Tema central

Cuerpos, feminismos y performances activistas
El papel protagónico de América Latina


Nueva Sociedad 316 / Marzo - Abril 2025

En la segunda década del siglo XXI, los movimientos feministas y LGBTI+ vivieron un proceso de expansión a escala mundial. En esta emergencia tuvo un papel decisivo el Sur global y, en particular, América Latina, donde se gestaron repertorios de acción colectiva que involucraron la puesta en juego de los cuerpos y modalidades performáticas.

Cuerpos, feminismos y performances activistas  El papel protagónico de América Latina

«Ya poh chiquillas organicémonos para hacer la protesta de #lastesis versión senior. ¡No es broma! ¡Como generación que aguantamos tanto! ¡Estas cabras nos han enseñado mucho!». El 30 de noviembre de 2019, Marcela Betancourt, docente universitaria chilena, postea este mensaje en Twitter. Sin contar con un número importante de seguidores en redes, no tenía mayor expectativa de concretar su propuesta, o no al menos con una cantidad significativa de personas, como efectivamente sucedería. Pero ese posteo, al que se referirá más tarde como «una humorada» inicial, es respondido por una amiga que retuitea entusiasta: «¡apaño! Falta esa versión»; y por otra que agrega «¡excelente idea!», y por otra, y luego otra. Y así continúan los posteos, respuestas y retuiteos, que se multiplican y viralizan mucho más allá de quienes siguen a Betancourt. Inmediatamente se organizan y desbordan grupos de Whatsapp para promover el evento, continúan replicándose los posteos en redes y, finalmente, menos de cinco días después, el 4 de diciembre, miles de mujeres se encuentran frente al Estadio Nacional de Chile para realizar la coreografía «Un violador en tu camino». La imagen «impactante» –tal como fue descripta por cnn Chile– de 10.000 mujeres de más de 40 años (franja etaria que convocaba la propuesta «sénior»), vestidas de negro y con un pañuelo rojo, cantando y bailando una coreografía al unísono para denunciar la violencia de género en pleno contexto represivo del Chile de Sebastián Piñera (y frente a un sitio especialmente simbólico por haber sido un centro de detención y tortura durante la última dictadura militar), fue resultado de una cascada de posteos iniciados de manera espontánea por una usuaria común que se replicaron a manera de vorágine en las redes sociales en menos de cinco días. 

Diez días antes de la propuesta de Betancourt, el colectivo chileno lastesis había realizado la primera performance de «Un violador en tu camino» en las calles de Valparaíso1. Este colectivo arteactivista se formó en mayo de 2018, en un momento hito de la masificación del feminismo en Chile, y el 20 de noviembre de 2019, a poco más de un mes de desatarse el estallido, desarrolló esta intervención de denuncia. La letra de la canción en parte retoma y parafrasea el himno de Carabineros, invirtiendo el sentido original vinculado a celebrar la protección brindada por esa fuerza armada para convertirlo en una denuncia de la violencia institucional y de los abusos sexuales cometidos por los «pacos» [policías] hacia las mujeres detenidas durante la represión. Apunta además a las responsabilidades del Estado (y del presidente) en esos abusos («el violador eres tú» espeta la letra), a la vez que denuncia los femicidios y problematiza los discursos moralizantes sobre los cuerpos feminizados, que inculpan a las víctimas por sus gestos o estéticas vestimentarias («y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía», repite el estribillo). La canción y la coreografía fueron inmediatamente replicadas en decenas de ciudades y países de América Latina pero también de América del Norte, Europa y Asia, y dieron la vuelta al mundo en pocos días, convirtiéndose en un himno feminista que generó repercusiones y apropiaciones en una numerosa cantidad de lenguas y territorios. 

Estas escenas vinculadas a las performances de lastesis son paradigmáticas de modos de intervención estético-política que se intensificaron en el último ciclo de protesta feminista y lgbti+ y que dieron lugar a nuevos repertorios de acción colectiva2. Como es sabido, en la segunda década del siglo xxi los feminismos y movimientos lgbti+ han vivido un proceso decisivo de multiplicación y masificación a escala global, lo que implicó un salto de escala en la historia de estas luchas, a punto tal de ser referenciado el proceso como «cuarta ola» del movimiento3, o también como «marea feminista»4 (sobre todo desde los feminismos latinoamericanos, críticos del etnocentrismo historiográfico implicado en la periodización en «olas», centrada en el Norte global). 

Un rasgo distintivo de este ciclo de protesta es su emergencia desde el Sur global y el protagonismo que ha ejercido en él América Latina (o Abya Yala, recuperando la designación indígena del continente adoptada por algunos feminismos regionales). Este aspecto supone una inversión de los tráficos de saberes legitimados, orientados tradicionalmente desde los centros hegemónicos hacia las periferias subalternizadas, y una problematización de las divisiones que ubican a América Latina como lugar de mera «aplicación» de creaciones foráneas. En este sentido, el reciente ciclo de protestas feministas y lgbti+, con la producción múltiple de experiencias, conceptos y formas estético-políticas a escala regional, que se recuperan y recrean incluso en territorios del Norte global, implica una ruptura con esos posicionamientos jerarquizados y una valoración de la producción situada en la región. Como sostiene la investigadora Marcela Fuentes, hoy se reconoce que «en lugares que no entraron en las historias escritas desde los centros hegemónicos, hay saberes, modos de organización y ejercicios de imaginación política que inauguran un nuevo ciclo de movilización feminista transnacional»5. Tanto Fuentes como autoras hito en los estudios de arte y política en la región, como la ensayista francesa-chilena Nelly Richard, entre otras, destacan en esa línea la creatividad estético-política de estos activismos6.

Al respecto, y a pesar de la inmensa heterogeneidad de prácticas desplegadas en este ciclo de protesta feminista y lgbti+, en los estudios sobre estos años suelen enumerarse una serie de rasgos compartidos entre acciones colectivas de muy diversos territorios, a modo de gramática común que es posible sistematizar y que caracteriza las formas de intervención de la última década7. Entre ellos, se destaca la importancia de la corporalidad como estrategia de acción colectiva; el carácter festivo de los encuentros entre cuerpos; la relevancia de la dimensión afectivo-relacional; el activismo tecnopolítico en las redes; el internacionalismo de las luchas y la materialización de prácticas estético-políticas que utilizan recursos de performance.

Al igual que muchas de las experiencias de estos años, las intervenciones antes descriptas vinculadas a lastesis condensan los rasgos recién especificados. En ellas se hace presente, en efecto, la importancia de la puesta en juego de los cuerpos en el espacio público como estrategia de acción colectiva; el carácter festivo de los encuentros –aun en un contexto represivo– y la relevancia de la dimensión afectivo-relacional entre les activistas; las modalidades performáticas de la acción y la apelación a recursos artísticos (en este caso de danza, canto, coreografía y vestimenta) y la eficacia del activismo en las redes sociales, con la rápida expansión y apropiación de un recurso de protesta (la coreografía danzada y cantada) que establece alianzas entre colectivos de diferentes territorios y potencia el internacionalismo de las luchas. Finalmente, esas intervenciones componen un caso patente –entre una multiplicidad de otros casos– del modo en que experiencias surgidas en el Sur cobran protagonismo en este ciclo y son replicadas de manera global. 

El 3 de junio de 2025 se cumplen diez años de la primera movilización de #NiUnaMenos en Argentina, un acontecimiento hito de la masificación de las luchas feministas y lgbti+ tanto en el país como a escala regional y global. El aniversario se produce en un contexto de crecimiento de las extremas derechas, que han asumido a estos activismos como principal objeto de ataque, retrotrayendo derechos conquistados y exponiendo como blanco de su ofensiva a la (maliciosamente) denominada «ideología de género». El ataque al género, «nuevo fantasma» que recorre Europa y Estados Unidos (como lo refiere Judith Butler)8, se instala también en América Latina como reacción destinada a avasallar el avance de las luchas del último ciclo de protesta y despojar de derechos a mujeres y colectivos lgbti+. 

Nayib Bukele y Javier Milei encabezan la cruzada de la ultraderecha latinoamericana contra la perspectiva de género. Entre otras medidas, el presidente de El Salvador eliminó la educación en género (y el término «género») de las escuelas públicas por considerarla una «ideología» contraria a la naturaleza. Por su parte, el gobierno argentino constituye un caso paradigmático de esta reacción conservadora y ha implementado una cantidad significativa de medidas que destruyen derechos de mujeres y disidencias sexuales, incluyendo la disolución de instituciones y programas destinados al tratamiento de la violencia de género y derechos sexuales y reproductivos, con anuncios explícitamente misóginos, homofóbicos y transfóbicos de revanchismo patriarcal frente a estos activismos. La radicalidad de los ataques de la derecha responde al rol protagónico que estos activismos han desempeñado en el último ciclo, y en especial en América Latina, y a la manera en que han sabido articularse con luchas populares, indígenas, sindicales y comunitarias, sin limitarse a «agendas de género» sino asumiendo una intersección de relaciones de explotación y el tratamiento colectivo de problemáticas estructurales. 

A pocos meses de cumplirse 10 años de la primera convocatoria de #NiUnaMenos y en un contexto de revancha patriarcal frente a estas luchas, vale la pena repasar algunos hitos de este ciclo de protestas, así como las características de los repertorios de acción colectiva puestos en juego en estos años.

Algunos hitos del movimiento feminista y lgbti+ latinoamericano

En el mapa activista del último ciclo de protesta feminista y lgbti+, que tiene como protagonista a América Latina, Argentina ha conformado uno de los territorios más significativos de las luchas. En este país, ya señalamos, la convocatoria del 3 de junio de 2015 a la primera manifestación de #NiUnaMenos fue un punto de inflexión en términos de masividad del movimiento feminista y efecto expansivo hacia otros países de la región y aún más allá. 

Inicialmente, el movimiento #NiUnaMenos tuvo como detonante el hartazgo frente a la sucesión de femicidios y, en particular, frente a su modo de representación en los medios masivos de comunicación bajo parámetros sexistas. El 3 de junio de 2015, una multitud colmó las calles de todo el país a modo de grito colectivo ante la urgencia de la problemática de la violencia de género. La consigna #NiUnaMenos fue rápidamente apropiada por los transfeminismos latinoamericanos y se multiplicó en decenas de ciudades y países, incluidos Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia y México, entre otros. Pero también se expandió a países del Norte global como Italia, España, Gran Bretaña, Alemania, Francia y eeuu, en diversos idiomas (#NotOneLess o #NonUnaDiMeno son algunas de las designaciones que ha adquirido en otras lenguas).

Progresivamente, #NiUnaMenos fue ampliando y radicalizando sus demandas. En este sentido, otro momento significativo de este ciclo de protesta a escala regional y global lo conformaron los paros nacional e internacional de mujeres, lesbianas, trans y travestis, que significaron otro salto cuantitativo y cualitativo del movimiento, que expandió las convocatorias y profundizó su contenido. 

El 19 de octubre de 2016, se convocó en Argentina al primer paro nacional, que logró una movilización masiva y sumó el apoyo de países de la región como Chile, Uruguay, Paraguay, México, y también de Europa, como España y Francia. La masividad que tuvo esa primera huelga y su repercusión en otros países alentaron a convocar el primer paro internacional feminista el 8 de marzo de 2017, que se replica desde entonces cada año. El hecho de que esta movilización global tuviese como antecedente el paro realizado el año anterior en Argentina mostraba que América Latina estaba convirtiéndose en la fuerza dinamizadora del movimiento de mujeres y lgbti+. En países como Chile y Colombia, luego del paro se vivió una expansión del movimiento, y esto llevó a nuevas iniciativas sobre trabajo doméstico. Asimismo, el paro se fue multiplicando y fue diversificando su contenido: desde Paraguay fue usado como protesta contra los agrotóxicos; en Honduras y Guatemala se afirmó contra los femicidios territoriales de líderes comunitarias; las mujeres de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc) paraban en la selva haciendo suyo el llamamiento #NosMueveElDeseo; en Brasil fue utilizado contra la avanzada de las iglesias que luchan en contra de la autonomía del cuerpo.

Al paro se lo denominó también «huelga internacional feminista» con el objetivo de politizar las violencias contra los cuerpos feminizados vinculadas a la acumulación capitalista, y de incluir dentro de la categoría de «trabajo» tareas invisibilizadas concernientes a los cuidados y tareas domésticas, reconceptualizando a la vez el significado de «trabajo» y de «huelga» (que en su sentido tradicional no incluía las demandas por las tareas de reproducción). La investigadora Susana Draper sostiene que en eeuu la convocatoria a la huelga resignificó las luchas feministas y permitió una diferenciación entre feminismos antisistema y lo que en ese territorio denominan «feminismos corporativos»9. Ese cambio de tono vino sin duda con la palabra «huelga» y ayudó a iniciar un proceso de diferenciación entre formas de entender el feminismo: la huelga clama por un nuevo internacionalismo capaz de enfatizar la precarización de la vida que efectúa el neoliberalismo, sin reducir el feminismo a una cuestión de «género» en disociación de otras relaciones de explotación, como lo entienden los feminismos corporativos. Una posición similar desarrollan Cinzia Arruzza, Nancy Fraser y Tithi Bhattacharya en su manifiesto Feminismo para el 99%, en el que también diferencian dos caminos opuestos para el movimiento: entre el del feminismo corporativo, que apuntaría a repartir equitativamente la tarea de liderar la explotación laboral (y que «en nombre del feminismo, les pide a las personas que se muestren agradecidas de que sea una mujer, y no un hombre, quien aplasta sus sindicatos»10) y el de la huelga feminista, que lucha contra la explotación capitalista. 

Otro hito de la lucha feminista de los últimos años fueron las movilizaciones a favor de la legalización del aborto (o interrupción voluntaria del embarazo, según los países). Las protestas que se desarrollaron en Argentina en 2018 y los acompañamientos internacionales significaron otro salto cuantitativo y cualitativo del movimiento, que sumó una cantidad importantísima de personas al reclamo y diversificó las estrategias de acción activista. Si bien la lucha por el derecho al aborto es de larga data en diferentes países de la región, en este ciclo de protesta cobró un impulso inesperado y pasó a conformar en poco tiempo un objetivo común que ganó espacio en las redes sociales, en las calles y en los medios de comunicación. 

El proyecto argentino de 2018, elaborado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, fue el primero en ser tratado en ambas cámaras del Congreso, y resultó aprobado en la primera y rechazado en la segunda (para finalmente resultar aprobado en ambas instancias parlamentarias en diciembre de 2020). Unos meses antes de su tratamiento en 2018 habían comenzado a realizarse diversas estrategias performáticas para instalar el tema. Especialmente significativa fue la de los «pañuelazos», en los que el pañuelo verde, símbolo de la campaña, era elevado al unísono por una multitud que inundaba de verde el espacio público. También se realizaron diversas performances, como la de El cuento de la criada, en la que más de 100 mujeres caracterizadas con la vestimenta de la serie audiovisual inspirada en el libro de Margaret Atwood realizaron un pañuelazo frente al Congreso de la Nación11. Aun cuando el proyecto no fue aprobado en ese momento, las luchas de 2018 por el aborto significaron claramente un nuevo salto en la potencia del movimiento. La diversidad de performances y los pañuelos verdes que sintetizaron el reclamo se replicaron en varias ciudades y países que acompañaron con pañuelazos e intervenciones estético-políticas en señal de alianza internacional, tanto en Latinoamérica como en América del Norte y Europa. Asimismo, la lucha posterior dio frutos concretos también en países como Colombia, donde la práctica fue despenalizada en 2022, y en México, donde la despenalización se consiguió en 2023. 

2018 fue también un año de otros hitos de los feminismos y movimientos lgbti+ en la región, como el desarrollo de la consigna #EleNão [Él no] en Brasil contra la candidatura de Jair Bolsonaro, que logró acciones multitudinarias y dejó ver la importancia fundamental del movimiento transfeminista y lgbti+ en los pronunciamientos contestatarios frente al avance de regímenes neoconservadores. Por su parte, el mayo feminista chileno de 2018 configuró un momento clave de la «marea feminista» de ese país, cuando varias universidades fueron ocupadas por estudiantes en protesta contra la tolerancia institucional al acoso y reclamando educación no sexista en las aulas. Este activismo se potenció en 2019 con el estallido social, en el que los feminismos y movimientos lgbti+ tuvieron gran protagonismo. En Perú, 2016 había sido un año importante en el último ciclo: el 13 de agosto de ese año se logró una marcha multitudinaria en Lima bajo la consigna #NiUnaMenos, en la que participaron cientos de miles de activistas con reclamos sobre violencia de género, movilización que se catalogó como la marcha más importante de la historia peruana. En México, en 2017 y 2018 en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) se organizaron protestas estudiantiles contra la violencia de género, los femicidios de estudiantes de la universidad y los casos de acoso institucional, sumándose también a la «marea verde» del aborto en América Latina. En agosto de 2019 este movimiento se consolidó, desbordó la universidad y realizó movilizaciones masivas en el espacio público, ganando terreno en las calles, universidades, medios masivos y redes sociales. En Uruguay, el Primer Encuentro de Feminismos celebrado en 2014 puede considerarse el hito inicial de la ampliación de la lucha feminista en ese país en la última década. Ese año se crea también la Coordinadora de Feminismos, que articula a diferentes organizaciones y activistas. El movimiento se potencia en los años siguientes, y el 8 de marzo de 2017 300.000 personas marchan por las calles de Montevideo y se suman a la huelga general feminista. El 8 de marzo de 2017 se produjo asimismo un salto en la masificación del feminismo en Paraguay, donde se movilizaron miles de activistas bajo la consigna en guaraní «Roikovese ha roikoveta» («Vivas nos queremos»), que acompaña las movilizaciones del #8m desde entonces, en un movimiento que se ha ido consolidando en los años siguientes, en línea con el fortalecimiento de la marea feminista en la región. 

Características de los repertorios de protesta

Sobre la base de los hitos y experiencias referidas, es posible profundizar en los rasgos de este ciclo de protesta enumerados al comienzo del artículo. En primer lugar, como señala la teórica española Guiomar Rovira Sancho, puede observarse que las protestas transfeministas de los últimos años tienen el modo de funcionamiento de «multitudes conectadas»12. Esto supone transformaciones respecto de las formas de autoridad tradicionales en los procesos organizativos, en tanto la convocatoria a la protesta no se produce por lógicas orgánicas ni jerárquicas, sino por cascadas en las redes sociales que convocan grandes concentraciones en las calles (como es patente en el caso del evento lastesis sénior», y en general en las convocatorias de la última década). En este sentido, tal como comentara al inicio y como muestran varias de las experiencias referidas, la expansión de las redes sociales y del activismo en red resultó fundamental en este periodo. En lugar de dar sitio a una performatividad en reemplazo de la de las calles, la actividad digital resultó complementaria a esta última e incluso aportó a reforzar la puesta en juego de los cuerpos en el espacio público. De todos modos, el aporte del activismo tecnopolítico a procesos emancipatorios no implica desconsiderar las tensiones con las lógicas capitalistas y extractivistas de datos que gobiernan el terreno digital (y que se han afianzado recientemente, en el intento de controlar los efectos antisistema que han posibilitado los medios digitales). Pero sí implica tener en cuenta que estas tecnologías no fueron un aspecto suplementario, sino constitutivo de las dinámicas de este ciclo. 

La ocupación del espacio público de manera festiva, como ya comentamos, constituye otro rasgo de este periodo, visible en varias de las experiencias hito de estos años. A diferencia de las movilizaciones tradicionales, que implicaban cierta «seriedad» o ascesis en las formas en función de no relativizar la causa política reclamada, en las manifestaciones contemporáneas el propio proceso resulta asimismo prioritario, y el activismo acude a la movilización por lo que esta implica en tanto fiesta colectiva de la que participar de manera creativa. Este tipo de disposición estético-política se traduce en una multiplicidad de acciones performáticas, que incluyen desde la caracterización con maquillaje y glitter hasta acciones colectivas que involucran danza, teatro, música, percusión, canto y prácticas vestimentarias disruptivas, así como múltiples e inventivos usos del pañuelo verde, que se ha vuelto parte de los símbolos feministas utilizados por les activistas. Por otro lado, la danza se vuelve especialmente importante en este ciclo, no solo en performances de artistas individuales o grupales sino como performances ampliadas de la protesta, en las que el movimiento colectivo y las coreografías masivas son consideradas instancias de encuentro indisciplinadas que agitan el ánimo alegre de las manifestaciones y fortalecen así la lucha (como ocurrió con el caso de lastesis, pero también de otros colectivos como Fin de Un Mundo o Fuerza Artística de Choque Comunicativo, presentes en los procesos hito de este ciclo). En ese sentido, la lógica de las multitudes conectadas manifiesta un cambio de sensibilidad política y estética. 

Otro aspecto típico de estas protestas es el desplazamiento de las grandes pancartas partidarias por los carteles artesanales elaborados espontáneamente por activistas. Aun cuando las primeras se mantienen presentes, la estética de los carteles impregna mayormente las manifestaciones componiendo el elemento creativo de estas. La confección artesanal de cada cartel interpela, no el consignismo tradicional de la pancarta, sino la creatividad singular y el juego, a la vez que el ánimo contestatario y disruptivo, recuperando las más de las veces consignas de las redes sociales que han devenido hashtags, aun con el símbolo numeral (como intentando relevar en el cartel los efectos performativos y viralizantes del mundo digital).

En cuanto a la importancia de la dimensión relacional-afectiva, otro rasgo de este periodo, cabe destacar que en el compartir experiencias estético-políticas en las calles se generan formas de afectividad potentes que operan como redes de comunicación. Entre los nuevos repertorios de acción que se escenifican en las manifestaciones, puede observarse la multiplicación de escenas de abrazos y emociones compartidas, tanto de complicidad y disfrute como de frustración y tristeza (gestos típicos en los momentos de aprobación y de rechazo del proyecto sobre el aborto en 2018, cuando se establecían lazos corporales incluso entre personas desconocidas para celebrar o llorar el resultado). Estas formas de sociabilidad potenciadas en las protestas de los últimos años trastocan modalidades más racionalistas de la acción política tradicional y dan lugar a una politicidad colectiva claramente sostenida en la dimensión sensible-corporal. 

También son importantes en este ciclo los activismos por las diversidades corporales, que se han expandido de manera notable. Tal es el caso del activismo gordo en Argentina, surgido en 2011 con un fanzine y convocado tan solo diez años después por el Ministerio de Salud de la Nación para asesorar a médicos y médicas en la despatologización de sus prácticas, además de lograr gran repercusión en otros países; o la mayor circulación e interés que logró el activismo intersex, así como el activismo trans*; el activismo por la diversidad funcional o discapacidad; los colectivos que se crearon vinculados a la identidad marrón y otros. Estos activismos han luchado por la ampliación de los regímenes de visibilidad y la despatologización de las corporalidades no normativas, intensificando alianzas entre colectivos.

En cuanto a la importancia del cuerpo en este periodo, incluso feministas reconocidas como Butler13 reivindican la valorización que se ha producido de la puesta en juego de la corporalidad como estrategia de acción política y como ejercicio de otras formas de democracia. Butler destaca que los «cuerpos aliados» en la calle generan una potencia de aparición que trasciende los significados discursivos y que corre umbrales no solo en cuanto al contenido de las demandas, sino también respecto de quiénes pueden realizarlas, y amplía así la participación en las decisiones comunitarias. En esta misma línea, Rovira Sancho señala que en las protestas transfeministas de los últimos años se produce una feminización de la política: no solo una participación mayor de identidades feminizadas sino principalmente la problematización del sujeto tradicional blanco masculino como palabra privilegiada en el terreno político, y una ampliación de la participación a identidades diversas (un ejemplo reciente de este corrimiento es la Marcha del Orgullo Antifascista y Antirracista celebrada el 1 de febrero de 2025 en Argentina, como respuesta a las declaraciones homofóbicas del presidente Milei en el Foro de Davos, en la que hubo participación masiva de colectivos y personas sexodisidentes, racializadas, migrantes, etc.). Estas manifestaciones ponen en cuestión también la desigualdad de los procesos de racialización, capacitismo y patologización de las corporalidades, en los que interseccionan cuestiones de género, raza y clase.

Hay algo claro: la derecha nos da mucha importancia a los feminismos y movimientos lgbti+. Mayor, incluso, que la que en ocasiones nos conceden sectores del progresismo (que a veces solo nos otorgan trascendencia a la hora de encontrar a quién inculpar por las derrotas que redundaron en gobiernos de derecha). Las derechas saben que no conformamos un mero «desvío» de los temas importantes. Tal vez a partir de esa importancia que nos concede la derecha podamos tomar mayor conciencia de la fuerza de estos activismos, para que no todo sea sentir desazón e impotencia frente a los ataques que nos dedican. Para saber que somos su blanco principal justamente porque son conscientes de la potencia arrolladora que vienen teniendo estas luchas en el último ciclo de protesta.

  • 1.

    «Intervención colectivo lastesis», video en canal de YouTube de Colectivo LASTESIS, 20/11/2019, disponible en www.youtube.com/watch?v=9sbcu0pmvim.

  • 2.

    Utilizo «ciclo de protesta» en los términos en que lo conceptualiza Sidney Tarrow, como fase de intensificación de los conflictos que incluye una rápida difusión de las prácticas y que abre nuevos marcos a la acción política colectiva. Ver S. Tarrow: El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política, Alianza, Madrid, 1997.

  • 3.

    Un trabajo de referencia al respecto es el de Nuria Varela: Feminismo 4.0. La cuarta ola, Ediciones B, Barcelona, 2019.

  • 4.

    V., por ejemplo, Verónica Gago: La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo, Tinta Limón, Buenos Aires, 2019.

  • 5.

    M. Fuentes: Activismos tecnopolíticos. Constelaciones de performance, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2020, pp. 201-202.

  • 6.

    N. Richard: Zona de tumultos. Memoria, arte y feminismo, Clacso, Buenos Aires, 2021.

  • 7.

    Por ejemplo, en M. Fuentes: ob. cit. y V. Gago: ob. cit., entre otros que cito más adelante.

  • 8.

    J. Butler: ¿Quién teme al género?, Paidós, Buenos Aires, 2024. En este libro, de reciente publicación, Butler reconstruye al detalle las políticas sistemáticas y programáticas llevadas a cabo por las ultraderechas internacionales en contra de la «ideología de género», principal blanco de ataque de la restauración patriarcal conservadora contemporánea.

  • 9.

    S. Draper: «El paro como proceso: construyendo poéticas de un nuevo feminismo» en V. Gago et al.: 8M. Constelación feminista. ¿Cuál es tu lucha? ¿Cuál es tu huelga?, Tinta Limón, Buenos Aires, 2018.

  • 10.

    C. Arruzza, T. Bhattacharya y N. Fraser: Feminismo para el 99%. Un manifiesto, Rara Avis, Buenos Aires, 2019, p. 13.

  • 11.

    M. Atwood: El cuento de la criada [1985], Salamandra, Barcelona, 2017.

  • 12.

    G. Rovira Sancho: «El devenir feminista de la acción colectiva: las redes digitales y la política de prefiguración de las multitudes conectadas» en Teknokultura vol. 15 No 2, 2018.

  • 13.

    J. Butler: Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea, Paidós, Buenos Aires, 2017.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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