Opinión

En busca del Marx republicano


marzo 2025

Durante toda su vida, Karl Marx siguió una trayectoria intelectual oscilante entre el republicanismo y el socialismo. En su libro Citizen Marx, el historiador Bruno Leipold documenta cómo esta filosofía política híbrida de Marx se vio influenciada por los debates con otros intelectuales y muestra su productividad para la izquierda contemporánea.

<p>En busca del Marx republicano</p>

Hoy en día, consideramos que palabras como «marxismo» y «comunismo» son casi sinónimos, pero en el siglo XIX, la escena socialista estaba compuesta por múltiples intelectuales que competían por determinar el curso de la política de izquierda. De hecho, el socialismo estaba lejos de ser el oponente ideológico dominante en el espectro progresista frente al conservadurismo y el liberalismo. El republicanismo defendía la causa de la libertad popular sobre bases principalmente políticas, no económicas. Favorecía las reformas políticas para otorgar el derecho al autogobierno popular, pero desconfiaba de utilizar el Estado para imponer la igualdad socioeconómica a la población. Los republicanos progresistas criticaban principalmente el uso arbitrario del poder por parte de los aparatos estatales autoritarios y hacían campaña por la ampliación de la participación política. Recién en el siglo XIX su atención se desplazó ligeramente de la esfera política a la fábrica, cuando algunos republicanos se percataron de que, incluso si la gente se liberaba de los reyes autoritarios y las aristocracias opresoras, seguiría sufriendo dependencia social bajo el sistema de trabajo asalariado capitalista. Los republicanos lucharon por volver a una economía preburguesa de pequeños artesanos, agricultores locales y propietarios independientes como remedio contra la proletarización en curso de los trabajadores bajo el capitalismo industrial.

Mucho antes de que Marx se convirtiera en la figura principal del pensamiento socialista, su desarrollo intelectual estaba profundamente arraigado en esta tradición republicana. En Citizen Marx, el teórico e historiador del pensamiento político Bruno Leipold documenta meticulosamente el vacilante viaje de Marx entre las filosofías del republicanismo y el socialismo. 

Mientras que el republicanismo se centraba en las reformas políticas de los sistemas constitucionales, las leyes electorales o los derechos civiles, y promovía el retorno a una economía de clase media de propietarios de pequeños propietarios, el socialismo abrazó plenamente el desarrollo económico y tecnológico del capitalismo hacia la concentración del poder y la proletarización. La industrialización de la producción fue, para el movimiento socialista, una bendición disfrazada en la medida en que aumentó masivamente la producción colectiva de riqueza. Las economías de escala aumentaron la riqueza total disponible para la sociedad, pero las leyes de propiedad capitalistas negaron a los trabajadores los beneficios de este progreso económico. Posteriormente, los socialistas imaginaron diferentes formas para que la clase trabajadora reclamara la propiedad sobre los medios de producción mejorados. Sin embargo, la mayoría de estas propuestas sorprendentemente no mencionaban la política, la reforma constitucional o la revolución. Robert Owen pensaba que se podía convencer a los capitalistas de fundar cooperativas gestionadas por los trabajadores, mientras que Henri de Saint-Simon creía que la política podía reducirse a una ciencia tecnocrática que permitiría a los expertos administrar la producción y distribución de bienes sin mucha participación democrática.  

El libro de Leipold documenta el desarrollo intelectual de Marx entre estas dos filosofías para mostrar cómo Marx articuló su propia versión híbrida del socialismo republicano, que pronto se convertiría en la tradición intelectual dominante de la política progresista durante 100 años. Leipold examina magníficamente la extensa obra de Marx desde sus primeros escritos periodísticos –e incluso sus ensayos durante su paso por la escuela secundaria– hasta sus principales obras de economía política y sus reflexiones sobre la Comuna de París. De este modo, distingue tres fases en el pensamiento de Marx. Si bien Marx comenzó como un crítico republicano del Estado prusiano y la filosofía hegeliana, alrededor de 1843 rompió pública y privadamente con el republicanismo y se inclinó hacia el socialismo. Solo mucho más tarde, en sus escritos sobre los experimentos republicanos fallidos en Francia, Marx volvería a abrazar fuertemente sus principios republicanos. Pero para entonces, estos principios estarían tan imbuidos de economía política socialista que pusieron a Marx en confrontación directa con los principales pensadores republicanos de su época, como Giuseppe Mazzini. Mientras que este último desestimó desde el principio la Comuna de París por considerarla como parte de un egoísmo inútil de la clase obrera, Marx la veía como una trágica prefiguración de un futuro poscapitalista que combinaba de manera convincente la emancipación social de la clase obrera con instituciones republicanas de autogobierno democrático. Creía que el camino a seguir pasaba por una combinación de colectivización de la infraestructura económica y el establecimiento de una república social que pusiera al proletariado definitivamente a cargo de esa infraestructura. 

La lección clave de la obra de Leipold es cómo Marx creó su filosofía híbrida de republicanismo y socialismo a través de un intenso debate continuo con otros pensadores críticos de su tiempo. La mayoría de estos autores están hoy olvidados, como el republicano hegeliano Arnold Ruge, el socialista antipolítico Karl Grün o el rabioso anticomunista republicano Karl Heinzen. La historia clásica del pensamiento político tiende a presentar el pensamiento de Marx como una reflexión independiente y autónoma sobre las tensiones políticas del capitalismo industrial, como si el socialismo de Marx surgiera de un vacío intelectual. Pero Leipold muestra que Marx se posicionó continuamente frente a pensadores y activistas rivales. Sin el conflicto intelectual entre estas visiones en competencia, simplemente no habría habido una filosofía política marxista. Si la lucha de clases es el motor de la historia, entonces la lucha intelectual fue el motor de la vida de Marx. Al excavar en los escritos de estos pensadores rivales poco estudiados –incluyendo los ingeniosos detalles de cómo estos individuos chocaron con la desafiante personalidad de Marx– Leipold arroja el pensamiento de Marx a las llamas de las cuales extrajo su vigorosa chispa.  


Una nueva mirada a la reacción química de los elementos republicanos y socialistas que produjeron la combustión que hoy llamamos «filosofía de Karl Marx» es particularmente interesante para el pensamiento político de izquierda contemporáneo. Por un lado, una corriente influyente del marxismo aceleracionista se ha alejado de los experimentos de los movimientos sociales antijerárquicos locales y el autogobierno democrático, que describen despectivamente como «política folk». Defienden la innovación tecnológica como palanca hacia un futuro poscapitalista donde la humanidad pueda disfrutar de un tiempo libre renovado a medida que el proceso de producción se vuelve cada vez más automatizado. Por otro lado, los nuevos republicanismos de izquierda han desvinculado las demandas progresistas de autogobierno popular de la emancipación económica de la clase trabajadora (Ernesto Laclau y Chantal Mouffe) y/o han revivido el ideal de la democracia de propietarios para los pequeños productores independientes (Elizabeth Anderson). Incluso dentro del propio movimiento comunista, los llamados al comunismo decrecentista (Kohei Saito) rechazan los reclamos de Marx de colectivizar el aparato de producción industrial en favor de economías autosuficientes y de pequeña escala que recuerden al agrarismo republicano. 

Aunque estos debates entre quienes están a favor y en contra del crecimiento, a favor y en contra del desarrollo tecnológico, así como a favor y en contra de las llamadas comunas agrarias, están causando estragos en el debate intelectual de izquierdas, la posición híbrida y flexible de Marx entre el autogobierno republicano y la producción colectivizada socialista en gran escala ofrece una nueva perspectiva útil. Más que reafirmar una doctrina coherente y estática basada en principios teóricos, la filosofía política socialista se constituye a partir de una serie dinámica de intervenciones en situaciones políticas concretas, donde la «corrección» de una posición se determina a través de la efectividad de una teoría en la lucha política e intelectual. Al mostrar la maleabilidad y relatividad del propio pensamiento de Marx a lo largo de sus luchas con otros pensadores de izquierda, Leipold brinda a los progresistas de hoy la misma lección de identificar el pensamiento filosófico como un ejercicio de intervención política. 

Nota: La versión original de este artículo, en inglés, se publicó en LSE Review of Books el 17/2/2025 y está disponible aquíTraducción: Mariano Schuster.




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