Tema central
NUSO Nº 200 / Noviembre - Diciembre 2005

Política desde l@s jóvenes, ¿nueva política?

Este ensayo es una especie de declaración sobre una vivencia propia: qué significa hoy para un grupo de jóvenes en Ecuador, an América Latina, hacer política. ¿Porqué tomar la opción política? La respuesta es sencilla: la realidad nos obliga a hacer política.

Política desde l@s jóvenes, ¿nueva política?

Si los responsables del mundo son todos venerablemente adultos, y el mundo está como está, ¿no será que debemos prestar más atención a los jóvenes? Mario Benedetti

La propuesta de hablar de juventud y política es para mí provocativa, pero debo aclarar que mientras la política y lo político sufren un gran desprestigio, yo formo parte de un colectivo político ecuatoriano, la «Ruptura de los 25», que desde hace un año pretende cuestionar las formas tradicionales de hacer política en nuestro país desde la necesidad de reivindicar su sentido como transformadora de la realidad.

El nombre, «Ruptura de los 25», amerita un poco de historia para comprender por qué fue escogido. En agosto de 2004, se cumplían 25 años del regreso de Ecuador a un régimen democrático-constitucional (post dictadura militar). La fecha provocó algunos actos solemnes y análisis ilustrados. Por ese entonces éramos un grupo de jóvenes de diferentes sectores del país con muchas coincidencias ideológicas, aunque no teníamos un nombre que nos identificara ni habíamos emprendido ningún proceso de crecimiento o convocatoria pública. Frente a la «celebración», decidimos que había llegado el momento de interpelar al poder.

La historia política ecuatoriana de esta última época democrática es una constante de unos cuantos nombres y decisiones tomadas muchas veces alrededor de simpatías o enemistades personales. En las elecciones de 2002, las caras en las papeletas fueron las mismas de la elección de 1978: dos ex-presidentes volvieron a correr por la Presidencia y un ex-mandatario encabezó la lista de diputados de la provincia del Guayas. En Imbabura, los diputados han sido los mismos desde hace 25 años, y el alcalde del cantón Paján ha estado ahí desde el retorno a la democracia. Pero a pesar de estos datos, la alternancia y el relevo generacional no fueron las únicas exigencias: también nos planteamos la necesidad de cuestionar el manejo del poder, los resultados logrados y las prácticas perpetuadas. Veinticinco años después de recomenzar nuestra democracia, Ecuador es un país más pobre y más inequitativo, lo que nos plantea una pregunta sobre el sistema político y sus objetivos.

Ni que decir de la práctica política instaurada por estos dirigentes. En estos 25 años, solo en una ocasión un único partido político realizó elecciones primarias para elegir a su candidato a la Presidencia de la República. Hoy encontramos el caso de un diputado cuyo primer alterno es su hijo y el segundo, su yerno; o el de otro que, para burlar la Ley de Cuotas (normativa que establece cupos obligatorios de participación de mujeres en las listas), puso como candidata principal a su esposa, se designó él mismo como alterno y se posesionó del cargo inmediatamente después de la elección.

En estos 25 años, Ecuador ha tenido dos ex-presidentes y un ex-vicepresidente prófugos de la Justicia, dos ex-presidentes detenidos y otro que se encuentra en libertad después de haber permanecido en prisión. Como se puede ver, pretendieron (y en algunos casos lograron) imponer en el país la lógica de que el enemigo se extermina, eliminando el respeto por el otro, su reconocimiento y la posibilidad de diálogo, que son herramientas fundamentales de la democracia.

Con estos antecedentes, creímos que era el momento de dirigirnos a estos líderes (en Ecuador se refieren a ellos como los «dueños del país») y preguntarles qué habían hecho con el poder y con el país; exigirles dar cuenta de sus actos pasados y presentes, y al mismo tiempo demandar y ser parte de la construcción de opciones políticas diferentes. Así empezó la «Ruptura de los 25», tratando de romper con ese pasado y sus prácticas perversas, realizando ahora sí una convocatoria amplia, un proceso colectivo y un trabajo que pretende articular un proyecto de país.

Y para entrar de lleno en el tema planteado por NUEVA SOCIEDAD, si a mi confesa militancia política le sumamos el hecho de que tengo 26 años, resulta evidente que no escribo estas líneas ni como investigadora, ni con pretensiones de diagnosticar o interpretar un fenómeno en particular. Este ensayo es una especie de declaración sobre una vivencia propia: qué significa hoy para un grupo de jóvenes en Ecuador, en América Latina, hacer política. ¿Por qué tomar la opción política? De todas las preguntas, ésta es la de respuesta más sencilla: es la realidad la que nos obliga a hacer política.

Vivimos en el continente más desigual del mundo. Los datos sobre América Latina y, en nuestro caso, sobre Ecuador, son el fundamento de nuestra opción política. Personalmente, declaro que hago política desde la indignación. Es imposible permanecer expectante en un país donde 750.000 niños y niñas no asisten a la escuela por motivos económicos, donde el 6% de la población posee el 80% de la tierra, donde el 45% de las niñas y niños menores de cinco años sufren de desnutrición. Un país cuya economía se sostiene gracias a las remesas de quienes fueron expulsados por el sistema; donde seis de cada diez mujeres son víctimas de violencia doméstica y el suicidio es la tercera causa de muerte de los hombres jóvenes y la segunda de las mujeres (la primera está relacionada con problemas en el parto y el embarazo).

La necesidad de alternancia, el momento del relevo, el ejercicio de ciudadanía o un cívico interés por lo público resultan solo recursos retóricos frente a una realidad que por sí sola exige nuestro compromiso.

Es importante aclarar que esta opción política de la juventud no es nada nuevo. De hecho, lo que resulta extraño es que en nuestra generación exista menos interés por el escenario formal u oficial de la política. Los jóvenes, hombres y mujeres, hoy muestran, mostramos, nuevas formas de política, de activismo, de resistencia: el arte (desde la música, la literatura o el teatro hasta el grafiti) es un mecanismo de denuncia y protesta; allí podemos encontrar y comprender muchas de las opiniones políticas de los jóvenes latinoamericanos de hoy. Para explorarlas, los invito a revisar los coros que con entusiasmo se cantan y bailan hoy en América Latina.No me digan se mantienen con la plata de los pobres eso solo sirve para mantener a algunos pocos. Transan, venden, y es solo una figurita el que esté de presidente (...).En la selva, se escuchan tiros, son las armas de los pobres, son los gritos del latino. (Bersuit Vergarabat: «Señor Cobranza»)

La policía te está extorsionando (dinero)pero ellos viven de lo que tú estás pagandoy si te tratan como a un delincuente (ladrón) no es tu culpa, dale gracias al regente.

Hay que arrancar el problema de raíz y cambiar al gobierno de nuestro paísa la gente que está en la burocracia,a esa gente que le gustan las migajas. Yo por eso me quejo y me quejoporque aquí es donde vivo y yo ya no soy un pendejo. Que no watchas los puestos del gobierno,hay personas que se están enriqueciendo.

Gente que vive en la pobreza,nadie hace nada porque a nadie le interesa.Esa gente de arriba te detestahay más gente que quiere que caigan sus cabezas.Si le das más poder al poder,más duro te van a venir a coger (...).(Molotov: «Gimme tha power»)

Como éstas, podemos encontrar en nuestros países una serie de expresiones políticas sobre pobreza, poder o migración que se manifiestan por distintas vías y que además se difunden a través de los medios masivos y de internet.

Por otro lado, la estética propia, la comunicación desde la piel, es uno de los elementos de identidad de la juventud. Hombres jóvenes, pero sobre todo mujeres en plena conquista del cuerpo, reivindican a través de la «biocultura» el cuerpo como espacio de resistencia. Como afirma Cevallos Tejada (2005), «los jóvenes poseen una capacidad para (re) significar y explayar una particular dimensión simbólica del cuerpo, las palabras y las formas; usan códigos, símbolos, gustos y consumos culturales como elementos reales y experiencias imaginarias que no soportan procesos de codificación definitorios, pero resultan claves para entender en el sentido de su poyética no solamente el principio del conocimiento, sino también del placer»; y esta vivencia del cuerpo y lo estético es –sin duda– una declaración política.Los expulsados, los excluidoslos explotados, los exhibidoslos no explicados, (...) los no explorados (...)Algo dirán...(Pedro Guerra: «Dirán»)

Una de las características más importantes del escenario político de hoy tiene que ver con el desplazamiento de lo público hacia los medios de comunicación, y ése, el espacio de los mass media y la tecnología, es un espacio que los jóvenes conocemos mucho mejor que los adultos. En una sociedad cada vez más mediatizada, también la política se juega en los medios masivos de comunicación y se construye desde lo simbólico. Uno de los ejemplos más importantes de este fenómeno es la lucha y la resistencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Subcomandante Marcos, que con gran fortaleza estética y pocos recursos bélicos articuló fuerzas de todo el mundo a su alrededor usando la internet.

Esta política nueva tanto en las formas como en los medios también exige la renovación de los contenidos y la inclusión de nuevos sujetos. No puede dejar de lado la necesidad de articular y representar la diversidad y la complejidad de nuestras sociedades. Lejos del dogmatismo, el desafío es construir espacios de participación y representación política para los nuevos sujetos: amas de casa, creyentes, jóvenes, estudiantes, jubilados, activistas e individuos no agremiados o identificados con causas particulares.

En nuestro caso, es evidente que esta construcción política debe levantarse desde la solidaridad y el compromiso con los pobres y excluidos. ¿Qué aporta la juventud en este espacio? La juventud es la única que cuenta con nuevas herramientas de análisis desde la vivencia de un mundo diferente. En un mundo donde las ideologías tienen plena vigencia, es nuestro deber como generación trabajar por la transformación con la justicia y la equidad.

Ojalá ése sea el aporte de la juventud latinoamericana: la construcción de una izquierda nueva, renovada, que además de leer a Marx, milite en las causas GLBT (Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales), en la reivindicación feminista por la equidad y en los temas de cuidado y protección medioambiental como ejercicio de solidaridad intergeneracional; una nueva izquierda que, desde la riqueza de la diversidad, proponga proyectos comunes de futuro. Se trata del reto de una generación que debe aprender de memorias ajenas y que heredó un mundo transformado gracias a la lucha de las mujeres, de los pueblos originarios, de los afrodescendientes.

Y mientras insistimos en que la lucha política es contra la pobreza y la exclusión y construimos nuevas opciones que trabajen para transformar la realidad, no podemos olvidarnos de alimentarlas por esos otros ejercicios; resistir desde la piel y en la reconquista del placer, cantar y bailar para interpelar al poder, hacer grafitis para recordar que seguimos aquí y seguir siendo jóvenes mientras creamos que otro mundo es posible.

Bibliografía

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Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 200, Noviembre - Diciembre 2005, ISSN: 0251-3552


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