El trabajo y el fin del fin de la historia
Nueva Sociedad 311 / Mayo - Junio 2024
El renacimiento de las perspectivas del postrabajo ha tendido, sin embargo, a perder de vista el espectro completo del trabajo. Al considerarse casi exclusivamente el trabajo asalariado y, sobre todo, en las industrias y los empleos dominados por hombres, se piensa en robots invadiendo fábricas, depósitos y oficinas, pero nunca hospitales, hogares de ancianos o guarderías. ¿Cómo cambiar esta perspectiva, habida cuenta del creciente peso del trabajo de cuidados?
Tras la caída de la Unión Soviética, y hasta la crisis financiera internacional de 2008, el capitalismo parecía haber «ganado». Habíamos llegado al fin de la historia y una cierta inflexión del capitalismo democrático liberal era considerada ahora la infranqueable cúspide de la organización social. Incluso la izquierda anticapitalista en gran parte se contentó con señalar los defectos del capitalismo, dejando a un lado la especulación poscapitalista1. El crac de 2008 alteró este consenso establecido. De repente, el realismo capitalista ya no parecía tan intachable2. En su estela ha dejado una creciente austeridad, miseria, desigualdad y sufrimiento, pero también nuevos espacios de esperanza, optimismo y determinación. Han florecido la imaginación y la reflexión sobre la forma que podría adoptar un futuro poscapitalista. Los proyectos ecosocialistas –que apuntan a la sustentabilidad, al fin del fetiche del pib y a un replanteamiento del lujo– tuvieron un desarrollo considerable en los últimos años3. Ideas de un socialismo digital y cooperativas de plataformas han proliferado como alternativas a nuestro capitalismo de plataformas4. Se han vuelto a debatir los límites y las posibilidades de la planificación económica5. Y se produjo un retorno a los principios comunistas originarios, con una serie de trabajos que reflexionan sobre los fracasos del siglo xx y las posibilidades del comunismo en la práctica6. Una de las vertientes más destacadas de este giro general orientado hacia el futuro fue la aparición de proyectos en torno del fin del trabajo, esto es, proyectos que ven el trabajo como algo que debe ser reducido al mínimo. No cabe duda de que el trabajo contemporáneo, incluso en las regiones relativamente privilegiadas del Norte global, es cada vez más intenso, poco gratificante y precario7. Así, mientras que algunos creen que el objetivo debería ser mejorar las condiciones de trabajo y crear empleos dignos8, para los pensadores del postrabajo esto sigue siendo insuficiente. Los problemas del trabajo no residen solo en su encarnación contemporánea, sino también en su forma general capitalista. El trabajo, entendido como trabajo asalariado, no es libre en un doble sentido. Vemos esto de manera más evidente en las formas cotidianas de sujeción que los trabajadores experimentan durante su tiempo en el trabajo (y, de manera creciente, fuera de él). El trabajo asalariado supone la venta de una parte considerable de nuestro tiempo a personas u organizaciones, que tienen entonces un gran control sobre nosotros9. En diciembre de 2021, por ejemplo, seis trabajadores de Amazon murieron cuando el depósito en el que desarrollaban sus tareas colapsó durante un tornado, luego de que la gerencia los obligara a continuar trabajando hasta último momento10. No sorprende, pues, que los laboristas republicanos del siglo xix calificaran de «esclavitud asalariada» las nuevas formas de dependencia del mercado, invocando y ampliando deliberadamente las nociones de esclavitud que eran marcas distintivas de la época11. Más allá de la dominación personal ejercida por los gerentes y los jefes, la falta de libertad del trabajo asalariado se funda también en la dominación impersonal que ejercen los imperativos del capitalismo12. Para la inmensa mayoría de la humanidad, esto se traduce en el hecho de que someternos al trabajo asalariado es necesario para sobrevivir13. Estamos obligados a trabajar si queremos evitar la falta de vivienda, el hambre y la indigencia. El postrabajo parte de estas premisas –el trabajo asalariado no es libre en un doble sentido, independientemente de las condiciones laborales– y propone visiones de mundo alternativas que apuntan a la abolición de esta forma social14.
El reciente protagonismo de este proyecto se debe en gran parte a la ansiedad popular, alimentada por los medios, en relación con el futuro del trabajo. Muchos han pronosticado que una inevitable ola de automatización, basada en nuevas tecnologías como el aprendizaje automático, está destinada a inundar el mercado laboral y a reducir drásticamente la cantidad de puestos de trabajo disponibles para los humanos15. Sea cual fuere su grado de veracidad, estas predicciones han captado y a la vez generado una verdadera ansiedad en torno de la falta de empleos de calidad16. Mientras que los enfoques más ortodoxos han respondido mediante esfuerzos tendientes a la recualificación y la educación, y mediante iniciativas para crear «trabajo digno», el enfoque más radical del postrabajo ha consistido en rechazar de lleno la centralidad del trabajo. Los defensores del postrabajo asumen esta crisis percibida –la de la existencia de muy pocos empleos de calidad– y argumentan que debe constituir la base de un nuevo orden político y económico en el que todo el mundo vea reducido su trabajo y su dependencia del mercado. El trabajo, sugieren estos pensadores, debe ser planteado como un problema antes que como una solución, con lo cual debemos buscar emanciparnos de (y no a través de) nuestro trabajo. Las posiciones contemporáneas del postrabajo representan, así, una respuesta proactiva a la imaginación del fin de las culturas basadas en el trabajo. Se rehúsan a celebrar el trabajo mientras enfatizan las posibilidades que se abren cuando dejamos de hacer orbitar nuestras vidas y nuestras sociedades alrededor del trabajo asalariado.
Pero ¿qué es el trabajo?
El reciente renacimiento de las perspectivas del postrabajo ha tendido, sin embargo, a perder de vista el espectro completo del trabajo. En particular, el pensamiento del postrabajo se enfoca casi exclusivamente en el trabajo asalariado y, sobre todo, en las industrias y los empleos dominados por hombres. A raíz de ello, el trabajo de la reproducción social –que alimenta a los futuros trabajadores, regenera la fuerza de trabajo actual y mantiene a aquellos que no pueden trabajar, por lo que reproduce y sostiene las sociedades– es en gran medida desatendido en las especulaciones sobre el «fin del trabajo»17. Cuando el postrabajo imagina el fin del trabajo, normalmente visualiza robots invadiendo fábricas, depósitos y oficinas, pero nunca hospitales, hogares de ancianos o guarderías.
¿Por qué se pasa por alto este trabajo? En algunos casos, el trabajo reproductivo es sencillamente ignorado, por considerar que no es realmente trabajo. Esto es particularmente cierto en los casos en que las actividades involucradas no son remuneradas o tienen lugar en el ámbito de la familia. André Gorz, por ejemplo, sostiene que el objetivo del postrabajo no debería ser «liberar a la mujer de las actividades domésticas, sino ampliar la racionalidad no-económica de estas actividades más allá del hogar»18.
Estas ideas a menudo sustentan también el abordaje del trabajo asalariado: trabajos de cuidado feminizados como la enseñanza, el cuidado de niños y la enfermería se presentan como una vocación, cuyas recompensas deben considerarse algo separado o por fuera de todo beneficio económico. Se han realizado enormes esfuerzos por naturalizar este trabajo como una expresión de cualidades femeninas innatas, como el hecho de ser ama de casa o de tener un instinto maternal. Esto refuerza la idea de que el trabajo reproductivo es de algún modo especial y está más allá del alcance de las ambiciones del postrabajo. Es visto como un afecto autónomo, un esfuerzo que se hace por amor e incluso una resistencia poscapitalista19. La familia, asimismo, es entendida en general como un espacio de respiro frente al estrés y las presiones del mundo externo, y las relaciones íntimas en ella contenidas suelen ser consideradas un modelo para un mundo mejor. (No es casual que las empresas habitualmente quieran que los empleados se sientan como parte de «una gran familia»).
Otros pensadores, no obstante, reconocen el trabajo reproductivo como trabajo, pero sostienen que las ambiciones del postrabajo son sencillamente incompatibles con esta esfera de actividad. En las últimas décadas, los intentos de rechazar o reducir el trabajo reproductivo han sido considerados arrogantes, mal planteados e incluso poco éticos. Por ejemplo, la idea de disminuir el tiempo de trabajo mediante la automatización parece relativamente obvia cuando se trata de imaginar robots en fábricas, granjas, depósitos y oficinas. Solo sería cuestión de reemplazar a los humanos por máquinas y liberar así el tiempo para que aquellos florezcan. Pero ¿qué sucede cuando, como en el caso de muchos trabajos reproductivos, no es posible –o deseable– automatizar estas tareas? De hecho, un rasgo distintivo de gran parte de estos trabajos es su resistencia a los incrementos de productividad. La reducción de la jornada ¿no supondría meramente una disminución del cuidado, esto es, menos tiempo dedicado a cuidar de los demás, con lo que se perpetuaría y profundizaría el abandono que ya de por sí sienten muchos destinatarios del cuidado20? El hecho de que no haya respuestas simples a este tipo de preguntas ha llevado a muchos a creer que la única esperanza para el trabajo reproductivo es valorizarlo o celebrarlo, o –en el mejor de los casos– repartirlo de forma más equitativa entre la población21. Propuestas radicales previas contra el trabajo doméstico han caído en el olvido y al parecer nos encontramos en un callejón sin salida: el postrabajo no tiene nada que decir acerca de la organización del trabajo reproductivo.
Trabajar es cuidar, cuidar es trabajar
Y, sin embargo, el tiempo dedicado al trabajo reproductivo representa una parte inmensa y creciente en los países del capitalismo avanzado. En la economía formal, la reproducción social es una fuente importante de empleos. El Servicio Nacional de Salud (nhs, por su sigla en inglés) de Reino Unido, por ejemplo, es uno de los mayores empleadores del mundo, y para el año 2017 empleaba (directa e indirectamente) a cerca de 1,9 millones de personas22. En Suecia, tres de los cinco principales empleos están relacionados con el trabajo de cuidado y la educación23. En las últimas cinco décadas ha aumentado la proporción de empleos en los sectores de la salud, la educación, los servicios de alimentación, el alojamiento y la asistencia social. En Estados Unidos, por ejemplo, el trabajo de cuidado viene absorbiendo desde hace décadas un porcentaje cada vez mayor del crecimiento en los empleos de baja remuneración (y asciende a 74% hacia la década de 2000)24. En los países del g-7, los trabajos de reproducción social emplean a alrededor de una cuarta parte o más de la población activa. A modo de comparación, en su apogeo en la década de 1960, eeuu empleaba a 30% en el sector manufacturero. Si antes hablábamos de eeuu como una potencia manufacturera, hoy debemos hablar de economías centradas en la reproducción de sus fuerzas de trabajo25.
Esta tendencia no hará más que continuar, ya que el futuro del trabajo no es la programación, sino el cuidado: más una cuestión de alto contacto [high-touch] que de alta tecnología [high-tech]. Prácticamente todos los empleos de mayor crecimiento en eeuu giran en torno de las tareas de cocinar, limpiar y cuidar. Estos sectores generan casi la mitad de todos los nuevos puestos de trabajo. Tendencias similares se observan en el Reino Unido, donde, de nuevo, más de la mitad del total del crecimiento neto del empleo entre 2017 y 2027 se producirá en sectores como la salud, la limpieza y la educación26. Aunque muchas de las narrativas más visibles y culturalmente influyentes sobre el futuro del trabajo den por sentado que los sectores laborales dominantes serán altamente especializados, centrados en las competencias digitales y con salarios elevados, la realidad es que la mayoría de los trabajos del futuro probablemente no requerirán de una educación formal avanzada ni estarán bien remunerados. Por ejemplo, de las ocupaciones analizadas27, solo una tiende a pagar por encima del salario nacional promedio. La mayoría de los nuevos puestos de trabajo que se están creando no son para médicos o enfermeros certificados que recibirán salarios dignos, sino para auxiliares sanitarios a domicilio, trabajadores de la alimentación y conserjes. Un cuidador domiciliario que vive en la casa de aquellos a quienes brinda apoyo y asistencia, por ejemplo, puede esperar ganar aproximadamente lo mismo que un trabajador de una cadena de comida rápida28. Como están las cosas, es probable que este sea el futuro del trabajo.
Y esto solo si tenemos en cuenta el aspecto remunerado de la reproducción social. Hay, además, una gran cantidad de trabajo doméstico no remunerado que permanece en gran medida invisible a las agencias de estadística del Estado29. Esta opacidad tiene algunas consecuencias perversas: como señala Nancy Folbre, «si te casas con tu ama de llaves, bajas el pib. Si internas a tu madre en un geriátrico, aumentas el pib»30. Solo en los últimos años hemos empezado a sistematizar información que pueda arrojar algo de luz sobre el tamaño de este sector no remunerado31. Lo que se observa es que la cantidad de trabajo reproductivo no remunerado que se realiza en el hogar es inmensa. En el Reino Unido, en 2014 se dedicaron 8.100 millones de horas a trabajos de cuidado a largo plazo no remunerados32. Los estadounidenses pasaron 18.000 millones de horas no remuneradas tan solo cuidando de familiares con Alzheimer33. Y la Organización Internacional del Trabajo (oit) estima que en los 64 países sobre los cuales dispone de datos todos los días se dedican 16.400 millones de horas al trabajo no remunerado34. En general, la mayoría de los países dedicaron 45%-55% del total de su tiempo laboral al trabajo reproductivo no remunerado. Por donde se la mire, la reproducción social representa, por tanto, un sector importante y cada vez mayor de nuestras economías. Ignorarlo es ignorar una parte significativa del trabajo concreto que se realiza en las sociedades del capitalismo avanzado.
Después del trabajo
Entonces, ¿son las ideas del postrabajo irrelevantes para entender cómo debemos organizar el trabajo reproductivo? Nuestra sencilla propuesta es que el supuesto callejón sin salida entre este tipo de trabajo y las ambiciones del postrabajo no es el fin de la historia; antes bien, el proyecto del postrabajo, con las debidas modificaciones, tiene importantes contribuciones que hacer a nuestra comprensión de cómo podríamos llevar adelante esta organización. Y, a la inversa, el proyecto del postrabajo solo puede realizarse plenamente tomando en consideración esta enorme esfera de actividad.
Sin embargo, deben hacerse grandes esfuerzos si es que queremos desarrollar una perspectiva poslaboral sobre el trabajo reproductivo. Para empezar, los argumentos que motivan muchos aspectos de las perspectivas poslaborales contemporáneas –aquellos vinculados a la doble falta de libertad del trabajo– son válidos para el trabajo asalariado, pero no lo son de manera directa para el trabajo no remunerado, que constituye una porción importante de la reproducción social. Sin duda, una proporción cada vez mayor del trabajo reproductivo contemporáneo es realizado por trabajadores asalariados, y los argumentos de más arriba en favor del postrabajo son igualmente válidos en esos casos (quizá con el añadido de que el trabajo de cuidado es particularmente inadecuado para la racionalización capitalista). Pero la inmensa cantidad de trabajo no remunerado que supone la reproducción social en la actualidad exige una reflexión más detenida. En primer lugar, ¿por qué querríamos reducir el tiempo que dedicamos a la reproducción social no remunerada?
Podríamos empezar por lo que señalan las feministas socialistas: este trabajo sigue siendo trabajo, gran parte del cual puede ser aburrido, monótono y generar aislamiento. Claro que el trabajo reproductivo puede tener aspectos placenteros y gratificantes: jugar con un hijo, cocinar para los amigos, ayudar a un vecino anciano, etc. No obstante, gran parte del trabajo reproductivo es también ingrato y puede ser particularmente desgastante cuando hay poco respiro, un estado de cosas que puede llevar al agotamiento –incluido el deterioro de la salud mental– de los cuidadores sobrecargados35. Gran parte de este trabajo, como suele decirse, «nunca se termina». Como alguna vez afirmó la inventora de la casa autolimpiable, las tareas domésticas son «un tedio que crispa los nervios. ¿Quién quiere hacerlas? ¡Nadie!»36. Del mismo modo, Angela Davis criticó las propuestas centradas únicamente en la redistribución de este trabajo en función del género, señalando que «la desexualización del trabajo doméstico no alteraría realmente su carácter opresivo. En resumidas cuentas, ni las mujeres ni los hombres deberían malgastar horas preciosas de sus vidas en una labor que no es ni estimulante, ni creativa, ni productiva»37. Todo esto ofrece motivos para mantener algunas partes del trabajo reproductivo en un nivel mínimo.
El argumento dominante para reducir el trabajo no remunerado, sin embargo, es que ello permite a las mujeres incorporarse al trabajo asalariado. Esta propuesta tiene una larga historia y muchos defensores –que van desde revolucionarios como Friedrich Engels y Aleksandra Kolontái hasta feministas de clase media de la segunda ola como Betty Friedan y archicapitalistas como Sheryl Sandberg– y ha sido ampliamente aceptada y adoptada por los Estados de Bienestar contemporáneos38. Para muchos, el hecho de que la emancipación de las mujeres pase por el mercado laboral es innegable. Si bien el trabajo asalariado sin duda ha conferido a las mujeres cierta independencia económica y reconocimiento social, la expectativa generalizada de que todo el mundo debe ganar un salario difícilmente sea algo a celebrar. Como hemos visto, el trabajo asalariado es en sí mismo una forma de dominación, opresión y explotación que debería ser abolida. Lejos de ser un proyecto emancipatorio, los esfuerzos por reducir el trabajo reproductivo no remunerado a fin de posibilitar el trabajo asalariado equivalen simplemente a cambiar una forma de sujeción por otra. Por lo demás, estos esfuerzos casi siempre suponen la transferencia de estas tareas a una mano de obra mal paga, es decir, una redistribución del trabajo, no una reducción colectiva.
Contra este enfoque, debemos insistir en que la reducción del trabajo no remunerado es necesaria, no porque les permita a las personas obtener más trabajo asalariado, ni meramente porque gran parte de él sea ingrato. En todo caso, esta reducción es esencial porque amplía la disponibilidad de tiempo libre, que es un prerrequisito para cualquier concepción relevante de la libertad. La lucha contra el trabajo –en todas sus formas– es la lucha por el tiempo libre. Es solo sobre la base de este tiempo libre que somos capaces de determinar qué hacer con nuestras vidas finitas, de comprometernos con distintos recorridos vitales, proyectos, identidades y normas. Esto no es una simple cuestión de tener «más tiempo para la familia»39, ni más tiempo para el trabajo asalariado; tampoco tiene que ver con la idea mítica de lograr un equilibrio entre la vida y el trabajo. La lucha por el tiempo libre es en última instancia una cuestión de abrir el ámbito mismo de la libertad y maximizar la proporción de actividad autónomamente elegida.
El proyecto normativo de esta reflexión es, por lo tanto, desarrollar un enfoque sobre la reproducción social que valore la libertad para todos: que reconozca el trabajo reproductivo como trabajo, que lo reduzca todo lo posible y que redistribuya el trabajo restante de manera equitativa. Procurando disminuir la cantidad de tiempo necesaria para algunos aspectos de la reproducción social podemos dar respuesta al agotamiento que afecta a quienes se dedican al cuidado y al abandono que con demasiada frecuencia experimentan los destinatarios de ese cuidado. Además, en la medida en que este es un proyecto universal de reducción del trabajo, requiere que las obligaciones, las penas y los placeres de este trabajo sean compartidos igualitariamente y no asumidos de forma desproporcionada por un determinado grupo de personas. El sistema actual –que tan a menudo carga este trabajo sobre las mujeres inmigrantes y deja intacta la división del trabajo en función del género dentro del hogar– no es un enfoque viable para el proyecto universal de una reproducción social poslaboral. Es una serie de desplazamientos, no de soluciones40.
Para intentar establecer los parámetros de este proyecto, daremos una explicación contemporánea de cómo la reproducción social ha cambiado a lo largo del último siglo, prestando especial atención al trabajo no remunerado en el hogar y a los esfuerzos que se hicieron por reducir las tareas de la casa. El hogar es relevante debido al relativo desinterés de los capitalistas, la creciente dependencia de él por parte de los Estados de Bienestar avanzados y la obstinación de la división doméstica del trabajo. Nuestro foco estará puesto en los países de altos ingresos, en su mayoría occidentales, pero los alcances inevitablemente se expanden a escala mundial si tenemos en cuenta las cadenas de cuidado y otras influencias internacionales. Los países en los que nos centramos por lo general presentan las suficientes similitudes socioeconómicas como para que sus trayectorias puedan agruparse de forma significativa. También son significativos a escala mundial en la medida en que ideas como aquellas que giran en torno de los roles de género, la organización familiar adecuada, las formas apropiadas de limpieza, la vivienda ideal o el enfoque correcto de la atención médica (entre muchas otras cosas) se han exportado de estos países a otros lugares, a través de mecanismos coloniales y de su integración en un amplio abanico de sistemas que las han intensificado y ampliado: diseño de productos, investigación y desarrollo, marketing y publicidad, periodismo, mundo académico, educación, agencias estatales en general, etc41. Con todo, queda por escribir una muy necesaria historia mundial y comparada de la reproducción social.
Nota: este artículo es un extracto de la introducción del libro Después del trabajo. Una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre (Caja Negra, Buenos Aires, 2024). Traducción: Maximiliano Gonnet.
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1.
Hubo algunas interesantes excepciones a esta regla, por supuesto. V., por ejemplo, Michael Albert: Parecon: Life After Capitalism, Verso, Londres, 2004.
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2.
Mark Fisher: Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, Caja Negra, Buenos Aires, 2016.
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3.
Kohei Saito: Karl Marx’s Ecosocialism: Capital, Nature, and the Unfinished Critique of Political Economy, Monthly Review Press, Nueva York, 2017; Matthias Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan: The Future Is Degrowth: A Guide to a World beyond Capitalism, Verso, Londres, 2022.
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4.
Ursula Huws: Reinventing the Welfare State: Digital Platforms and Public Policies, Pluto Press, Londres, 2020; James Muldoon: Platform Socialism: How to Reclaim our Digital Future from Big Tech, Pluto Press, Londres, 2022; Trebor Scholz y Nathan Schneider (eds.): Ours to Hack and to Own: The Rise of Platform Cooperativism, a New Vision for the Future of Work and a Fairer Internet, or Books, Nueva York, 2017; Ben Tarnoff: Internet for the People: The Fight for Our Digital Future, Verso, Londres, 2022.
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5.
Aaron Benanav: «How to Make a Pencil» en Logic(s) Magazine, 2020; Evgeny Morozov: «Digital Socialism: The Calculation Debate in the Age of Big Data» en New Left Review No 116/117, 2019; Michal Rozworski y Leigh Phillips: People’s Republic of Walmart: How the World’s Biggest Corporations are Laying the Foundation for Socialism, Verso, Londres, 2019.
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6.
Además de los trabajos de Cordelia Belton, podríamos incluir: William Clare Roberts: Marx’s Inferno: The Political Theory of Capital, Princeton UP, Princeton, 2018; Martin Hägglund: This Life: Secular Faith and Spiritual Freedom, Pantheon Books, Nueva York, 2019; Jasper Bernes: «The Test of Communism» en Nilpotencies, blog, 7/3/2021, disponible en <jasperbernes.net>; John Clegg y Rob Lucas: «Three Agricultural Revolutions» en South Atlantic Quarterly vol. 119 No 1, 2020.
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7.
Francis Greene, Alan Felstead, Duncan Gallie y Golo Henseke: «Working Still Harder» en ILR Review vol. 75 No 2, 2022; José Ignacio Giménez-Nadal, José Alberto Molina y Almudena Sevilla: «Effort at Work and Worker Well-Being in the US», IZA Institute of Labor Economics, Bonn, 2022; Eurofound: «Working Conditions and Workers’ Health», Oficina de Publicaciones de la Unión Europea, Luxemburgo, 2019.
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8.
Dani Rodrik y Stefanie Stantcheva: «Fixing Capitalism’s Good Jobs Problem» en Oxford Review of Economic Policy vol. 37 No 4, 2021.
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9.
Elizabeth Anderson: Private Government: How Employers Rule Our Lives, Princeton UP, Oxford, 2019; Alex Gourevitch y Corey Robin: «Freedom Now» en Polity vol. 52 No 3, 2020.
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10.
Jamelle Bouie: «This Is What Happens When Workers Don’t Control Their Own Lives» en The New York Times, 14/12/2021.
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11.
Alex Gourevitch: From Slavery to the Cooperative Commonwealth: Labor and Republican Liberty in the Nineteenth Century, Cambridge UP, Nueva York, 2015, cap. 4.
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12.
Søren Mau: «‘The Mute Compulsion of Economic Relations’: Towards a Marxist Theory of the Abstract and Impersonal Power of Capital» en Historical Materialism vol. 29 No 3, 2021; W. Clare Roberts: ob. cit.
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13.
Gerald A. Cohen: «The Structure of Proletarian Unfreedom» en Philosophy & Public Affairs vol. 12 No 1, 1983.
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14.
Kathi Weeks: The Problem with Work: Feminism, Marxism, Antiwork Politics, and Postwork Imaginaries, Duke UP, Durham, 2011; N. Srnicek y Alex Williams: Inventar el futuro. Postcapitalismo y un mundo sin trabajo, Malpaso, Barcelona, 2016.
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15.
Carl Benedikt Frey y Michael Osborne: «The Future of Employment: How Susceptible Are Jobs to Computerisation?», documento de trabajo, Oxford Martin School, 2013; Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee: The Second Machine Age: Work, Progress, and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies, W.W. Norton & Company, Nueva York, 2014.
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16.
C. Frey y M. Osborne: ob. cit.; E. Brynjolfsson y A. McAfee: ob. cit.
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17.
Más precisamente, podemos decir que el trabajo reproductivo es realizado en una diversidad de contextos –asalariados y no asalariados, en el hogar y en otros lugares– y que engloba categorías similares como «trabajo de cuidado», «trabajo doméstico» y «tareas de la casa», sin ser equivalente a ellas.
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18.
A. Gorz: Adiós al proletariado (Más allá del socialismo), El Viejo Topo, Barcelona, 2001, p. 90.
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19.
La pensadora feminista socialista Silvia Federici es probablemente la representante más destacada de este punto de vista. Como escriben Zöe Sutherland y Marina Vishmidt, «en los trabajos recientes de Federici, y en gran parte de las reflexiones relacionadas en torno de la política del cuidado, a menudo se da una fusión entre la necesidad y la deseabilidad, la particularidad y la universalidad, la laboriosidad de género en el presente de austeridad y los horizontes utópicos (también de género). En efecto, la valorización de los comunes reproductivos por parte de Federici no conlleva ninguna crítica abierta a las divisiones del trabajo en función del género, sino que de hecho las transvalora como anticapitalistas siempre y cuando tengan lugar en economías de subsistencia». Z. Sutherland y M. Vishmidt: «The Soft Disappointment of Prefiguration», trabajo presentado en la Conferencia Anual de sspt, Universidad de Sussex, 6/2015, p. 10. Para ejemplos en Federici, v. en particular los ensayos compilados en S. Federici: Reencantar el mundo. El feminismo y la política de los comunes, Traficantes de Sueños, Madrid, 2020.
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20.
M. Vishmidt: «Permanent Reproductive Crisis: An Interview with Silvia Federici» en Mute, 7/3/2013.
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21.
Para dar un ejemplo reciente: «Antes que buscar abolir el trabajo de cuidado, [el proyecto hedonista alternativo de Kate Soper] le concedería el debido respeto». Kate Soper: Post-Growth Living: For an Alternative Hedonism, Verso, Londres, 2020.
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22.
«NHS Is Fifth Biggest Employer in World» en The Telegraph, 2/3/2012; «How Many NHS Employees Are There?» en Full Fact, 1/6/2017.
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23.
Entre ellos se incluyen los cuidadores personales de los servicios de salud, los maestros de primaria y preescolares y auxiliares/asistentes personales. V. «Employees 16-64 Years by Occupation (SSYK 2012), Age and Year», disponible en <www.statistikdatabasen.scb.se/...
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24.
Rachel E. Dwyer: «The Care Economy? Gender, Economic Restructuring, and Job Polarization in the us Labor Market» en American Sociological Review vol. 78 No 3, 2013, p. 404.
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25.
Para una esclarecedora investigación sobre esta transformación, v. Gabriel Winant: The Next Shift: The Fall of Industry and the Rise of Health Care in Rust Belt America, Harvard UP, Cambridge, 2021. Como parte de esta transición, existen factores tales como el envejecimiento demográfico de los países del capitalismo avanzado, el giro hacia economías centradas en el «capital humano» y las implicancias generales de la transición estructural de fenómenos como la enfermedad de costos de Baumol.
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26.
Rob Wilson, Sally-Anne Barnes, Mike May-Gillings, Shyamoli Patel y Ha Bui: «Working Futures 2017-2027: Long-Run Labour Market and Skills Projections for the UK», Departmento de Educación, Londres, 2/2020.
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27.
Selección de las 20 ocupaciones de mayor crecimiento en eeuu, 2021-2031: salud en el hogar/auxiliares de cuidado personal; cocineros; trabajadores de comida rápida y ventanilla; meseros; enfermeros certificados; preparación y servicio de alimentación; servicios médicos y de salud; asistentes médicos; mucamas y servicio doméstico; profesionales de enfermería; bartenders. Fuente: «Fastest Growing Occupations», disponible en bls.gov
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28.
Soo Oh: «The Future of Work Is the Low-Wage Health Care Job» en Vox, 3/7/2017.
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29.
Noruega en su momento incluyó el trabajo no remunerado en sus registros nacionales, pero eventualmente renunció a ello a los efectos de homogeneizarlos con los del resto del mundo.
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30.
N. Folbre: The Invisible Heart: Economics and Family Values, The New Press, Nueva York, 2001, p. 67.
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31.
Los primeros esfuerzos por medir este sector se remontan a 1919 y fueron realizados en EEUU, Gran Bretaña, Suecia, Dinamarca y Noruega (Oli Hawrylyshyn: «The Value of Household Services: A Survey of Empirical Estimates» en Review of Income and Wealth vol. 22 No 2, 1976). Desde la década de 1990, las encuestas sobre el uso del tiempo se han convertido en una forma habitual y cada vez más estandarizada de medir cuánto trabajo se lleva a cabo en el hogar. Estas encuestas, en las que se les pide a las personas que indiquen sus actividades del día anterior, han empezado a darnos una imagen sin precedentes de cómo los hogares distribuyen y organizan la reproducción social no remunerada. Sobre la base de esta información, algunos gobiernos han comenzado a elaborar «cuentas satélite» que intentan estimar el valor de este trabajo, en tanto que los investigadores académicos prestan cada vez mayor atención a los supuestos y las medidas de este trabajo. Para más detalles sobre la metodología de las cuentas satélite, v. Sue Holloway, Sandra Short y Sarah Tamplin: «Household Satellite Account (Experimental) Methodology», Oficina Nacional de Estadísticas, Londres, 2002; Katharine Abraham y Christopher Mackie (eds.): Beyond the Market: Designing Nonmarket Accounts for the United States, Consejo Nacional de Investigación, Washington, dc, 2005; J. Steven Landefeld y Stephanie McCulla: «Accounting for Nonmarket Household Production Within a National Accounts Framework» en Review of Income and Wealth vol. 46 No 3, 2000; Joo Yeoun Suh: «Care Time in the us: Measures, Determinants, and Implications», University of Massachusetts-Amherst, 2014; N. Folbre: «Valuing Non-Market Work», UN Human Development, Nueva York, 2015.
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32.
Dominic Webber y Chris Payne: «Census 2021: Chapter 3: Home Produced ‘Adultcare’ Services», Oficina Nacional de Estadísticas de Reino Unido, 7/4/2016.
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33.
Anne-Marie Slaughter: «The Work That Makes Work Possible» en The Atlantic, 23/3/2016.
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34.
OIT: «Care Work and Care Jobs for the Future of Decent Work», Ginebra, 2018.
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35.
Shirin M. Rai, Catherine Hoskyns y Dania Thomas: «Depletion: The Cost of Social Reproduction» en International Feminist Journal of Politics vol. 16 No 1, 2014; Jennifer Ervin, Yamna Taouk, Ludmila Fleitas Alfonzo, Belinda Hewitt y Tania King: «Gender Differences in the Association Between Unpaid Labour and Mental Health in Employed Adults: A Systematic Review» en The Lancet Public Health vol. 7 No 9, 2022.
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36.
Margalit Fox: «Frances Gabe, Creator of the Only Self-Cleaning Home, Dies at 101» en The New York Times, 18/7/2017.
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37.
A. Davis: Mujeres, raza y clase, Akal, Madrid, 2005, p. 222.
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38.
F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2007; A. Kollontai: «In the Front Line of Fire», «Working Woman and Mother» y «The Labour of Women in the Evolution of the Economy» en Selected Writings, Allison & Busby, Londres, 1977; B. Friedan: The Feminine Mystique, Penguin Classics, Londres, 2010; S. Sandberg: Lean In: Women, Work, and the Will to Lead, W.H. Allen, Londres, 2015.
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39.
K. Weeks: ob. cit.
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40.
O lo que Emma Dowling ha llamado una «dosis de cuidado»; v. E. Dowling: The Care Crisis: What Caused It and How Can We End It?, Verso, Londres, 2021.
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41.
Agradecemos a Benedict Singleton por su ayuda en la formulación de este punto.