La ciudad nació para proteger a sus habitantes, integrarlos, garantizar mínimos estándares de seguridad y bienestar. Eso hoy ha cambiado, y la sensación es que es necesario protegerse de la ciudad. Acosados por el miedo, los habitantes de las grandes urbes confunden el temor a los actos delictivos concretos con el rechazo estigmatizante a grandes colectivos urbanos: jóvenes, inmigrantes, pobres. Las autoridades públicas a menudo potencian estos miedos con propuestas represivas que solo agravan el problema. El artículo argumenta que otra seguridad es posible, pero que para ello es necesario asumir que el espacio público es por definición un espacio conflictivo, nunca homogéneo, y ejercer la tolerancia democrática reconociendo los derechos y valores de los diferentes.