El fracaso de una política subalterna
Nueva Sociedad 216 / Julio - Agosto 2008
Desde 1989, Cuba buscó nuevos socios que le permitieran superar el aislamiento geopolítico. En el marco de esta estrategia, Europa fue el bloque que más rápidamente incrementó su presencia en la isla. A ello contribuyó el mantenimiento de una política diferenciada de la de Estados Unidos, en la que el vínculo económico no se supeditaba al cambio del sistema socialista. Más tarde, sin embargo, Europa cambió de posición y adoptó una estrategia subalterna a la estadounidense, evidenciada en la Posición Común y la imposición de sanciones. Esta actitud, fuertemente condicionada por la política del gobierno español de turno y las posiciones más duras de los países del antiguo bloque comunista, implicó un debilitamiento de la presencia económica europea en la isla y llevó al gobierno cubano a buscar socios alternativos, como Venezuela y China, que no impusieran condicionantes políticos.
Aislamiento geopolítico y reconstrucción de las relaciones externas
Sin duda alguna, 1989 marcó un punto de inflexión en la historia reciente de Cuba. La desintegración del bloque socialista sumergió a la economía cubana en una crisis sin precedentes. En apenas cuatro años, la pérdida del 85% de los nexos comerciales y financieros con el exterior arrastró al país a un deterioro de sus principales variables económicas prácticamente insostenible: las exportaciones se contrajeron 47%, las importaciones 70% y el PIB, 35% (Cepal).
Como consecuencia de ello, Cuba quedó prácticamente aislada. Y este aislamiento, en un escenario internacional marcado por el fin de la Guerra Fría, no fue solo económico, sino también geopolítico. Y es que 1989 marcó, además, la transición de un mundo caracterizado por la bipolaridad a uno unipolar bajo la hegemonía casi absoluta de Estados Unidos. Una hegemonía que limita las posibilidades de Cuba de defender el modelo político, económico y social sobre el que se ha sustentado y desea seguir sustentándose la revolución.
Desde principios de los 90, entonces, la mayor de las Antillas enfrenta un tremendo reto: reinsertarse en la economía internacional y hacerlo de modo tal que la relación con sus nuevos socios no impida la defensa de un modelo que pretende seguir diferenciándose del hegemónico. En ese sentido, los nuevos socios deben cumplir una doble condición: deben repercutir positivamente en la recuperación de la economía cubana y, al mismo tiempo, no deben interferir en las decisiones soberanas del país.
Los cambios en el patrón de intercambio: de Europa a China y Venezuela
El proceso de acercamiento a socios que cumplan con este doble requisito puede diferenciarse en dos grandes periodos. En el primero, durante prácticamente toda la década de los 90, la necesidad de Cuba de superar la grave crisis limitó las alternativas posibles. En la segunda etapa, desde fines de los 90 hasta principios de 2000, la mejora relativa de la economía, junto con la emergencia en el escenario internacional de contrabloques de poder que cuestionan la hegemonía estadounidense, facilitó el establecimiento de nexos con países que sí cumplen con ambas exigencias.
Una mirada al cambio experimentado en el patrón de intercambio de Cuba con el exterior entre 1990 y 2006 –sintetizado más adelante en la tabla– ratifica e ilustra lo anterior. En efecto, entre 1990 y 2000, la presencia de la Unión Europea (UE-15) en la economía isleña se consolidó día tras día, hasta lograr explicar más de un tercio del comercio internacional de bienes de Cuba. Después, en la etapa 2001-2006, la UE, si bien mantuvo una presencia importante, comenzó a ser desplazada por otros socios, en particular por Venezuela y China, dos países que pasan de tener una participación relativamente menor en 1990 (0,5% y 4,7% respectivamente) a convertirse en el primer y el segundo socio comercial más importante de la isla (20,6% y 14,9% respectivamente en 2006).
No cabe duda de que, en los tres casos mencionados, la evolución de la relación económica se corresponde con la relación política. Concretamente, el fortalecimiento de los nexos comerciales con Venezuela y China se explica, entre otros motivos, por la creciente afinidad política con estos países. La pérdida de influencia de Europa, mientras tanto, evidencia el fracaso de adoptar una estrategia que, al intentar condicionar la economía a la política interna de Cuba, resulta discriminatoria respecto de la mantenida hacia otros países.
La relación Cuba-UE: inflexión económica y política
En septiembre de 1988, la entonces Comisión Económica Europea (CEE) estableció sus primeros contactos oficiales con las autoridades cubanas. El objetivo era empezar a preparar un acuerdo económico y comercialcon la isla que permitiera, gradualmente, ir consolidando su influencia en Cuba (Klepal). En apenas dos años, y coincidiendo con la desintegración del bloque socialista, el objetivo parecía haberse logrado: la CEE avanzó notablemente como alternativa comercial y sus 12 países miembros explicaban, en aquel entonces, prácticamente 10% del total del intercambio de Cuba con el exterior (ONE 1998).
En 2000, la relación económica entre Cuba y la UE parecía consolidada. Aunque China y Venezuela comenzaban a aparecer como fuertes competidores, de todos modos Europa todavía era el socio más importante de la isla. A partir de ese momento, sin embargo, la situación comenzó a revertirse. Fruto de ello, y en apenas seis años, la UE perdió más de siete puntos de participación relativa en el intercambio comercial cubano.
Los vaivenes en la relación económica entre Cuba y la UE reflejan el progresivo deterioro de los vínculos políticos. Tres fechas han marcado los cambios más importantes: 1996, 2003 y 2005. A fines de 1996, la UE decidió adoptar la denominada «Posición Común». Conforme a esta, el bloque europeo decidió condicionar los acuerdos de cooperación económica y comercial con la isla a que las autoridades cubanas llevaran a cabo «progresos» en su transición hacia un modelo económicamente más liberal y políticamente pluripartidista. La UE exigió también más libertades civiles e indicios de mejoras en la supuesta violación de los derechos humanos.
La reacción cubana fue previsible. La Posición Común impone condicionamientos políticos y «utiliza un doble rasero para medir los actos de Cuba frente a los de gobiernos supuestamente democráticos de casi todo el resto del continente», tal como demuestra la postura del bloque europeo en relación con Colombia, El Salvador, Guatemala o México donde, a pesar de registrarse violaciones flagrantes de los derechos humanos, la UE se limita a reclamar una «cláusula democrática» para firmar acuerdos económicos o comerciales. En este marco, el gobierno cubano rechazó de inmediato la Posición Común, que consideró como una clara intromisión en sus asuntos internos y en sus decisiones soberanas. Asimismo, acusó a la UE de dejar de lado una política autónoma para pasar a adoptar una estrategia subalterna a la de EEUU.
La crisis se agravó durante 2003. En el transcurso de un conflictivo mes de abril, Cuba aplicó la pena capital a tres secuestradores de una embarcación. Asimismo, detuvo y encarceló a 75 «disidentes» (según la UE) o «mercenarios a sueldo de EEUU» (según las autoridades cubanas). Estos hechos derivaron en una ratificación de la Posición Común Europea, a la que se le añadió un conjunto de sanciones diplomáticas. El resultado fue la ruptura de todo puente de comunicación oficial entre las autoridades cubanas y europeas, un puente que solo se recuperó parcialmente en enero de 2005, con la suspensión provisional de las mencionadas sanciones.
Divisiones en la UE: el papel de España y de los antiguos países socialistas La suspensión de las sanciones europeas hacia Cuba decidida en 2005 fue una respuesta a una solicitud de normalización de las relaciones bilaterales remitida por los gobiernos de Bélgica, España y Luxemburgo y secundada por el Comisario de Desarrollo y Ayuda Humanitaria de la UE y antiguo canciller belga, Louis Michel. La respuesta positiva a esa solicitud puso en evidencia dos cosas: por un lado, la división de posiciones respecto a Cuba en el seno de la UE (entre países, pero también entre las diferentes instituciones comunitarias); y, por otro, las distintas capacidades de influencia en la postura final de la UE.En efecto, la estrategia europea no puede entenderse sin analizar las posiciones que en cada momento adoptan fundamentalmente dos actores: España, por un lado, y algunos de los países de la antigua Europa oriental, como Hungría, Polonia y la República Checa, por otro. Las motivaciones que subyacen en cada caso a la hora de influir –a menudo en direcciones enfrentadas– sobre la posición de la UE son muy diversas. En el caso español, pesa la historia de Cuba como antigua colonia y, además, la creencia de que la transición española de la dictadura franquista a la democracia puede ser un ejemplo para la isla. En el caso de Europa oriental, en cambio, la posición hacia Cuba está determinada tanto por su fuerte dependencia de la estrategia estadounidense como por el rechazo que algunos de estos países profesan por el modelo socialista, un modelo que desean sea desterrado de la isla.
El vínculo que España mantiene con Cuba no es comparable al que tiene con otros países latinoamericanos. Los datos son abrumadores: todavía hoy 70% de los cubanos tiene un abuelo español; en Cuba hay 30.000 españoles y 20.000 personas más esperan el reconocimiento de su doble nacionalidad; diariamente se celebran diez matrimonios entre ciudadanos de ambos países. Cuba es el tercer mercado de las exportaciones españolas en América Latina, que crecieron 28% entre 2005 y 2006. Hasta 2004, la cuota de intercambio entre ambos países (superior a 10%) ha sido la segunda más alta después de la registrada por Venezuela. Según la Cámara de Comercio española, en la isla hay al menos 150 empresas de ese país (entre ellas Agbar, Altadis, BBVA, Caja Madrid, Ibersuiza, Melià y Repsol). En el sector turismo, 100% de las habitaciones de los hoteles cinco estrellas y 60% de las de cuatro están controladas por empresas españolas.
Teniendo en cuenta lo anterior, se entiende la importancia de la posición del gobierno español de turno en la política europea hacia Cuba. El endurecimiento de la estrategia de la UE, la adopción de la Posición Común y la aplicación de sanciones se explican básicamente por la presión ejercida por José María Aznar y el Partido Popular (PP) desde 1996. De hecho, la victoria electoral de Aznar no puede desligarse del apoyo recibido por parte del exilio cubano más duro de Miami, con el que el entonces candidato del PP adoptó importantes compromisos políticos y económicos. Del mismo modo, el cambio de rumbo en la política europea, cuya manifestación más importante fue la suspensión de las sanciones a principios de 2005, estuvo directamente relacionado con el ascenso del gobierno socialista liderado por José Luis Rodríguez Zapatero.
En ese sentido, el nuevo gobierno español ha defendido una posición que, aunque aún titubeante, favoreció un «diálogo constructivo» con las autoridades cubanas. El establecimiento de este diálogo no está exento, sin embargo, de empeños de difícil conciliación. Así, el gobierno español persigue una política hacia Cuba que no dañe la relación con la isla pero que también sea aceptada por EEUUy por la denominada «disidencia». En este marco, el empeño de las autoridades españolas por compatibilizar «el fortalecimiento de la interlocución con el gobierno cubano» con el «apoyo a la disidencia interna» conduce a «un juego de equilibrios arriesgado y difícilmente sostenible».
Durante los últimos cuatro años, sin embargo, la presión de España por normalizar plenamente las relaciones –algo que ya se ha logrado de hecho en el plano bilateral– ha chocado sistemáticamente con las posturas inflexibles de Gran Bretaña, Suecia, Alemania y Holanda, así como de Hungría, Polonia y República Checa, que han abogado por un mayor endurecimiento de la posición europea hacia Cuba. En este grupo de países, ha sido la República Checa la que ha mantenido la posición más dura, tal como demuestra su participación en una serie de episodios de confrontación con el gobierno cubano.
Finalmente y como ya se señaló, el equilibrio de poderes entre los distintos países miembros se refleja en la postura final de la UE, pero también en las discrepancias entre las instituciones que la integran. En ese sentido, Cuba ha despertado constantes conflictos tanto dentro del Parlamento (hoy de mayoría conservadora), como entre este, el Consejo de Ministros y la Comisión.
Cuba con Raúl: ¿cambio en la relación con la UE?
El 31 de julio de 2006 se abrió una nueva etapa en Cuba. Su inicio coincidió con la delegación provisional de poderes del hasta entonces comandante en jefe, Fidel Castro Ruz. Esta delegación, originalmente temporal, se convirtió en plena el 24 de febrero de 2008, cuando la Asamblea Nacional del Poder Popular escogió a Raúl Castro como nuevo presidente. A juzgar por los discursos y las acciones impulsadas por Raúl, Cuba transita desde entonces por una etapa de ajuste económico en un marco político socialista. Conforme a ello, todo sugiere que las medidas económicas que se adopten irán acompañadas del mantenimiento del actual sistema político.
En este nuevo escenario, y como en los mejores juegos de naipes, cada uno de los actores relevantes ya ha destapado su jugada. España ha sido el actor que más iniciativas ha desplegado en su apuesta por normalizar las relaciones con Cuba, mientras que los países de Europa oriental han seguido firmes en sus posiciones más duras. La UE, por su parte, ha optado por una actitud cautelosa, sintetizada en la expresión anglosajona del wait-and-see (esperar para ver) (Roy). Cuba, entre tanto, ha respondido a España con una voluntad de mayor interlocución, aunque manteniendo su decisión de no ceder en la exigencia de que las relaciones con Europa avancen sobre tres condiciones: el respeto mutuo, la no injerencia en los asuntos internos y el reconocimiento del pleno derecho a escoger un sistema económico, político y social propio (Klepal).
En este nuevo marco, ha resultado especialmente relevante el cambio en la relación España-Cuba. Más específicamente, España ha optado por el diálogo constructivo por varias razones. En primer lugar, porque las sanciones han sido un rotundo fracaso. Pero sobre todo porque la necesidad de defender sus intereses económicos en la isla la ha hecho retomar la vieja máxima de «estar… para influir». Asimismo, a partir del cambio de mando en Cuba, España ha entendido que el único interlocutor válido en la isla es el gobierno y no la denominada «disidencia interna», desorganizada y sin capacidad real para construir una alternativa. Las autoridades cubanas, por su parte, han respondido ofreciendo una «interlocución privilegiada» con España, situación que en apenas dos años ya ha cristalizado en el intercambio de varias visitas oficiales, la reanudación de la cooperación para el desarrollo, el establecimiento de un «Mecanismo de Diálogo sobre Derechos Humanos» y un nuevo impulso a las relaciones económicas bilaterales, entre otras cuestiones.
A modo de conclusión: la decisión de levantar las sanciones
El 19 de junio de 2008, el nuevo acercamiento entre España y Cuba se trasladó, aunque de manera parcial, a la UE. En esa fecha, esta decidió levantar definitivamente las sanciones a Cuba. Tras cuatro días de deliberaciones del Consejo Europeo, España logró este objetivo, pero no pudo evitar «un compromiso renovado»hacia la Posición Común. En este punto ha influido la actitud de Gran Bretaña, Suecia, Francia, Italia y, muy especialmente, la República Checa. Dos argumentos enfrentados han pesado sobre este «ejercicio de equilibrismo». La posición favorable a la eliminación de las sanciones se ha basado en los «positivos informes» que la misión europea en La Habana ha remitido recientemente a Bruselas, en los que se valoran los pasos dados por el gobierno de Raúl Castro. Por su parte, la decisión de seguir vinculando la relación con la isla a exigencias de orden político se ha fundamentado en la creencia europea de que los pasos deben acelerarse todavía más.
En la primera reacción oficial del gobierno cubano, el canciller Felipe Pérez Roque ha considerado el levantamiento de las sanciones como un «paso en la dirección correcta». Con ese levantamiento se ha abierto un diálogo político formal con la UE. Las exigencias políticas que Europa mantiene a través de la Posición Común impiden, sin embargo, una normalización plena de las relaciones. Como había declarado en su momento el canciller cubano, tal normalización solo será posible cuando la Posición Común haya sido definitivamente retirada.
En junio de 2009 se producirá una nueva revisión de la política europea hacia Cuba. Los pasos que dé el gobierno cubano en los próximos meses serán determinantes para conseguir o no una revisión. Pero serán pasos que responderán a decisiones internas y no a presiones externas. Si Europa decide seguir presionando, solo conseguirá realimentar el ya estrepitoso fracaso de su política hacia Cuba, un fracaso que acentuará tanto su actual desplazamiento económico como su consecuente pérdida de influencia política. Y, paradójicamente, si los demócratas ganan las elecciones presidenciales de EEUU, la UE deberá entonces también asumir la vergüenza de seguir referenciándose en una política, la norteamericana, que, según soplan los vientos, parece condenada a la misma flexibilización que Europa se ha empeñado en evitar.
Bibliografía
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