Macri y Cristina: la tormenta perfecta
agosto 2017
En Argentina se consolida el gobierno de Macri. Mientras, el kirchnerismo logra sostenerse pero no ocupa el liderazgo indiscutido de la oposición.
Al margen de haber sido objeto de duros embates –y algunas aisladas defensas– durante la breve campaña, los resultados de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias de la Argentina darán mucho que hablar. Los análisis y conjeturas ya esplendieron durante la noche del recuento, siempre afectos a las conclusiones apresuradas y la necesidad de sobreinterpretar unos resultados que, a diferencia de lo que ocurre con las elecciones generales, no tienen todavía ningún efecto sobre la distribución de escaños. Al margen de su funcionalidad para dirimir candidaturas, las PASO, como muchas veces se ha dicho, operan como una encuesta a cielo abierto. Los resultados, si bien no concluyentes, preanuncian un escenario posible para las elecciones generales y, necesariamente, fuerzan a los candidatos a reorientar su estrategia sobre un dato fiable de la distribución de preferencias del electorado. Las interpretaciones de esos resultados son un capítulo aparte dado que, al margen de los datos concretos, los contendientes –y sus escribas– optarán por aquella que consideren más eficaz para consolidar sus propios apoyos y alentar cierta transferencia de votos a su favor. El discurso exitista o derrotista (para atemorizar) se agitará según conveniencia, independientemente de la posición final en las PASO –aunque con márgenes variables en función de ésta.
En ese panorama, el éxito en términos globales de la alianza Cambiemos parece incontestable, sin dudas se trata de la consolidación de esta coalición como fuerza de alcance nacional y, en cierto modo, un contundente respaldo para el gobierno encabezado por Mauricio Macri. La gran ganadora parece ser la incombustible Elisa Carrió, su candidata en la Capital Federal, quien no solo se impuso con un margen de más de 30 puntos porcentuales sobre su inmediato perseguidor proveniente del kirchnerismo y ligado a la gestión de la ex presidenta, sino que lo hizo sin hacer prácticamente campaña en su distrito –privilegiando el acompañamiento a los candidatos bonaerenses– y con un significativo avance en su predicamento dentro de su propio espacio político de pertenencia. El triunfo apabullante en el bastión capitalino fue acompañado por una serie de victorias, más o menos contundentes, a lo largo y ancho del país, algunos esperables (Córdoba) y otros sorpresivos por su impacto (Santa Cruz y San Luis, gobernadas por kirchneristas y peronistas). El apresuramiento en reconocer triunfos ajustados en distritos claves como Santa Fe (donde el socialismo gobernante quedó tercero y la elección se disputó con el kirchnerismo) o provincia de Buenos Aires, en un recuento de votos que generó cierta suspicacia, fue el único punto gris para el oficialismo nacional.
La elección para el peronismo (más o menos kirchnerista) tuvo como foco de atención la candidatura de su figura más rutilante –aunque ya no claramente líder indiscutida–, Cristina Fernández de Kirchner, en el distrito más importante del país. El recuento minuto a minuto suspicacias mediante, el virtual empate técnico con Esteban Bullrich, el deslucido candidato oficialista que en las últimas semanas de campaña tuvo una serie de salidas de tono «por derecha» que se escaparon de la «narrativa amigable» oficial del macrismo, y un peculiar discurso triunfalista ya pasadas casi cuatro horas del día lunes, fueron las postales de esta elección que se presentaba como la madre de todas las batallas. La posibilidad del triunfo por escueto margen en la provincia de Buenos Aires o Santa Fe no ocluye la mala elección del peronismo en general –con escasas excepciones–, o, mejor dicho, la contundencia del triunfo del macrismo. Sin embargo, el peronismo sigue siendo por lejos la segunda fuerza del país, aunque con el imperativo de dirimir la fragmentación interna y reordenarse de cara a 2019, aunque queda por verse cuánto de kirchnerismo tendrá esa fórmula –que puede resultar fallida– de unidad. Para las elecciones generales se puede intuir que la fórmula será la misma que hasta el momento: agitar los fantasmas del ajuste económico para alentar la polarización y favorecer el traspaso de votos en su favor.
Esta fue una elección en términos generales mala para aquellos espacios dispuestos a saltar, evitar o desmentir la mentada «grieta». Ni Lousteau – el candidato del progresismo liberal en la Capital-, ni Massa – el candidato peronista «centrista» - en provincia, ni el Frente Progresista en Santa Fe – conducido por el Partido Socialista, opositor tanto al kirchnerismo como al macrismo - pudieron hacer mella en la polarización, y se llevaron a casa un tercer puesto con gusto a muy poco. Para colmo de males tendrán la dura tarea, sobre todo en los últimos dos casos, de conservar su caudal electoral en un escenario de mucha paridad y discursos beligerantes. La fragmentación extrema y los malos resultados en distritos claves han llevado al espacio de centroizquierda progresista a una situación crítica que, para algunas lecturas pesimistas, ya lo deja al borde de la extinción. Como contraparte, el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) de inspiración trotskista ha ratificado su consolidación como fuerza de alcance nacional, pero evidenciando cierto estancamiento en su sostenido crecimiento electoral de los últimos años. Sin embargo, es de esperar que el FIT canalice algunos votos en las elecciones generales de la miríada de fuerzas de izquierda y centroizquierda que no lograron vulnerar el piso impuesto por la ley electoral en las PASO.
Las conclusiones que se pueden obtener de estas PASO son varias, pero deben ser enunciadas con cierta prudencia. La polarización electoral fue ratificada, así como la primacía de la coalición oficialista. Las fuerzas que conforman Cambiemos, en especial el PRO – el partido del presidente Mauricio Macri—, de mantenerse estos números obtendrá una renta nada desdeñable, más si se tiene en cuenta que este éxito debe ser contrastado con los resultados de la elección de 2013. Los opositores, en especial el kirchnerismo, pondrán énfasis en el más de 60 % del electorado que, en términos desmañadamente binarios, «rechazó» la oferta del oficialismo. Renglón aparte merece el análisis de la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner y el balance de sus resultados. Más allá de si finalmente se impone o no en las PASO bonaerense –en cualquier caso será por un módico margen–, daría la impresión que su candidatura favoreció el «efecto de frontera» que el oficialismo constituyó –y explotó hasta el cansancio– como su eje discursivo. Se sospechaba que la candidatura de CFK podía ser la tormenta perfecta, aunque parece que las víctimas del naufragio no fueron del todo los esperados.