Hace cien años nacía, de la mano de Antonio Gramsci, el Partido Comunista Italiano. Hace treinta, el mismo partido se disolvía y con él, una cultura política que hizo que ser comunista en Italia fuera diferente a serlo en cualquier otra parte. La organización que en las décadas de 1960 y 1970 había apostado por un «comunismo diferente» alejado del dogmatismo soviético, no logró sortear, sin embargo, la caída de la URSS. La cultura comunista, que era de popular y de masas, parece haber desaparecido del mapa italiano.