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Izquierdas y feminismos, hitos contemporáneos


Nueva Sociedad 261 / Enero - Febrero 2016

En el marco de los actuales debates de las izquierdas, resulta productivo revisitar el cruce entre izquierda y feminismo en clave contemporánea. En un tema tan vasto, una forma de acceso es recorrer brevemente algunos hitos de los últimos años, mediante los cuales es posible repasar encuentros y desencuentros entre izquierdas y feminismos cada vez más plurales. De América Latina a Europa y Oriente Medio, la relación problemática, aunque también fructífera, revela sus propias tensiones y desafía los límites identitarios y políticos de quienes se aprestan al diálogo y a la tarea común, en pos de proyectos que enfrenten las desigualdades en sus múltiples dimensiones.

Izquierdas y feminismos, hitos contemporáneos

Todavía hoy parece imposible hablar de la relación entre la izquierda y el feminismo sin recaer en el imaginario romántico y en la figura del desencuentro. Esas metáforas se acuñaron con fuerza durante las décadas de 1970 y 1980, cuando fueron más intensos los debates en torno del matrimonio mal avenido o de los noviazgos infelices que la izquierda, sobre todo marxista, y el feminismo habrían mantenido a lo largo del siglo xx. Tales desencuentros vendrían de lejos, con escenas canónicas como las de Vladimir i. Lenin regañando a Clara Zetkin por los supuestos desvaríos del amor libre. O Alexandra Kollontay clamando por una nueva moral y una mujer nueva, ante la mirada desconfiada de sus camaradas bolcheviques. Todo eso, en el escenario paradójico de una revolución que adelantaba un siglo el reloj de los derechos de las mujeres, para retrasarlo, poco después, cuando al calor del estalinismo se desmantelaría la mayor parte de los avances de los años 1917-1930.

Si el desencuentro es una constante, no ocurre lo mismo con la identidad de quienes integran la supuesta pareja malavenida. Cada vez más, hablamos, en plural, de izquierdas y de feminismos. Izquierda socialdemócrata, marxista, anarquista, radical, populista, revolucionaria, popular o anticapitalista, por un lado. Posfeminismo, feminismo popular, lesbofeminismo, feminismo queer, transfeminismo, feminismo poscolonial, ecofeminismo, por otro. Y esto, sin que ninguna de las dos listas resulte exhaustiva porque estamos ante expresiones que se renombran mientras estamos escribiendo, al ritmo vertiginoso de las redes sociales y al más lento, aunque no menos activo, de las prácticas políticas concretas.

Por supuesto, en el vasto campo de lo político hay quienes siguen insistiendo en el momento del encuentro como, por ejemplo, los feminismos anarquistas y socialistas o las izquierdas antipatriarcales. Pero hay también en los feminismos quienes hace rato abandonaron, con decepción, el diálogo con una izquierda que se reproduciría misógina, sorda y patriarcal. Este artículo no terminaría nunca si revisáramos cada una de esas experiencias que se dan, además, en distintas partes del globo y con especificidades locales siempre difíciles de sopesar a distancia, dado que las voces no se reparten por igual en la apabullante polifonía de los medios de comunicación y las redes sociales.

Sin embargo, sí podemos dar cuenta de algunos hitos resonantes que, en los últimos años, han reactivado la evaluación del encuentro (y el desencuentro) entre esas izquierdas y esos feminismos cada vez más plurales. Un antecedente, sin dudas, es el desparpajo con que el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se calificó en varias oportunidades como un convencido feminista. El líder de la llamada Revolución Bolivariana apostaba a un socialismo del nuevo siglo, que, entre otras virtudes, fuera feminista sin dilación. En esa tónica, no dudó en repetir la consigna en el encuentro de presidentes del Foro Social Mundial (2009) y preguntar a un visiblemente incómodo Rafael Correa, ya presidente de Ecuador, si también era feminista. El evidente voluntarismo de Chávez, que identificaba sin desavenencias ni fisuras el feminismo y el socialismo, se encontró con el asentimiento forzado de un Correa que se mordía los labios y se abanicaba ante un público fervoroso1.

Unos años después, esa respuesta entre dientes de Correa se fue transformando en una postura altisonante. En 2013, ante el debate por las modificaciones a la regulación del aborto, en contra de las asambleístas de su partido –Alianza País–, Correa amenazó con dimitir si se iba más allá de la legalización en embarazos producidos por violaciones a mujeres con discapacidad mental. La ilusión que la «Revolución Ciudadana» había despertado en una parte del feminismo se terminó de resquebrajar cuando se pudo escuchar al presidente decir, en ocasión de un acto de gobierno a fines de ese mismo año, que en Ecuador se respetaba el «movimiento feminista por la igualdad de derechos», pero no el extremo «peligrosísimo» de una «ideología de género» que bregaría por una libertad absoluta de los géneros y no tendría ningún asidero «académico». Cinco minutos de video alcanzan para ver cumplido el temario del más clásico catecismo antifeminista y homofóbico, incluida la consabida advertencia de que esto «se enseña a niños y jóvenes» y destruye la «familia convencional»2. Previniendo la lluvia de críticas que lo tildarían, cuando menos, de cavernícola, el presidente parece allí responder al pícaro Chávez, ya fallecido: estas cuestiones no serían de izquierda ni de derecha, son «moralidades» que lejos están de los temas centrales de la economía y la política. Pese a este discurso, tanto en 2013 como en 2015, Correa mantuvo reuniones con organizaciones lgbt (lesbianas, gays, bisexuales y trans) en las que se establecieron algunos compromisos sobre temas de violencia, salud, educación y ciudadanía3.

Además de provocar un tembladeral entre los propios y el gozoso reconocimiento de los grupos católicos y ultracatólicos, estos dichos dividieron tanto a los sectores feministas y lgbt ya incluidos en la mentada revolución, como a aquellos que mantenían una distancia crítica. Pero, sobre todo, evidenciaron los límites de la construcción de una nueva ciudadanía en la que los reclamos feministas históricos, ahora rebautizados como un fundamentalismo inaceptable, se verían postergados y resignificados en los discursos y en las acciones de gobierno. Solo como un ejemplo: el trabajo de la Estrategia Nacional Intersectorial para la Planificación Familiar y la Prevención del Embarazo Adolescente (enipla) fue traspasado de los ministerios hacia el Poder Ejecutivo y quedó redefinido bajo el designio de la médica Mónica Hernández, reconocida por su cercanía a los sectores católicos más tradicionales4.

Más allá de las particularidades nacionales, este hito viene a dejar en claro que no está en discusión la participación legítima del feminismo en una revolución que se reconoce a la izquierda del orden mundial hegemónico. Sin embargo, lo que se juega a cada paso es la definición misma de ese feminismo. Incluso hay una puja permanente por los alcances de un término más propio de la segunda parte del siglo xx, como es el de género. Con frecuencia, tanto en la política como en los medios y en algunos ámbitos académicos, «feminismo» y «género» se utilizan como una suerte de sinónimo del término «mujer». Así enunciada, la «cuestión de la mujer» fue una preocupación que las izquierdas nacientes compartieron con su época y hasta la enaltecieron con las plumas de sus figuras pioneras, comenzando por Charles Fourier, quien sostenía que el grado de emancipación de una sociedad podía medirse por el grado de emancipación de la mujer (habría que exceptuar aquí a algunos referentes entre los que se cuenta, sin dudas, el mismísimo Pierre-Joseph Proudhon, enardecido hasta el insulto ante el avance femenino). Ya el Manifiesto comunista daba cuenta de la importancia del tema, y autores fundantes como Friedrich Engels y August Bebel escribieron sendos libros que fueron la letra indiscutida para hablar desde la izquierda sobre «la Mujer», su historia y su porvenir5.

Sin embargo, desde aquellas primeras formulaciones viene corriendo más de un siglo de tinta6. El feminismo hizo de esa cuestión un movimiento político y un nutrido cuerpo teórico que ya tuvo su primera, su segunda y hasta una cuarta ola. Numerosas autoras y polémicas habilitaron procesos teóricos y políticos que han llevado a desmontar la mayúscula de la palabra «Mujer», a entronizar la experiencia vital de «las mujeres» y a deconstruir la noción misma de «mujer» como sujeto de la emancipación feminista. El concepto de género se forjó en ese devenir y, por eso, es un término altamente dinámico y con una operatividad política que muchas veces oculta su complejidad teórica. Si bien proviene de las ciencias médicas, su redefinición en el feminismo se produjo, precisamente, en diálogo con el marxismo. Huellas de las primeras manifestaciones académicas surgen en el texto clásico «El tráfico de mujeres. Notas sobre la economía política del sexo» (1975), en el que Gayle Rubin relee en clave feminista a las figuras señeras del pensamiento occidental, entre ellas, Marx y Engels7, y termina clamando por la reescritura de un nuevo Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado que recupere lo mejor de la pregunta engelsiana. Poco después, Donna Haraway escribía la entrada «género» a pedido de quienes editaban un diccionario marxista8. Nuevamente, allí reaparecía con productividad el persistente nudo teórico y político entre «género» y «clase». Dicho esto sin entrar en los debates animadísimos entre el feminismo radical, el feminismo liberal y el feminismo socialista de los años 709.

Pese a la riqueza de todo ese camino de creación y debate, la noción de género continúa circulando en las izquierdas como sinónimo de «mujer» merced, en parte, al desconocimiento de la producción teórica y política feminista. Solo se distinguen, como demuestra el hito ecuatoriano, cuando «feminismo» aparece como un término demasiado intenso o politizado, una exageración ante la cual se prefiere «mujer». Y aquí los gobiernos que se consideran progresistas coinciden con la Iglesia católica, muy reacia a una «ideología de género» que permearía con sus propuestas extremistas las legislaciones nacionales y la educación.

Esta lógica del sinónimo se quiebra, particularmente, cuando más intenso es el despliegue de una suerte de antifeminismo o neomachismo en boga según el cual hombres y mujeres prefieren declararse no feministas, a pesar de que dicen respetar gran parte del ideario que el feminismo convirtió en agenda. En varias oportunidades, consultada en entrevistas o como parte de su discurso espontáneo, la ex-presidenta argentina Cristina Fernández se distinguió de las posiciones feministas. Como variante de esa toma de distancia, al anunciar un plan que beneficiaba a las mujeres en la Asamblea Legislativa, se refirió a otro que apuntaba a los hombres y aclaró: «para que no me digan que soy una feminista mala»10. Este tipo de declaración demuestra que hay una batalla ganada relacionada con la centralidad del feminismo y sus reivindicaciones en la política. Sin embargo, de manera constante se intenta contener ese avance con el fin de acotar el feminismo a sus expresiones más moderadas, adocenadas y aceptables. Como consecuencia, se acotan las agendas y, al compás de organizaciones y financiamientos transnacionales, los temas centrales suelen ser los relacionados con la mujer en tanto víctima y enmarcados en el más franco punitivismo. Así, violencia de género, trata y femicidio lideran los programas de gobierno, pero la libertad de las mujeres de elegir sobre sus cuerpos y el acceso al aborto en condiciones de legalidad son cuestiones ignoradas o debidamente mediadas por los discursos de la salud y la protección. Aquí se tornan fundamentales la creatividad y la vitalidad del heterogéneo movimiento feminista que, mientras por un lado avanza en el lobby parlamentario, por otro inventa redes de solidaridad, socorrismos y acompañamientos para las mujeres que, de todas formas, abortan11.

Otro hito reciente es la sorpresiva conversión del presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, quien declaró que era un feminista que se permitía chistes machistas12, al tiempo que ensalzaba a la Mujer en abstracto y a las sufridas y calladas mujeres en concreto. Las críticas no se hicieron esperar, Bolivia cuenta con un movimiento feminista diverso que va en sus extremos desde los sectores comprometidos con el gobierno del Movimiento al Socialismo (mas), ligados al feminismo comunitario, hasta el activo grupo de feministas anarquistas y autónomas, cuya cara más visible es María Galindo del colectivo Mujeres Creando.

Fue precisamente ella quien, ante una declaración homofóbica de un legislador del mas, sentó una denuncia y logró que el vicepresidente, Álvaro García Linera, la convocara a un diálogo mano a mano13. El intercambio resulta interesante en muchos sentidos y no solo por el contenido, sino por la forma en que se disponen a dialogar. Galindo toma la posición que se espera de una activista «antiestatal» (y opuesta, por ejemplo, a la demanda del matrimonio igualitario porque implicaría asimilarse al modelo burgués de familia). García Linera, en cambio, elige encarnar la voz de un Estado amable y de paciente escucha que devuelve con gesto de seda toda provocación. Ante cada reclamo, él la invita a participar, a dar ideas, a gobernar: «dime qué hacer, María». Pronto envuelve a la activista en los detalles de una exigencia que en boca de una feminista radical aparece como una demanda mínima: Galindo propone una encuesta entre los parlamentarios sobre temas de género. Luego, cuando ella parece exigir medidas más radicales –la educación sexual efectiva en las escuelas y la legalización del aborto–, el vicepresidente le hace notar la flagrante paradoja: una anarquista le pide cambios al Estado. Finalmente, cuando la activista se endurece y denuncia la lógica clientelar del gobierno, él echa mano a la maniobra antes descripta y, ahora con firmeza, demarca el feminismo aceptable, uno que obviamente estará lejos del «neovanguardismo feminista» que representaría Galindo.

Gran parte de este extenso diálogo es una delicada trampa que ilustra otro capítulo de la relación entre las izquierdas y el feminismo: el momento en que la izquierda gobierna. Esa instancia reactiva la vieja interna del feminismo entre las corrientes institucionalistas y las autónomas. Cerca del Estado es posible convertir la reivindicación en legislación, programas y acciones financiadas adecuadamente. Pero de cerca también es posible ver cómo las leyes se desdibujan en las peripecias de las reglamentaciones y los presupuestos exiguos. A su vez, lejos del Estado los reclamos parecen más vivos e incontaminados. Pero se reducen en capacidad de irradiación y alcance de un territorio mayor. El feminismo autónomo sabe hacer sonar el alerta cuando las fuerzas de los aparatos de Estado imponen una lógica distinta y opuesta a la horizontalidad, la sororidad y la autoconciencia que la experiencia feminista reclama para sí. Y, al mismo tiempo, desde las secretarías y despachos estatales, muchas feministas mantienen con gallardía el núcleo mínimo de reivindicaciones en los ásperos escenarios de la política real. De manera algo paradójica, es probable que ese juego riesgoso del contacto con el Estado brinde mejores chances al feminismo cuanto más activo y diverso se encuentre como movimiento autónomo, comprendiendo que su capacidad para la autorreflexión y el trabajo sobre sí es un aporte sustancial a la política en todos los frentes.

El diálogo Galindo-García Linera muestra algunas de las aristas de ese juego; en este caso, las dificultades de ella para actuar en ese contexto –en contraste con sus creativas performances frente a situaciones de represión– y la paradoja de que sea el vicepresidente quien le pide a la activista ampliar las fronteras de lo posible en el Estado. Otro hito muy cercano en el tiempo es el debate que suscitó la conformación del gobierno en Grecia, tras la victoria de Syriza a inicios de 2015, una coalición de izquierda con una prometedora bandera de varios colores. Sin embargo, la foto del flamante gabinete no podía ser más masculina y, de inmediato, desató las lenguas feministas. Entre ellas, las del Fórum de Política Feminista de España –país que por su propio proceso político tenía sus ojos puestos en Grecia–, a través de una carta abierta al nuevo primer ministro, Alexis Tsipras, titulada «Sin mujeres no hay democracia»14. Allí se le reclamaba, sencillamente, la incorporación de ministras en el gabinete, y ese pedido concreto fue a su vez criticado por quienes, conociendo el proceso griego de cerca, matizaban la evidente preeminencia masculina dando a conocer las biografías de varias mujeres en puestos fundamentales del nuevo gobierno15. Mujeres que la crítica feminista externa, inesperadamente alineada con los crudos embates opositores que afrontaba el nuevo gobierno, contribuía a invisibilizar denunciando, con buena intención, su supuesta ausencia. Otras feministas señalaron, además, el punto débil de las reglamentaciones que exigen paridad o una cuota predeterminada: no cualquier mujer garantiza una agenda feminista, y ni siquiera una que instale la prioridad de derechos para las mujeres. Margaret Thatcher (primera ministra del Reino Unido), Condoleezza Rice (secretaria de Estado estadounidense) y Angela Merkel (actual canciller alemana) son los ejemplos remanidos. Sin embargo, más allá de sus posicionamientos políticos, habría que preguntar, además, en qué condiciones acceden las mujeres a los puestos de mayor poder.

En esa dirección, es interesante recordar cómo el impacto publicitario que provocó el llamado «gobierno rosa» del socialista José Luis Rodríguez Zapatero en 2004 –destacado por ostentar un gabinete de nueve ministras y ocho ministros– se derrumbó cuando se revisaron las biografías personales. Un avezado ojo feminista podía comprobar que la celebrada mayoría femenina dependía de unos datos muy objetivos y reveladores. Todos los ministros, salvo uno, estaban casados, mientras que más de la mitad de las ministras declaraba no tener pareja. A su vez, mientras los ocho ministros sumaban más de 20 hijos e hijas, las nueve ministras no llegaban a diez16. Dejando de lado las opciones personales, esta simple cuenta demostraba que el acceso de las mujeres a cargos de alto nivel público (y también privado) no parecía modificar las relaciones familiares tradicionales ni las prácticas de cuidado. Al contrario, se mantenían más o menos incólumes, dado que los varones no parecían tener necesidad de resignar la paternidad o la vida familiar para participar en las altas esferas de la política17.

Aquella rencilla pasajera, atizada por la glamorosa fotografía de las ministras en la tapa de la revista Vogue, nos recuerda que, en la relación entre las izquierdas y los feminismos, resulta importante no solamente contabilizar a las mujeres que acceden a los espacios de decisión sino, sobre todo, en qué términos lo hacen. Además de cuántas y cómo es preciso observar, también, quiénes son esas mujeres. Modelos diversos se ensayan desde siempre con el fin de comprender, orientar o moderar la participación femenina. Hace poco adquirieron mucha visibilidad las mujeres kurdas en el marco del movimiento de liberación en Kurdistán y su lucha contra el Estado Islámico. De inmediato sus figuras bellas y exóticas rematadas con la imagen dura de las armas largas sedujeron a la prensa internacional. Las izquierdas redoblaron su atención sobre ese proceso revolucionario que, en medio de una guerra desigual, desplegaba estrategias creativas de autogobierno con inclusión de las mujeres. Sin embargo, hay que buscar mucho entre los entusiasmados párrafos dedicados a las combatientes para comprender que su construcción como movimiento no sigue la lógica repentista con que las descubrieron los medios internacionales.

La reciente recorrida por América Latina de Melike Yasar, representante del Movimiento de Mujeres por la Liberación de Kurdistán (mmlk), nos permitió entrever el largo proceso de construcción de una organización que hoy muestra al mundo una envidiable cantidad de estrategias de autogobierno en la zona de Kobanê. De paso por el 30o Encuentro Nacional de Mujeres que tuvo lugar en la ciudad argentina de Mar del Plata en octubre de 2015, Yasar dio a conocer los detalles de una verdadera refundación de la mujer en una antiquísima realidad patriarcal. Cada acción supuso, además de numerosas violaciones, torturas y muertes, un camino de lenta construcción de nuevas subjetividades en el marco de una doble lucha: contra el enemigo común y contra la razón patriarcal encarnada insidiosamente en las propias familias. En este sentido, el proceso kurdo le revela, a un Occidente progresista algo fascinado con él, que un encuentro fructífero entre las izquierdas y los feminismos no debe perder de vista las microfísicas de los poderes frente a tanto desvelo por los parámetros macroeconómicos y supranacionales. El día a día, los problemas cotidianos, la organización de los cuidados y la gestión de los afectos forman parte de una construcción laboriosa y muy situada que crece aunque los teleobjetivos de los medios internacionales tarden en descubrirlos y globalizarlos.

No podemos decir que el mundo de los afectos, las pasiones y las emociones (ya hay todo un campo de estudios para deslindar matices) haya tenido poca presencia en la política de la última década. Indignaciones, hartazgos, nuevas sociabilidades y despliegues corporales protagonizaron sucesos como la llamada «primavera árabe» o el 15-m en España. Fue durante el acampe español cuando la relación volvió a mostrar su costado espinoso, a juzgar por el suceso de la bandera que anunciaba «La revolución será feminista o no será» y que habría sido violentamente arrancada de la plaza. En la compleja traducción que viene realizando Podemos entre aquella animada indignación popular y una estrategia electoral con verdadera vocación de poder, parece que la máxima «Ahora no es el momento» se ha vuelto a cernir sobre los reclamos históricos del feminismo18. Y pese a novedades auspiciosas como el documento «Reorganizar el sistema de cuidados: condición necesaria para la recuperación económica y el avance democrático»19, feminismos autodenominados radicales o queer han hecho notar su complacencia y evidente reproducción de los mandatos de un feminismo blanco, heterosexual, de clase media y profesional. Además, a pesar de la alta participación de feministas en las filas de Podemos, otra parte del feminismo, representada por la histórica Lidia Falcón, prefirió sumar el Partido Feminista a las filas de la Izquierda Unida. Habría aquí no solo que reflexionar sobre la dificultad histórica de las izquierdas clásicas para pensar por fuera del marco heterosexual, sino también recordar los bravos combates en el interior del feminismo cuando aun allí era difícil romper ese marco. Las voces del feminismo lesbiano y los más recientes aportes de las identidades trans e intersex han permitido redibujar los contornos y el lenguaje mismo de «unx sujetx» de la emancipación feminista que excede la clásica definición de «mujer».

Podría aducirse, con cierta razón, que reconducir los debates internos del feminismo a una política tradicional es una tarea compleja. Y articularlos con estrategias de emancipación puede serlo aún más si se tiene en cuenta que no todo feminismo persigue objetivos revolucionarios o, tan siquiera, de reforma política profunda. Por un lado, existe desde siempre el feminismo de corte liberal, que se conforma con incluir en el capitalismo normas igualitarias y de promoción de la mujer. Pero, al mismo tiempo, viene tomando fuerza un feminismo publicitario que se suma al panorama de la diversidad propio del nuevo siglo sin discutir la explotación económica ni otras formas de opresión. Pululan en los medios del mundo cantantes pop que agitan alguna frase picante, publicidades de productos de belleza y limpieza que coquetean con la «nueva mujer» y figuras del star system global que se pliegan a alguna buena causa con estudiada prudencia.

Un análisis mucho más preciso de este proceso podemos encontrarlo en el último libro de Nancy Fraser, quien viene denunciando hace mucho tiempo la complicidad entre el capitalismo neoliberal y ciertas formas de feminismo20. El desarrollo de una economía de libre mercado y las nuevas formas de desigualdad y explotación no sufrirían ningún menoscabo y, al contrario, se podrían ver inesperadamente favorecidas con ciertas vertientes de la crítica al sexismo21. En el mismo sentido, Judith Butler advertía hace unos años cómo la instalación de nuevos derechos para la comunidad lgbt enlazaba con redefiniciones de lo humano que se convertían en novedosas modalidades de exclusión de la diferencia racial o cultural. Así, un test aplicado a posibles inmigrantes en Europa incluyó la aceptación de la homosexualidad masculina como modo de demostrar capacidad de asimilación a un Occidente tolerante y democrático22.

Cada uno de estos hitos, raudamente revisitados aquí, revelan algunas claves para pensar los encuentros y desencuentros entre las izquierdas y los feminismos: la puja por definir el feminismo aceptable, la dificultad para traducir en acciones de gobierno la agenda feminista clásica, el antifeminismo en boga, la reactivación de la cuestión de la autonomía feminista en contacto con las izquierdas gobernantes, los desafíos en la deconstrucción del sujeto «mujer» para la emancipación feminista, el desconocimiento e indiferencia hacia la producción teórica y política feminista, las trampas de los cupos predeterminados, la importancia de los procesos de subjetivación, etc.

Demuestran, además, que el diálogo será inconducente si pensamos en esa instancia como un momento de encuentro entre dos identidades ya dadas. Al contrario, lo mejor del cruce entre feminismos e izquierdas se produce en el propio proceso en el que se encuentran y desencuentran. Para ello, los feminismos que deseen articular deberán lidiar con sus productivas diferencias internas y también con la vocación de poder que exigen los juegos electorales. Mientras tanto, en las izquierdas que frecuentemente se acercan al feminismo con disposición devoradora, vendría bien prestar mayor atención a lo que las teorías feministas tienen para decir sobre la política, la subjetividad y el poder, más allá de los temas específicos para los cuales a veces se las convoca. Así como darse una verdadera oportunidad de refundar en ese proceso nuevas subjetividades que pongan en crisis los vicios patriarcales que todavía las acechan, a pesar de las voluntariosas declaraciones y lo multicolor de las banderas.

  • 1.

    «Hugo Chávez pregunta a Rafael Correa si es feminista» en YouTube, 13/12/2014, https://youtube/4pnvaAgo-re.

  • 2.

    «Ecuador: President Rafael Correa says ‘gender ideology’ threatens traditional families» en YouTube, 28/12/2013. https: youtube/4J7QMZXput00.

  • 3.

    Sobre la reunión, v. «Colectivos LGBT mantuvieron reunión con el presidente Rafael Correa» en Silueta X, 25/6/2015, https://siluetax.wordpress.com/2015/06/25/colectivos-lgbt-mantuvieron-reunion-con-el-presidente-rafael-correa/.

  • 4.

    Irina Pertierra: «La ‘Revolución Ciudadana’ en Ecuador y los derechos de las mujeres» en Pikara, 29/04/15.

  • 5.

    A. Bebel: La mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir [1879], Fontamara, Barcelona, 1980; F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado [1884], Claridad, Buenos Aires, 1941.

  • 6.

    Este artículo recupera algunos tramos de mi participación en el panel «Debates y perspectivas del marxismo entre dos siglos», durante las viii Jornadas de Historia de las Izquierdas (Cedinci / Unsam): «Marxismos latinoamericanos. Tradiciones, debates y nuevas perspectivas desde la historia cultural e intelectual», Buenos Aires, 19 de noviembre de 2015.

  • 7.

    En Nueva Antropología vol. VIII No 30, 1986.

  • 8.

    D. Haraway: «Género para un diccionario marxista: la política sexual de una palabra» en Ciencia, cyborgs y mujeres, Cátedra, Madrid, 1995.

  • 9.

    Entre muchos otros, v. Zillah Eisenstein: «Algunas notas sobre las relaciones del patriarcado capitalista» en Patriarcado capitalista y feminismo socialista, Siglo XXI, México, DF, 1980; Heidi Hartmann: «El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo: hacia una unión más progresista» [1979] en Cuadernos del Sur No 6, 3-5/1987; Iris Young: «Marxismo y feminismo: más allá del matrimonio infeliz» [1981] en El Cielo por Asalto No 4, otoño/invierno de 1992.

  • 10.

    «El discurso textual de Cristina Fernández de Kirchner» en Parlamentario.com, 2/3/2015.

  • 11.

    Por ejemplo, v. el sitio web Socorristas en Red, http://larevuelta.com.ar/tag/socorristas-en-red/.

  • 12.

    efe: «Evo, un feminista que cuenta chistes machistas» en El Deber, 17/2/2015.

  • 13.

    El diálogo se difundió a través de Radio Deseo, la fm de Mujeres Creando en La Paz. Luego, la revista argentina Mu, de la cooperativa de trabajo La Vaca, lo reprodujo completo en «María Galindo entrevista a Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia: ‘Gobernar es un acto de mentir’», 17/7/2014.

  • 14.

    Fórum de Política Feminista: «Sin mujeres no hay democracia. Carta abierta a Alexis Tsipras, nuevo Primer Ministro de Grecia», disponible en www.forumpoliticafeminista.org/?q=sin-mujeres-no-hay-democracia-carta-abierta-alexis-tsipras-nuevo-primer-ministro-de-grecia.

  • 15.

    B. Jaimen: «Carta abierta al Fórum de Política Feminista sobre su carta abierta a Alexis Tsipras» en Info Grecia, s./f., http://info-grecia.com/2015/02/02/carta-abierta-al-forum-de-politica-feminista-sobre-su-carta-abierta-a-alexis-tsipras/.

  • 16.

    Anna Freixas Farré: «Ministras y ministros. Vínculos y cuidados» en El País, 22/5/2004.

  • 17.

    En este momento hay en España dos ayuntamientos gobernados por mujeres –Barcelona, por Ada Colau, y Madrid, por Manuela Carmena– que merecen una particular atención por los desafíos que enfrentan y por las innovaciones que plantean frente a la política tradicional.

  • 18.

    Pablo Castaño Tierno: «Podemos y el feminismo» en Pikara, 13/11/2014.

  • 19.

    María Pazos Morán y Bibiana Medialdea: «Reorganizar el sistema de cuidados: condición necesaria para la recuperación y el avance democrático», Documentos de Podemos, s./f., disponible en http://estaticos.elmundo.es/documentos/2015/03/02/podemos.pdf.

  • 20.

    N. Fraser: Fortunas del feminismo, Traficantes de Sueños, Madrid, 2015.

  • 21.

    N. Fraser: «How Feminism Became Capitalism’s Handmaiden – And How to Reclaim It» en The Guardian, 14/10/2013.

  • 22.

    Judith Butler: «Política sexual, tortura y tiempo secular» en Marcos de guerra: las vidas lloradas, Paidós, Buenos Aires, 2010.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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