
En los 90, las teorías en boga habían establecido una clara división de roles. La economía debía ocuparse de garantizar primero la estabilidad y después el crecimiento mientras que las políticas sociales se encargarían de atender, subsidiariamente, a aquellos grupos o sectores sociales que no lograran hacerse un lugar en este nuevo modelo de desarrollo. Pero ahora sabemos que el crecimiento por sí solo no alcanza y que es necesario considerar las políticas sociales desde un punto de vista más amplio, que supere la estrategia de la selectividad y la focalización que prevaleció en el pasado.