Los usos de Stalin
abril 2025
La apelación a Stalin como figura de orden y de continuidad con la estatalidad imperial rusa no es nueva. Vladímir Putin la ha retomado como parte de su política nacionalista autoritaria, así como el Partido Comunista de la Federación Rusa. Por eso, una crítica a esta lectura de la historia es fundamental para la emergencia de una izquierda democrática radical.

En las últimas décadas, se ha producido una rehabilitación de la era Stalin en Rusia, acompañada de una revalorización entusiasta de la historia soviética, incluidos sus aspectos más controvertidos. Tras la anexión de Crimea en 2014, este proceso se aceleró notablemente y comenzó a adquirir rasgos de una política estatal de memoria histórica. Iósif Stalin es representado cada vez más no solo como un líder político que desempeñó un papel clave en la industrialización del país y en la victoria en la Gran Guerra Patria (como se denomina en Rusia a la Segunda Guerra Mundial), sino también como un gestor eficaz capaz de imponer «orden» en tiempos de crisis.
Cada vez son más los altos funcionarios y figuras políticas rusas que expresan actitudes positivas hacia Stalin. Vladímir Putin, por ejemplo, ha pedido en repetidas ocasiones una evaluación más matizada del papel de Stalin en la historia, destacando su contribución al desarrollo del país. En algunas regiones han aparecido monumentos a Stalin, lo que indica un creciente respaldo a esta perspectiva en el nivel local. En 2024, por ejemplo, se erigió una estatua de Stalin en Vológda, a cuya inauguración asistió el gobernador de la región. Estos actos suelen ir acompañados de narrativas sobre la necesidad de «preservar la memoria histórica» y la importancia de la «educación patriótica».
Esta rehabilitación también se refleja en sondeos de opinión. Según diversas encuestas, el porcentaje de rusos que tienen una visión positiva de Stalin crece anualmente, no solo en la generación de más edad, sino incluso entre los jóvenes. Las narrativas que justifican la represión como «medidas necesarias» para lograr los objetivos del Estado también se han reavivado en el discurso público. Esta postura ha sido criticada por defensores de derechos humanos e investigadores que destacan la represión masiva y las violaciones de derechos humanos durante la era de Stalin.
El «estalinismo de protesta» en la década de 1990
El estalinismo postsoviético tiene una historia compleja y multifacética. Surgió tras el colapso de la Unión Soviética y la transición a una economía de mercado. Una de las principales razones del resurgimiento del estalinismo en la conciencia pública fue la desilusión generalizada con las reformas de la década de 1990. Estas incluyeron la privatización y el desmantelamiento de las prestaciones sociales, en un contexto de elevada inflación, llevando a millones de personas a la pobreza. En la mentalidad colectiva, Stalin pasó a simbolizar al «hombre fuerte» que imponía orden social, en contraste con el caos y la injusticia de la transformación postsoviética.
La idealización de Stalin también fue una respuesta a las intensas críticas al período soviético por parte de políticos e intelectuales liberales en el gobierno y los medios de comunicación durante la década de 1990. Una parte significativa de la población vio estas críticas como un insulto y una desvalorización de su pasado. El estalinismo, por otro lado, ofrecía una narrativa alternativa centrada en la industrialización, la victoria militar y la igualdad social. En medio de la pérdida de su antigua identidad, la retórica estalinista adquirió elementos de nostalgia por una época en la que el Estado parecía proporcionar orden y justicia.
En la década de 1990 muchos partidos de la oposición adoptaron directamente las opiniones estalinistas o explotaron el culto a Stalin para movilizar a grupos socialmente vulnerables insatisfechos con las reformas liberales. Fue el caso de organizaciones como Rusia Obrera de Viktor Anpílov y el Partido Comunista Obrero Ruso. Estos grupos criticaban activamente las reformas de mercado, la privatización y rapiña de bienes públicos, el empeoramiento de las condiciones de vida y la destrucción del sistema de seguridad social soviético. En sus documentos políticos y discursos públicos, retrataban a Stalin como el símbolo de un estado social justo, del desarrollo industrial y de una política exterior independiente. Todo esto contrastaba con la «traición» de la elite liberal que llegó al poder tras el colapso de la URSS.
Rusia Obrera empleó el simbolismo estalinista en sus mítines. Sus procesiones organizadas mostraban retratos de Stalin y abogaban por la restauración de una economía socialista basada en el modelo estalinista. El Partido Comunista Obrero Ruso se posicionó, por su parte, como el sucesor directo de la tradición leninista-estalinista. No solo rechazó el capitalismo, sino también las políticas del Partido Comunista de la Federación Rusa, a las que consideró como demasiado moderadas y conciliadoras.
Stalin también se hizo popular entre los grupos nacional-conservadores y monárquicos. Estos sacan al estalinismo de su contexto marxista y se centran en elementos de movilización nacional, soberanía estatal y políticas represivas. Fue durante este período cuando surgió el término «rojipardo» para denotar un vínculo ideológico entre los revanchistas de izquierda y los nacionalistas de derecha, unidos en la plataforma del antiliberalismo y el sentimiento antioccidental.
Para una parte importante de estos nacional patriotas, una fase clave del estalinismo fue el período de la «campaña anticosmopolita» a finales de la década de 1940 y principios de la de 1950. En esos años, la propaganda soviética apeló activamente a los valores nacionales y reforzó el estatismo y el etnocentrismo ruso. Este periodo abrazó plenamente la retórica nacionalista, lo que la hizo especialmente atractiva para los conservadores y monárquicos que veían al Estado estalinista como sucesor del Imperio ruso.
La ideología del movimiento «rojipardo» se basaba en gran medida en los conceptos del llamado nacional-bolchevismo ruso que surgieron en la comunidad de emigrantes rusos en las décadas de 1920 y 1930. Nikolái Ustryálov, un antiguo kadete [del Partido Democrático Constitucional] y emigrado antibolchevique «blanco», se convirtió más tarde en uno de los ideólogos del Smenovekhovstvo, un movimiento que veía a la Unión Soviética liderada por Stalin como la expresión de un orden imperial similar a la autocracia zarista. Esta concepción llevó a que algunos antiguos oficiales e intelectuales del Ejército Blanco acabaran reconociendo a Stalin como el sucesor de la antigua estatalidad rusa.
En la segunda mitad del siglo XX, esta idea se desarrolló aún más en los círculos nacional-patrióticos de la URSS y, más tarde, en la Rusia postsoviética. El escritor y publicista Aleksandr Prokhanov se convirtió en uno de los principales representantes de este movimiento. En sus obras y en el periódico Zavtra, sintetizó elementos del estalinismo, el mesianismo ortodoxo ruso y la ideología monárquica. Presentó a Stalin como el «emperador rojo». Para él, Stalin dejó de ser un simple revolucionario marxista y se convirtió en un símbolo del poder imperial ruso que encarnan figuras como Pedro el Grande e Iván el Terrible.
Así, la idea de fusionar el estalinismo y el monarquismo ortodoxo, tal como se presenta en las obras de Prokhanov y sus colegas de ideas, se convirtió en parte de una tendencia más amplia de replanteamiento del pasado soviético. En este contexto, la ideología comunista y la dictadura del proletariado pasaron a un segundo plano para dar paso al concepto idealizado de un gobernante «fuerte pero justo» y defensor de los valores tradicionales y la soberanía nacional.
El estalinismo del Partido Comunista
El Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) se convirtió en la principal fuerza de oposición en la década de 1990. Se opuso a las reformas del Kremlin y expresó los intereses de una parte significativa de la clase trabajadora postsoviética, que había sufrido durante las transformaciones económicas neoliberales. Sin embargo, el partido era más una fuerza patriótica de izquierda moderada que un movimiento comunista radical.
Durante este periodo, el programa económico del PCFR fue más bien socialdemócrata. No se centró en el cambio revolucionario, sino en restaurar elementos de la regulación estatal y la seguridad social que habían sido desmantelados durante las reformas de mercado. El líder del partido, Gennady Zyugánov, hizo hincapié en la necesidad de una economía estatal fuerte, el apoyo a la producción nacional y la justicia social. Pero no desafió el sistema guiado por la economía de mercado.
Ideológicamente, el PCFR era una combinación ecléctica de elementos marxista-leninistas, nacional-patrióticos y conservadores. La retórica del partido invocaba activamente el estalinismo como símbolo de un «Estado fuerte», lo que atraía a los nostálgicos de la era soviética. Al mismo tiempo, la retórica nacional-conservadora, que incluía apelaciones a los «valores tradicionales» y al renacimiento nacional ruso, ayudó a unir a los votantes comunistas con segmentos más amplios de la población, incluidos los defensores del patriotismo ruso. Como resultado, el PCFR de la década de 1990 era menos un partido comunista radical que el ala izquierda de la oposición nacional-patriótica que operaba dentro del marco político legal y no buscaba una ruptura sistémica con el orden existente.
En la década de 2000, tras sufrir una serie de transformaciones, el PCFR fue perdiendo progresivamente su papel de opositor activo y se integró en el sistema político de Putin. Ante la creciente centralización del poder y la represión de la oposición, el partido abandonó su crítica radical al régimen y se transformó efectivamente en una oposición parlamentaria leal. Limitó sus actividades a declaraciones retóricas y a la participación en procesos electorales sin suponer una amenaza real para el gobierno.
Una de las áreas clave de actividad del PCFR durante este período fue la política sobre memoria histórica. Los comunistas se centraron en revisar la narrativa postsoviética del pasado soviético, en particular rehabilitando la era de Stalin. Su retórica promovió enérgicamente la idea de reevaluar la historia soviética, criticando la década de 1990 como la «época de los problemas» y afirmando la continuidad de la Rusia moderna con el Estado soviético. Esto se reflejó en la metódica inauguración de monumentos a Stalin, el apoyo a los actos oficiales relacionados con las fechas históricas soviéticas y la promoción de la tesis de que Stalin desempeñó un papel positivo en el desarrollo del país.
El enfoque en la política de la memoria permitió al PCFR mantener el apoyo de los votantes entre los segmentos de la población nostálgicos de la URSS. Al mismo tiempo, sin embargo, contribuyó a la transformación del partido en una fuerza conservadora cada vez más orientada hacia el tradicionalismo y el paternalismo estatal.
Las divisiones internas dentro del PCFR se hicieron evidentes entre 2018 y 2020, cuando comenzó a formarse un ala opositora interna, compuesta en gran parte por jóvenes activistas y políticos regionales. Estos representantes de la nueva generación rechazaron la síntesis entre estalinismo y nacional-conservadurismo. En su lugar, abogaron por una actualización de la plataforma ideológica en el espíritu de la socialdemocracia moderna. Su retórica exigía una democratización del sistema político, políticas sociales más fuertes y un alejamiento del rumbo conservador que había desarrollado el PCFR en las últimas décadas.
La creciente influencia de esta ala podría haber llevado a una transformación parcial del partido para acercarlo a los partidos de izquierda europeos. Sin embargo, tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, la oposición dentro del partido se vio sometida a una presión considerable. Algunos de sus miembros fueron sometidos a purgas internas. Otros optaron por distanciarse de la política pública y evitar hacer declaraciones. Como resultado, el partido consolidó definitivamente su estatus como parte de la oposición tolerada por el gobierno; como un partido leal a las autoridades rusas y como una organización integrada en el sistema político estatal. Las posibilidades de que se convierta en una fuerza de izquierda más progresista son ahora muy limitadas.
El Kremlin y el estalinismo
La actitud del Kremlin hacia el estalinismo ha cambiado significativamente en las últimas décadas. En la década de 1990, el discurso oficial era predominantemente crítico con el período soviético, especialmente con el estalinismo, que se consideraba una desviación del supuesto camino europeo de desarrollo de Rusia. Durante este tiempo, las opiniones sobre la era de Stalin se alinearon con el rumbo liberal-occidental del gobierno. El estalinismo fue duramente criticado por sus represiones, su gobierno totalitario y sus violaciones de los derechos humanos.
Estas actitudes comenzaron a cambiar después de que Vladímir Putin llegara al poder a principios de la década de 2000. La retórica estatal se alejó gradualmente de la condena inequívoca del estalinismo y ciertos elementos de este comenzaron a incorporarse en la nueva narrativa patriótica oficial. Un símbolo de este cambio fue el de la restauración del himno de la URSS (con una nueva letra). Esto señaló el deseo del gobierno de continuar con el pasado soviético. Pero el elemento central de esta narrativa histórica fue utilizar la memoria de la Gran Guerra Patria como herramienta para consolidar la sociedad y legitimar el poder.
Sin embargo, durante los primeros años del gobierno de Putin no hubo una rehabilitación oficial de la figura de Stalin. El gobierno de Stalin siguió siendo visto con ojos críticos, especialmente en lo que respecta a las represiones políticas. Sin embargo, a medida que aumentaban las tendencias autoritarias dentro del sistema político ruso, el Kremlin adoptó cada vez más una ideología conservadora que recordaba al rojipardismo de la década de 1990. Esto mezclaba motivos estalinistas de grandeza estatal y poder centralizado con ideas monárquicas ortodoxas que enfatizaban la singularidad histórica y el carácter sagrado de la condición de Estado de Rusia.
Desde 2014, una ideología nacional conservadora ha tomado forma en Rusia. Existen períodos históricos dispares con el marco de la continuidad y la condición de Estado milenario. En esta narrativa, tanto el período imperial como el soviético se interpretan como diferentes manifestaciones de un Estado ruso unificado, donde la continuidad del poder y las tradiciones se consideran los factores definitorios del desarrollo histórico.
En este marco, la Revolución Rusa de 1917 no se considera una agitación social que condujo a una transformación radical del orden social. Más bien, fue un episodio destructivo que debilitó al Estado en interés de fuerzas externas. Desde este punto de vista, los bolcheviques son retratados como utopistas fanáticos que desestabilizaron el país en su búsqueda de la revolución mundial o como agentes de influencia extranjera que contribuyeron a la desintegración de la Rusia histórica.
El período estalinista se ajusta en gran medida a esta narrativa histórica conservadora. Representa un período de mayor centralización estatal, un retorno a las normas sociales tradicionales y la supresión de la experimentación revolucionaria. Tras derrotar a la oposición izquierdista (trotskista) y derechista (bujarinista), Stalin consolidó su poder y estableció un sistema de gobierno totalitario que incorporaba elementos del modelo autocrático.
Durante este periodo, se revirtieron muchos de los cambios radicales iniciados en los primeros años del poder soviético. En política social, se revirtió la política de liberación sexual, se prohibió el aborto (1936) y volvió a criminalizar la homosexualidad (1934). La política nacional también experimentó un cambio significativo: mientras que en la década de 1920 se aplicó la política de «korenizatsiia», que apoyaba las culturas y los recursos humanos nacionales, esta se revirtió en la década de 1930, acompañada de represiones contra las elites nacionales.
En el ámbito artístico se produjeron cambios similares. Mientras que la década de 1920 estuvo dominada por el arte de vanguardia, el futurismo y el constructivismo, la de 1930 vio un movimiento hacia la unificación artística. El realismo socialista fue proclamado estilo oficial y todos los movimientos artísticos alternativos fueron suprimidos.
El discurso oficial retrata ahora a Stalin como un estadista que rechazó el utopismo revolucionario, modernizó el país, y eso condujo a la victoria en la Gran Guerra Patria. Esta imagen forma parte de un cambio conservador más amplio en la forma en que se ha visto la era estalinista en las últimas décadas. Stalin es ahora visto como un líder que restauró la estabilidad después de los destructivos experimentos revolucionarios y la agitación interna de años anteriores y llevó al país al escenario mundial mediante la modernización de la industria y el ejército, que más tarde desempeñó un papel clave en la victoria sobre la Alemania nazi.
Algunos pensadores progubernamentales, como el mencionado Aleksandr Prokhanov, sostienen que Stalin no solo modernizó la Unión Soviética, sino que también continuó la labor de los zares rusos. En su opinión, las políticas de Stalin, en particular las destinadas a fortalecer el poder centralizado y construir un Estado robusto, representaron una restauración de la grandeza del Imperio ruso. Sus acciones, dicen, continuaron las tradiciones del gobierno autocrático. Según estos autores, Stalin no solo restauró, sino que también consolidó la unidad del país, lo defendió de amenazas externas y fortaleció su identidad política y cultural. Estos logros son coherentes con los objetivos perseguidos por los monarcas rusos a lo largo de la historia.
La retórica ideológica de la Rusia contemporánea gira ahora alrededor de Vladímir Putin como sucesor tanto de los zares rusos como de Stalin en la lucha contra la influencia occidental. En esta narrativa, Putin es un defensor de la soberanía nacional y un líder que continúa la tradición histórica de un estado fuerte y centralizado capaz de resistir amenazas externas. Esta «reestalinización» se ha vuelto particularmente pronunciada desde el comienzo de la «operación militar especial» contra Ucrania y la retórica intensificada que enmarca la amenaza externa en términos de «nazis ucranianos».
Reflexión de la izquierda democrática postsoviética
El totalitarismo estalinista dejó un sangriento legado en todo el movimiento comunista y empañó significativamente los ideales socialistas en la escena internacional. A lo largo del siglo XX, varias facciones dentro del movimiento de izquierda criticaron el estalinismo como una degeneración burocrática de la revolución, una sustitución de la dictadura del proletariado por la de la nomenklatura del partido y una traición al socialismo democrático. Sin embargo, estos movimientos antiestalinistas surgieron principalmente en países occidentales, donde las condiciones permitían el debate ideológico y político. En la propia Unión Soviética, tras la derrota de la Oposición de Izquierda en las décadas de 1920 y 1930, se eliminaron las corrientes marxistas y socialistas alternativas y sus seguidores fueron reprimidos u obligados a exiliarse. En los años siguientes, la crítica antistalinista solo existió en forma de pequeños grupos disidentes con poca influencia en la vida sociopolítica del país.
Tras el colapso de la Unión Soviética, comenzaron a surgir pequeñas organizaciones de izquierda en el espacio postsoviético, inscriptas principalmente en la tradición antistalinista, con un fuerte influencia del trotskismo. Estos grupos trataron de reexaminar la experiencia soviética a través de la lente de la crítica del estalinismo formulada por León Trotski y sus seguidores. Las organizaciones trotskistas veían el estalinismo como una contrarrevolución burocrática que desmanteló los elementos democráticos del estado soviético temprano, reemplazó el poder de los soviets con un aparato estatal totalitario y redujo el socialismo a un modelo administrativo autoritario.
Entre los izquierdistas antistalinistas de la Rusia postsoviética, algunos no se identificaban con la tradición trotskista, pero criticaban el estalinismo desde una perspectiva marxista. Una de esas figuras fue el académico y economista marxista Aleksandr Buzgalin, que fundó la revista de izquierda Alternativas y participó activamente en el movimiento informal de izquierdas durante la perestroika.
Para Buzgalin, «Stalin llegó a representar a las fuerzas patriarcales-conservadoras, que imponían cada vez más métodos patriarcales-violentos (preburgueses) para preservar el sistema político. El resultado fue la primacía del Estado y del aparato de violencia, una característica común a las sociedades feudales tardías y asiáticas. A esto se sumaban condiciones quasi serviles, como la falta de libre movilidad para los trabajadores en la agricultura colectivizada y el requisito de registro de residencia, y de semiesclavitud, como el uso generalizado de mano de obra penitenciaria. Todas estas eran formas de organización económica con importantes elementos de patriarcado y un gran chovinismo de poder en su ideología. Sin embargo, la energía del movimiento socialista, tanto dentro de la URSS como en todo el mundo, limitó simultáneamente la regresión del estalinismo a instituciones preburguesas y proporcionó la base para la preservación y el desarrollo del país. Sin este impulso socialista, la URSS se derrumbó en el siglo XX como un sistema completamente no socialista».
Uno de los pensadores de izquierda rusos contemporáneos más destacados que critica el estalinismo es el sociólogo y activista Boris Kagarlitsky, fundador de la revista Rabkor. Actualmente se encuentra en prisión por cargos políticos. Kagarlitsky fue un disidente de izquierda y un acérrimo antiestalinista incluso durante la era soviética, que consideraba al estalinismo como una corrupción del proyecto socialista y un reemplazo de la autogestión de los trabajadores por una burocracia totalitaria. Sus obras analizaban la naturaleza de la nomenklatura soviética, mostrando cómo el estalinismo condujo a la formación de una nueva estructura de clases en la que la elite del partido-Estado usurpó el poder y suprimió los elementos democráticos que formaban parte integral del proyecto soviético inicial.
«El Termidor de Stalin, al igual que el Termidor francés, fue esencialmente una contrarrevolución que surgió de la propia revolución y es en gran medida su continuación y culminación. Por esta razón, tanto los intentos de separar el bolchevismo del estalinismo como los esfuerzos por reducir el bolchevismo al precursor del estalinismo son igualmente erróneos», escribió Kagarlitsky.
En 2011, la fusión de las organizaciones trotskistas Adelante y Resistencia Socialista, dio lugar al Movimiento Socialista Ruso. Esta organización se convirtió en una de las pocas fuerzas políticas independientes de izquierda en Rusia comprometidas con los principios del socialismo democrático, atrayendo principalmente a estudiantes, jóvenes activistas e intelectuales. El Movimiento Socialista criticó tanto el capitalismo neoliberal como las tendencias autoritarias dentro del Estado ruso, defendió los derechos de los trabajadores y participó en campañas de protesta. Sin embargo, a medida que aumentaba la represión contra la oposición, el movimiento se vio sometido a una presión cada vez mayor por parte de las autoridades. En 2024, tras ser designada «agente extranjero», la organización decidió disolverse, lo que supuso un duro golpe para la política de izquierdas independiente en Rusia. Este fue uno de los indicios del colapso de la política de izquierdas independiente en Rusia.
En la era post-Putin, los izquierdistas antistalinistas podrían desempeñar un papel crucial en la remodelación de la política de la historia al ofrecer una interpretación alternativa del pasado soviético. Su perspectiva podría desafiar tanto la narrativa liberal, que ve la Revolución de Octubre y la URSS únicamente como desviaciones del camino europeo de desarrollo, así como el discurso imperial, que considera a la Unión Soviética como una manifestación más de la milenaria condición de Estado de Rusia. Al desarrollar su marco histórico basado en la crítica del autoritarismo y la preservación del legado revolucionario, los izquierdistas antistalinistas podrían contribuir a la formación de una nueva identidad política libre de la restauración de los enfoques liberales y nacional-conservadores.
Nota: la versión original de este artículo, en inglés, se publicó en Posle Media, el 26/01/2025 y está disponible aquí. Traducción: Mariano Schuster