Opinión

Cumbre del G-7: ¿qué discutieron los países más ricos del mundo?


mayo 2023

La cumbre del G-7, reunida en mayo en Hiroshima, estuvo marcada por la guerra de Ucrania y las tensiones entre Estados Unidos y China.

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<p>Cumbre del G-7: ¿qué discutieron los países más ricos del mundo?</p>

La Cumbre del Grupo de los Siete (G-7) es un evento anual que reúne a los líderes de siete de las economías más avanzadas del mundo (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos), además de la Unión Europea. Este año la cumbre se celebró en mayo en Hiroshima, en un contexto global complejo y desafiante, y fue marco de varios acontecimientos trascendentes. Desde la presencia del presidente ucraniano Volodímir Zelenski hasta las críticas hacia China, las sanciones contra Rusia y las protestas callejeras, esta cumbre ha reflejado la importancia de la geopolítica y las tensiones internacionales actuales. 

Como suele ocurrir con este tipo de encuentros de alto nivel, no son tan importantes los resultados concretos de política pública, que suelen estar vagamente propuestos en comunicados finales muy voluntaristas. Lo relevante es identificar las preocupaciones geopolíticas del momento y cómo las potencias mundiales reaccionan frente a ellas. Asimismo, son reuniones que dejan pistas sobre cuáles son las alianzas y coaliciones que se están amalgamando. 

Las mayores preocupaciones de «Occidente» hoy son la invasión rusa de Ucrania y el ascenso de China, y eso se vio reflejado en la agenda de la cumbre del G-7. En efecto, uno de los hechos destacados fue la presencia de Zelenski. La participación del presidente ucraniano representó un gesto significativo de apoyo a Ucrania en medio del conflicto bélico con Rusia. La cuestión del Este europeo fue una de las escasas instancias de consenso entre los líderes, que mostraron solidaridad con Ucrania y reafirmaron su compromiso de proteger la soberanía y la integridad territorial del país. Además de nuevas iniciativas para proporcionar asistencia financiera y técnica a Ucrania, se anunciaron sanciones adicionales contra Rusia, tales como la restricción de exportaciones de artículos claves para el armamento militar ruso por parte de todos los países del G-7, un aumento en la vigilancia del cumplimiento de las sanciones ya en vigor, el mantenimiento de las limitaciones al uso ruso del sistema financiero internacional y la disminución de la dependencia europea de la energía proveniente de ese país. Estas medidas muestran que el G-7 está determinado a hacer frente a las acciones de Rusia que amenazan la seguridad y la estabilidad en la región y más allá. Sobre todo, la preocupación manifestada respecto a la invasión y la presencia de Zelenski sugieren que el G-7 considera a Rusia un agresor que desafía el orden internacional liberal que Occidente busca preservar. 

China también estuvo en el centro de la atención durante la cumbre, ya que los miembros del G-7 comparten una preocupación por su ascenso como potencia económica mundial. El comunicado del grupo es llamativamente duro en este punto, ya que habla de la necesidad de contrarrestar las «prácticas malignas» y «coerción económica china». El objetivo es fortalecer la resiliencia y seguridad económica del G-7 frente al uso coercitivo del poder económico de China. Los líderes expresaron preocupación por los abusos de los derechos humanos en Xinjiang y Hong Kong, así como por la creciente influencia económica y política de Beijing. Además, el G-7 mostró su voluntad de competir con China en el ámbito tecnológico y digital, y se comprometió a promover un enfoque basado en reglas en el sistema económico global. Estas críticas reflejan la creciente rivalidad geopolítica y económica entre el G-7 y China, y la importancia para el G-7 de establecer una postura común entre las economías más avanzadas del mundo. Así, se lanzó una plataforma de coordinación sobre coerción económica para proteger las cadenas de suministro globales y prevenir el uso militar de tecnologías desarrolladas. 

En relación con este tema, sin embargo, el G-7 enfrenta algunos problemas. En primer lugar, hay falta de unidad de acción respecto de China en comparación con Rusia. Los miembros europeos del G-7 se benefician de su intercambio con la nación asiática, y es difícil que puedan aislarse de ella al mismo tiempo que deben reorientar su política energética fuera de la órbita rusa. Asimismo, varios de los aliados estadounidenses en el Pacífico son muy dependientes del mercado chino. Además, las conclusiones del G-7 sobre China incluyen mensajes contradictorios: buscan «establecer relaciones constructivas», pero también señalan áreas de conflicto en temas como la militarización de islas, los abusos a los derechos humanos y la presión sobre Taiwán. Por último, el enfoque del G-7 en la competencia con China podría alienar a otros actores, como la India y Brasil, que recelan de la continuidad de la hegemonía estadounidense. 

Todo esto parece sugerir que no será fácil alcanzar algo así como un bloque «occidental» que se enfrente a China con posturas unificadas, que la posición «dura» estadounidense de alejar a sus aliados europeos de Beijing enfrenta serias dificultades y que, para bien o para mal, la penetración del gigante asiático en la economía mundial es un hecho. Queda por ver si China busca modificar las reglas del orden económico liberal o solamente quiere presidir ese viejo orden. 

Lo que es evidente es que hoy existen diferentes opiniones sobre cómo lidiar con el ascenso chino, y que no hay alineamiento automático con lo que Washington desearía. La situación con Rusia es distinta. La invasión de Ucrania no solo es una violación del derecho internacional, sino que implica además un desafío al continente europeo en dos de sus flancos más débiles: la energía y la seguridad. No debe sorprender entonces que en este tema Washington consiga un apoyo europeo más firme.  

Como no podía ser de otra manera, tanto Moscú como Beijing arremetieron contra una cumbre que no solamente no los incluye, sino que parece deliberadamente orientada en contra de ellos. El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, criticó al G-7 por la soberbia de creerse «su propia grandeza». Por su parte, su par chino, Qin Gang, acusó a los líderes del G-7 de obstaculizar la paz internacional por su decisión de difamar y atacar a China, y afirmó que es necesario que el grupo reflexione sobre su propio comportamiento. 

En este punto, China juega su propia carta: presentar la línea dura estadounidense como la única disruptiva del orden económico mundial. La respuesta china enfatiza que Europa no debería convertirse en cómplice de la «coerción económica» estadounidense, que busca «dividir el mundo sobre la base de ideologías y valores». Aun cuando la imagen china en Europa ha recibido un duro golpe en los últimos meses (con su relativa cercanía con Moscú, el aumento de la presión militar sobre Taiwán y las sanciones económicas contra Lituania, luego de un desacuerdo sobre la isla reivindicada por Beijing), la importancia económica del país asiático es un imán del que parece difícil despegarse y que seguramente crecerá. Sin embargo, la dureza del comunicado del G-7 contra China es significativa, lo que sugiere que los esfuerzos diplomáticos estadounidenses para alinear a sus socios europeos en el plano discursivo son importantes.   

El análisis de lo ocurrido en la cumbre muestra también que, a pesar de la inclusión de líderes de países no pertenecientes al grupo (tales como la India, Indonesia, Brasil, Corea del Sur y Vietnam), sus preocupaciones y prioridades no recibieron suficiente atención. Efectivamente, los resultados principales de la cumbre reflejan un enfoque centrado en la continuación del apoyo militar y económico a Ucrania, así como en la adopción de una postura firme contra el uso del poder económico de China para intimidar a economías más pequeñas. Estas dos prioridades relegan las preocupaciones de los países fuera del G-7 a un segundo plano. Pero el éxito de las prioridades occidentales en las cuestiones rusa y china depende en gran medida de la disposición de los países que no integran el G-7 a respaldarlas. Para esto es necesaria la construcción de coaliciones más amplias y el despliegue de incentivos para alejar eventualmente a esos países de las órbitas rusa y china. La cumbre se concentró, empero, en medidas coercitivas (las típicas sanciones y ayuda militar), lo que limita las posibilidades de cooperación efectiva. Para lograr un consenso real y abordar los desafíos globales de manera integral junto con el resto del mundo, es necesario dar más espacio a las prioridades políticas del denominado «Sur global» en las discusiones y decisiones del G-7. Y será necesario hacer un mayor esfuerzo para persuadir a los países del Sur global de subirse a la agenda del G-7. Esta tarea no es fácil, ya que buena parte de estos países tiene intereses y necesidades muy diversas. Pero al menos el G-7 podría esforzarse en brindar un mayor espacio a sus prioridades políticas.

Para los países que no integran el G-7, la incapacidad del bloque de construir esos consensos y de incluirlos más activamente no hace más que alimentar las rivalidades geopolíticas que algunos países ya despliegan. Tanto Narendra Modi en la India como Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, por ejemplo, mantienen reservas hacia la hegemonía estadounidense. Sus vínculos comerciales con China (en especial, en el caso brasileño) llevan a que no estén dispuestos a subirse dócilmente a las propuestas de Estados Unidos. Si bien hasta ahora no ha redundado en resultados concretos, tanto la India como Brasil comparten espacios con Moscú y Beijing en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). No será fácil convencer a ninguno de los dos de plegarse a una disputa Oeste-Este como la que promueve Washington. Ni siquiera la India, que hace décadas mantiene un conflicto limítrofe con China, se siente cómoda alineándose con Occidente.   

En este punto, es relevante reflexionar qué ha traído de nuevo el gobierno de Joseph Biden a la política exterior de Estados Unidos desde su asunción en 2021. A la prioridad de contener el ascenso chino (política que comparte con su antecesor, Donald Trump), Biden le añadió la necesidad de diferenciarse del ex-presidente republicano en la búsqueda de socios internacionales. Esta combinación resultó en una vuelta al internacionalismo liberal (lo que lo diferencia de Trump) para intentar contener los desafíos a ese orden. Así, por ejemplo, el G-7, que una década atrás había caído en cierta irrelevancia en beneficio del G-20, vuelve a recobrar protagonismo. La intención de Washington es reafirmar la alianza con el «Occidente tradicional» que había sido abandonada por Trump. El resultado de la cumbre del G-7 refleja asimismo las prioridades de Biden en política exterior: utilizar las herramientas del capitalismo internacional estratégicamente, aun si eso va en contra de los pilares fundamentales del «Consenso de Washington» noventista. Así, entonces, Estados Unidos se aleja de la desregulación completa, el outsourcing en aras de la eficiencia (la delegación de algunas tareas de una empresa en otra, incluso de un país a otro), el libre comercio y la inversión directa. Washington parece dispuesto a reestructurar las cadenas globales de valor para repatriarlas (nearshoring) o al menos conducirlas a países aliados (friendshoring), invertir en sectores estratégicos (un ejemplo es la industria de los semiconductores para fortalecer a Taiwán) o restringir las exportaciones a China. Esta agenda económica se complementa con otra basada en nuevos desafíos mundiales: desarrollo de infraestructura, respuestas globales a emergencias sanitarias y al cambio climático, y la no proliferación nuclear. En esta agenda «no económica» no hay por ahora resultados concretos a la vista.

Fuera de estas cuestiones (Rusia, China y la economía mundial), el encuentro ofreció la dosis habitual de buenas intenciones y medidas a futuro. Los países del G-7 se comprometieron a llevar adelante algunas iniciativas tendientes al crecimiento económico (promoción de empleo, crecimiento sostenible, cadenas de valor resistentes), la protección del ambiente (mantenerse dentro del umbral de un aumento de 1,5°C en la temperatura global, detener y revertir la pérdida de biodiversidad para 2030 y garantizar la seguridad energética) y la no proliferación nuclear. 

Sobre esta última cuestión, la sede del encuentro contiene mucho simbolismo. La cumbre tuvo lugar en una de las dos únicas ciudades que experimentaron la devastación nuclear. El anfitrión, el primer ministro japonés Fumio Kishida, es un defensor de la política de no proliferación nuclear, una tradición de política exterior que su país defiende hace décadas. Hiroshima era el lugar ideal para reflexionar sobre la cuestión de las armas nucleares. Durante su visita, todos los líderes de los países participantes (incluidos los Estados con armas nucleares) depositaron flores en el cenotafio para las víctimas de la bomba atómica y visitaron el Museo Memorial de la Paz de Hiroshima. El presidente Zelenski aprovechó la ocasión para afirmar que «nadie tiene derecho a chantajear al mundo con un desastre radiactivo». 

El esfuerzo diplomático japonés fue evidente. Japón demostró su poder de convocatoria al invitar a los mencionados líderes influyentes de otros países y representantes de organizaciones regionales como el presidente de las Comoras, Azali Assoumani, actual líder de la Unión Africana, y el primer ministro de las Islas Cook, Mark Brown, actual presidente de la Cumbre de las Islas del Pacífico. Los recientes viajes del primer ministro Kishida a África, la India y Corea del Sur también reflejan este enfoque inclusivo. El lenguaje fuerte del documento final, en el que se pone el acento en la importancia de Taiwán para la seguridad y la prosperidad internacionales y se insta a China a abstenerse de «actividades de interferencia», también muestran la influencia japonesa. 

La cumbre del G-7 no estuvo exenta de protestas callejeras, ya que muchos manifestantes expresaron su descontento con el evento y las políticas de los países participantes. Estas protestas destacan la importancia de la participación ciudadana y el deseo de una mayor transparencia y rendición de cuentas en la toma de decisiones globales. Aunque las protestas no alteraron el curso de la cumbre, sirvieron como recordatorio de los desafíos políticos y sociales que enfrentan las economías avanzadas y la necesidad de abordar las preocupaciones de la ciudadanía. 

En conclusión, la cumbre del G-7 generó situaciones destacadas como la presencia del presidente Zelenski y abordó una serie de desafíos globales, aunque sin ofrecer claridad sobre los pasos a seguir. Las críticas hacia China y las sanciones contra Rusia reflejaron las tensiones internacionales actuales. Las protestas callejeras subrayaron la importancia de abordar los problemas más apremiantes de la sociedad. A medida que las discusiones continúan, la atención se centra en la implementación de las decisiones tomadas en la cumbre y en la búsqueda de soluciones colaborativas para los desafíos globales.

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