El Informe Brandt es uno de los pocos documentos internacionales leídos por muchos jefes de Estado y de gobierno y, al mismo tiempo, por un público más amplio. En otras palabras, la Comisión ha contribuido, sin duda alguna, a que - especialmente en los países industrializados - las relaciones entre Norte y Sur sean más prioritarias políticamente y de mayor interés, sobre todo para las generaciones jóvenes. Además, la realización de la reunión cumbre entre Norte y Sur, en Cancún, puede considerarse como éxito palpable del Informe Brandt. Puede afirmarse, sin exagerar, que la situación internacional se ha vuelto aún más grave desde la publicación del Informe. Muchos países en vías de desarrollo se encuentran al borde del colapso económico debido a factores externos fuera del alcance de su influencia. Y las mismas circunstancias han agravado la situación de la mayoría de los países industrializados. Ante este estado de las cosas, es de temer que se acentúe la tendencia de concentrarse, cada vez más, en la solución de problemas nacionales, en lugar de fortalecer la cooperación con los países en vías de desarrollo mediante un \"gran salto hacia adelante\", como lo propone la Comisión Brandt, lo cual resolvería, al mismo tiempo, muchos problemas propios. Esta situación se ha agravado debido a la intensificación reciente del conflicto entre Este y Oeste. Como consecuencia de ello, aumenta el peligro del irrespeto de la autonomía e independencia de los países no alineados y de la extensión de la confrontación entre Este y Oeste hacia algunos países en vías de desarrollo, especialmente, los llamados \"estratégicamente importantes\". Es decir que, probablemente, la Comisión habría acentuado mucho más estos aspectos, si el Informe se hubiera terminado un año más tarde.
Socialdemocracia: Pro y Contra
Ruy Mauro Marini
En la segunda mitad de los setenta, la socialdemocracia ha emergido como corriente política de prestigio creciente en América Latina. Sin embargo, la mayoría de las fuerzas de izquierda de la región no logra definir todavía una política común respecto a ella. Casi sin transición esas fuerzas pasan del rechazo sectario, que en nombre de los principios se ahorra cualquier reflexión práctica, al acomodamiento oportunista que echa por la borda aún el más leve asomo de defensa de los principios revolucionarios. Es cierto que la caracterización doctrinaria de la socialdemocracia se ve hoy notablemente confundida. Tal como se constituyó en la postguerra, la Internacional Socialista recoge lo esencial de la herencia de la Segunda Internacional, en especial la concepción kautskiana sobre la organización del Estado revolucionario. Pero la negación de la dictadura del proletariado en provecho de la tesis del socialismo democrático ha dejado de ser especialidad suya, desde que fuerzas del propio movimiento comunista, agrupadas en el eurocomunismo, hicieron lo mismo.
Federico Alvarez
La historia política del siglo XX se llena, en gran parte, con las rivalidades y controversias entre la socialdemocracia y el comunismo. Desde el momento que Lenin escinde la II Internacional, se abre una competencia sobre el liderazgo revolucionario entre dos tendencias derivadas del marxismo. Cierto es que, durante algunos decenios, los dirigentes socialdemócratas postularon el acomodo de las aspiraciones proletarias dentro de los marcos del capitalismo, siguiendo los análisis de los teóricos alemanes. Pero no lo es menos que, desde finales de la Segunda Guerra, esta orientación se ha matizado como consecuencia de la entrada en disputa de la democracia cristiana, una opción más apetecible para los sectores conservadores.