El 19 de enero de 1988, en Santiago de Chile, fue entregado el premio "José Carrasco Tapia" al autor de este artículo. Su texto es el discurso que pronunció el galardonado en aquella ocasión. El premio evoca al periodista chileno asesinado por la dictadura de Pinochet en 1986. A fines de septiembre de 1987, en Perú, una maga me leyó la suerte. La maga me anunció: "Dentro de un mes, recibirás una distinción". Yo me reí por la palabra distinción, que tiene no sé qué de cómica, y porque me vino a la cabeza un viejo amigo del barrio, que era muy bruto pero certero, y que solía decir, sentenciando, levantando el dedito: "A la corta o a la larga, los escritores se hamburguesan". Así que me reí de la profecía de la maga; y ella se río de mi risa. Un mes después, exactamente un mes después, recibí en Montevideo un telegrama. En Chile, decía el telegrama, me habían otorgado una distinción (así decía el telegrama: "distinción", como la maga). Era el premio "José Carrasco Tapia". Yo salté de la alegría. Ni la más mínima sombra de desconfianza me oscureció la alegría, porque ningún premio que lleve ese nombre puede servir para recompensar a los arrepentidos, a los domesticados, a los que dicen sí.