Los tránsitos transfronterizos como experiencias corporeizadas
Nueva Sociedad 316 / Marzo - Abril 2025
A partir del análisis de dos relatos etnográficos de migrantes provenientes de Venezuela que atravesaron Sudamérica entre 2018 y 2021, es posible abordar los tránsitos transfronterizos como experiencias corporeizadas. Estas experiencias de tránsitos irregularizados nos ayudan a comprender la multidimensionalidad de este tipo de movilidad. Asimismo, los relatos permiten explicar el concepto de densidad del tránsito, en tanto experiencia corporal de violencia estructural que impacta en la memoria e identidad y que da cuenta de la voluntad de vida.

El desplazamiento forzado de más de siete millones de personas venezolanas en los últimos años vio emerger una nueva categoría de movilidad humana en el contexto sudamericano: las personas caminantes. En otras latitudes, este tipo de movilidad no es una novedad. En América Central existe incluso desde 2018 la figura de las caravanas de migrantes, conformadas por numerosas personas que caminan en grupos, animadas por el deseo de encontrar un refugio en la migración hacia México y Estados Unidos1. Sin embargo, en la última década, América del Sur ha vivido el inédito y masivo éxodo venezolano, producido por la gran crisis política y económica que ha devastado el país, con personas caminando por nuevos corredores migratorios hacia el sur2. Siguiendo a Raúl Delgado Wise y Humberto Márquez Covarrubias, entendemos que la migración forzada es una característica intrínseca del modelo de desarrollo desigual impuesto por la globalización neoliberal3. Por lo que la movilidad de la población venezolana es también producto de esas relaciones de desarrollo desigual entre países, a las que se suman las inequidades internas y la persecución política. Por otra parte, la pandemia de covid-19 evidenció una tensión entre control y movilidad con el cierre de fronteras, lo que impidió migrar de manera regular4. Esto hizo, a su vez, más visible el tránsito irregularizado de personas caminantes por la región sudamericana5.
En este artículo, nos proponemos exponer las implicancias del tránsito irregularizado tomando dos relatos etnográficos de personas caminantes venezolanas que atravesaron varias fronteras sudamericanas para llegar a Chile. Interesa destacar cómo el tránsito irregularizado implica riesgos para las personas, desde cruzar por trocha, en zonas extremadamente peligrosas, hasta involucrarse en redes de tráfico, particularmente en la última frontera antes de llegar al norte de Chile: la frontera del altiplano chileno-boliviano. En este cruce, las personas caminantes se exponen a condiciones extremas que afectan directamente sus cuerpos, como el frío altiplánico, una altitud de 4.000 metros sobre el nivel del mar y la intensa radiación solar.
Nos interesa focalizarnos en esta situación desde la antropología del cuerpo para analizar el impacto de la densidad del tránsito en los cuerpos de personas caminantes. Thomas Csordas plantea que «la experiencia corporeizada es el punto de partida para analizar la participación humana en el mundo cultural»6. Es por esto que nos interesa captar la experiencia corporeizada del tránsito irregularizado transfronterizo.
Concebimos la densidad del tránsito como la experiencia corporeizada de un tipo de movilidad que ha sido conceptualizada por la bibliografía especializada como tránsito7. Pero, más allá de que sea una estancia temporal o el trayecto ilegalizado entre dos países, pensamos este tipo de movilidad como disputas espaciales, heterogéneas, densas y multidimensionales en la nueva geografía de las migraciones en las Américas8. La migración en tránsito es producto del violento orden estatal de fronteras internacionales que irregulariza esa movilidad en su insistencia por controlarla9, pero es también una estrategia de movilidad clandestina que permite avanzar por pasos no autorizados, esquivando los controles migratorios. Es, a la vez, una migración forzada por políticas migratorias globales que producen violencia estructural (pauperización, racismo ambiental, entre otras)10. El tipo de experiencia corporeizada que aquí analizamos es denso porque está constituido por múltiples dimensiones (políticas, económicas, sociales, culturales, temporales, espaciales, emocionales, corporales) que se despliegan en esta movilidad. Por tanto, la densidad del tránsito permite analizar el impacto del tránsito a escala corporal. Este artículo se basa en datos etnográficos de tránsitos irregularizados de personas venezolanas que tuvieron lugar entre 2019 y 2021. El material empírico surge del resultado de varios años de etnografía colaborativa con la organización Asamblea Abierta de Migrantes y Promigrantes de Tarapacá (ampro). Los casos ilustrativos presentados son de dos migrantes que han recurrido a la atención y asesoría jurídica y social que realiza ampro en su oficina en Iquique y sobre el terreno. A continuación, se relatan las experiencias corporeizadas de Adrián y Deysi, que permiten describir y analizar al mismo tiempo la densidad del tránsito migratorio.
La multidimensionalidad de los tránsitos irregularizados y la producción de corporalidades
La dimensión temporal de los tránsitos irregularizados es muy variable. Llegar desde Venezuela a Chile puede tomar un par de semanas a algunos migrantes y años a otros. Este último fue el caso de Adrián, quien salió de su país en 2018 y llegó a Chile en 2020. Con pasaporte en mano, arribó primero a Colombia, donde se instaló por un año para trabajar y ahorrar, para así pagar el costo de la ruta hacia el sur. Cuando tuvo suficiente dinero, partió a Ecuador, país que, para ese entonces, todavía no exigía visado a los ciudadanos venezolanos, lo mismo que Perú. De ese modo llegó hasta la frontera de Santa Rosa –Chacalluta, al sur de Perú y norte de Chile–, con la intención de cruzar. Pero se enfrentó a una barrera inesperada: era precisamente junio de 2019, cuando el presidente chileno, Sebastián Piñera, modificó las condiciones de la Visa de Responsabilidad Democrática y la convirtió en visa consular11. Esta nueva restricción a la movilidad generó un cambio en la estrategia migratoria de Adrián y el asilo se volvió una alternativa, no solo para él, sino también para la mayoría de las personas en tránsito, quienes pueden demostrar haber vivido sistemáticas violaciones a sus derechos humanos en su país.
Como Adrián, otras 200 personas venezolanas –la mayoría, familias enteras con niños, niñas y adolescentes– quedaron varadas en esta frontera y decidieron acampar in situ por una semana a la espera de una «solución humanitaria», que lamentablemente nunca llegó. Entre junio y septiembre de 2019, en Tacna, la ciudad peruana fronteriza más cercana a Chile, se aglomeraron otras 2.000 personas, también en tránsito a Chile. Así configuraron campamentos improvisados en distintos espacios públicos de la ciudad. Además, organizaciones de la sociedad civil y la Iglesia católica proporcionaron albergues para dar cobijo a esos migrantes que esperaban cruzar.
Dada la incertidumbre de la espera, Adrián optó por pedir una visa en el consulado de Chile en Tacna. Cuando llegó para tramitar su aplicación, la fila de venezolanos que esperaban por un turno se extendía por varias calles. Fue tanto el tiempo de espera que finalmente desistió en su intento de cruzar regularizadamente de Perú a Chile. Recordaba Adrián que, durante ese tiempo de espera mientras estaba confinado en Tacna, en múltiples ocasiones fue abordado por habitantes locales que le ofertaban servicio de guía para cruzar clandestinamente la frontera. Como parte de las dimensiones socioeconómicas del tránsito, estos «coyotes» rondaban las plazas públicas donde se aglomeraba la población venezolana a la espera de encontrar alguna posible estrategia para continuar su tránsito a Chile.
Adrián estuvo varado en Perú aproximadamente un año. Para cubrir sus necesidades materiales, trabajó limpiando y cuidando autos. La espera se alargaba y la desesperación de sentirse estancado en ruta se hacía más aguda, mientras su vida se precarizaba todavía más en el contexto pandémico. Entonces, decidió pagar 100 dólares a un coyote para ingresar en Chile. Y lo hizo a pesar de las advertencias que recibió por parte de varias ong que trabajan en temáticas de migración de que la zona fronteriza chilena estaba minada, por lo que representaba un peligro real, además del riesgo de detención si era encontrado por la policía12.
Adrián apostó por su proyecto migratorio y haciendo caso omiso a estas advertencias emprendió ruta a Chile. El coyote contratado era de Tacna y conocía perfectamente los alrededores y las dinámicas fronterizas. Él lo llevó, junto con un grupo de migrantes, hasta las afueras de la ciudad de Tacna, a un cruce escondido para que por ahí todos se internaran de noche en Chile por la zona costera rural del desierto. El coyote los acompañó hasta ese punto. Fue ahí donde les dijo: «Ahora siguen solos por la playa hasta que vean las luces de la ciudad».
La dimensión corporal del tránsito se identifica claramente cuando, junto con el resto de migrantes, Adrián caminó toda la noche, metiéndose a menudo en el mar para esconderse de los haces de luces de la policía marítima que, cada cierto tiempo, iluminaban la costa. Entre el mar y la caminata por la arena, divisaron la ciudad de Arica. El profundo suspiro de alivio de Adrián quedó opacado inmediatamente cuando un auto de la Policía de Investigaciones (pdi) los interceptó. Estando en territorio chileno, fue obligado a autodenunciarse por haber ingresado de manera no oficial en Chile. Ante la amenaza de detención, argumentó que él llegaba para pedir refugio porque no solo tenía cicatrices en el cuerpo, sino que traía consigo documentación que confirmaba que había sido un perseguido político en Venezuela. La policía ignoró su relato, no revisó su expediente y ni lo dejó solicitar refugio, vulnerando así su derecho a protección internacional.
Como rutina institucionalizada de las prácticas de control en Chile, los migrantes que han ingresado de manera irregularizada al país quedan libres después de hacer su autodenuncia, pero son registrados para que eventualmente se efectúen las órdenes administrativas de expulsión. Es muy difícil regularizarse con una orden de expulsión, a pesar de que hay casos judicializados que lo han logrado demostrando arraigo en el país. Usualmente, esos migrantes quedan deambulando por las calles sin tener lugar inmediato adonde ir para recomenzar sus vidas. Días más tarde, cuando Adrián intentó solicitar refugio en la Oficina de Extranjería del Ministerio del Interior dependiente de la Gobernación Regional, se enteró de que con la autodenuncia sería expulsado y no era posible presentar una petición de refugio. Irregularizado, comenzó a avanzar hacia el sur del país con el fin de llegar a Santiago y, en su parada en Iquique, en un operativo de calle organizado por ampro, en agosto de 2020, contó su historia a una de las voluntarias. Evidenciando la vulneración de su derecho a solicitar refugio, lo acompañamos al Instituto Nacional de Derechos Humanos, donde se inició el trámite judicial para obligar a Extranjería a ingresar la solicitud de refugio, la cual aún está pendiente. Esta situación da cuenta de cómo la política migratoria niega el derecho de asilo a la población en tránsito irregularizado a través de la arbitrariedad de las policías, lo que hace necesarias acciones judiciales para el reconocimiento de derechos humanos.
Actualmente, Adrián permanece en Iquique a la espera de una resolución. Trabaja limpiando y estacionando autos, lo que le permite pagar una habitación pequeña donde duerme en el suelo, pero mantiene la fe intacta. Desde que salió de Venezuela en 2018, su corporalidad se ha transformado al mismo tiempo que su estatus ciudadano. Las políticas migratorias lo convirtieron en caminante, en migrante clandestino y en solicitante de asilo, categorías migratorias que determinan su experiencia corporal.
Nuestra segunda interlocutora es Deysi. Ella también llegó hasta Chile después de una larga travesía por el corredor migratorio surandino que inició hace cuatro años. Es madre de una niña de cinco años. Huyó de la pobreza en Venezuela, de la ausencia de oportunidades para trabajar, estudiar y sostener una vida digna para ella y su hija. También decía estar harta de la corrupción de las autoridades de su país. Por todo ello, emprendió ruta con destino directo a Perú. Cruzó de manera regular Colombia y Ecuador por rutas terrestres en abril de 2017, llegó y se instaló en las afueras de Lima. Ahí, encontró rápidamente trabajo en un club nocturno con karaoke, donde trabajaba en las noches hasta las cuatro de la mañana. De ser la fregadora de platos del club pasó a ser la administradora del lugar, lo que da cuenta de su tenacidad y esfuerzo sostenido. Pero aunque sus ingresos mejoraron, lo que le permitió enviar mejores remesas a sus abuelos en Venezuela, que estaban a cargo del cuidado de su hija, su situación de extranjera en Perú cada vez le pesaba más. Por eso en 2019 decidió retornar a su país, lo que hizo nuevamente de forma regular. A las pocas semanas de su retorno, constató que definitivamente la vida en Venezuela era inviable: ahí no hay trabajo y sus abuelos, sin las remesas que ella enviaba desde Perú, ya no podían ni siquiera pagar sus alimentos. Estando a cargo de la subsistencia material de su hija y sus abuelos, Deysi reemprendió entonces la ruta al sur, esta vez con su pequeña.
Aunque ya conocía los avatares de ese camino, su segundo tránsito ocurre en tiempos pandémicos, en los que el control fronterizo transformó los corredores en las Américas cerrando y militarizando las fronteras. Como en el caso de Adrián, en su segunda migración al sur, Perú pasó de ser un país de destino a ser un país de tránsito, pues Deysi optó por llegar a Chile. Esta vez, además, ella y su hija emigraron sin pasaporte ni la visa consular previa que tanto Ecuador como Perú y Chile requieren a los caminantes venezolanos, lo que convirtió su migración en tránsito irregularizado. Esto densifica su experiencia corporeizada, ya que debieron cruzar la mayoría de las fronteras por trocha, aunque de Venezuela a Colombia ingresaron con la carta andina13. Luego, de Ecuador transitaron hasta llegar a Perú por trocha, es decir por pasos no autorizados. De Perú siguieron en ruta hasta Bolivia para ingresar a Chile no por el desierto costero, sino por la frontera andina. Así, ingresaron irregularizadamente hasta Bolivia desde Perú, lo que supuso atravesar el río Desaguadero. En su caso, Deysi pagó a un balsero, quien tomó el rol de guía o coyote para cruzar el río por la noche. Poco antes de llegar a la orilla, el guía las bajó de la balsa, pues una patrulla migratoria boliviana estaba en ruta. Deysi y su hija entraron al agua, sin ver ni conocer el camino, y aunque perdieron sus zapatos, tuvieron que seguir caminando solas y descalzas. En sus cuerpos pesaba la multidimensionalidad del tránsito. Superando esa travesía, llegaron hasta Pisiga, frontera andina entre Bolivia y Chile, donde los coyotes le cobraron a Deysi 100 dólares por guiar el cruce por trocha a Chile y 50 más por la niña.
En las zonas fronterizas chileno-bolivianas los coyotes son habitantes que conocen el territorio y las dinámicas locales. Estos actores encarnan la dimensión cultural del tránsito, pues, además, practican la transhumancia en esa zona fronteriza y nunca han distinguido la supuesta división geopolítica entre Bolivia y Chile. En esa frontera, los coyotes también pueden ser migrantes venezolanos que han aprendido a conocer este territorio en sus propias movilidades irregularizadas, y que ahora ofertan sus servicios de guía a otros migrantes caminantes. Siguiendo la tendencia regional de la década pasada, la construcción pública del incremento del tráfico de migrantes como amenaza a la seguridad nacional ha justificado la militarización de la frontera chilena y la ampliación de las facultades de las Fuerzas Armadas mediante la modificación del decreto 265 de 2019, que les otorga facultades de control migratorio. Este incremento de control estatal desmedido ha derivado consecuentemente en la multiplicación de trochas altamente peligrosas, a lo largo del corredor al sur. La experiencia vivida por Deysi y su hija para ingresar a Chile es un claro ejemplo de ello. Ambas emprendieron una travesía nocturna y guiadas por un coyote local por el altiplano, a más de 3.000 metros de altitud. En medio del cruce, ella pensó que morirían congeladas, porque sentía cómo el frío calaba hondo en sus huesos. Iban arropadas, en grupos con otros migrantes que también cruzaban a pie por una zona que además está llena de humedales. Para transitar esas trochas, en la frontera andina chileno-boliviana, hay que caminar por el fango y soportar el frío extremo. Estando en ruta, Deysi identificó en el medio de la noche a un migrante que ya no podía seguir avanzando. Aunque quiso ayudarlo para que no muriera, ella no podía detenerse, tenía que seguir en ruta y cuidar su vida y la de su hija. Cargando el horror de no haber podido ayudar, pero también de sentir la amenaza de la muerte tan cerca, sin mirar atrás, Deysi sacó fuerzas para seguir su travesía. Ella, su hija y el resto de los migrantes con que transitaban lograron cruzar y salir hasta la carretera. Durmieron en el asfalto sobre los bolsos, con varias capas de ropa puestas encima, hasta recibir los primeros rayos de sol. A plena luz del día, Deysi pagó 60 dólares para que un conductor las llevara a Iquique, la ciudad más cercana. Por más de una semana, las calles de esa ciudad costera se tornaron en su casa y en su lugar de trabajo: por primera vez en su vida, Deysi se vuelve vendedora ambulante mientras mendiga por dinero.
Ella y su hija han pasado hambre, han sido violentadas por el rechazo de la población local, lo que evidencia cómo la irregularización migratoria se vincula con la racialización: «Cuando somos migrantes, ya no existimos, nos morimos, ya no somos nadie», comenta Deysi. En su cuerpo permanece la memoria viva del arriesgado tránsito transfronterizo, pero además debe seguir enfrentando su irregularización, pues es muy difícil salir de esta situación migratoria. Así se expresa la densidad del tránsito, una experiencia corporeizada que permanece mientras no se resuelve el estatus migratorio.
La voluntad de vida por sobre toda deshumanización
En este artículo quisimos enfocarnos en el impacto de la densidad del tránsito en la corporalidad de las personas caminantes. Para esto nos propusimos mostrar cómo se expresan sus múltiples dimensiones: política, económica y social, también relacionadas con las dimensiones espacial, temporal, cultural, corporal y emocional. De esta manera, quisimos demostrar que están totalmente entrelazadas unas con otras en los distintos procesos que van produciendo exposición al riesgo y al sufrimiento, así como imposición de categorías, lo que transforma las corporalidades.
A partir del análisis de los relatos de Adrián y Deysi se puede identificar una amplia producción de corporalidades: desde los cuerpos expuestos a la deshidratación, al frío, a accidentes, a la malnutrición, a la humillación, a los insultos, a vivir en la calle y a pedir limosna/ayuda humanitaria, a trabajar en la informalidad, a morir en soledad, hasta los cuerpos que son ilegalizados, alterizados, desplazados por la violencia, categorizados; y también aquellos que son autopercibidos como paralizados, congelados, extenuados, etc. Todos estos tipos de cuerpos resultan de la violencia estructural ejercida por las políticas migratorias racistas que están en la base del tránsito irregularizado.
Este análisis nos permitió demostrar que la experiencia corporeizada del tránsito permanece mientras no se logra una regularización y se transita entre categorías migratorias14. Es importante destacar que se trata de experiencias corporeizadas de una movilidad irregularizada y que los distintos procesos asociados a esta movilidad pueden producir distintos tipos de corporalidades; así, por ejemplo, el proceso de ilegalización puede producir cuerpos deshidratados o humillados, por lo que una persona va a experimentar distintas corporalidades en función de los procesos que nos propongamos resaltar. Sin embargo, una persona vive los distintos procesos como una única experiencia de extranjeridad permanente que incluye la exclusión, el abandono, la violencia, el daño físico, etc.15 No obstante, también planteamos que lo que finalmente identificamos como la fuerza de la movilidad es lo que Enrique Dussel llama la «voluntad de vida». Esto permite comprender que tales procesos, si bien pueden ser deshumanizantes y deben ser denunciados y penalizados internacionalmente, mientras haya vida, darán pie a una oportunidad de seguir adelante16.
Ahora, al enfocarnos en el impacto de la densidad del tránsito en las diferentes corporalidades resultantes de este proceso multidimensional (temporalidades diversas, políticas migratorias restrictivas, fronteras cerradas, empobrecimiento, trochas riesgosas, miedo, etc.), esto nos lleva a visibilizar el deterioro generalizado de los cuerpos. Es decir, se evidencia la corporeización de la vulnerabilidad estructural17. La densidad del tránsito produce problemas de salud, por lo que la inclusión de este concepto en el análisis de la salud de migrantes puede abrir nuevas perspectivas de intervención en asuntos de salud intercultural, al superar abordajes centrados en el proceso de inserción en destino.
Incluir la densidad del tránsito resalta la relevancia de la experiencia corporeizada de la movilidad irregularizada, en sus múltiples dimensiones y no solo en el trayecto entre dos o más países. Es por esto que una política de salud migrante debe comprender la envergadura de los problemas que pueden derivar de experiencias de tránsito como las descriptas en estas líneas.
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1.
Amarela Varela-Huerta y Dolores París Pombo: «Confines migratorios y devenires post-caravaneros en el norte de México» en Revista Mexicana de Sociología vol. 85 No 1, 1-3/2023.
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2.
Soledad Álvarez Velasco, Claudia Graciela Lourdes Pedone y Bruno Miranda: «Movilidades, control y disputa espacial. La formación y transformación de corredores migratorios en las Américas» en Périplos vol. 5 No 1, 2021; S. Álvarez Velasco y N. Liberona Concha: «Tránsitos irregularizados al sur. Una fuerza social en la disputa espacial transfronteriza en América del Sur» en The Journal of Latin American and Caribbean Anthropology (en prensa).
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3.
R. Delgado Wise y H. Márquez Covarrubias: Desarrollo desigual y migración forzada. Una mirada desde el Sur Global, Miguel Ángel Porrúa, Ciudad de México, 2012.
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4.
S. Álvarez Velasco: «En búsqueda de un lugar» en Liliana Rivera Sánchez, Gioconda Herrera y Eduardo Domenech (coords.): Movilidades, derecho a migrar y control fronterizo en América Latina y el Caribe, Clacso/Siglo XXI Editores, Ciudad de México, 2022.
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5.
S. Álvarez Velasco y N. Liberona Concha: ob. cit.
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6.
T. Csordas: «Modos somáticos de atención» [1993] en Silvia Citro (coord.): Cuerpos plurales. Antropología de y desde los cuerpos, Biblos, Buenos Aires, 2010.
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7.
N. Liberona Concha, Carlos Daniel Piñones Rivera y Haroldo Dilla Alfonso: «De migración forzada a tráfico de migrantes: migración clandestina en tránsito de Cuba hacia Chile» en Revista Migraciones Internacionales vol. 12, 2021.
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8.
S. Álvarez Velasco y N. Liberona Concha: ob. cit.
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9.
Gloria Naranjo Giraldo: «El nexo migración-desplazamiento-asilo en el orden fronterizo de las cosas. Una propuesta analítica» en Estudios Políticos No 47, 2015.
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10.
Philippe Bourgois: «Más allá de una pornografía de la violencia. Lecciones desde El Salvador» en Francisco José Ferrándiz Martín y Carles Feixa Pàmpols (eds.): Jóvenes sin tregua. Culturas y políticas de la violencia, Anthropos, Barcelona, 2005; David Spener: «El apartheid global, el coyotaje y el discurso de la migración clandestina: distinciones entre violencia personal, estructural y cultural» en Migración y Desarrollo vol. 6 No 10, 2008; Emilio Osorio y Mauricio Phélan: «Aproximación al estudio de la violencia estructural, la emigración forzada y el modelo político venezolano» en Trahs Números especiales No 8, 2022.
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11.
N. Liberona Concha, Mileska Romero Quezada, Sius-Geng Salinas y Karen Veloso: «Tráfico de migrantes en las fronteras del norte de Chile: irregularización migratoria y sus resistencias» en Derecho PUCP No 89, 2022.
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12.
En 1978, durante la dictadura de Augusto Pinochet, se colocaron unas 180.000 minas antipersonales y antitanques para evitar una invasión que nunca ocurrió, lo que ha producido desde entonces cientos de muertos y mutilados. Para 2017, según el Ministerio de Defensa, se habían desminado 81 de 88 campos minados.
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13.
La Carta Andina para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos fue adoptada en Guayaquil el 26 de julio de 2002 por los presidentes de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, reunidos en Consejo Presidencial Andino, y en nombre de los pueblos de la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Este documento es requerido para el control migratorio, para la entrada y salida de transeúntes que se mueven por el territorio de los países que integran el bloque.
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14.
N.P. Liberona Concha, C.D. Piñones y H. Dilla Alfonso: ob. cit.
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15.
A. Varela-Huerta: «Movimientos sociales protagonizados por migrantes: cuatro postales desde México, España, Francia y Estados Unidos» en Journal of Transborder Studies. Research and Practice, otoño de 2015.
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16.
E. Dussel: 20 tesis de política, CREFAL / Siglo XXI Editores, Ciudad de México, 2007.
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17.
Seth M. Holmes: «Structural Vulnerability and Hierarchies of Ethnicity and Citizenship on the Farm» en Medical Anthropology vol. 30 No 4, 2011; Paul Farmer: «An Anthropology of Structural Violence» en Current Anthropology vol. 45 No 3, 2004.