Tres formas históricas del imperialismo ruso
Nueva Sociedad 299 / Mayo - Junio 2022
La anexión de Crimea en 2014 anticipó algunos movimientos posteriores de Rusia respecto de Ucrania, que en febrero de 2022 se transformarían en una invasión lisa y llana. Pensar las dinámicas del imperialismo ruso a lo largo de su historia permite entender la crisis actual más allá de sus elementos coyunturales o de su historia reciente.
Sergey Nikolsky, filósofo de la cultura ruso, dice que tal vez la idea más importante para los rusos «desde la caída de Bizancio hasta ahora es la idea del imperio y el hecho de que somos una nación imperial». Y prosigue:
«Siempre hemos sabido que vivimos en un país cuya historia es una cadena ininterrumpida de expansión territorial, conquista, anexión, defensa de las posesiones, pérdidas temporales y nuevas conquistas. La idea del imperio era una de las más preciadas de nuestro bagaje ideológico y esto es lo que proclamamos ante las demás naciones. Con ello sorprendemos, deleitamos o enloquecemos al resto del mundo».
La primera característica y la más importante del imperio ruso ha sido siempre, dice Nikolsky, «la maximización de la expansión territorial en pro de sus intereses económicos y políticos, como uno de los grandes principios de la política del Estado»1. Esta expansión fue el resultado del predominio permanente y aplastante del desarrollo extensivo de Rusia sobre su desarrollo intensivo: el predominio de la explotación absoluta de los productores directos sobre su explotación relativa, es decir, aquella basada en el aumento de la productividad del trabajo.
«Al imperio ruso lo llamaban ‘prisión de pueblos’. Hoy sabemos que no solo es el Estado de los Romanov el que merece esta descripción», escribió Mijaíl Pokrovsky, el más destacado historiador bolchevique. Demostró que el Gran Ducado de Moscú (1263-1547) y el Zarato ruso (1547-1721) ya fueron «prisiones de pueblos» y que esos Estados se construyeron sobre los cadáveres de los inorodtsy, los pueblos indígenas no rusos. «Es dudoso que el hecho de que 80% de la sangre que corre por las venas de los gran-rusos provenga de estos pueblos les sirva de consuelo a los supervivientes. Únicamente la completa destrucción de la opresión imperial rusa por esa fuerza que luchó y sigue luchando contra toda opresión podría ser una forma de compensación por todo lo que han sufrido»2. Estas palabras de Pokrovsky se publicaron en 1933, poco después de su muerte y poco antes de que por orden de Stalin se sustituyera, en la histórica formulación bolchevique «Rusia, prisión de pueblos», «Rusia» por «zarismo». El régimen estalinista se apresuró entonces a calificar la obra científica de Pokrovsky de «concepción antimarxista» de la historia de Rusia3.
Imperialismo militar feudal
A lo largo de siglos, y hasta el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991, los pueblos que fueron conquistados y anexionados por Rusia sufrieron tres formas sucesivas de dominación imperialista. El «imperialismo militar feudal», como lo calificó Lenin, fue la primera. No carece de interés repasar cuál fue el modo de explotación predominante en ese periodo: feudal o tributario, o también, como propone Yuri Semiónov, «politocrático»4. Este debate lo ha puesto ahora sobre el tapete Alexander Etkind con sus investigaciones más recientes. De ellas se desprende que en aquel entonces predominaron los modos de explotación coloniales: «El imperio ruso era un gran sistema colonial tanto en sus fronteras lejanas como en sus oscuras profundidades, (…) un imperio colonial como el de Gran Bretaña o Austria, y un territorio colonizado como el Congo o las Indias Occidentales». La cuestión es que «al expandirse a espacios enormes, Rusia colonizó a su propio pueblo. Fue un proceso de colonización interna, la colonización secundaria del propio territorio».
Esta es la razón, dice Etkind, de que tengamos que «entender el imperialismo ruso como un asunto interno, y no solo externo»5. El esclavismo –generalizado por ley en 1649– tenía allí un carácter igual de colonial que la esclavitud de los negros en Estados Unidos, pero afectaba asimismo a campesinos de la Gran Rusia y a otros a quienes el zarismo consideraba «rusos»: los de la Pequeña Rusia (ucranianos) y los bielorrusos. Etkind llama la atención sobre el hecho de que incluso en la Gran Rusia las sublevaciones campesinas tenían un carácter anticolonial y que las guerras con que el imperio aplastó esas revueltas fueron guerras coloniales. Paradójicamente, el centro imperial de Rusia era al mismo tiempo una periferia colonial interna, dentro de la cual la explotación y la opresión de las masas populares eran más intensas que en muchas periferias conquistadas y anexionadas.
Cuando apareció el «imperialismo capitalista del último tipo», Lenin escribió que el imperio zarista estaba «enredado, por así decirlo, en una red particularmente tupida de relaciones precapitalistas», tan tupida que «en general, en Rusia predomina el imperialismo militar feudal». Por tanto, escribió, «en Rusia el monopolio del poder militar, un territorio inmenso o las especiales facilidades para saquear a los pueblos indígenas no rusos, China, etc., en parte complementa y en parte sustituye al monopolio del capital financiero moderno de nuestra época»6. Al mismo tiempo, siendo la menos desarrollada de las seis mayores potencias imperialistas, no era más que un subimperialismo. Como señaló Trotski,
«Rusia pagaba así el derecho a ser aliada de los países avanzados, a importar capital y pagar intereses, es decir, básicamente su derecho a ser una colonia privilegiada de sus aliados, pero al mismo tiempo, adquiría el derecho a oprimir y expoliar a Turquía, Persia, Galitzia y, en general, a países más débiles y atrasados que ella misma. El imperialismo bífido de la burguesía rusa tenía en el fondo el carácter de una agencia de otras potencias mundiales más poderosas.7»
No hay descolonización sin separación
Fue precisamente el potente monopolio extraeconómico mencionado por Lenin el que garantizó la continuidad del imperialismo ruso tras el derrocamiento del capitalismo en Rusia a raíz de la Revolución de Octubre. Contrariamente a lo que había declarado Lenin anteriormente, en el sentido de que la revolución socialista garantizaría la independencia de las colonias, en los hechos solo se separaron de Rusia las colonias a las que no alcanzó la expansión de la revolución o las que la rechazaron. En muchas regiones periféricas, esta expansión tuvo el carácter de una «revolución colonial» dirigida por colonos y soldados rusos sin la participación de los pueblos oprimidos e incluso manteniendo de hecho las relaciones coloniales existentes. Georgy Safarov describió un proceso de este tipo que experimentó la revolución en el Turquestán8. En otras regiones se produjo en forma de conquista militar, y algunos bolcheviques, como Mijaíl Tujachevsky, improvisaron rápidamente una teoría militarista de la «revolución desde fuera»9.
La historia de la Rusia soviética desmiente la tesis de los bolcheviques de que con la caída del capitalismo desaparecerían las relaciones de dominación colonial de unos pueblos sobre otros y que esos pueblos podrían, o incluso deberían, permanecer en el marco de un Estado único. El «economicismo imperialista», que niega el derecho de los pueblos a la autodeterminación y que cundía (aunque fuera criticado por Lenin) entre los bolcheviques rusos, fue una manifestación extrema de este fenómeno. En realidad, lo acertado es exactamente lo contrario: la separación estatal de un pueblo oprimido es una condición necesaria para la destrucción de las relaciones coloniales, aunque no la garantice. Vasyl Shajrai, activista bolchevique de la revolución ucraniana, ya lo comprendió en 1918 cuando polemizó públicamente con Lenin sobre esta cuestión10. Muchos otros comunistas no rusos también lo entendieron entonces, en particular el líder de la revolución de los tártaros, Mirsaid Sultán Galiev, el primer comunista que fue apartado de la vida política pública a instancias de Stalin, en 1923.En realidad, el imperialismo basado en los monopolios extraeconómicos que mencionó Lenin se autorreproducía de muchas maneras, espontáneamente y sin que se notara, incluso cuando perdió su base específicamente capitalista. De ahí que, como demostraría Trotski, en la década de 1920 Stalin «se convirtió en el vector de la opresión burocrática gran-rusa» y rápidamente «aseguró ventajas para el imperialismo burocrático gran-ruso»11. Con el establecimiento del régimen estalinista, se produjo la restauración de la dominación imperialista de Rusia sobre todos aquellos pueblos previamente conquistados y colonizados que permanecían dentro de las fronteras de la urss, donde representaban la mitad de la población, y sobre los nuevos protectorados, Mongolia y Tuvá.
El ascenso del imperialismo burocrático
Esta restauración vino acompañada de una violencia policial asesina e incluso de verdaderos genocidios: el exterminio por inanición conocido en Ucrania por el nombre de Holodomor y en Kazajistán por el de Shasandy Asharshylyk (1932-1933). Los cuadros bolcheviques y la intelectualidad autóctonos fueron exterminados y se puso en marcha una rusificación intensiva. Poblaciones y minorías nacionales enteras fueron deportadas (la primera gran deportación en 1937 fue la de los coreanos que vivían en el Lejano Oriente soviético). El colonialismo interno se expandió una vez más y «la más terrible de esas prácticas fue la explotación de los prisioneros del gulag, que puede calificarse como forma extrema de colonización interna»12. Del mismo modo que en la época del zarismo, la emigración de la población rusa y rusoparlante a las periferias calmaba las tensiones y las crisis socioeconómicas en Rusia, asegurando de paso la rusificación de las repúblicas periféricas. Superpoblado, empobrecido y azotado por el hambre tras la colectivización forzosa, el mundo rural ruso exportó masivamente mano de obra a los nuevos centros industriales en los márgenes de la urss. Al mismo tiempo, las autoridades impedían la migración a las ciudades de la población local no rusa originaria del campo.
La división colonial del trabajo distorsionó y de hecho frenó el desarrollo y, en algunos casos, incluso transformó las repúblicas y regiones periféricas en fuentes de materias primas y zonas de monocultivo. Esto vino acompañado de una división colonial entre la ciudad y el campo, el trabajo manual y el trabajo intelectual, cualificado y no cualificado, bien o mal remunerado, además de una estratificación igualmente colonial de la burocracia estatal, de la clase obrera y de sociedades enteras. Estas divisiones y estratificaciones garantizaban a los rusos étnicos y a los individuos rusificados una posición social privilegiada con respecto al acceso a los ingresos, calificaciones, prestigio y poder en las repúblicas periféricas. El reconocimiento de la «rusidad» étnica o lingüística en forma de «salario público y psicológico» –un concepto tomado por David Roediger de W.E.B. du Bois y aplicado en sus estudios sobre la clase obrera blanca estadounidense13– pasó a ser un importante medio de dominación imperialista de Rusia o de construcción de una «rusidad» imperialista en el interior mismo de la clase obrera soviética.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la participación de la burocracia estalinista en la lucha por un nuevo reparto del mundo fue una extensión de la política imperialista nacional. En el curso de la contienda y una vez finalizada esta, la urss recuperó gran parte de lo que había perdido Rusia tras la Revolución y conquistó además nuevos territorios. Su extensión territorial creció 1,2 millones de kilómetros cuadrados hasta alcanzar los 22,4 millones de kilómetros cuadrados. Después de la guerra, el territorio de la urss era 700.000 kilómetros cuadrados mayor que el del imperio zarista cuando estaba a punto de sucumbir, y 1,3 millones de kilómetros cuadrados menor que la extensión del imperio en el apogeo de su expansión: en 1866, justo después de la conquista del Turquestán y poco antes de la venta de Alaska.
La lucha por un nuevo reparto del mundo
En Europa, la urss se anexionó las regiones occidentales de Bielorrusia y Ucrania, Ucrania de los Cárpatos, Besarabia, Lituania, Letonia, Estonia, partes de Prusia oriental y Finlandia, y en Asia, Tuvá y las islas Kuriles meridionales. Pasó a controlar toda Europa oriental y pretendió que Libia se sometiera a su tutela. Trató de imponer un protectorado sobre dos grandes provincias fronterizas chinas, Xinyiang y Manchuria. Además, pretendió anexionarse el norte de Irán y la parte oriental de Turquía, basándose para ello en las ansias de liberación y unificación de muchas poblaciones locales. De acuerdo con el historiador azerí Jamil Hasanli, la Guerra Fría comenzó en Asia y no en Europa, concretamente en 194514.
«El carácter parasitario de la burocracia se manifiesta, tan pronto lo permiten las condiciones políticas, en forma de saqueo imperialista», escribió por entonces Jean van Heijenoort, antiguo secretario de Trotski y futuro historiador de la lógica matemática. «¿Implica la aparición de rasgos imperialistas que haya que revisar la teoría de que la urss es un Estado obrero degenerado? No necesariamente. La burocracia soviética se nutre en general de la apropiación del trabajo de otros, y desde hace ya tiempo hemos reconocido este hecho como algo consustancial a la degeneración del Estado obrero. El imperialismo burocrático no es más que una forma particular de esta apropiación»15. Los comunistas yugoslavos se convencieron más bien pronto de que Moscú «quería subordinar totalmente la economía de Yugoslavia y convertirla en un mero complemento que suministre materias primas a la urss, lo que dificultaría la industrialización y desvirtuaría el desarrollo socialista del país»16. Las «empresas conjuntas» soviético-yugoslavas estaban destinadas a monopolizar la explotación de los recursos naturales de Yugoslavia que necesitaba la industria soviética. El comercio desigual entre los dos países garantizaría beneficios extraordinarios a la economía soviética a expensas de la economía yugoslava.
Tras la ruptura de Yugoslavia con Stalin, Josip Broz Tito declaró que a partir del pacto Molotov-Ribbentrop (1939), y sobre todo tras la conferencia de los «tres grandes» en Teherán (1943), la urss participa en el reparto imperialista del mundo y «avanza conscientemente por la antigua vía zarista del expansionismo imperialista». Dijo asimismo que «la teoría del pueblo dirigente dentro de un Estado multinacional», proclamada por Stalin, «no es otra cosa que la expresión del hecho del sojuzgamiento, la opresión nacional y el saqueo económico de los demás pueblos y países por el pueblo dirigente»17. En 1958, Mao Zedong observó irónicamente en una discusión con Nikita Jrushchov: «Hubo un hombre llamado Stalin que tomó Port Arthur y convirtió Xinjiang y Manchuria en semicolonias, y también creó cuatro empresas conjuntas. Estas fueron todas sus buenas obras»18.
La urss al borde del desmembramiento
El imperialismo burocrático ruso se apoyaba en poderosos monopolios extraeconómicos, reforzados por un poder totalitario, y por tanto era de carácter no económico. Debido a ello, resultó ser demasiado débil o totalmente incapaz de llevar a cabo los planes estalinistas de explotar los países satélites de Europa oriental y las regiones fronterizas de la China popular. Ante la creciente resistencia en estos países, la burocracia moscovita tuvo que abandonar la idea de las «empresas conjuntas», del comercio desigual y de la división colonial del trabajo que pretendía imponer. Tras la pérdida de Yugoslavia, a partir de 1948 fue perdiendo paulatinamente el control político sobre China y algunos otros países y tuvo que aflojar su dominio sobre otros.
Dentro de la propia urss, los monopolios extraeconómicos también resultaron incapaces de asegurar a largo plazo la dominación imperialista de Rusia sobre las principales repúblicas periféricas. La industrialización, la urbanización, el desarrollo de la enseñanza y más en general la modernización de las periferias de la urss, así como la creciente «nacionalización» de su clase obrera, de la elite intelectual y de la propia burocracia, comenzaron a alterar gradualmente el equilibrio de poder entre Rusia y las repúblicas periféricas a favor de estas últimas. El dominio de Moscú sobre ellas se fue debilitando, y la creciente crisis del sistema aceleró el proceso, que empezó a desmembrar a la urss. Las medidas del poder central para contrarrestar este proceso –como el derrocamiento del primer secretario del Partido Comunista de Ucrania, Petro Shelest, en 1972, calificado de «nacionalista» por el Kremlin– no lograron revertir la situación y ni siquiera frenar efectivamente el proceso.
Durante la segunda mitad de la década de 1970, el joven sociólogo soviético Frants Sheregi trató de observar la realidad de la urss a la luz de «la teoría marxista de las clases, combinada con la teoría de los sistemas coloniales». Concluyó que «la extensión gradual de la elite intelectual y de la burocracia (funcionariado) autóctonas en las repúblicas no rusas, el crecimiento de la clase obrera –en suma, la formación de una estructura social más progresiva– llevará a las repúblicas nacionales a separarse de la urss». Pocos años después, por encargo de las máximas autoridades del Partido Comunista de la urss (pcus), analizó la situación social de los equipos de jóvenes movilizados por el Komsomol (juventudes comunistas) en todo el país con vistas a la construcción de la vía ferroviaria principal Baikal-Amur, la famosa «obra del siglo». «Sentí curiosidad, dice Sheregi, por la contradicción que descubrí entre la información sobre la composición internacional de los trabajadores de la construcción, difundida con bombos y platillos por la propaganda oficial, y el alto grado de uniformidad nacional de las brigadas de trabajadores que llegaron». Estaban compuestas casi enteramente por personas étnicamente rusas y rusoparlantes. «Entonces llegué a la conclusión inesperada de que los rusos (y los rusófonos) estaban siendo desplazados fuera de las repúblicas nacionales» por las llamadas nacionalidades titulares, como por ejemplo los kasajos en Kazajistán.
Esto se confirmó en los estudios que realizó de otros dos grandes proyectos en Rusia:
«El gobierno central lo sabía y participaba en el reasentamiento de pobladores rusos mediante la financiación de «proyectos de ingeniería de choque». Así concluí que debido a que los fondos sociales de las repúblicas nacionales se habían agotado, había escasez de puestos de trabajo, incluso para los representantes de las nacionalidades titulares para quienes existían garantías sociales (guarderías, colonias de vacaciones, sanatorios, oportunidades para la obtención de viviendas); este tipo de situaciones puede generar antagonismos interétnicos, de modo que las autoridades «repatriaban» gradualmente a los jóvenes rusos que viven en las repúblicas nacionales. Entonces me di cuenta de que la urss estaba a punto de estallar en pedazos19».
Imperio militar-colonial
La crisis del régimen burocrático soviético y del imperialismo ruso fue tan profunda que, para sorpresa de todos, la urss se hundió en 1991, no solo sin que hubiera una guerra mundial, sino sin siquiera una guerra civil. Rusia perdió sus periferias exteriores, pues 14 repúblicas no rusas de la Unión la abandonaron y proclamaron su independencia: todas aquellas que de acuerdo con la Constitución soviética tenían ese derecho. Esto comportó una pérdida de territorios –cosa que carece de precedentes en la historia rusa– de una extensión total de 5,3 millones de kilómetros cuadrados. Sin embargo, como ha señalado Boris Rodoman, un eminente científico que creó la escuela rusa de geografía teórica, hoy en día Rusia sigue siendo «un imperio militar-colonial que se mantiene al precio de un derroche desbocado de recursos biológicos y humanos, un país de desarrollo extensivo en el que el uso extremadamente despilfarrador y costoso de la tierra y de la naturaleza es habitual en su funcionamiento». En este terreno, así como con respecto a «la migración de poblaciones, las relaciones mutuas entre grupos étnicos, entre la población local y los migrantes en varias regiones, entre las autoridades estatales y el público, las características ‘clásicas’ del colonialismo siguen vivas, como en el pasado»20.
Rusia sigue siendo un Estado plurinacional que comprende 21 repúblicas de población no rusa que abarcan casi 30% de su territorio. Rodoman escribe que «en nuestro país tenemos un grupo étnico que lleva su nombre y aporta la lengua oficial [el ruso], además de otros muchos grupos étnicos; algunos de estos gozan de autonomía nacional-territorial, pero no tienen derecho a abandonar esta pseudofederación [rusa], es decir, no tienen más remedio que permanecer en ella».
Restauración del imperialismo capitalista
La restauración del capitalismo en Rusia ha complementado en parte y sustituido en parte los monopolios extraeconómicos, debilitados y amputados tras el desmembramiento de la urss, por un poderoso monopolio financiero vinculado al aparato de Estado. El imperialismo ruso, reconstruido sobre esta base, sigue siendo un fenómeno inextricablemente interno y externo que opera a ambos lados de las fronteras del país, que una vez más empiezan a ser móviles. Las autoridades rusas han construido una megaempresa estatal que detenta el monopolio de la colonización interna de Siberia oriental y el Lejano Oriente ruso. Estas regiones tienen yacimientos de petróleo y otros minerales. Gozan de acceso privilegiado a los nuevos mercados globales en China y en el hemisferio occidental.
Es posible que esas dos regiones compartan el destino de la Siberia occidental. «El centro federal se reserva casi la totalidad de los ingresos de Siberia occidental derivados de la venta de petróleo, sin destinar fondos a la región ni siquiera para la construcción de carreteras normales», escribió el periodista ruso Artem Yefimov hace unos años. «El problema, como siempre, no es la colonización, sino el colonialismo», pues «es la explotación económica y no la mejora y el desarrollo del territorio lo que busca la citada empresa. (…) Básicamente se admite que en el país, en el más alto nivel del Estado, reina el colonialismo. El parecido de esta empresa con la Compañía de las Indias Orientales y otras empresas coloniales europeas de los siglos xvii a xix es tan evidente que incluso podría resultar gracioso»21.
En 2013, la revuelta masiva de los ucranianos en la plaza Maidán de Kiev, que culminaría con el derrocamiento del régimen de Víktor Yanúkovich, fue un intento de Ucrania de romper definitivamente la relación colonial que la vinculaba históricamente a Rusia. No podemos comprender la actual crisis de Ucrania –la anexión de Crimea, la rebelión separatista en Donbas y la agresión rusa contra Ucrania– si no comprendemos que Rusia sigue siendo una potencia imperialista.
Nota: la versión original de este artículo se publicó en la edición polaca de Le Monde diplomatique, 11/2014, tras la anexión rusa de Crimea. Su análisis de las formas del imperialismo ruso aporta claves de lectura de la invasión de Ucrania de febrero de 2022. Reproducimos, con leves ajustes, la traducción del inglés de la revista Viento Sur.
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1.
S.A. Nikolsky: «Rousskie kak imperski narod» en Polititcheskaïa Kontseptologia No 1, 2014, pp. 42-43.
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2.
M.N. Pokrovsky: Istoritcheskaïa nauka i bor’ba klassov vol. I, Sotsekizd, Moscú-Leningrado, 1933, p. 284.
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3.
A.M. Doubrovski: Istorik i vlast’, Universidad Estatal, Briansk, 2005, pp. 238, 315-335.
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4.
Ver John F.F. Haldon: The State and the Tributary Mode of Production, Verso, Londres-Nueva York, 1993; Y. Semionov: Politarny (‘aziatski’) sposob proïzvodstva: Souchtchnost’ i mesto v istorii tchelovetchestva i Rossii, Librokom, Moscú, 2011.
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5.
A. Etkind: Internal Colonization: Russian Imperial Experience, Polity Press, Cambridge-Malden, 2011, pp. 23-24, 26, 251.
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6.
V.I. Lenin: Polnoe sobranie sochinenii, Politicheskoi Literatury, Moscú, 1969-1973, vol. xxvi, p. 318; vol. xxvii, p. 378; vol. xxx, p. 174.
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7.
Lev Trotski: History of the Russian Revolution, Haymarket, Chicago, 2008, p. 13. [Hay edición en español: Historia de la Revolución Rusa, Sarpe, Madrid, 1985].
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8.
G. Safarov: Kolonialnaïa revoloutsia: Opyt Turkestana, Gosizdat, Moscú, 1921.
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9.
M. Tujachevsky: «Revolution from Without» en New Left Review vol. 1 No 55, 5-6/1969.
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10.
Serhii Mazlakh y Vasyl Shakhrai: On the Current Situation in the Ukraine, ed. Peter J. Potichnyj, University of Michigan Press, Ann Arbor, 1970.
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11.
L. Trotski: Stalin II, Lenizdat, San Petersburgo, 2007, p. 189.
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12.
A. Etkind, D. Uffelmann e I. Kukulin (eds.): Tam, vnutri: Praktiki vnutrennei kolonizatsii v kulturnoi istorii Rossii, Novoe Literaturnoe Obozreniie, Moscú, 2012, p. 29.
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13.
Ver D.R. Roediger: The Wages of Whiteness: Race and the Making of the American Working Class, Verso, Londres-Nueva York, 2007.
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14.
J. Hasanli: At the Dawn of the Cold War: The Soviet-American Crisis over Iranian Azerbaijan, 1941-1946, Rowman & Littlefield, Lanham-Nueva York, 2006; J. Hasanli: Stalin and the Turkish Crisis of the Cold War, 1945-1953, Lexington Books, Lanham-Nueva York, 2011.
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15.
D. Logan [J. van Heijenoort]: «The Eruption of Bureaucratic Imperialism» en The New International vol. XII No 3, 1946, pp. 74 y 76.
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16.
Vladimir Dedijer: Novi prilozi za biografiju Josipa Broza Tita vol. 1, Liburnija, Rijeka, 1981, p. 434.
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17.
J. Broz Tito: «H kritiki stalinizma» en Časopis za Kritiko Znanosti, Domišljijo in Novo Antropologijo vol. VIII No 39/40, 1980, pp. 157-164, 172-185.
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18.
V. M. Zubok: «The Mao-Khrushchev Conversations, 31 July-3 August 1958 and 2 October 1959» en Cold War International History Project Bulletin No 12-13, 2001, p. 254.
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19.
B. Doktorov: «Sheregi F.E.: Togda ia prishel k vyvodu: sssr stoit pered raspadom» en Teleskop: Zhurnal Sotsiologicheskikh i Marketingovykh Issledovanii vol. 5 No 65, 2007, pp. 10-11.
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20.
B.B. Rodoman: «Vnoutrenny kolonializm v sovremennoï Rossii» en Tatiana Zaslavskaya (ed.): Kouda idet Rossia? Sotsïalnaïa transformatsiïa postsovetskogo prostranstva, Aspekt-Press, Moscú, 1996, p. 94, y «Strana permanentnogo kolonializma» en Zdravy Smysl vol. 1 No 50, 2008/2009, p. 38.
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21.
A. Yefimov: «Ost-Rossiiskaia kompaniia» en Lenta.ru, 23/4/2012.