«Un cambio en el que pueda creer»
Una revisión de los antecedentes políticos de Hillary Clinton
marzo 2016
Hillary no aparece como un lobo con piel de cordero, ni como un cordero con piel de lobo. Pero... ¿es eso suficiente para conquistar electores?
Ya lo sé: Hillary Clinton es el mal menor, si se compara con un campo de posibles candidatos presidenciales republicanos que preferirían vallar a los mexicanos, encarcelar a los partidarios del aborto y suprimir el Gobierno en Washington. A diferencia de Donald Trump y compañía, Hillary Clinton no aparece como un lobo con piel de cordero, ni como un cordero con piel de lobo. Pero... ¿es eso suficiente? Quienes la apoyan, destacan dos virtudes importantes de la candidata: su rol potencialmente pionero como primera «mujer presidenta» y su experiencia como ex primera dama, senadora y secretaria de Estado. No hay nada que objetar respecto al primer punto, pero los antecedentes en el ejercicio de las mencionadas funciones no juegan a su favor.
Gracias a la reforma de salud, el acuerdo con Irán y la apertura hacia Cuba, Barack Obama será considerado como precursor en muchos aspectos. No puede decirse lo mismo de Clinton después de sus 14 años como exponente independiente cercana a los centros del poder. Hasta ahora, sólo ha tenido éxito a la hora de cambiar sus posiciones políticas. Vale señalar, por ejemplo, el caso de la política interna. Desbordada por el «socialista democrático» Bernie Sanders, Clinton está intentando pulir su perfil izquierdista. Incluso, en un viraje poco convincente, la candidata se ha pronunciado contra el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, un tratado de libre comercio que había apoyado públicamente en 45 oportunidades. Durante el primer debate de los demócratas, Clinton buscó presentar su giro de 180 grados como una decisión pragmática. Pero ha defendido el capitalismo de casino durante años y –lo que no es menos importante– la dinastía Clinton (con una fortuna de 100 millones de dólares) y su fundación familiar han sacado provecho de él.
Según las encuestas, la líder demócrata es la opción favorita de los millonarios entre todos los candidatos: el 31% de la adinerada aristocracia estadounidense desearía verla como presidenta (Jeb Bush aparece en segundo lugar, con el 18%). No sorprende entonces que la lista de partidarios de Clinton incluya a actores clave en la crisis bancaria: el Citigroup y Goldman Sachs. Es por ello que, justificadamente, la revista conservadora Spectator se preguntaba hace poco qué tan creíble era su llamado a impulsar un marco justo en la «economía del mañana». Tal como se sugiere en la publicación, sus acaudalados socios están más que encantados con la economía de hoy. Clinton reconoce abiertamente que no conduce un automóvil desde 1996, lo que completaría la imagen de un personaje distante y sin contacto con la realidad.
Los antecedentes de Hillary Clinton en materia de política exterior son aún más desastrosos. Aunque está claro que los errores estadounidenses en Medio Oriente no comenzaron con ella, sus triunfos personales en la diplomacia regional recuerdan a un hat-trick, pero con tres goles en contra. Como senadora, votó a favor de la calamitosa Guerra de Irak, luego se opuso al exitoso incremento de tropas llevado a cabo bajo el mando del general Petraeus y finalmente apoyó la prematura retirada de la Mesopotamia de los soldados estadounidenses. De este modo, Hillary favoreció indirectamente el surgimiento del Estado Islámico. Su política respecto a Libia fue igual de catastrófica, incluso si se deja de lado el escándalo de Benghazi. Casi en solitario, Clinton impuso su postura frente a Washington para intervenir contra el régimen de Gadafi, sin tener –permítanme señalar– la menor idea de cómo se llenaría el vacío de poder resultante. Por supuesto, esto provocó la implosión de ese país, con consecuencias políticas que incluyen, entre otras cosas, la crisis migratoria en el Mediterráneo. A pesar del lamentable balance que han dejado las intervenciones estadounidenses previas, Clinton sigue apoyando firmemente las posibles acciones militares contra Irán, mientras observa a distancia las posturas diplomáticas en torno al acuerdo nuclear. También hoy, Clinton ha adoptado una posición favorable al acuerdo que, en cualquier caso, le permitirá distanciarse ante un eventual fracaso. Si se compara con sus típicos virajes de 180 grados, esto puede representar un progreso, aunque evidentemente no significa una muestra de claridad moral. En la actualidad, Clinton sólo exhibe ese nivel de claridad moral cuando se refiere a Edward Snowden. Según ella, las filtraciones del famoso denunciante «ayudaron a los terroristas».
¿Y qué ocurrió con el «Pivote a Asia», proclamado por Clinton en 2011 como un giro estratégico de los Estados Unidos hacia la región Asia-Pacífico? Aunque ella fue a China en su primer viaje como secretaria de Estado, luego encomendó al secretario de Defensa la ejecución del tan anunciado «Siglo del Pacífico». Otro tema delicado es su retórica favorable a la escalada en la crisis de Ucrania. Según Clinton, Putin es el Hitler del siglo 21, a quien sólo se puede detener con el suministro de armas a Kiev.
Si se consideran estos antecedentes, es un alivio que su mayor embrollo actual esté vinculado al uso del servidor de correo electrónico privado para temas de política exterior. El contexto de este escándalo es trivial, pero sigue siendo tóxico. En total concordancia con la tradición Clinton de tomar las normas a la ligera, Hillary utilizó su cuenta personal de e-mail para tratar algunos asuntos oficiales. Más allá de lo que uno piense respecto a este escándalo, resulta preocupante la reacción: como tantas otras veces ha sucedido en la familia Clinton, Hillary respondió públicamente con lágrimas de cocodrilo y una mezcla cuidadosamente orquestada de verdades a medias y justificaciones aún menos creíbles.
Ahora el caso se ha expandido hasta convertirse en una crisis de confianza. A comienzo de este año, la nominación de Clinton por el Partido Demócrata parecía asegurada de antemano, pero en las últimas semanas ha quedado expuesta a fuertes cuestionamientos. Hoy muchos se preguntan cuál es la Hillary auténtica: la persona real detrás de ese desplazamiento centrado en la candidatura. Habida cuenta de cómo se desarrolla la política en los Estados Unidos, hallar a la verdadera Hillary es tan difícil como buscar intimidad en la pista de un circo. De todos modos, Clinton debe reaccionar. Sólo así se explica por qué recientemente elevó la apuesta, decidió jugar la carta de abuela con su hashtag «las abuelas saben más» y fue incluso a lo básico «Yo, como una persona normal... » Es notable que alguien caiga en ese tipo de discurso. Al fin y al cabo, no siempre la gente es tan ingenua. El propio New York Times, de orientación pro demócrata, indagaba hace poco en un tono exasperado: «¿Cómo es posible que alguien tildada de calculadora responda a esa crítica de una manera tan calculadora? »
De todas formas, en un análisis final, es probable que Clinton termine siendo la candidata. Con sus posturas convencionales y un cuantioso apoyo político, hoy está mejor posicionada que para las primarias de 2008. Sus arcas de guerra están llenas, y en el largo plazo seguramente será atractivo para los medios presentar el relato de una repentina recuperación de Clinton tras el coqueteo del público con otros candidatos demócratas. Ya en 2008, Clinton planteó una dura batalla ante el fenómeno de Obama y ganó las primarias en 21 estados, aunque finamente perdió en el recuento de delegados. Esta vez no debe temer la aparición de ningún huracán. Más allá de sus fortalezas, sus oponentes no están al nivel de Barack Obama. Aunque lo mismo podría decirse de la propia Hillary Clinton.
Esta nota fue publicada con anterioridad en Neue Gesellschaft/Frankfurter Hefte - Journal of Social Democracy - N° 1 de 2016
Traducción: Mariano Grynzpan