó su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.

<p>El estrecho sendero de Alberto Fernández</p>

En Argentina se inició, finalmente, el año legislativo. Y Alberto Fernández, quien asumió la presidencia el 10 de diciembre de 2019, dio su discurso de apertura de sesiones. Acorde a su impronta moderada y su vocación de equilibrista, el presidente peronista abo´rdó diferentes temas muy contundentes, pero manteniendo la templanza y la baja intensidad discursiva.

El primer momento del «discurso a la nación» estuvo centrado en aspectos descriptivos, incluyendo un diagnóstico de la situación heredada y un breve repaso de lo hecho hasta ahora por su gestión. En consonancia con su perfil buscado de hombre de Estado con un fuerte sentido de la responsabilidad en lo que a la cuestión pública respecta, Fernández dedicó muy pocos minutos a hablar de la herencia negativa de la gestión anterior, liderada por el ex presidente Mauricio Macri. El nuevo mandatario se dedicó menos a buscar culpables de la situación argentina que a enfocarse en las medidas tomadas para comenzar a revertir la coyuntura crítica que atraviesa el país, al punto de que un oyente distraído tranquilamente podría haber pensado que fue un discurso de segundo año de gestión y no de inicio. Este resulta un punto destacable, sobre todo si se lo compara con el discurso de apertura de sesiones de Macri, quien dedicó la mayor parte de su discurso de apertura de sesiones legislativas a describir la «pesada herencia», un eje transversal que se mantuvo durante sus cuatro años de mandato.

Con un lenguaje cargado de realismo, Fernández dijo que la prioridad de la primera etapa de su gobierno fue y es «detener la caída» de argentinos en la pobreza, «tranquilizar» la economía y «recomponer» los ingresos de quienes menos tienen. Una vez más, se destaca el fuerte contraste con su antecesor, cuya principal propuesta de inicio de campaña fue «pobreza cero» y su diagnóstico autocrítico de fin de mandato fue haber pecado de «exceso de optimismo». En línea con estos ejes carentes de voluntarismo y la elección de palabras poco ambiciosas, el nuevo presidente hizo hincapié y le dedicó varios minutos al tema más crítico que su gobierno apuntó a instalar en la agenda y al que le dedicó la política pública más relevante hasta el momento: el hambre. No es casual que un gobierno que intenta transmitirle a la población que los avances en materia económica posiblemente tarden en llegar y que «todos deben hacer un esfuerzo», haya optado por instalar como principal tema de agenda, tanto en lo gestión como en el plano discursivo, un elemento tan categórico e indiscutible como la persistencia de la carencia de alimentos para una parte de la población. Fernández lo sintetizó en un lema: «comenzar por los últimos para poder llegar a todos».

Su discurso era intensamente esperado. El presidente argentino forma parte de una coalición política que incluye, como actor central, al kirchnerismo. Los seguidores de la hoy vicepresidenta– Cristina Fernández de Kirchner, manejan un discurso épico, tal como lo hacía la ex presidenta. Sin embargo, el discurso de Fernández no tuvo componentes de épicos, figuras retóricas rimbombantes ni intentos por construir enemigos. Es cierto que introdujo por primera vez algunas dicotomías como «debemos terminar con la Argentina de los vivos que se enriquecen a costa de los pobres bobos, habló de los «especuladores» que se benefician a costa de la deuda del pueblo, y esbozó una frase típica del discurso populista: «esta es la hora de definir de qué lado va a estar cada uno. Nosotros estamos del lado del pueblo». Sin embargo, no predominó el tono imperativo y, si bien delimitó un horizonte de un «nosotros» y un otro negativo, ese «otro» no fue personificado, sino que quedó en el plano de la abstracción y enmarcado en figuras imprecisas como «vivos» o «especuladores». Esto marca una trascendental diferencia con Cristina Fernández, quien llevó a cabo dos gestiones signadas por la intensidad ideológica y la búsqueda de enemigos concretos e identificables como «el campo» (los productores agroindustriales), el multimedio Clarín y, al final de su segundo mandato, prácticamente cualquiera que pusiera en cuestión su gestión.

En esta línea, es destacable cómo se procea en el plano discursivo la relación con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El FMI le dio a la Argentina de Macri el préstamo más alto en la historia de la entidad, una suma de dinero récord que, en gran parte, fue utilizada para contener el precio del dólar durante la campaña presidencial. Fue tradición del kirchnerismo y de un sector del peronismo, personificar un enemigo externo en el FMI y las llamadas «potencias mundiales». De hecho, una de las frases memorables del gobierno de Cristina Fernández fue: «si me pasa algo, que nadie mire hacia el Oriente, miren hacia el Norte». Sin embargo, Alberto Fernández no solo no tiene una posición defensiva con el FMI ni con la «comunidad internacional», sino que los piensa como socios en la negociación de la deuda con los acreedores privados: «Los líderes de Israel, España, Francia, Italia y Alemania también manifestaron su predisposición a acompañar la voluntad argentina de encarar una salida sostenible a la encrucijada del endeudamiento externo. El propio FMI ha señalado que la deuda argentina no es sostenible», afirmó en su discurso. Las menciones al «Fondo» de carácter más aséptico parecieran un ejercicio argumentativo de «usar la fuerza del otro», y en una lengua de «tercera posición» entre la retórica antiimperialista del cristinismo y la de «relaciones carnales» con Estados Unidos del macrismo.

El nuevo presidente le dio un lugar preponderante la crítica cuestión de la deuda, mencionó que es el mayor escollo al que se enfrenta Argentina y destacó en más de una oportunidad que el FMI «nos dio la razón» al reconocer que la deuda es insostenible. No es casual que sobre este punto haya utilizado la expresión: «Nunca más a un endeudamiento insostenible». En Argentina, la expresión «Nunca más» remite a uno de los hechos más importantes de la historia del país, como lo fue la última dictadura militar de 1976, signada por el terrorismo de Estado y el secuestro, tortura y desaparición de personas por parte del Estado. Esta tuvo su fin en el año 1983 y en 1985, durante lo que se llamó el Juicio a las Juntas, el fiscal Strassera cerró su alegato con la frase «Señores Jueces, Nunca más». Es por esto la que expresión «Nunca más» en Argentina genera una serie de esquemas e interpretaciones mentales cargadas de historia. El hecho de que el presidente la haya elegido para asociarla al endeudamiento data no solo de la relevancia que se le pretende dar a este tema, sino que deja entrever que posiblemente sea uno de los tópicos sobre el cual intente construir la épica de su primer año de gestión.

Además de mencionar el «endeudamiento insostenible», habló de «evitar la dependencia económica e intelectual» de la deuda externa. Finalmente, cerró ese apartado con: «la soberanía comienza por nuestra propia capacidad de concertar prioridades estratégicas». De esta manera, Fernández conjugó una configuración del FMI como aliado circunstancial pero agregó una apelación a la soberanía y a la independencia de factores externos que guíen la política económica del país.

No fue la única vez que apeló a este juego de doble guiño para diferentes sectores de su heterogéneo electorado. Un patrón similar se generó en torno al concepto de «tecnocracia». Por un lado, afirmó que el suyo es un «gobierno de científicos, no de CEOs», como el de Macri, y, entre sus propuestas, anunció la creación de un «Programa de Innovadores de Gobierno» que consistirá en concursos para formar un cuerpo de «servidores públicos formados con excelencia académica y con arraigo a la carrera administrativa» que tengan una perspectiva de políticas públicas a largo plazo. Por otro lado, en tres oportunidades apuntó contra las «ínfulas tecnocráticas» y contra quienes gobernaron «con planillas de cálculo». Pareciera que este tipo de intervenciones son más pour la galerie, sobre todo si tenemos en cuenta que esto último intentó ser una mención indirecta al gobierno de Macri, que lejos de una utopía tecnócrata llevó a cabo una gestión sumamente ideologizada en la que se hizo alarde de la «desaparición de los instrumentos de regulación», como el propio Fernández dijo al principio de su discurso. Hablar de gobierno de CEOs como la contracara de un «gobierno de científicos» y plantear al mismo tiempo que el gobierno de Macri tuvo una vocación tecnocrática, constituye una contradicción en sí misma.

Estos vaivenes son propios de la situación en la que se encuentra Fernández. El presidente debe hacer equilibrio en una delgada línea entre su impronta de gobierno centrista y plural que lo llevó a una contundente victoria electoral y el discurso más «duro» del kirchnerismo, para lo cual debe diferenciarse de esa experiencia de gobierno. Pero a la vez debe contener al electorado que le aportó su compañera de fórmula. En ese sentido, dedicó parte de su discurso a hacer una oda al equilibrio: «poner a la Argentina de pie requiere que reconozcamos la importancia del equilibrio. Del equilibrio económico, social, ecológico, federal. Vengo a proponer que reconstruyamos los equilibrios que nunca debimos perder. El equilibrio no es neutral ni indiferente. El equilibrio es restablecer prioridades». Por otra parte, pronunció una frase creativa y resonante que marcó el espíritu de su discurso: «la verdad es sinfónica, compuesta de voces, intereses y miradas diversas». En lo concreto, reflejó este espíritu en la creación de varios consejos consultivos de políticas públicas, siendo el más destacado el «Consejo Económico y Social para el Desarrollo Argentino», que haga del «renunciamiento y del acuerdo esa mejor democracia que aún nos debemos».

Si bien la vocación de pluralismo es sin dudas sumamente virtuosa, presenta algunos riesgos sobre los que se debe prestar mucha atención. Coordinar diferentes sectores políticos con peso y agenda propia implica necesariamente resignar decisionismo, lo que puede llevar a un problema que se vio reflejado en el discurso de Fernández: mucha sensatez, pero poca sustancia. Especialmente en materia económica, se plantearon objetivos muy salomónicos como el desarrollo, el empleo o el impulso a las Pymes, pero sin especificar ningún plan productivo, manejo del presupuesto ni dando datos concretos sobre el estado de la negociación de la deuda.

Donde sí hubo una agenda programática más fuerte fue en temáticas relacionados con los derechos humanos y civiles. Fernández presentó una detallada y completa propuesta de reforma de la Justicia Federal que apunta a democratizarla, volverla más eficiente y transparente, así como también importantes medidas en relación a los servicios de inteligencia sintetizadas a la perfección en una frase: «tenemos la decisión irreversible de terminar para siempre con los sótanos de la democracia».

Para terminar, el clímax indiscutido de su discurso medido por la cantidad de aplausos, arengas y emociones fue cuando se refirió a un paquete de medidas relativas a la agenda de géneros, y en particular cuando anunció que enviará al Congreso el proyecto de legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. La lucha por el aborto legal en Argentina data de varios años en el movimiento feminista y esta sería la primera vez que un presidente toma esta reivindicación e impulsa un proyecto de ley en el Congreso. El abordaje del tema fue bastante completo: habló de la libertad de las personas a disponer de sus cuerpos, del desamparo de quiénes abortan en la clandestinidad, de la educación sexual integral y, para compensar a quienes no apoyan esta reforma, anunció que se enviará también un proyecto de ley que instaure el «Plan de los 1000 días» para garantizar la atención y el cuidado integral de la vida y de la salud de la mujer embarazada y de sus hijos o hijas los primeros años de vida.

Es muy probable que la agenda de derechos civiles y la negociación de la deuda sean los tópicos sobre los que se centre la épica del relato de gobierno de Fernández durante este año, mientras que para los resultados económicos en clave de producción y crecimiento se deba esperar un poco más. De todas formas, es pertinente rescatar la intención del gobierno de transmitir tranquilidad, sobriedad, conciliación y pluralismo de cara a los difíciles desafíos que atraviesa Argentina.



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