La dictadura y después. Las heridas secretas
Nueva Sociedad 87 / Enero - Febrero 1987
Los símbolos Mucha ceniza ha llovido sobre la tierra purpúrea. Durante los doce años de la dictadura militar, Libertad fue nada más que el nombre de una plaza y una cárcel. En esa cárcel, la mayor jaula para presos políticos, estaba prohibido dibujar mujeres embarazadas, parejas, pájaros, mariposas y estrellas; y los presos no podían hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Pero estaban presos todos, salvo los carceleros y los desterrados: tres millones de presos, aunque parecieran presos unos pocos miles. A uno de cada ochenta uruguayos le ataron una capucha en la cabeza; pero capuchas invisibles cubrieron también a los demás uruguayos, condenados al aislamiento y a la incomunicación, aunque se salvaran de la tortura. El miedo y el silencio fueron convertidos en modos de vida obligatorios. La dictadura, enemiga de todo cuanto crece y se mueve, cubrió con cemento el pasto de las plazas que pudo atrapar y taló o pintó de blanco todos los árboles que tuvo a tiro.