Tema central
NUSO Nº 311 / Mayo - Junio 2024

«Buena comida»: concepción, cultura y práctica

Los platos de comida contienen no solo alimentos sino también las relaciones sociales bajo las cuales se produjeron. En un mundo dominado por el agronegocio y la producción de ultraprocesados, este artículo revisita algunas iniciativas emblemáticas de producción agroecológica en Brasil.

<p>«Buena comida»: concepción, cultura y práctica</p>

Cuestiones preliminares

Los alimentos son una condición para la vida y una parte de nuestra relación con la naturaleza, tal como el aire que respiramos y el agua que bebemos. Y es también de la naturaleza de donde extraemos todos los demás elementos que condicionan la vida, como la energía, el abrigo (habitación y vestimenta), nuestros instrumentos, medicinas y demás. Vivimos dependientes de todos los otros seres vivos y de la integridad de los sistemas ecológicos que conforman el planeta Tierra. Intrínseca a la vida, sobre nuestra relación humana con la naturaleza y social entre grupos e individuos se construyó y se construye la historia humana. La primera y radical transformación estructural en nuestra relación con ella y en nuestra base de vida fue el pasaje de recolectores a cazadores y agricultores, unos 12.000 años atrás. Pasamos a formar sociedades sedentarias y a jerarquizarnos a través de la división del trabajo, las relaciones de producción y explotación, las clases sociales y las estructuras de poder y dominación1. Pero seguimos dependiendo de la integridad de los sistemas ecológicos naturales para vivir. 

Los alimentos están íntimamente vinculados al modo en que se organizan las sociedades. El conocimiento y la tecnología que adoptamos y desarrollamos para generar los productos alimenticios, procesarlos y distribuirlos se han ido complejizando cada vez más. Lo que llega a nuestros platos de comida depende, en suma, de muchos factores y procesos sociales, de la cultura alimenticia y del acceso a los productos que la integran, además de las particularidades y los secretos culinarios propios de nuestros modos de preparar y cocinar. En mi época de profesor de Sociología, siempre utilizaba el plato de comida para descifrar el trabajo y las relaciones sociales invisibles que contenía. Quién producía los productos básicos, dónde y en qué condiciones, qué estructura social les daba forma, matizada por la tradición local o regional, incluso el nivel de ingresos para acceder a ellos, así como la división del trabajo en el seno de las familias para prepararlos, con las mujeres trabajando generalmente a doble jornada. El hambre y la miseria que obstruye el acceso a los alimentos básicos se vuelven de algún modo visibles en el propio plato. Además de estas cuestiones, la naturaleza aparece en el plato como la base indispensable para disponer de alimentos, aunque estén ultraprocesados por la industria alimentaria en la cadena del agronegocio. En paralelo, el hambre es un flagelo que mata y produce tragedias, guerras, grandes migraciones. Provocar el hambre a un pueblo sigue siendo hoy una táctica de guerra, un arma capaz de forzar la rendición del adversario y hasta de exterminarlo. El hambre es una realidad para más de 700 millones de personas en el mundo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (fao, por sus siglas en inglés). Y esto no se debe a la escasez de comida, sino a las relaciones que regulan la sociedad. 

No se puede negar que los alimentos constituyen un derecho humano esencial. Pero, como ocurre con todos los derechos, dependen de estructuras, relaciones y procesos sociales, culturales, económicos y políticos. Alrededor de los alimentos se desplegaron concepciones y creencias, preceptos religiosos, valores y principios, festividades y encuentros, y con ello, una poderosa y diversificada cultura alimentaria acerca de qué comer y cómo comer. Surgieron movimientos campesinos y luchas por la tierra y los modos de producir y trabajarla. Y hoy vemos cómo surgen nuevos movimientos sociales que alzan banderas de lucha por la alimentación desde la perspectiva de la salud y la nutrición, con propuestas para limitar o eliminar los agrotóxicos en la producción agrícola. La contaminación del agua y su consumo desmedido son otros grandes problemas de salud colectiva, dado que se trata de un bien indispensable para toda vida, humana y no humana.

Teniendo en cuenta la centralidad e importancia de los alimentos en nuestra vida, combinada con las luchas en torno de ellos, se forjaron distintas nociones políticas como la de seguridad alimentaria, instancia en que la intervención de los Estados es cada vez más requerida, aun en el contexto actual de globalización capitalista y predominio de políticas de libre mercado. El reclamo social por políticas regulatorias más favorables a los agricultores es igualmente una constante. Recuerdo, por ejemplo, la enorme movilización campesina alrededor de Nueva Delhi, en India, que se llevó a cabo pocos años atrás contra la política de Narendra Modi. Otro suceso más reciente, destacado en los noticieros de todo el mundo, fue el bloqueo de rutas y accesos a ciudades que protagonizaron los agricultores con sus tractores en los principales países de la Unión Europea, en demanda de cambios en las políticas para su sector. 

A los movimientos sociales vinculados a la cuestión alimentaria les debemos la redefinición y la ampliación de conceptos básicos de cara a políticas alimentarias. Podemos destacar la contribución de Vía Campesina –la mayor red de campesinos del mundo, surgida en la década de 1990– en el concepto ampliado de soberanía y seguridad alimentaria. Y, a partir de los movimientos que vinculan salud y alimentación, el concepto más integrador de soberanía y seguridad alimentaria y nutricional

Esta ampliación conceptual pone de manifiesto la importancia estratégica de los alimentos para la vida. Al mismo tiempo, incorpora al debate de la sustentabilidad la dimensión de la diversidad alimentaria y su vínculo con los territorios de vida, esgrimida por los movimientos en contra de los paquetes de alimentos del complejo agroindustrial y los supermercados. Creo que la producción de «buena comida», proveniente de grupos y redes agroecológicos, sintetiza estas cuestiones remarcando las luchas por la tierra y por un modelo de producción alternativo al agronegocio dominante.

Este artículo se propone plantear algunos análisis y cuestiones sobre la búsqueda de soberanía y seguridad alimentaria y nutricional, partiendo de la evaluación de iniciativas de grupos y redes agroecológicos de Brasil y abordando algunos ejemplos emblemáticos.

Concepciones y principios sobre la producción de «buena comida»

Este análisis toma como referencia una concepción de transformación democrática ecosocial frente a la destrucción de la integridad de los sistemas ecológicos, la explotación, la exclusión y el dominio, en especial en el Sur global, del capitalismo y sus dogmas de preponderancia del interés privado y del libre mercado, en beneficio de la acumulación sin límites por parte de las grandes corporaciones económicas y financieras. Inspirándose en las resistencias desde territorios de las grandes periferias urbanas y rurales, es posible construir «otro mundo»2, pero necesitamos evaluar el potencial de tales resistencias y, sobre todo, empoderarlas. Se trata de aprender con ellas los modos de avanzar en la búsqueda de derechos igualitarios de ciudadanía en la diversidad y los modos de establecer relaciones con la Madre Tierra, que es la que nos permite vivir, respetando la integridad de los sistemas ecológicos y defendiendo las condiciones básicas del vivir en colectividad3.En las distintas experiencias de redes de agroecología existentes en Brasil puede observarse cómo se integran los principios éticos de una economía ecosocial democrática que, en lo tocante a la agricultura, se orienta hacia la producción de «buena comida». Tales principios son, en lo fundamental, el cuidado, la convivencia y el compartir entre las familias e individuos participantes, en la comunidad de la que forman parte, y con las potencialidades y especificidades propias del territorio que ocupan. Puede parecer una abstracción, y muchas veces los mismos sujetos participantes así lo expresan. Sin embargo, todo esto se revela en la práctica. Son estos los principios que nos brindan un criterio de comparación entre experiencias agroecológicas, puesto que son abarcadores, tanto del origen, la historia y la composición del grupo como de los territorios en que se desarrolla la producción de alimentos. Vale agregar que hablamos de alimentos para las familias integrantes y para comercialización o intercambio de los excedentes en el mercado local y regional, atendiendo a la demanda de la cultura alimentaria local. Pese a que los principios señalados valen para todos los grupos y redes, existen muchas especificidades que escapan a ellos. No es posible abordar aquí tales especificidades, que son de suma importancia, dado que el origen de cada grupo, su historia, su tamaño y la dinámica natural del territorio que ocupan son pilares sobre los que se despliega mucha creatividad particular respecto de los modos de cuidar, convivir y compartir. De todas maneras, cuando más adelante abordemos algunos casos concretos de producción de «buena comida», será posible destacar algunos aspectos específicos.

Al analizar la producción de «buena comida», nos encontramos con una cuestión inevitable: diversidad versus homogeneidad. Por definición, la agroecología es un modo de afirmar que la vida, y con ella la agricultura para alimentar la vida, se abren a una enorme diversidad de relaciones con la naturaleza: vegetales y animales son diversos, las potencialidades intrínsecas de un territorio u otro son diversas, el clima, el régimen de lluvias y la disponibilidad de agua son diversos. La homogeneidad es propia del modo de producción de los agronegocios, centrado en unos pocos productos y animales de alto rendimiento, sobre vastas áreas. Los agronegocios siguen un modelo fabril en la producción agrícola y animal, ignorando las especificidades locales, buscando productos lo más homogéneos posibles para abastecer grandes mercados. Esta es la peor opción productiva para las plantas, los animales, las personas implicadas y sus derechos y, en definitiva, para el planeta. Los agronegocios no valoran la diversidad, puesto que producen mercaderías, grandes cantidades de commodities seleccionados de acuerdo con la demanda de materias primas en grandes mercados. Con abonos químicos, plantas transgénicas y agrotóxicos, los agronegocios apuntan a protegerse de la diversidad ecológica de los territorios que usan. Fuerzan la adaptación de especies y atacan al medio ambiente contaminándolo. Una planta exótica como la soja, que además es transgénica, trasladada a los grandes biomas del Cerrado y de la Amazonia, solo es productiva si el proceso empleado para cultivarla ataca y se defiende de la dinámica ecosocial local, deforestando grandes extensiones en lugar de integrarse a ellas. Por lo demás, en un país como Brasil, el grueso de las emisiones de gases de efecto invernadero, que producen el cambio climático, surgen de los agronegocios y su transformación del uso de la tierra y abarcan 75% del total4.Los agronegocios niegan su origen como modernización capitalista del latifundio colonizador, expandiéndose y arrasando literalmente los terrenos por donde pasan, deforestando y expulsando a los habitantes, matándolos incluso, muchas veces con apoyo gubernamental contra poblaciones locales ya sea de pequeños agricultores, indígenas, quilombolas, comunidades pescadoras o recolectoras de productos de la selva. Los agronegocios destruyen y matan, contaminan el agua, producen intensivamente unas pocas mercaderías en cantidades enormes, todo ello en nombre del «mantra del desarrollo»5. Pero ¿qué desarrollo? La agroecología regenera y busca por sobre todas las cosas la soberanía y seguridad alimentaria y nutricional, trabajando con cuidado y respeto el territorio ocupado, con plantas nativas y adaptadas, y produciendo según las necesidades de quienes producen, según las familias y la comunidad. La agroecología se compromete en la producción de «buena comida», para la familia de agricultores y para el conjunto comunitario. Por supuesto que todo esto hace a distintas concepciones en disputa. En Brasil circula un spot publicitario de los agronegocios que es revelador: «El agro es tech, el agro es pop, el agro es todo». ¿En serio es todo? No es más que un desarrollo capitalista que sigue colonizando el Brasil profundo, invadiendo áreas protegidas o de pueblos originarios, deforestando y contaminando aguas, muchas veces con formas de trabajo que se emparentan con la esclavitud. En este sentido, entre agroecología y agronegocios existe una profunda contradicción de miradas, valores y principios, de cultura y de modos de vida. Esto se refleja en la política nacional. Hoy los agronegocios, con sus exportaciones libres de impuestos, se volvieron fundamentales para el equilibrio de las relaciones comerciales entre Brasil y el mundo. Por si fuera poco, existe en el Congreso la llamada «bancada del agronegocio», que condiciona, amenaza y ejerce presión constante sobre la democracia, puesto que sus objetivos no contemplan valores ni derechos democráticos y de inclusión social, sino tan solo intereses privados de acumulación contra la sociedad como un todo.

Cultura alimentaria

Otro aspecto a profundizar se vincula con la cuestión de la cultura alimentaria. No se trata de poner en duda las conclusiones «científicas» acerca del valor en la composición de los alimentos, sus calorías, proteínas y micronutrientes, en relación con los parámetros fundamentales de la medicina y el nutricionismo. Probablemente, las comunidades implicadas en la producción de los alimentos que conforman la «buena comida» no tengan noción de tales parámetros. La vida fue la que les transmitió un saber fundamental: «buena» es aquella comida que esas personas sienten que necesitan y que son capaces de producir. No hay que olvidar la sabiduría de los pueblos indígenas tradicionales y las comunidades quilombolas y campesinas incluso acerca del poder medicinal de las plantas, en saberes que se transmiten de una generación a otra. Lo increíble es que muchos laboratorios farmacéuticos salgan a la caza de esas plantas y productos, descifren sus adn y los patenten como propiedad intelectual suya, y que expropien así el saber tradicional e histórico de los pueblos de la selva, los ríos y los campos. La agroecología busca justamente valorizar esos saberes y sus bases, con una visión más holística sobre el significado y el rol central de la cultura alimentaria, desarrollada a través del tiempo y las generaciones, y que hoy se nos revela como una alternativa paradigmática concreta. No es una opción única, ni es un modelo impuesto desde arriba. En una democracia ecosocial transformadora e intensa, la diversidad es fundamental, claro que sobre la base de una igualdad de derechos. O sea, no será multiplicando lo que es homogéneo y pobre en nutrientes como construiremos otro mundo y haremos frente a la grave crisis climática, así como a la miseria y el hambre estructurales que prevalecen en muchos pueblos del Sur global. En términos de paradigma, concuerdo con lo que viene proponiéndose desde la red del Tejido Global de Alternativas6. Es desde los territorios locales, cuidando, conviviendo y compartiendo según las posibilidades de las comunidades y de los territorios en que vivimos, como podremos enfrentar y deconstruir la globalización capitalista al servicio de la acumulación y contraria a la gente y la naturaleza.

En la cultura alimentaria brasileña tenemos algo que es casi un símbolo nacional: el plato de feijão con arroz. Es la comida básica desde el norte hasta el sur. En su composición sencilla ofrece, según los nutricionistas, lo esencial para vivir. Sin embargo, viene perdiendo espacio en el menú popular, lo que es lamentable. Hay que reconocer que, además de la introducción y la publicidad de otros productos, influye el precio: el feijão con arroz dejó de ser competitivo frente a muchos de los alimentos ultraprocesados de los agronegocios, instalados con todo el aparato publicitario. Los agronegocios no producen feijão; producen soja, maíz y azúcar, carne vacuna, porcina y de aves alimentadas exclusivamente con soja y maíz, en un proceso nada natural. Los pollos que nos venden –que como mucho llegaron a vivir 45 días– 70 años atrás serían apenas polluelos que estaban comenzando a madurar en el fondo de la casa de mi madre. Definitivamente, nadie puede decir que eso es «buena comida».

De los componentes del feijão con arroz, el segundo es parte importante de los agronegocios. Sin embargo, es digno de celebrar que el mayor productor de arroz orgánico en América Latina sea el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (mst), pese a que su producción es aún insuficiente para atender la enorme demanda de arroz en Brasil, de millones de toneladas para consumo local7. En cuanto al feijão, sigue siendo esencialmente un producto de la agricultura familiar. Como el feijão con arroz lleva también harina de mandioca, ahí tenemos otro gran producto popular de origen indígena, quilombola y campesino. Claro que en su producción ingresan intermediarios, pero no son los agronegocios clásicos.

En esta situación, lo imprescindible para vivir –la comida como vida– aparece como algo esencial por rescatar, como una cuestión de democracia ecosocial prioritaria. No se limita a ella, pero es el fundamento de la cultura misma, en la que alimento es sinónimo de fiesta y celebración. En esto radica algo central de la cultura alimentaria. Son tantas las dimensiones de la cultura alimentaria que incluso se entretejen con la identidad más fuerte de toda una región, como ocurre por ejemplo con la yerba mate, vinculada al territorio guaraní desde antes de la conquista colonizadora y que echó raíces profundas en la cultura de los mismos colonizadores en Paraguay, Uruguay, Argentina y el sur de Brasil. ¿Cuántas plantaciones nativas de yerba mate fueron sacrificadas con la expansión sojera y maicera del agronegocio? Por su parte, la tapioca y el queso cuajado (queijo coalho) del Nordeste brasileño no tienen sustituto en la producción del agronegocio, como tampoco, felizmente, la moqueca de pescado.

En un anterior posteo de blog destaqué la aventura vivida por cuatro criaturas indígenas que sobrevivieron a la caída de una avioneta en la Amazonia colombiana. Su madre y el resto de los adultos de la tripulación fallecieron. Solo sobrevivieron esos niños. La «guardiana» fue una muchachita de apenas 13 años, y uno de los pequeños era aún bebé. Fue la sabiduría alimentaria indígena, de la cual la adolescente estaba imbuida por la cultura del grupo en que había nacido y crecido, lo que hizo que ella pudiera cuidar de todos durante largas semanas hasta que fueron rescatados. Podría decirse que la muchacha es una heroína. Ella sabía reconocer y hallar el agua «buena para beber» en la zona, sabía qué podían comer sin preparación y cómo proteger a sus hermanos y a sí misma. He ahí una demostración concreta de que el medio ambiente no es hostil. La muchacha salvó su vida y las de sus hermanos menores por estar iniciada en la potente cultura alimentaria indígena y adaptada al bioma, al territorio y a su dinámica8. Esas son las prácticas que inspiran a la agroecología en su búsqueda de «buena comida» y «buen vivir».

«Buena comida» y prácticas de redes agroecológicas en Brasil

La práctica agroecológica es una forma de resistencia frente a los agronegocios dominantes en Brasil, considerados como el gran «éxito» de la economía capitalista actual. Es imposible pensar y evaluar las prácticas agroecológicas por fuera de un proceso económico contradictorio en el que los pueblos de las «selvas, ríos y campos» viven y producen para el buen vivir de sus familias y comunidades, al tiempo que están constantemente amenazados por la expansión del agronegocio. Por una cuestión de seguridad y resistencia frente a esa expansión, prácticamente todas las iniciativas de agroecología precisan organizarse en redes para fortalecerse. Constituir redes territoriales de agroecología9 es fundamental para proteger tanto la propia diversidad entre los participantes como la biodiversidad natural. Es algo que se revela esencial para el intercambio de saberes y de semillas de plantas originarias o adaptadas a los territorios ocupados. Por otro lado, las redes territoriales de agroecología se convierten en una necesidad estratégica que abriga activamente a las ciudadanías locales y regionales en defensa de sus derechos, los cuales van mucho más allá de la producción sustentable de alimentos. En ellas siempre es una prioridad garantizar el derecho a la tierra tradicionalmente ocupada, junto con el reconocimiento de sus integrantes como titulares de los mismos derechos de ciudadanía que otros dentro de la diversidad de la sociedad como un todo, sin que esto afecte el merecimiento de políticas públicas específicas que empoderen a sus comunidades. Destaco aquí las especificidades de dos grandes iniciativas emblemáticas de redes territoriales de agroecología en Brasil, articuladas en cierto modo entre sí, pero distintas una de otra. Una, de carácter nacional, es el mst. La otra, la Articulación Semiárido Brasileño (asa), agrupa a movimientos sociales y entidades de la sociedad civil (ong) con actuación predominantemente regional en el Nordeste brasileño. Adopción de la práctica agroecológica en asentamientos de reforma agraria del mst, en diferentes regiones de Brasil

El mst surgió en la década de 1980, agrupando diversas resistencias de campesinos que venían perdiendo sus tierras a causa de grandes obras como la central hidroeléctrica de Itaipú –que expulsó a cerca de 70.000 familias agricultoras con una indemnización mísera– y que afrontaban la amenaza de otros emprendimientos anunciados por la dictadura militar. Todo en nombre del famoso «desarrollo». Al mismo tiempo, comenzaban entonces a aflorar las luchas de resistencia frente a la expansión del emergente mundo del agronegocio en la región sur de Brasil, una expansión respaldada por medidas de la dictadura en sus avanzadas de ocupación de tierras y expulsión de familias. Emblema de la lucha fue la ocupación que hicieron los sin tierra del área pública de las haciendas Macali y Brilhante (en Ronda Alta, Rio Grande do Sul), cedidas de manera ilegal a un gran productor en la década de 1960. La pelea dada por los sin tierra derivó en el enorme acampe que montaron en la «Encruzilhada Natalino», que logró repercusión nacional y mundial. La ocupación de latifundios con acampes provisorios se convirtió en la principal forma de lucha en favor de una reforma agraria que desplegó el mst. El movimiento se constituyó formalmente con ese nombre en 1984, 40 años atrás10. Y desde entonces pasó a ser una referencia nacional para las distintas luchas por la tierra que surgieron en Brasil.

La ocupación masiva de latifundios improductivos en reclamo de una reforma agraria devino la principal estrategia de lucha del mst, más aún a partir del establecimiento, en la Constitución democrática de 1988, del principio de función social de la tierra, que permitía expropiar a quien no se ocupase de ella. Las ocupaciones se volvieron masivas, en una verdadera «ola». El movimiento contaba con el apoyo firme de la Comisión Pastoral de la Tierra (cpt), del nuevo sindicalismo y de distintas agrupaciones políticas, entre ellas el emergente Partido de los Trabajadores (pt). Desde sus comienzos, el mst adoptó una estrategia educativa de formación de la masa de los sin tierra, por medio de prácticas de educación popular emancipatoria inspiradas en Paulo Freire. Más tarde creó su propia escuela, el Instituto Florestan Fernandes, en el estado de San Pablo, cuya construcción se inició en el año 2000 y se llevó a cabo íntegramente con brigadas de militantes sociales. El objetivo del Instituto es dar cursos de formación a los miembros del mst y de entidades afines. Es un ícono del movimiento hasta hoy, un ejemplo en la historia brasileña. En cualquier lugar del mundo, la reforma agraria depende de la acción campesina. Pero a la vez, para materializarse, depende de la acción política del Estado, que expropie latifundios en favor de la reforma y asiente familias en las tierras liberadas. A este derecho solo se accede mediante la lucha. La fuerza de las Ligas Campesinas en los años 50 y 60 instigó el golpe militar y la dictadura de 1964-1985. Dada la gravedad de la cuestión agraria, la dictadura buscó una alternativa con la «colonización» de la Amazonia, y a este fin creó la Autopista Transamazónica, verdadera conquista colonial contra las poblaciones indígenas y tradicionales de la región. Muchas familias fueron desplazadas por los militares y reasentadas en la Amazonia. Allí también acabó formándose un poderoso movimiento de sindicalismo campesino que adhirió al mst. La dictadura, por lo demás, fue también la promotora del agronegocio, primero en el bioma nordestino del Cerrado y, a partir de allí, en una onda que sigue expandiéndose en la actualidad y que ya penetra el sur amazónico. El hecho es que, así como en las ciudades fue fundamental para la lucha por la democratización el nuevo sindicalismo, sobre todo de los metalúrgicos y su líder Luiz Inácio Lula da Silva, el mst lo fue desde el campo. Pero la lucha por la reforma agraria encontró más resistencia, dado el poder de los latifundios. Tuvo que ocurrir la horrenda masacre de sin tierras por parte de la Policía Militar en Eldorado do Carajás, estado de Pará, para que el gobierno de Fernando Henrique Cardoso decidiera relanzar el Ministerio de Reforma Agraria y recuperar y asentar familias en áreas hasta entonces ocupadas por latifundistas. Hoy, según cálculos aproximados, son más de 450.000 las familias asentadas, que forman cerca de 160 cooperativas, 120 agroindustrias y 1.900 asociaciones, según datos del mst en 202311. Y hay entre 80.000 y 100.000 familias a la espera de ser asentadas.

En Brasil, unos 30 millones de personas solo acceden a alimento por medio del subsidio Bolsa Família. Si sumamos toda la gente que sufre inseguridad alimentaria, el número sobrepasa los 60 millones de personas12. En la cuestión del hambre participan muchas variables, como la escandalosa concentración de la renta, el desempleo y la enorme favelización. Pero, sin duda, la reforma agraria para un Brasil sin hambre es una bandera fundamental. No es cuestión de «colonizar» nuevas áreas y deforestar. Se trata más bien de redistribuir lo concentrado y muchas veces mantenido como área de reserva en las propiedades de los grandes latifundistas ganaderos extensivos o productores intensivos de soja, maíz y azúcar, destructores de los distintos sistemas ecológicos en un territorio inmenso que debemos, como brasileños, cuidar y preservar en su integridad. Pese al tamaño del país, la reforma agraria es una de las cuestiones estructurales más difíciles de encarar. El poder político de los «dueños de la tierra y la gente» es un obstáculo central para la democratización del país y para el logro de una soberanía y seguridad alimentaria y nutricional.

Algo central para el mst fue encontrar los modos de hacer viable la producción agrícola de las familias asentadas a fin de que estas se asegurasen los medios de vida. No es posible entrar en detalles aquí, pero fue entonces cuando la producción agroecológica ingresó como una alternativa productiva13. El mismo mst transformó sus principios de producción agroecológica, adaptados a los diferentes biomas –puesto que como movimiento nacional está en todo el país– e hizo de esto su sello y su manera de mostrar que otro modo de producción y de calidad alimentaria –la «buena comida»– podía ser una estrategia de viabilización de la reforma agraria. Fue una transformación virtuosa y gigantesca, que cada vez más ciudadanías activas del campo y de las ciudades reconocen como una gran contribución democrática y política del mst.

La expresión «buena comida» entró en la estrategia del mst como un emblema. El movimiento abrió «almacenes de campo» en las ciudades más grandes, puntos de venta de sus productos y lugares donde encontrar semillas «criollas» orgánicas, estimulando la producción domiciliaria en los fondos de las viviendas en las periferias urbanas. Durante la pandemia de covid-19, el mst distribuyó en forma gratuita alimentos orgánicos en distintas áreas faveladas.

Sé que todas estas cuestiones ameritan un análisis más profundo. Lo cierto es que el mst se convirtió en uno de los principales actores del mundo agrario brasileño con la formación de redes territoriales agroecológicas, partiendo de los asentamientos de reforma agraria y en vistas a transformar la cultura alimentaria. Hoy está activo en todos los biomas de Brasil. Esto hace que deba lidiar con una enorme complejidad territorial, manteniendo la reforma agraria como bandera para una estrategia transformadora de la estructura latifundista dominante: es posible producir «buena comida» desde otra base.

asa y la «convivencia con el semiárido» en el Nordeste brasileño

La región semiárida brasileña comprende 969.589 kilómetros cuadrados, algo más de 11% del territorio nacional, atravesando todos los estados del Nordeste y el norte de Minas Gerais. Su característica es el predominio de la caatinga –uno de los seis biomas brasileños–, del clima árido y de biodiversidad típica, y con dos grandes cuencas (ríos San Francisco y Paraíba) a la vez que periodos recurrentes de sequía. La cuestión del acceso al agua en el ámbito rural, para consumo humano, de animales y para la producción agrícola, marca profundamente la historia del semiárido. También, producto de las sequías, de la pobreza y del hambre, el Nordeste rural es el área que gestó la mayor corriente migratoria hacia las ciudades de la región Sudeste, en especial en las décadas de expansión industrial urbana entre 1950 y 1980. En 2023, la zona rural del Nordeste albergaba a unos 14 millones de agricultores familiares. Es la mayor concentración de población rural del país, siempre amenazada por la pobreza y la miseria.

Debido a las sequías recurrentes, el principal desafío es el acceso al agua. El accionar público al respecto acompañó, grosso modo, los diferentes ciclos de desarrollo capitalista del país, en especial desde inicios del siglo xx, en 1909, cuando se creó el Departamento Nacional de Obras contra la Sequía (dnocs). Más tarde, a partir de la década de 1950, llegaron el Banco del Nordeste (bnb), la Superintendencia de Desarrollo del Nordeste (sudene) y la Compañía de Desarrollo del Valle de San Francisco y Paraíba (cidevasf). En las acciones gubernamentales hasta hoy siempre ha predominado un enfoque de «combate a la sequía», por medio de obras de infraestructura hídrica y construcción de reservorios acuíferos ubicados en puntos que favorecen ante todo a los latifundios de las oligarquías locales. Bajo el primer mandato de Lula da Silva se inició el monumental proyecto de «Transposición del Río San Francisco», bajo el mismo enfoque de combate a la sequía. Con el regreso de las grandes obras vinieron los perímetros de irrigación y la «modernización rural» a gusto de los agronegocios, con una producción homogénea para los «mercados». Para los millones de pequeños agricultores siguió quedando el penoso trabajo de buscar agua día tras día recorriendo largas distancias, labor muchas veces a cargo de niños y mujeres.

Con la redemocratización en la década de 1980 surgían y entraban en escena nuevos actores sociales en todo el país. Tras una sequía muy marcada en el Semiárido (la de 1992 y 1993), distintos sindicatos locales de trabajadores rurales, movimientos sociales, ong e iglesias identificadas con la Teología de la Liberación comenzaron a discutir y proponer alternativas frente a las políticas de «combate a la sequía», ejerciendo presión sobre el poder público y logrando cierta receptividad por parte del gobierno, que fue ampliándose desde entonces. En un clima de apertura a nuevas iniciativas, y en plena sequía, trabajadores rurales ocuparon la sudene. Allí se organizó el seminario «Acciones permanentes para el desarrollo del semiárido», del que participaron 300 entidades, en mayo de 1993, a la par que se creó el Fórum Nordeste con una nueva propuesta: «convivencia con la sequía».

En 1999 surge un documento fundacional, por así decirlo, de esta perspectiva: la «Declaración del Semiárido», producida por los nuevos actores sindicales, movimientos y organizaciones sociales y entidades religiosas, bajo la idea rectora de que era posible adaptarse a la sequía en lugar de combatirla. La Declaración se hizo en el Fórum Paralelo durante la iii Conferencia de Naciones Unidas para el Combate a la Desertificación y la Mitigación de los Efectos de la Sequía, realizada en Recife, capital de Pernambuco en el Nordeste14. El documento constituyó el acto de creación del nuevo actor en red: la asa-Brasil, con su base de 700 entidades asociadas. Basada en la premisa de garantizar el acceso al agua con autonomía y de manera descentralizada, buscando la seguridad hídrica y alimentaria, la Articulación del Semiárido (asa) creó en 2000-2001 el programa p1mc –Un Millón de Cisternas– y firmó un convenio con el Ministerio de Medio Ambiente para implementarlo desde ese mismo momento. Consistía en instalar cisternas para recoger el agua de los tejados de las casas ante cada lluvia, construidas con técnicas simples y baratas, partiendo de las viviendas rurales y con el compromiso de alcanzar a todos los habitantes. Comenzaba así una etapa de acciones territoriales efectivas, con la instalación de esas cisternas según métodos y modos propuestos por la misma asa. Bajo el gobierno de Lula da Silva se dio una cooperación más firme entre las partes, y el gobierno canalizó su acción a través del Ministerio de Desarrollo Social. En 2007, la asa creó un segundo programa, el p1+2 (Una Tierra y Dos Aguas), y la propuesta de convivencia con la sequía pasó a incorporar dos cisternas: una para consumo humano y la otra para producción agrícola y ganadera. El financiamiento público se redujo durante el difícil segundo mandato de Dilma Rousseff, y más aún tras el golpe institucional de 2016. En el periodo posterior, hasta 2023, prácticamente no existió financiamiento del Estado.

El principio fundante de la «convivencia con la sequía» implica otra relación con la naturaleza, que ya no es vista como hostil, adversa o que debe ser «combatida». La idea de convivir apunta a una posibilidad de acceso y uso respetuoso de la integridad de los sistemas ecológicos. Una búsqueda de seguridad hídrica dentro de lo que el bioma y su sistema de aguas contienen y ofrecen, para crear formas adaptadas de vivir y producir en el territorio, recogiendo el agua –de forma descentralizada, con foco en cada familia– cuando esta es abundante, en la estación de lluvias, y conservándola para los tiempos en que es escasa, a la vez que se revalorizan las semillas nativas preparadas para tales condiciones hídricas, implementando principios de agroecología para generar seguridad alimentaria y nutricional y para, a través de excedentes de productos, intercambiar con otros bienes y servicios, participando y ejercitando una ciudadanía plena de derechos, en comunidad territorial y sobre la base de la cultura y la vida colectiva como un todo.

En cada bioma y territorio se presenta la misma cuestión: saber convivir con la naturaleza y respetar sus ritmos y posibilidades es el pilar de cualquier agricultura agroecológica y sustentable, y de sus bases democráticas ecosociales. La producción tecnológica adecuada para cada sistema natural está en el centro de la propuesta de «convivencia», lo que no significa, desde ya, prestar conformidad a las limitaciones generadoras de pobreza y exclusión, sino asegurar resiliencia y buscar posibilidades reales de bienestar y dignidad. De esta manera, cambia la mirada sobre el propio territorio: de «seco» pasa a ser un lugar lleno de vida y de posibilidades y formas de vivir.

El de asa es un caso emblemático de propuesta y acción ciudadana práctica y transformadora frente a una estructura agraria de procesos económicos socialmente excluyentes y ecológicamente destructivos. Su enfoque, que reemplaza el «combate» por la «convivencia», abre esperanzas para los excluidos de la región semiárida. Si existe un combate «bueno» por dar, es en el plano político, y la sequía misma, más que como una cuestión natural y climática, debe ser vista como un problema de dimensiones económicas, sociales y políticas por sobre todo.La metodología de producción de cisternas es, para asa, una propuesta de educación popular transformadora. Por naturaleza, es una cuestión metodológica de intercambio de saberes y prácticas, dialógica, capaz de vehiculizar transformaciones reales, comenzando por el estratégico acceso sustentable a ese recurso vital que es el agua, imprescindible para todas las formas de vida. No es solo un proyecto de instalación de cisternas, sino de fortalecimiento de la participación en los saberes sobre lo cotidiano y sobre la condición de los agricultores y agricultoras en las comunidades invisibilizadas del sertão semiárido.

La educación popular, con núcleos esparcidos por el territorio, marca el inicio de los proyectos desarrollados por asa. En paralelo se fue dando el despliegue de una práctica de comunicación popular en forma de red utilizando los medios más diversos, creando una base de participación comunicativa, sistematizando experiencias vividas, relatos, historias, conquistas... Hoy la red de comunicación de asa es un stock de memoria colectiva en construcción, fundamental para distintas investigaciones15. La organización y participación de la comunidad es condición del éxito de asa. Un trabajo educativo y práctico, donde la comunidad define las prioridades en la construcción efectiva de cisternas. Claro que esto requiere de capacitación técnica, para lo cual se comparten saberes prácticos, ya que entre otras cosas los agricultores tienen que convertirse en pedreros y obreros de la construcción. Esto permite dinamizar la economía local, sin depender de grandes empresas de construcción para instalar cisternas en el sertão. En los lugares más apartados del semiárido, con apoyo de entidades asociadas a asa, operan las redes territoriales de agroecología. Señalo dos grandes redes, particularmente impactantes, que a su vez son destacadas en un estudio reciente sobre la dinámica de las redes territoriales de agroecología (el Programa Ecoforte). Las que destaco son Sabor Natural do Sertão, en el noroeste de Bahía, y Bico Agroecológico, en el norte de Tocantins, ahí donde el Cerrado entra en transición con la Amazonia16.

Una conclusión provisoria

Los casos seleccionados y destacados como ejemplos –y que están lejos de representar toda la riqueza de experimentos agroecológicos territoriales en Brasil, ni hablar de los que son propios y tradicionales de los pueblos indígenas– muestran que sí es posible desarrollar una agricultura de base comunitaria y campesina para la soberanía y seguridad alimentaria y nutricional, tanto de las propias familias implicadas en la producción como de la población en su conjunto, con alimentos variados y ricos, basados en las especificidades y dinámicas ecológicas de los distintos biomas. Tal es el objetivo central de cara a la transformación de la lógica dominante de los agronegocios, colonizadora y destructora de los territorios en que se instala, del sur al norte, del este al oeste, poniendo en riesgo a millones que viven de lo que la tierra generosamente ofrece. En esa lógica de negocios solo cuenta que los productos sean pocos –commodities– y los beneficios sean enormes, y nunca está entre sus intereses la «buena comida», la celebración de la diversidad de formas de vivir ni la preservación de la integridad de los sistemas ecológicos. Solo les importa la comida que llevan a los grandes supermercados, acompañada de mucha publicidad, y que es la que lamentablemente come la mayoría de la población urbana17 (cuando sus ingresos se lo permiten), una comida sobre la que ninguna seguridad alimentaria y nutricional puede apoyarse, y en la que el interés de sus grandes productores es lucrar todo lo posible. Las experiencias agroecológicas rescatan saberes y prácticas que forman parte de una cultura y tienen una larga historia. Por eso es que se organizan actividades entre diferentes iniciativas para el intercambio de saberes y prácticas, así como se promueve la comprensión de distintas situaciones (y grupos y territorios) con sus virtudes en cada caso. El proceso contribuye a articular grandes movimientos sociales entre los «pueblos de selvas, ríos y campos» y procesos de democratización surgidos del seno de la sociedad, con articulaciones en ferias, encuentros y debates, como es el caso del reciente 12o Congreso Brasileño de Agroecología, realizado en Río de Janeiro entre el 20 y el 23 de noviembre de 2023. Vale recordar que esta organización en redes es la que genera las condiciones para participar de actos públicos regionales y nacionales y lograr representación en los espacios donde se deciden políticas públicas, en especial en los gobiernos del pt.

A la luz de tales concepciones es posible entender el empoderamiento de derechos y de ciudadanía que quienes participan experimentan por ser miembros de una red y de movimientos más grandes. Resisten mejor la embestida expansionista de los agronegocios y buscan involucrar a los gobiernos en políticas públicas que fortalezcan las bases comunes. La vigorosa crítica de estas redes, asociaciones y foros de agroecología contra los agronegocios se vuelve así un aprendizaje colectivo de las ciudadanías activas en la construcción de alternativas democráticas, partiendo siempre de una agricultura que no es productora de mercaderías sino de «buena comida».

Nota: traducción del portugués de Cristian De Nápoli.

  • 1.

    James Lovelock: «L’Homme et Gaïa» en Edward Goldsmith y Nicholas Hildyard: Rapport sur la Planète Terre, Stock, París, 1990, pp. 43-65.

  • 2.

    En sentido amplio, me refiero a lo que representó el Foro Social Mundial (FSM) en su origen, en 2001, del que participé como integrante de la alianza de movimientos y entidades del grupo organizador, hasta 2009.

  • 3.

    En el blog Sentidos e Rumos abordo con más profundidad esta cuestión y analizo casos concretos. V. https://sentidoserumos.blogspot.com/.

  • 4.

    Ellen Nemitz: «Energia limpa; a fragilidade dos ‘avanços brasileiros’» en O Eco, 25/1/2024.

  • 5.

    Sobre el «mantra del desarrollo» escribí y publiqué tres entradas en el blog Sentidos e Rumos, cit.

  • 6.

    Ashish Kothari y Shrishtee Bajpai: «Global Tapestry of Alternatives: Weaving Transformative Connection», Great Transition Iniciative, 11/2023.

  • 7.

    Según datos del Instituto Riograndense do Arroz (IRGA), en la cosecha 2022-2023 el mst produjo 3,2 millones de toneladas de arroz orgánico. Murilo Pajolla: «Amazônia fecha trimestre com segundo pior desmatamento desde 2008, diz Imazon» en Brasil de Fato, 20/4/2023.

  • 8.

    C. Grzybowski: «Cultura alimentar: base de resiliência e transformação ecossocial» en Sentidos e Rumos, 17/6/2023.

  • 9.

    Patrícia Fachim: «Redes de agroecologia como uma alternativa à agricultura industrial. Entrevista especial a Paulo Peterson», Instituto Humanitas Unisinos, 30/5/2018, disponible en www.ihu.unisinos.br/579458-redes-de-agroecologia....

  • 10.

    C. Grzybowski: Caminhos e descaminhos dos movimentos sociais no campo, Vozes / Fase, Río de Janeiro, 1987.

  • 11.

    V. mst.org.br/nossa-produção.

  • 12.

    La Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (penssan, por sus siglas en portugués) es una fuente alternativa de datos sobre este tema.

  • 13.

    Virgínia Mendonça Knabben: «A vitória da agroecologia nos 40 anos do MST», MST, 24/1/2024.

  • 14.

    El grueso de esta información sobre la evolución de la «cuestión del agua» en el semiárido fue tomada del consistente artículo de Daniela Nogueira, Carolina Milhorance y Priscylla Mendes: «Do Programa Um Milhão de Cisternas ao Água para Todos: divergências políticas e bricolagem institucional na promoção do acesso à água no Semiárido brasileiro» en Ideas N° 15, 2020. Tb. Ghislaine Duque: «Agua para o desenvolvimento rural: a asa e os Programas p1m e p1+2» en Caria Grisa y Sergio Schneider (eds.): Políticas públicas de desenvolvimento rural no Brasil, Editora da UFRGS, Porto Alegre, 2015. El sitio web de asa es una fuente central, con aspectos esclarecedores de la evolución complementados con información actual. V. asabrasil.org.br.

  • 15.

    Silvio Caccia Bava: «Captação de água, construção de cidadania» en Le Monde Diplomatique Brasil, 5/12/2007.

  • 16.

    Claudia Jacob Schmitt et al.: Rede de agroecologia para o desenvolvimento. Aprendizados do Programa Ecoforte, ANA, Río de Janeiro, 2020.

  • 17.

    Recordemos que, según el censo de 2022, la población brasileña es de 203 millones de personas, 84,72% urbana y 15,6% rural.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 311, Mayo - Junio 2024, ISSN: 0251-3552


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