Opinión

El triunfo de Javier Milei o el final de la «anomalía» argentina


diciembre 2023

La victoria del candidato libertario acaba con la anomalía que vivió el país en estos últimos años -avanzar hacia la estabilidad política en el contexto de una fuerte inestabilidad económica-. Pero él mismo representa otro tipo de anomalía: ser el primer outsider que logró llegar a la Casa Rosada.

<p>El triunfo de Javier Milei o el final de la «anomalía» argentina</p>

Argentina experimentó durante los últimos años una situación paradójica. Si por un lado las principales variables macroeconómicas se iban desequilibrando, con su evidente impacto negativo sobre la situación social, por el otro la institucionalidad político-partidaria se tornaba cada vez más estable, con dos grandes coaliciones políticas que se alternaban en el poder y obtenían de manera creciente mayores porcentajes de votos y de cargos (ejecutivos y legislativos). Esta situación anómala contradecía lo que sería esperable, es decir, que los partidos o coaliciones gobernantes pagaran su mal desempeño en el gobierno con un descenso en su votación y en los cargos que obtenían. A su vez, el proceso que vivió Argentina iba a contramano del experimentado por la mayoría de los restantes países latinoamericanos, que mantenían e incrementaban su estabilidad macroeconómica a la vez que veían desestabilizarse sus instituciones políticas.

Desde hace años vengo sosteniendo, en artículos y encuentros académicos, que esta situación anómala no podía mantenerse y debía resolverse para un lado o para el otro. O bien las coaliciones existentes lograban desde el gobierno estabilizar la situación económica mejorando la situación social o, por el contrario, la creciente inestabilidad económica finalmente impactaría sobre el esquema político existente desestabilizándolo, que fue lo que ocurrió en las elecciones de 2023. 

El triunfo de Javier Milei, que es en sí mismo otra situación anómala, terminó con la anomalía antes descripta. Ahora la inestabilidad política acompaña la inestabilidad económica y social.

Argentina en la región 

Desde mediados del siglo pasado, en los países latinoamericanos, los ciclos políticos y los económicos tendían a acompasarse. Así, cuando existía inestabilidad en la institucionalidad política, era habitual encontrar también esa falta de estabilidad en los patrones económicos, y, del mismo modo, cuando la estabilidad imperaba en la política, era frecuente hallarla también en la economía. Si las décadas de 1970 y 1980 muestran a las naciones latinoamericanas inmersas en procesos de alta inestabilidad política y económica, las dos décadas siguientes parecen expresar una estabilización de ambas dimensiones, más allá de algunos casos relevantes.

Por el contrario, en los últimos años varios de los principales países latinoamericanos presentan una fuerte inestabilidad política acompañada de una alta estabilidad macroeconómica. En Brasil, después de 20 años de una estable competencia entre el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), la ilegítima destitución de Dilma Rousseff en 2016 abrió un periodo de alta inestabilidad que incluyó la injusta detención de Luiz Inácio Lula da Silva, la victoria de Jair Bolsonaro, su posterior derrota y un intento de sus partidarios de tomar las instituciones a la manera de la invasión del Capitolio. Todo esto, mientras la estabilidad macroeconómica se mantenía sin sobresaltos, más allá de los propios de la pandemia de covid-19.

Con mucho menos dramatismo y sin ninguna ruptura institucional, en México las elecciones presidenciales y legislativas celebradas en 2018 significaron el final de un sistema partidario «tripartidista», que era considerado hasta entonces por la bibliografía especializada como uno de los casos de «creciente institucionalización» en la región. Esto sucedió cuando un partido de reciente creación, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), no solo obtuvo la victoria en la elección presidencial sino también la mayoría en ambas cámaras del Poder Legislativo. De esta manera, Andrés Manuel López Obrador es el primer presidente de un gobierno unificado en México desde 1994, un profundo cambio político que prácticamente no alteró el orden económico.

Bolivia y Chile fueron considerados durante los últimos años entre los casos política y económicamente más estables de la región. Sin embargo, la crisis política en Bolivia, el golpe de Estado, la destitución y el exilio del presidente Evo Morales, así como la represión contra sus seguidores y la posterior lucha interna que vive el Movimiento al Socialismo (MAS), nuevamente en el gobierno, mostraron en su conjunto la precariedad de esa estabilidad institucional, sin que la macroeconomía resultara afectada en el proceso. Una situación similar se vivió en Chile con grandes cambios políticos, desde las masivas movilizaciones que llevaron al presidente Sebastián Piñera a convocar una Convención Constitucional, hasta los reiterados fracasos de este proceso, pasando por la elección del ex-dirigente estudiantil de izquierda Gabriel Boric como nuevo presidente en elecciones extremadamente polarizadas. 

Fuertes crisis políticas y movilizaciones sociales también tuvieron lugar en Ecuador y forzaron la renuncia anticipada del presidente Guillermo Lasso y la disolución del Congreso. Colombia también experimentó grandes movilizaciones, y la novedad política llevó a que por primera vez en la historia del país un dirigente de izquierda, que incluso había participado de la lucha armada en su juventud, como Gustavo Petro, accediera a la Presidencia. Nuevamente, como en los cuatro casos antes mencionados, las condiciones macroeconómicas en estos países se mantuvieron estables, más allá de que se hicieron sentir los efectos de la pandemia y las turbulencias en el contexto internacional.

El exponente más claro de esta dualidad entre una política en permanente crisis y una macroeconomía que se mantiene estable lo constituye obviamente Perú, que acompaña más de 20 años de crecimiento ininterrumpido de su economía con baja inflación, con cuatro presidentes presos por corrupción –incluso uno, Alan García, que se suicidó antes de ir a la cárcel–, siete mandatarios en una década y un presidente del Banco Central del Perú que ocupa el cargo desde 2006.

Dentro de este contexto regional, la situación argentina parecía transitar el camino inverso, presentando una situación paradójica: un escenario macroeconómico de altísima y creciente inestabilidad y una situación social realmente complicada, que acompaña un escenario político institucional que se mantenía llamativamente estable, en especial por darse en un contexto de profunda polarización social.

La situación socioeconómica 

El país atraviesa un prolongado estancamiento de su economía, solo matizado por el rebote posterior a los cierres de la pandemia. El PIB per cápita no ha crecido en los últimos diez años y este año estará por debajo del de 2015. El estancamiento económico convive con una elevada inflación, que aumentó en los últimos ocho años de 17% en 2015 a 140% en 2023. La devaluación de la moneda acompañó estos indicadores: el valor del dólar pasó de aproximadamente 9 pesos a fines de 2015 a rozar los 380 pesos a principios de diciembre de 2023 según la cotización oficial. En estos días, la divisa estadounidense con la que los argentinos pagan sus compras con tarjeta de crédito en el exterior, el llamado «dólar tarjeta», cotiza cerca de los 970 pesos, al igual que el dólar libre, ilegal o blue. 

A esta situación se le suma una profunda crisis de la deuda. En Argentina, la deuda bruta del sector público alcanza los 400.000 millones de dólares y 65% de ella se encuentra en moneda extranjera, casi 90% del PIB. Por su parte, desde 2010 el país tuvo un marcado y creciente déficit fiscal.

Como es de esperar, los indicadores sociales acompañan estos resultados económicos, e incluso se agravan por una fuerte y creciente desigualdad. Argentina exhibe una severa dificultad en la generación de empleo privado formal; el número total de personas ocupadas se mantiene en los valores de diez años atrás, pero el promedio de sus ingresos ha descendido. La pobreza alcanza a más de 40% de las personas y 30% de los hogares y más de la mitad de los menores de 15 años se encuentran por debajo de la línea de pobreza. La indigencia, es decir el sector de la sociedad que no alcanza a tener los ingresos necesarios para garantizar su alimentación mínima, llega a 9% de las personas y 6% de los hogares. Aunque suele mencionarse que la medición de la pobreza en Argentina es más «exigente» que en otros países de la región, los datos no dejan de reflejar el profundo deterioro de las condiciones de vida.

En resumen, la economía argentina viene experimentando un prolongado estancamiento, una deuda prácticamente impagable, un déficit fiscal y una inflación récord, mientras que la situación socioeconómica es en extremo delicada, con un pronunciado empeoramiento reciente incomparable a lo que ocurría diez años atrás.

La situación política 

Como contracara de lo anterior, y a diferencia de lo que se podía esperar, el escenario político institucional, la «estructura de la competencia partidaria», se había ido estabilizando marcadamente desde 2011. En las elecciones presidenciales de ese año, el oficialista Frente para la Victoria (FPV, peronista) había obtenido un contundente triunfo, con 54% de los votos en la primera vuelta, que selló la reelección de Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, ese resultado se logró frente a una oposición muy fragmentada que en ninguna de sus opciones alcanzó el 20% de los votos. La dispersión opositora no impidió, no obstante, que esta, con sus variantes, derrotara al oficialismo en las elecciones de medio término de 2013, reforzada por desprendimientos del propio peronismo. La creación de la alianza Cambiemos para las elecciones de 2015 significó el fin de la fragmentación de la oposición, que consiguió, en un apretado balotaje, la victoria del ex-presidente del club Boca Juniors y hasta entonces jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. De esta alianza formaron parte la tradicional Unión Cívica Radical (UCR), Propuesta Republicana (PRO) de Macri, y la Coalición Cívica de Elisa Carrió.

Desde entonces, en términos de estabilidad electoral, los resultados son claros. Las dos coaliciones partidarias que protagonizaron las elecciones presidenciales de 2015 y 2019 se mantuvieron estables, tanto en términos de sus partidos componentes como en el porcentaje de votos que obtuvieron en ambos procesos electorales. Por un lado, el Frente de Todos (FdT), expresión electoral del peronismo, que llevó a Alberto Fernández a la Presidencia acompañado por Cristina Fernández de Kirchner como vicepresidenta, incluyó a todos los partidos que eran miembros del FPV más algunos otros. Por el otro lado, la alianza Juntos por el Cambio (JxC, ex-Cambiemos). Los indicadores que utiliza la ciencia política refuerzan esta lectura. La volatilidad electoral, que mide las transferencias de votos entre los partidos, en las elecciones de 2019 fue la más baja desde la restauración democrática. Por su parte, el número efectivo de partidos (en este caso coaliciones), que expresa la fragmentación en las votaciones, fue en 2019 el segundo más bajo de todo el periodo, solo superado por el sólido bipartidismo de 1983. A su vez, la cantidad de bloques parlamentarios en ambas cámaras se redujo claramente entre 2011 y 2023.vb543ewq

Las elecciones de renovación parlamentaria de 2021 volvieron a mostrar la estabilidad creciente del sistema político-partidario. Si bien las comparaciones son relativas por las dificultades que presentan las elecciones legislativas de medio término, los datos de estos comicios, comparados con las elecciones presidenciales de 2015 y 2019, son similares. Así, en las elecciones de 2021, las dos coaliciones principales sumaron casi 75% de la votación, cifra inferior a la que obtuvieron en las elecciones de 2019 (88,5%), pero superior a la obtenida en las elecciones de 2015 (71%). Asimismo, en lo que respecta a los cargos obtenidos, 23 de las 24 bancas del Senado y 111 de las 127 bancas de diputados (en las elecciones de medio término se renueva la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado) fueron para estas coaliciones mayoritarias, es decir casi 90% de las bancas en juego. 

La mala elección realizada por el oficialista FdT, que quedó casi nueve puntos por debajo de JxC (42% a 33%), se asemeja a los resultados obtenidos en las anteriores elecciones de medio término por los distintos frentes electorales que conformó el peronismo para cada elección. Así, el FPV obtuvo 32,8% en las elecciones de 2013, y la sumatoria de los votos obtenidos por los frentes electorales que constituyó el peronismo en las provincias en 2017 alcanzó 33,5%. Por su parte, los resultados de la principal coalición opositora son muy similares a los que obtuvo dos y cuatros años atrás (40,3% y 41,75%, respectivamente). Finalmente, la participación electoral (71,7% del padrón) tuvo una caída de seis puntos frente al promedio de participación en elecciones de este tipo, lo que está en línea con lo que ocurrió en las elecciones recientes en el resto del mundo.

Esta estabilidad político-partidaria en medio de un escenario económico y social crecientemente crítico e inestable representaba claramente una anomalía: ¿por qué la enorme mayoría de los ciudadanos argentinos continuaban votando a los mismos partidos y candidatos que presentaban tan mal desempeño en el gobierno? 

Las causas de la estabilidad política

Las causas de la creciente estabilización política que los argentinos vivieron entre 2011 y 2023 obedecen centralmente a dos factores. Por un lado, el tipo de diseño institucional que tiene el país y, por el otro, la forma particular, bipolar, que adoptó la estructura de la competencia política.

El régimen político institucional argentino es muy complejo porque combina en su Constitución un sistema presidencialista, federalismo, bicameralismo real (ambas cámaras parlamentarias tienen un poder similar) y elección presidencial en dos vueltas. Además, debemos sumar que las dos cámaras nacionales, el Senado y Diputados, se renuevan parcialmente cada dos años y que existe un marcado federalismo electoral por el cual los gobiernos provinciales tienen amplia libertad para separar sus elecciones de las nacionales. 

Toda esta complejidad del diseño institucional hace que se dificulten los cambios y se privilegie el statu quo, más aún por ser baja la magnitud de la mayoría de los distritos legislativos -se elige un número reducido de legisladores-. El ejemplo más evidente de los obstáculos que enfrentan los cambios electorales abruptos es la situación actual: Javier Milei asume la Presidencia después de imponerse en el balotaje con casi 56% de los votos y su partido tendrá solo 38 diputados de 257 y 7 senadores sobre 72. A su vez, el oficialismo no contará con gobernaciones ni intendencias (alcaldías).

Pero estas instituciones no habrían bastado para estabilizar un sistema con tan malos resultados de las gestiones gubernamentales sin una estructura de competencia que parecía reforzarse a sí misma. El denominado «bicoalicionismo» polarizado tiene su origen en la crisis política y social de finales de 2001, que prácticamente hizo implosionar a los partidos no peronistas y dejó a sus electores «huérfanos», como bien lo caracterizó el sociólogo Juan Carlos Torre. 

El pico de esta orfandad ocurrió después de las elecciones de 2011 cuando, a los pocos meses del contundente triunfo del oficialismo peronista, centenares de miles, esos «huérfanos», salieron a las calles a protestar reiteradamente contra el gobierno en un escenario de altísima y creciente polarización. Poco después, una oposición fragmentada derrotaría al gobierno en 2013, y una unificada en la coalición Cambiemos llevaría a Macri a la Presidencia en 2015. Así se consolidó durante ocho años y dos mandatos presidenciales una estructura bipolar y polarizada en la que la lógica centrífuga de la propia polarización reforzaba las identidades y vaciaba el centro del sistema, lo que compensaba los malos resultados que ambas coaliciones lograban en el gobierno.

La ruptura: Milei presidente

La sucesión de dos gobiernos mediocres, más de diez años sin crecimiento, pobreza e inflación en alza y las irresponsables internas de las dos principales coaliciones desafiaban la fortaleza de una estructura de la competencia que se terminó de romper en las elecciones de este año en la forma que la ciencia política prevé que ocurre con los sistemas polarizados: por uno de sus extremos. 

Los malos desempeños gubernamentales de ambas coaliciones explican su derrota. Pero ¿por qué Milei y La Libertad Avanza? Creo que hay tres motivos que, junto con la evidente habilidad del economista para canalizar el descontento, explican cómo una fuerza política que no existía poco más de dos años atrás, con muy escasos recursos y casi sin estructura, logró imponerse y acceder a la Presidencia venciendo a fuertes aparatos políticos y territoriales. Estos motivos pueden sintetizarse en la forma particular que tomó la polarización en Argentina; la pandemia, junto con la larga cuarentena y sus secuelas; y, finalmente, los cambios en la geografía electoral.

1. La grieta. Sabemos que ciertos niveles de polarización son vitales para el buen funcionamiento de la democracia. Si las opciones que se les presentan a los votantes se confunden entre sí y proponen cosas parecidas, el juego democrático pierde su verdadero sentido. El problema aparece cuando esta polarización se extrema, y más aún cuando se torna más bien identitaria y moralizante: «nosotros los buenos contra ellos, los malos». Este tipo de polarización, que llamamos «afectiva», es el que existe en Argentina y se conoce popularmente como «la grieta». Asimismo, como en muchos otros países, la polarización es en este caso claramente asimétrica; es decir, lo que se radicaliza es la extrema derecha que, a su vez, actúa con «potencial de chantaje» sobre el resto de la derecha y la obliga a seguirla en sus métodos y discursos.

Varios actores intentaron aprovechar esta particular estructura del juego polarizado; así, pretendieron utilizar a Milei, pero finalmente fueron utilizados por él. El peronismo buscó potenciar primero al candidato libertario, en especial en la provincia de Buenos Aires, para dividir a la oposición, cosa que le dio buenos resultados y le reportó decenas de alcaldes. Macri y Patricia Bullrich también usaron a Milei, en su caso para desgastar políticamente en la interna de JxC a Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires que un año atrás parecía el seguro próximo presidente. Lo lograron. Rodríguez Larreta, por su parte, utilizó a Milei para tratar de restarle votos a Bullrich, su contendiente en las primarias, lo que también resultó, aunque él mismo fuera derrotado. Todos buscaron utilizarlo, pero al final él pareció haberlos utilizado a todos.

A su vez, si bien Milei ocupa claramente el extremo derecho del eje izquierda/derecha, se ubica en el centro de la otra dimensión clave de la política argentina, que es el eje peronismo/antiperonismo, como lo ha destacado el politólogo Luis Tonelli. Reivindicando al ex-presidente peronista Carlos Menem y criticando abiertamente a las principales figuras históricas del radicalismo, sobre todo a Raúl Alfonsín, Milei construyó un discurso seductor para ex-votantes o simpatizantes del peronismo enojados con el gobierno de Alberto Fernández y sus pobres resultados.

2. Efecto cuarentena. Las secuelas de la pandemia, o más bien de las medidas implementadas en el país para enfrentarla, alteraron fuertemente la política local. Argentina es uno de los países que adoptaron duras medidas de aislamiento y distanciamiento social para enfrentar el covid-19. Si bien otros países del mundo, en especial los desarrollados, tomaron medidas similares, el elevado porcentaje de trabajo informal complicó su implementación y generó pronto un malestar que los actores políticos principales expresaron de manera difusa, ya que la oposición de JxC, por gobernar la ciudad de Buenos Aires, fue casi hasta el final corresponsable de su implementación.

Los trabajadores informales de todos los niveles sociales, que veían cómo sus ingresos prácticamente desaparecían al no poder salir de sus casas, experimentaban un creciente malestar cuando «los políticos» y todos quienes cobraban íntegros sus sueldos del Estado les daban lecciones de buena conducta, muchas veces desde un discurso progresista que delataba cierta pretensión de superioridad moral. Este clima antigubernamental, que se canalizó varias veces en protestas callejeras, se radicalizó por algunas sobreactuaciones del gobierno nacional, en especial en el plano educativo -las escuelas seguían incomprensiblemente cerradas- y por algunos hechos puntuales que mostraban a sectores del oficialismo practicando una especie de doble moral.

Frente a esta situación, muchísimos argentinos, en especialmente los jóvenes, dirigieron su atención hacia alguien que hablaba en favor de la libertad absoluta y contra el Estado, el discurso progresista y la «casta» política. 

3. Lejos del Obelisco. Respecto de la geografía electoral, La Libertad Avanza presenta muchas similitudes con otros partidos nuevos que surgieron para disputarles el predominio a peronistas y radicales en la historia argentina, pero también muestra diferencias. Si los partidos nuevos surgían en la ciudad de Buenos Aires y su área metropolitana (el AMBA) y tenían muchas dificultades para trascender esa zona geográfica y expandirse en el resto del país, donde los aparatos políticos locales pesan fuerte, Milei obtuvo sus mejores resultados en el «interior».

En las elecciones primarias del 13 de agosto, La Libertad Avanza se impuso con casi 30% de los votos en el país; sin embargo, en el AMBA quedó en tercer lugar, muy lejos de Unión por la Patria (UP, nueva denominación de la coalición peronista) y de JxC. A su vez, en las elecciones generales del 23 de octubre Milei quedó segundo, nuevamente con 30% de los votos en el plano nacional, mientras que en el AMBA terminó tercero con 25%. Es decir, si solo hubieran votado los habitantes de esta zona del país, el candidato peronista Sergio Massa habría ganado sin necesidad de segunda vuelta, con 47% de los votos. Finalmente, en la segunda vuelta del 19 de noviembre Massa se volvió a imponer en el AMBA con 52%, mientras que Milei en el resto del país obtuvo casi 60% de los votos.

Estos números de alguna manera nos indican que parte de la explicación del resultado puede estar en esta cuestión geográfica. Es posible que muchos argentinos se hayan cansado del creciente «ambacentrismo» -centrado en el área metropolitana- que fue tomando la política argentina en los últimos años y que llegó a su pico durante la pandemia, cuando las medidas sanitarias que se tomaban miraban centralmente hacia lo que ocurría algunos kilómetros alrededor del Obelisco. Probablemente, muchos ciudadanos de fuera del AMBA, defraudados por gobiernos que no mejoraban sus vidas y se enfrascaban en discusiones internas y externas interminables sobre temas absolutamente lejanos a ellos, encontraron en este extrovertido economista porteño, electoralmente no muy valorado en su propia ciudad, el canal capaz de expresar su descontento frente un macrismo muy porteño y un peronismo «conurbanizado» (por el populoso Conurbano bonaerense, epicentro del peronismo, y sobre todo del kirchnerismo). 

El anómalo final de una anomalía

Si las recientes elecciones supusieron el final de la extraña situación anómala que presentaba Argentina, a partir de ahora la inestabilidad política acompaña a la turbulencia económica y social. Pero el final de esta anomalía trajo una nueva: la asunción presidencial del primer verdadero outsider de la historia argentina, alguien que no tiene prácticamente ninguna experiencia política ni administrativa y cuya fuerza partidaria es casi inexistente. Nunca un presidente en Argentina asumió con tan escasos apoyos parlamentarios y territoriales.

El peronismo pagó un alto costo por la deslucida gestión de Alberto Fernández, que si bien tuvo que enfrentar situaciones externas muy complejas (desde la pandemia hasta una fuerte sequía, además de las consecuencias de la guerra en Ucrania), fue víctima de una desgastante y persistente crisis interna «a cielo abierto» que le impidió gobernar y lo llevó a ensayar políticas imposibles con objetivos absolutamente lejanos a las preocupaciones populares, en especial en el plano judicial.

Por su parte, JxC pagó un precio aún más alto y hoy está en duda su misma existencia. Más allá de la desastrosa gestión de Mauricio Macri, la coalición fue también víctima de una salvaje lucha interna, entre «halcones» y «palomas», en un contexto en el que, desde 2021, pensaban en un triunfo seguro en las presidenciales. Paradójicamente, sus malos resultados nacionales se contraponen con sus buenos desempeños en las elecciones provinciales: de seguir existiendo, JxC contaría con nueve gobernadores y un jefe de gobierno.

Finalmente, podemos decir que hoy Argentina se parece más a las naciones de la región en su política, pero sigue distante en su funcionamiento económico. Esperemos que quienes fueron los principales protagonistas de los últimos gobiernos hayan aprendido la lección y entiendan que, como nos recordaba Norbert Lechner, el principal reclamo social al Estado es que genere un orden y las condiciones económicas para que todos y todas podamos vivir cada día un poco mejor.

 

En este artículo
Artículos Relacionados

Newsletter

Suscribase al newsletter

Democracia y política en América Latina