Opinión

Redescubrir a Stuart Hall


diciembre 2021

Una nueva colección de escritos de Stuart Hall ofrece una guía sobre los límites de la representación en la construcción de políticas antirracistas. Volver al autor de origen jamaicano es especialmente relevante a la luz de las luchas actuales.

<p>Redescubrir a Stuart Hall</p>

La primera vez que leí a Stuart Hall fue en la universidad. Llegué a su ensayo Cultural Identity and Diaspora [Identidad cultural y diáspora] alimentando una ansiedad particular, pero de ninguna manera única. Había pasado mis primeros años universitarios obsesionada con mi identidad y su legibilidad, aferrada a ciertos adjetivos y sustantivos —primera generación, ghanesa, inmigrante, negra, mujer, Bronx— como si fueran medicamentos recetados. Si los usaba en el orden correcto y durante un tiempo suficiente, experimentaría claridad y alivio. Revelarían quién era yo o, por lo menos, echarían luz sobre quién estaba tratando de ser. Y si me daba cuenta de eso, podría moverme por el mundo alivianada y libre. Al menos eso es lo que me dije a mí misma.

El párrafo inicial de ese ensayo me tomó con la guardia baja: «Quizás en lugar de pensar en la identidad como un hecho ya consumado y representado luego por las nuevas prácticas culturales, deberíamos pensar, en cambio, en la identidad como una producción que nunca llega a terminar, está siempre en proceso y siempre es formada dentro de la representación, no fuera de ella». Me sentí llena de energía, equipada y lista para sumergirme en el resto de ese ofrecimiento que a duras penas entendía. (Con el tiempo aprendí que la prosa de Hall es densa y requiere múltiples lecturas). Llegué a Hall en busca de respuestas y me dio algo mucho mejor: permiso para imaginar.

Perdonen la ingenuidad. Por supuesto, no deberíamos necesitar permiso para imaginar. Pero si alguien, como yo, creció pensando de una manera que privilegia las reglas, el orden y las categorías, ese tipo de aprobación se siente necesaria. La lectura de la colección más reciente de la obra de Hall aparecida en Duke University Press, Selected Writings on Race and Difference [Artículos seleccionados sobre raza y diferencia], provocó el mismo sentimiento de libertad. La colección, hábilmente editada por los académicos Paul Gilroy y Ruth Wilson Gilmore, reúne los artículos de Hall sobre cuestiones raciales producidos a lo largo de cuatro décadas. Es un vasto volumen que rastrea el desarrollo de su pensamiento y muestra cómo luchó con el significado de «raza» en una variedad de contextos, desde la organización política hasta la crítica cultural. Es un trabajo de amor, un tesoro de posibilidades y una guía para comprender los límites de la representación en la elaboración de políticas antirracistas.

Stuart Hall nació en 1932 en Kingston, Jamaica. Su padre, Herman, fue el primer jefe de contabilidad no blanco de la United Fruit Company, una corporación conocida por dominar el mercado bananero en América Central y el Caribe. Su madre, Jessie, era ama de casa. Ya de niño, Hall fue muy consciente de las diferencias, tanto dentro como fuera del hogar. Su piel era más oscura que la de la mayoría de los miembros de su familia, un hecho que ocasionalmente lo llevó a ser llamado culí, un término degradante que se usa para referirse a los trabajadores asiáticos de baja calificación. En sus memorias, Familiar Stranger: A Life Between Two Islands [Extraño conocido. Una vida entre dos islas], Hall describe cómo un persistente sentimiento de no pertenencia moldeó su desarrollo como intelectual.

Debido al trabajo de su padre, Hall vivía en el área de clase media de Kingston, y su madre tenía ambiciones de clase alta que luego lo avergonzaron. «En mis primeros años, yo era, como cualquier otro, inocente del concepto de clase», escribe en Familiar Stranger. «Pero no bien fui consciente del mundo exterior, supe que mi familia ocupaba una posición social intermedia entre la elite blanca adinerada y la masa de jamaicanos pobres y desempleados». Por el resto de su vida, Hall navegaría entre clases, razas y generaciones. En 1951 ganó una beca Rhodes y dejó Jamaica para ir a estudiar a la Universidad de Oxford. Llegaría al mismo tiempo que los miembros de la Generación Windrush: los inmigrantes negros del Caribe que fueron invitados a Gran Bretaña para cubrir la escasez de mano de obra y tomaron trabajos como personal de limpieza, choferes y enfermeras. Aunque se sentía conectado con la gente de ese momento histórico, sabía, como académico, que podía no necesariamente pertenecer a ella.

Hall no siempre pensó tan profundamente en cómo su educación moldeó su noción de raza y clase. «Mi primera idea del mundo derivó de mi ubicación como sujeto colonizado y gran parte de mi vida puede entenderse como el desaprendizaje de las normas en las que nací y crecí», escribe en las primeras páginas de Familiar Stranger. La familia Hall nunca se refirió a sí misma como negra; preferían «de color», una expresión que los distanciaba de los esclavos del pasado jamaicano. Fue más tarde en su vida, con el advenimiento de la descolonización, el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos y la oleada de caribeños en Gran Bretaña, cuando negro pasó a ser un término de orgullosa autoidentificación. «Contrariamente a lo que dice el sentido común, las transformaciones de la identidad propia no son solo un asunto personal», escribe Hall. «Ya al descubrir esto comencé a comprender que la identidad negra implicaba un hecho social, político, histórico y simbólico, no personal y, por cierto, no meramente genético». Hall concibió los marcadores de identidad —por ejemplo, la raza— como conceptos escurridizos y cambiantes. Se resistió al esencialismo articulando los matices dentro de la diáspora africana y rechazando pronunciamientos sobre una virtud inherente o un valor estético de la gente negra y su trabajo. Este compromiso con la versatilidad, aunque desestabilizador, permitió al académico preguntarse, una y otra vez, qué papel juega la raza en la sociedad. (Es extraño, entonces, como señala Paul Gilroy en su introducción, que algunos académicos piensen que Hall es blanco y lean su trabajo sin pensar en la raza). Hoy, las respuestas de Hall a esa pregunta se sienten refrescantes y proféticas. Su filosofía se alinea con la creciente conciencia de que colocar rostros negros dentro de espacios históricamente blancos —como nuevos empleados, consultores, embajadores de marca— no garantiza un cambio significativo o incluso necesario.

Las protestas de 2020 por las vidas de las personas negras revitalizaron las conversaciones sobre la antinegritud global y generaron conversaciones secundarias —pero de ninguna manera menos importantes— sobre clases sociales, ecologismo, raza, etnia, género y más. Fue un momento asombroso, lleno de posibilidades y demandas de liberación. Pero desde el verano boreal pasado, el impulso de algunos de los objetivos más radicales del movimiento se ha visto enlentecido por una clase liberal empeñada en simplemente diversificar la estructura existente. Hall sabía que la diversidad solo podía llevarnos hasta aquí y quería que desafiáramos la lógica dominante del discurso racial. Su obra puede ayudar a los lectores contemporáneos a pensar qué significa construir una política aprendiendo las lecciones del verano pasado, que reconozca los efectos de la raza en todas las estructuras de la sociedad y que la identidad es un acto de construcción.

Gilroy y Ruth Wilson Gilmore abren Selected Writings on Race and Difference describiendo a Hall como teórico cultural y educador. Aunque Hall, que fue docente en los niveles secundario y universitario, se erizaría al verse reducido a solo dos roles, su trabajo en ambos campos dio forma a su enfoque de la escritura. Como profesor, ayudó a los estudiantes a desarrollar sus ideas y teorías, lo cual lo llevó a abandonar el pensamiento dogmático y el deseo de tener siempre la razón. Estas experiencias dieron como resultado una escritura que no prioriza responder preguntas de manera correcta o incorrecta. En Absolute Beginnings: Reflections on the Secondary Modern Generation [Comienzos absolutos. Reflexiones sobre la generación moderna de estudiantes secundarios] (1959), Hall medita sobre los límites del sistema educativo británico. En lugar de enseñar a los estudiantes a pensar críticamente, las escuelas, sostiene Hall, son motores de propaganda, «que familiarizan a los estudiantes, mediante la educación, con las barreras sociales y de clase a la educación y la cultura ya impuestas por la sociedad». A medida que envejecen, estas lecciones son reforzadas a través de la cultura popular. Los programas que ven, la música que escuchan y los libros y revistas que leen calcifican sus percepciones de las distinciones de clase, lo cual les dificulta imaginar un mundo diferente al que viven.

El ensayo contiene una versión embrionaria del supuesto de Hall sobre la importancia de la cultura de masas, una idea que revisó continuamente a lo largo de su carrera. «Una cultura común, disponible para todos y modificada por las experiencias de diferentes grupos sociales es la única garantía que poseemos de una sociedad genuinamente democrática», escribe. Para Hall, la cultura de masas, en el mejor de los casos, suaviza los límites entre clases al proporcionar un espacio para procesar las actitudes predominantes. Mejora nuestra imaginación, ayudándonos a visualizar formas alternativas de existencia: por ejemplo, en cómo son nuestras viviendas, cómo nos alimentamos y nos cuidamos unos a otros. En un mundo ideal, sería menos excluyente y no sería tan fácil de manipular por una elite educada. Las narrativas divisorias, que reflejan una sociedad en la que el cuidado es escaso, se reducirían, y la diferencia sería considerada una oportunidad para conocerse unos a otros.

Pero la construcción de un entorno en el que la diferencia una en lugar de dividir a las personas es un desafío. «Una cultura común no 'surge sin más' de una sociedad socialmente diferenciada, así como tampoco la hierba crece en la piedra», escribe Hall. En Teaching Race [Enseñar la raza] (1980), sostiene que las aulas, espacios donde los estudiantes suelen encontrarse con lo desconocido, deben ser utilizadas para fomentar estas ideas. Hay una insistencia en los escritos de Hall en que, si los educadores pueden dejar de lado la creencia de que existen hechos de sentido común sobre la raza y su relación con el racismo, las aulas pueden convertirse en espacios esenciales para examinar cuán profundamente las diferencias estructurales refuerzan las actitudes y sentimientos discriminatorios entre las etnias y los grupos raciales.

La raza, tal la famosa expresión de Hall, es un significante flotante; en ningún momento existe una definición acordada del concepto. Esta maleabilidad hace que hablar de ella sea un desafío, lo que a menudo conduce a discusiones limitadas sobre las «relaciones raciales» en lugar de reflexiones más controvertidas, pero más honestas, sobre la raza como un prisma a través del cual se pueden examinar todos los temas de la sociedad. En una discusión en el aula sobre la raza, en lugar de enumerar las formas en que las personas son diferentes, Hall sugiere preguntarse «por qué algunas de esas diferencias se han vuelto históricamente relevantes». ¿Por qué los negros pobres, por ejemplo, continúan siendo los más marginados de la sociedad estadounidense, sin acceso a atención médica, educación pública confiable, vivienda, etc.? «Hay que recordar que el tema de la raza proporciona una de las maneras más importantes de entender cómo funciona realmente esta sociedad y cómo ha llegado adonde está», escribe Hall. La raza debe discutirse de la misma manera en que se la utiliza: como una herramienta poderosa para movilizar y dividir a las personas. Solo entonces las nuevas identidades políticas tendrán la posibilidad de integrarse.

El aula no es el único lugar donde se desarrolla nuestra noción de raza. Muchos de los ensayos de Hall critican a los principales medios de comunicación por reforzar los estereotipos para lograr una buena narración (en lugar de una correcta). En Black Men, White Media [Hombres negros, medios blancos] (1974) y The Whites of Their Eyes: Racist Ideologies and the Media [Lo blanco de sus ojos. Ideologías racistas y medios de comunicación] (1981), Hall no solo piensa en los problemas de la representación, sino que intenta idear soluciones.

¿Cómo cambiaría usted la forma en que se representa a los negros en la televisión? Es una pregunta básica que constantemente ha producido respuestas incorrectas. En Black Men, White Media, Hall descarta la solución obvia: poner más gente negra en la televisión. «Los medios, en general, gravitan naturalmente hacia la postura intermedia liberal: consideran el conflicto y la opresión —las condiciones reales de la existencia negra— difíciles e incómodos», escribe. «Tienden a redefinir todos los problemas como fallas en la comunicación». Cuando se ven obligados a enfrentar su falta de cobertura, los periódicos, las revistas y los programas de noticias de la televisión por cable confían en expertos o individuos a quienes juzgan representativos de los negros. Esto deja fuera de foco a comunidades negras enteras y vende discursos convenientes para los espectadores blancos. Escritas en la década de 1970, las preocupaciones de Hall resuenan hoy, ya que las violentas protestas del verano pasado son reempaquetadas y condensadas en historias de triunfo individual dentro de sistemas históricamente racistas y exhortaciones a la gente blanca para que se embarque en un viaje de introspección de «escuchar y aprender»: esfuerzos para exponer sentimientos superficiales, en otras palabras, en lugar de estructuras descompuestas.

Hall creía que el trabajo de la izquierda era hacer que las ideas antirracistas fueran más accesibles y desmantelar la lógica del discurso racial en el que se basaba la cultura popular. En 1979, él y la actriz británica Maggie Steed intentaron hacer precisamente eso con It Ain’t Half Racist, Mum [Eso no es medio racista, ma], un programa emitido por la BBC. El programa de 30 minutos comienza con un anuncio de la BBC de que la empresa ha entregado «tiempo de emisión a miembros del público para que lo utilicen bajo su propio control editorial». Uno podría pensar que este anuncio es inofensivo, pero It Ain’t Half Racist, Mum sugiere inmediatamente lo contrario. «Hola, es posible que usted no se haya dado cuenta, pero le acaban de advertir sobre este programa», dice Steed en la inauguración del programa. «Cuando la BBC dice que un programa como este está fuera de su control, lo que le están diciendo es que no creen que sea equilibrado, neutral o justo». El resto del programa, Steed y Hall reproducen fragmentos de la programación británica estándar —desde comedias hasta cuestiones de actualidad— y explican sus matices racistas.

The Whites of Their Eyes es una autopsia densa pero inteligente de It Ain’t Half Racist, Mum. Hall utiliza críticas al programa para articular los desafíos involucrados en la creación de medios antirracistas. Al igual que con Teaching Race, el problema se reduce a las limitaciones de los argumentos que se presentan. En un programa de la BBC sobre inmigración, por ejemplo, los participantes del debate, sin importar de qué lado estén, deben responder a una pregunta que supone que hay un problema con el número de inmigrantes negros en Gran Bretaña. En cambio, sostiene Hall, podríamos preguntarnos: ¿en qué consiste el debate sobre inmigración, cómo se define y cuál es la lógica que esconde? Para Hall, estas preguntas podrían ayudar a las personas a comprender no solo los problemas que las afectaron en los planos social y personal, sino también cómo las instituciones poderosas dan por sentada la ignorancia de los espectadores y la manipulan.

En su intento de crear una programación popular informativa, Hall se topó con la dificultad de combatir un medio que refuerza a cada instante la idea de que los negros son la fuente del problema. Contra estas estructuras, los antirracistas no pueden suponer que «existe alguna teoría de la lucha política consagrada en las tablas de piedra en algún lugar, que pueda traducirse instantáneamente en la única y verdadera estrategia 'correcta'». Deben ser flexibles en el proceso de diseccionar los mitos que consumimos.

A medida que se desarrollaban las ideas de Hall sobre la raza y el racismo, también lo hacía su aversión a la idea de una sola teoría o un único camino hacia la liberación. Los ensayos posteriores de la colección presentan ideas matizadas sobre la formación de la identidad (aunque, lamentablemente, sin un énfasis serio en el género y la sexualidad). La etnicidad adquiere una importancia superior y Hall se vuelve más explícito en el papel fundamental que juegan las cuestiones culturales en la política.

En Subjects in History [Temas de historia] (1998), Hall aborda la formación de la «diáspora negra», que ve como un ejemplo perfecto de cómo se pueden reconstruir las identidades bajo nuevas circunstancias. Las luchas políticas de las décadas de 1960 y 1970 proporcionaron un marco para que la gente negra de todo el mundo se sintiera conectada. Por primera vez, escribe sobre ese momento, Jamaica era un país negro. «No quiero decir que fuera la primera vez que había gente negra allí», escribe Hall. «Hablo del negro como categoría política. Hablo de negro como cultura. Hablo de negro como un hecho sociohistórico». Hall celebra la formación de una identidad de la diáspora negra, pero advierte que tampoco debemos aferrarnos a ella. Las identificaciones, como él prefiere llamarlas, siempre están sujetas a cambios porque requieren que los individuos reflexionen sobre sí mismos y sus responsabilidades para con el colectivo en el contexto de su lugar y tiempo. Apegarse demasiado a ellas, incluso si son beneficiosas, puede volverse fácilmente sofocante o inexacto. «No hay seguridad en la terminología», escribe Hall hacia el final de ese ensayo. «Las palabras siempre pueden transcodificarse en contra de usted, la identidad puede volverse en contra de usted, la raza puede volverse en contra de usted, la diferencia puede volverse en contra de usted, la diáspora puede volverse en contra de usted, porque esa es la naturaleza de lo discursivo».

En los casi diez años transcurridos desde que leí a Hall por primera vez, mi relación con la identidad ha experimentado múltiples transformaciones, desde la obsesión por cómo articularla hasta sentir repulsión por sus aparentes limitaciones. Ninguna de las dos posiciones extremas, lo confieso, fue demasiado útil. Releer a Hall ha revelado una vez más que la clave para la identidad y para construir una política sólida que dependa del cuidado mutuo es dejar espacio para todas las posibilidades no sólo de lo que somos, sino de lo que, junto con otros, podríamos ser.

Este artículo es producto de la colaboración entre Nueva Sociedad y Dissent. Se puede leer el original aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca


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