Los autores parten de una diferenciación entre democracia y democratización, entendiendo la primera como las formas de relación entre la población y el régimen político (elecciones, delegación de poder, representación), y la segunda como el proceso social de conquista de metas relativas a la igualdad, la libertad y la justicia, sin el recurso a la eliminación física de los contendores. Sostienen que en la situación actual colombiana, la violencia acompaña a la democracia, pero obstaculiza la democratización. De allí que pueda existir un régimen de aparente juridicidad con altísimas tasas de violencia. Señalan cómo esa coexistencia es posible precisamente por la debilidad del proceso de democratización colombiano y sus efectos particulares sobre las posibilidades de construcción de un sentido de representación (no como delegación) de una sociedad no violenta. Y esta violencia, tanto desde arriba como desde abajo, tiende a perder legitimidad y a obstaculizar opciones diferentes de cambio social, como los movimientos sociales y las movilizaciones populares. Prácticas de la sociedad civil, ante todo de los sectores populares, muestran que se buscan procesos de democratización sin el recurso de la violencia. Los autores reflexionan, finalmente, sobre el impacto de la violencia en los derechos humanos en Colombia.