Podemos, Venezuela y la izquierda como problema
julio 2016
Podemos y el chavismo tienen vinculaciones ideológicas evidentes. Pensar en esa relación permite reflexionar sobre el sentido de la izquierda.
Las pasadas elecciones españolas resultaron un fiasco para la coalición de la Izquierda Unida y Podemos, en tanto las expectativas que ellos mismos se habían planteado suponían el rebasamiento del Partido Socialista, que acabó como la principal fuerza política de la izquierda. El resultado tomó por sorpresa a todos y, entre la dirigencia de la alianza, se vivió como un verdadero balde de agua fría, registrado para la historia en las caras largas que vimos en la televisión. ¿Cómo las encuestas pudieron equivocarse tanto? ¿Por qué el electorado le restó apoyo a Pablo Iglesias y a su grupo? Se preguntaban y se preguntan todavía hoy los analistas políticos. No arriesgaremos aquí una respuesta sino que indagaremos en el problema de fondo que jugó, a nuestro entender, un papel fundamental en el resultado y es el componente identitario.¿Qué significa declararse izquierdista el día de hoy?
Si, en medio de nuestros múltiples problemas, los venezolanos encontramos tiempo para seguir los avatares de las elecciones españolas, fue en buena medida porque medimos el impacto de ellas en nuestras propias vidas. Venezuela es, al día de la fecha, el cuarto país del mundo con más españoles (unos doscientos mil, pero se calcula en tres millones los venezolanos que pudieran obtener la nacionalidad) mientras que España también es uno de los lugares predilectos de nuestra emigración (se estima, igualmente, la cifra de doscientos mil). Pero, sin lugar a dudas, el interés rebasó lo migratorio. La política venezolana ha estado presente en el debate mundial y, por supuesto, en el debate político español, desde hace tiempo. Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, apoyó abiertamente un referéndum para revocar a Nicolás Maduro; José Luis Rodriguez Zapatero –considerado un simpatizante del chavismo– desarrolló un rol de mediador en la situación venezolana; Mariano Rajoy ha criticado duramente al gobierno venezolano; y Felipe González ha hecho asunto suyo la defensa de los presos político. Esta presencia de la temática venezolana en territorio español, muestra hasta que punto ambos países se encuentran vinclados y expresa a las claras que cada sector de la política de Venezuela tiene un defensor o un crítico del otro lado del Atlántico.
Sin embargo, nada parece estar más vinculado a Venezuela que Podemos. El nombre del partido es, curiosamente, el mismo de uno de los que forman la alianza gubernamental chavista. Juan Carlos Monedero, ex dirigente de Podemos fue asesor e ideólogo del chavismo, Podemos ha sido sindicado como un partido que recibe financiamiento de Venezuela, sus parlamentarios han defendido al gobierno de Maduro y en la eurocámara y algunos, incluso, han saboteado los actos de la oposición venezolana en la península. La identificación resulta evidente. Podemos, al igual que el chavismo, pretende constituirse como síntesis de los diversos problemas de identidad que acosan a la izquierda en el actual contexto. Así, va desde la socialdemocracia –desdibujada desde la década del noventa, cuando terminó haciéndose casi indistinguible de los partidos de centro-derecha-, pasando por los herederos del comunismo, incapaces de reinventarse tras el fracaso de los llamados socialismos reales. De las casi cuatrocientas propuestas del programa de Podemos, muy pocas denotan un especial radicalismo y, al ser distribuidas en los quioscos en catálogos como los de una tienda de mobiliario para el hogar, parecen todavía más moderados. Los españoles, sin embargo, no creyeron en ellas. Tal vez porque sintieron una ambigüedad deliberada (se habla de cosas concretas: sanear un río, construir un ferrocarril, dar microcéditos y no de grandes principios: fue un camino que también siguió el chavismo al principio); o tal vez porque entre los encendidos discursos de los líderes y la asepsia glacé del catálogo hay una distancia tan grande que resulta casi insalvable.
Vender el anti-capitalismo con las técnicas de mercadeo de Sears e Ikea puede ser otra estrategia cool del movimiento, pero debería, irremediablemente, llamar a la precaución general. No hay contradicción entre ser de izquierda y compartir los valores estéticos de Ikea (al fin y al cabo marca de un país que, como Suecia, esposeedor de uno de los mejores sistemas de bienestar del mundo). Pero cuando se hace teniendo en la otra mano al Libro Rojo del Partido Socialista Unido de Venezuela, que se parece más en su diseño al de Mao Zedong las cosas cambian. Chávez se erigió en 1999 como la resurrección de aquello que parecía haber muerto en Berlín diez años atrás. Los comunistas que andaban buscando de qué asirse hallaron en él a una esperanza y una oportunidad; pero sólo para que, a la vuelta de tres lustros tengan ahora que sumar al desastre de la URSS y sus satélites, uno más: el venezolano. La nueva izquierda tuvo casos exitosos, como los de Lula Da Silva y Rafael Correa, pero la dimensión del colapso venezolano y su vinculación con algunos líderes de Podemos, lograron opacarlos.
Construir una propuesta democrática, inclusiva, respetuosa de las libertades y del emprendimiento, pero comprometida con lo social, resulta extremadamente difícil cuando la Revolución Bolivariana se encuentra en su punto más bajo de impopularidad y la tentación de irse hacia el otro extremo es grande. En especial para cuatro de sus principales partidos, que son integrantes de la Internacional Socialista. No es fácil ser socialista después de la cruz que puso sobre el término el chavismo. Convertirse en una alternativa tan progresista y fresca como los catálogos de Podemos, pero que capaz de producir en los electores confianza y no el temor de que sean un engaño más es un reto colosal, tanto a este lado del Atlántico como en el otro. No se debería, de ninguna manera, renunciar al mismo. Al fin y al cabo, es el único que puede responder a la pregunta de qué significa ser de izquierda en el día de hoy.