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NUSO Nº 297 / Enero - Febrero 2022

Lo que nos enseña la socialdemocracia danesa Entrevista a Pelle Dragsted

Lo que nos enseña la socialdemocracia danesa  Entrevista a Pelle Dragsted

Pelle Dragsted, un escritor y activista danés, ex-miembro del Parlamento por la Alianza Roji-Verde (Enhedslisten), el partido socialista democrático de Dinamarca, publicó recientemente Nordisk socialisme [Socialismo nórdico]1, un libro que utiliza las experiencias danesas para desarrollar un análisis y una reinterpretación críticos de la estrategia de la izquierda. Dragsted sostiene que la insistencia dogmática en que las sociedades contemporáneas están totalmente colonizadas por el capitalismo no solo anula las posibilidades de la izquierda, sino que además oculta el impacto que siguen teniendo instituciones como las cooperativas gestionadas por los trabajadores y el sector público no mercantilizado. Su análisis estratégico y teórico se construye a través de la propuesta de una serie de reformas que podrían facilitar el camino hacia una economía mucho más democrática.

En esta entrevista, Dragsted habla sobre la coyuntura en que se encuentra Dinamarca, el impacto de los movimientos de Jeremy Corbyn y Bernie Sanders en su pensamiento, el linaje democrático de Dinamarca –que incluye el mosaico de cooperativas que todavía hoy ostentan un poder significativo en la economía– y los fracasos históricos de la socialdemocracia para comprender la importancia de la propiedad2.

Sería interesante situar su libro en el actual momento de la política danesa, que es algo extraño. En sectores de la prensa británica hay una tendencia a seguir hablando de que Dinamarca es el país más perfecto del mundo, sin mayores cuestionamientos, por lo que me interesa tratar las sutilezas del momento actual y algunas de sus contradicciones. Para definir el escenario, desde 2019 Dinamarca tiene un gobierno socialdemócrata en coalición con una cantidad de partidos de izquierda y centroizquierda. Por un lado, este gobierno se ha corrido bastante a la izquierda respecto de los gobiernos socialdemócratas previos. Por ejemplo, hay una apertura hacia algunas ideas de la Alianza Roji-Verde sobre la propiedad democrática3. Pero también se ha corrido en buena medida hacia la derecha en lo que se refiere a la inmigración, con políticas bastante xenófobas. ¿Podría describir y analizar el momento particular de la política danesa en que estamos situados?

Creo que ha hecho una buena descripción. Vivimos ahora mismo una situación política complicada y preocupante en la izquierda danesa porque, por un lado, como bien dice, el actual gobierno socialdemócrata liderado por Mette Frederiksen ha dado un giro a la izquierda en temas económicos en comparación con las últimas décadas de neoliberalismo. Por primera vez en años, a los trabajadores y las trabajadoras les ha tocado vivir la experiencia de obtener nuevos derechos, y también han surgido algunas iniciativas que limitan el poder capitalista, como la aprobación de leyes contra la especulación al estilo Blackstone y las intervenciones contra los préstamos del día de pago. También hemos visto la negociación de dos presupuestos nacionales con la Alianza Roji-Verde y el resto de la izquierda que ha logrado grandes mejoras en nuestros servicios de bienestar.

Por añadidura, durante la pandemia también vimos una política progresista que aseguró a todos los trabajadores y trabajadoras el salario completo durante el tiempo en que debieron permanecer en sus casas, al tiempo que ayudaba a las pequeñas empresas y las personas desempleadas. Por lo tanto, es una manera totalmente diferente de manejar la crisis en comparación con lo que sucedió durante las crisis financieras, cuando se enviaba a miles y miles de trabajadores a casa sin paga y se renovaban los ataques contra el sistema danés de seguro de desempleo y seguridad social.

En cierto modo, entonces, hay razones para el optimismo. Pero al mismo tiempo, el gobierno ha seguido su deriva hacia la derecha en la cuestión inmigratoria y ha hecho cada vez más difícil obtener la ciudadanía. Dinamarca se ha transformado en el único país en Europa que trata de repatriar a los refugiados sirios a la dictadura de Bashar al-Asad. Además de estas medidas concretas, también hay una retórica antiinmigrantes. Todos los meses lanza algún tipo de ataque demencial contra los refugiados y habla de cómo estos crean inseguridad en las calles

.Esto coloca a los partidos de izquierda en un lugar complicado. En este momento, buena parte de nuestro electorado nos cuestiona cómo podemos ser parte de esta coalición o dar apoyo al gobierno. Y tratamos de explicar que nosotros estamos votando en contra de todo eso; ellos utilizan su mayoría con el ala derecha y nosotros estamos luchando en el Parlamento, en las calles y en diferentes campañas. Pero hay mucha frustración, y si el gobierno continúa endureciendo las normas, creo que la tensión con la Alianza Roji-Verde irá en aumento. Podría terminar en elecciones anticipadas si el gobierno persiste en esa dirección. La cuestión es qué pasará entonces. El resultado más probable podría ser la formación de algún tipo de gran coalición –por ejemplo, de los socialdemócratas y los partidos de derecha– y, por supuesto, si eso pasara, bloquearía cualquier otra mejora para los trabajadores y además, la deriva hacia la derecha en la política migratoria empeoraría aún más.

Entonces en la actualidad se da una especie de encrucijada para la izquierda y estamos discutiendo seriamente cómo enfrentarla. Por supuesto que el problema no es solo que la mayoría en el Parlamento apoye estas brutales medidas sobre migración, sino también que la mayoría de la población lo haga. Ese es nuestro problema. Si continúan en esa dirección, creo que la presión sobre la Alianza Roji-Verde por parte de diferentes colectivos, nuestros propios miembros y nuestros votantes seguirá creciendo, lo que podría terminar en una confrontación. Pero espero sinceramente que no sea así, porque creo que esto no sería bueno para ninguno de nosotros, y tampoco para el gobierno socialdemócrata.

Si yo fuera el gobierno socialdemócrata, pensaría seriamente en lo que estoy haciendo. Tienen la posibilidad de formar una alianza bastante robusta, una coalición con varios partidos de izquierda que podría durar quizás diez años y cambiar realmente algunas estructuras de poder en la sociedad danesa; pero si continúan de este modo, la tensión irá en aumento. Y si algo hemos aprendido de los dos últimos gobiernos en Dinamarca –que solo duraron un periodo parlamentario– es que cuando un gobierno mantiene una lucha constante con sus socios en la coalición, pierde la siguiente elección.

Pero no sé si se produce este tipo de razonamiento en la cúpula del Partido Socialdemócrata. Estoy un poco preocupado por la forma en que las cosas se están desarrollando, y sería realmente contraproducente si esto terminara en la formación de una coalición entre los socialdemócratas y los conservadores. Por otro lado, por supuesto, eso les permitiría a los partidos de izquierda erigirse en una verdadera oposición y quizá fortalecerse.

Hay una relación interesante aquí con la tesis de su libro. Mi lectura es que los socialdemócratas están tratando de impulsar una política de tryghed (protección). Pero creo que la estrategia más perdurable es darle a la gente un verdadero poder democrático sobre su vida, en lugar de que el Estado intente «protegerla».

Sí. Lo disparatado es que esta atención creciente hacia los temas de migración, integración y ese tipo de cuestiones está de algún modo desconectada de la realidad, porque de hecho las cosas andan bastante bien en Dinamarca. Una proporción cada vez más grande de los refugiados que llegan al país trabaja y obtiene una buena educación; el delito está bajando. Es decir que esta discusión sobre los migrantes está creando un fantasma que en verdad no existe. Pero las cuestiones del racismo y la inmigración han dominado la esfera política danesa durante muchos años, por lo que son una herramienta poderosa para todos los partidos. Creo que los socialdemócratas realmente tienen miedo de que si no se muestran duros en temas migratorios, van a perder poder en la próxima elección, pero pienso que ese temor es desmesurado. Un gran amigo mío, y desde mi perspectiva, uno de los pensadores de izquierda más importantes de los países nórdicos, Magnus Marsdal, de Noruega, escribió hace unos diez años un libro llamado frp-koden. Hemmeligheten bak Fremskrittspartiets suksess [El código frp. El secreto del éxito del Partido del Progreso]4. Este libro trataba de encontrar respuestas a por qué tantos trabajadores noruegos votaban por el Partido del Progreso, partido racista de extrema derecha. Utilizó una gran cantidad de información, pero también convivió durante bastante tiempo con familias que habían quitado su apoyo al Partido Laborista u otros partidos de izquierda para pasar a votar a este partido antiinmigración de derecha.

Su tesis era más o menos la siguiente: la razón por la cual la política inmigratoria se volvió central fue la ausencia de diferenciación en las políticas económicas. Durante el neoliberalismo, varias generaciones han tenido la experiencia de que no hay diferencia si votan por un gobierno laborista o por uno conservador: continúan los mismos recortes sociales y los ataques contra la seguridad social, crece la desigualdad. Eso significa que otros temas pasan a ocupar el centro del escenario.

Su punto fue dilucidar qué preguntas y qué temas, políticamente hablando, hacían la diferencia para la gente. Pienso que este es un análisis bastante agudo, y creo que quizás los primeros años de la experiencia de Jeremy Corbyn reforzaron esto: no por desplazarse a la derecha en estos temas, sino por mover la pelota al sector del campo de juego en el que la izquierda es fuerte y tiene buenas respuestas, lo que dejó al electorado pensando «quizás no estamos totalmente de acuerdo con las políticas migratorias, pero al menos les darán educación gratuita a nuestros hijos».

En Dinamarca, los socialdemócratas hicieron ambas cosas. Se corrieron hacia la izquierda en un intento por ofrecer una alternativa a las políticas económicas de derecha, pero al mismo tiempo se movieron a la derecha en el tema de las políticas de inmigración. La verdad es que no sabemos si podrían haber llegado al poder solo desplazándose a la izquierda en temas económicos. Sabemos que tuvieron éxito en lograr que muchos votantes de los partidos de extrema derecha cambiaran de idea y optaran por votarlos, pero no sabemos por qué. Esa es una cuestión difícil de dirimir.

Sé que Magnus Marsdal va a publicar un nuevo libro que es la continuación del anterior y que discute las experiencias de los países escandinavos en cuanto a cómo lidiar con partidos populistas de derecha, porque lo hemos hecho de diferentes formas. En Suecia, han bloqueado a Demócratas de Suecia (extrema derecha) intentando aislarlos totalmente en el Parlamento. Ahora este bloqueo se está desarticulando porque algunos de los partidos de derecha están cambiando su actitud, pero durante muchos años en Suecia simplemente se decía: «Son fascistas, no trabajaremos con ellos».

En Dinamarca, los socialdemócratas han asumido ideas de la derecha, pero el punto es que no hemos tenido éxito en liberarnos de la situación en la que el problema de la inmigración ocupa el centro de la escena. Demócratas de Suecia ha crecido. En Dinamarca, tenemos hoy un gobierno socialdemócrata, pero este mantiene más o menos las mismas políticas antiinmigratorias. Entonces, no habría que mirar a los países nórdicos para aprender a luchar contra los populistas de derecha: lo hemos hecho de diferentes maneras y ninguna ha resultado exitosa. Esa es la triste verdad.

Es curioso que en su respuesta usted mencionara la estrategia de Corbyn. Una de las cosas interesantes para mí es la influencia que algunos pensadores y activistas involucrados tanto en la campaña de Corbyn como en la de Bernie Sanders han tenido en su propio pensamiento. Pienso en personas como Joe Guinan y Thomas Hanna –con quienes trabajé–, Mat Lawrence, Grace Blakeley, Christine Berry, además de muchos otros. Me da curiosidad saber la magnitud del impacto que tuvieron en Dinamarca los movimientos de Corbyn y Sanders, y el trabajo sobre la economía democrática que los acompaña.

Desde nuestra perspectiva, es algo así: los movimientos de Corbyn y Sanders han sido un regalo para la izquierda a escala internacional porque, según creo, la sensación cierta de que era realmente posible llegar al poder obligó a la parte más brillante de la izquierda británica y estadounidense –o de la izquierda joven– a pensar con seriedad qué hacer con ese poder si triunfaban.

Usted sabrá que mi generación –tengo 46, por lo que ya no me puedo considerar joven– se encasilló en algunos casos en un enfoque muy académico, posmoderno y à la Toni Negri; otros en uno más trotskista, en la estrategia «a la espera de la huelga general». Esta nueva generación fue impulsada –o quizás obligada– a desarrollar planes reales para dar los primeros pasos hacia una economía más socializada. Son personas radicales, y muchos de ellos tienen una historia en contextos de activismo, y de pronto pasaron a ser parte de una coalición que podía acceder al poder.

Lo que es interesante para mí es que, en busca de alternativas, entre otras experiencias, volvieron su vista hacia los países nórdicos. Tres o cuatro años atrás, si usted escuchaba podcasts de izquierda británicos o estadounidenses, inevitablemente habría escuchado nombrar al economista sueco Rudolf Meidner, especializado en temas laborales, una persona a la que muy pocos escandinavos conocían en ese momento. Think tanks como Common Wealth y Democracy Collaborative, entre otros, han producido informes y análisis realmente brillantes y han desarrollado ideas. Por ejemplo, mis ideas sobre nuevos fondos de propiedad están inspiradas en esos conceptos que finalmente fueron adoptados por John McDonnell en Gran Bretaña y por Bernie Sanders en Estados Unidos.

Hablando más en general, Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez también han señalado al modelo nórdico como inspiración para cierto tipo de socialismo democrático. Esta perspectiva –desde fuera de Escandinavia, mirando hacia nuestra historia en los países nórdicos– me ha llevado en cierto modo a revisar algunas experiencias específicas de las economías nórdicas; al reconocimiento de que de hecho hay algunos elementos en nuestra economía que podrían constituir algunos de los primeros ladrillos en la construcción de una economía democrática y socialista. Es un círculo extraño. Me han resultado inspiradoras algunas de las ideas reformistas en verdad lúcidas presentadas por camaradas como Joe Guinan y Thomas Hanna, Grace Blakeley, Mat Lawrence, todos los que usted mencionó; creo que han realizado una labor invalorable al convertir estas ideas socialistas en algo concreto y comprensible.

Este tipo de curiosidad –en lugar del dogmatismo que ha sido una plaga para la izquierda durante décadas– es lo que realmente me gusta de esta nueva «izquierda transatlántica»: un desafío al viejo par de oposición reforma/revolución. Como usted puede ver en mi libro, mucho de lo que hago es tratar de cuestionar varios de los pares de oposición que son tan definitorios en el pensamiento de izquierda y que lo han sido por décadas.

En lo que usted insistió cuando estaba hablando de eso es en que, hasta cierto punto, cuando uno se enfrenta a la propuesta de –en el caso británico, por ejemplo– dirigir la sexta economía más grande del mundo, es preciso pensar con seriedad en la estrategia estatal. Ciñéndonos estrictamente a este tema, ¿cuál fue su análisis, observando la candidatura de Sanders y el liderazgo de Corbyn en el Partido Laborista, de la razón del fracaso en última instancia de estos movimientos?

No creo tener la capacidad o el conocimiento para dar cátedra a mis amigos británicos y estadounidenses sobre lo que podrían haber hecho de manera diferente. Pienso que hicieron las cosas bien, pero concentrarse en la lucha de clases es difícil, no es que sea fácil ganar. Enfocarse en la política de clase sin descuidar otros temas, proponer reformas concretas, y no simplemente eslóganes sobre castillos en el aire, y algo quizás más impresionante desde el punto de vista danés, construir movimientos realmente fuertes. Pienso que deberían estar orgullosos de esa experiencia.

Aunque fue una derrota amarga, mostró que la izquierda podría pasar de los márgenes al centro de la escena política. Comencé a ser activista alrededor de 1989 y me he comprometido políticamente desde entonces y, por primera vez, me siento realmente optimista respecto a nuestras posibilidades, en gran medida por los movimientos de Corbyn y Sanders, pero también, por supuesto, por Podemos y otras experiencias.

La izquierda ha dado un salto enorme en los dos últimos años. Entiendo que mucha gente en Gran Bretaña se sienta frustrada, pero realmente avanzaron mucho en muy pocos años y deberían estar orgullosos, tomar esas experiencias y presentarlas y aprender de ellas, porque por supuesto hay fracasos y cosas que se podrían haber hecho mejor. Básicamente, hicieron bien en dejar atrás el enfoque dogmático y maximalista y en tratar de combinar ideas realistas y radicales sobre el cambio radical, pero sin visiones dogmáticas, o uniformes, o esquemáticas de cómo llevar a la sociedad y la economía en una dirección socialista.

Pienso que es un buen momento para volver a Dinamarca. Una cosa que en Reino Unido no teníamos eran las instituciones que Dinamarca sí tiene, y que más en general los Estados nórdicos tienen. Sería muy interesante que nos hablara sobre la historia, la fortaleza y el desarrollo de estas instituciones de la izquierda que están fuera del Parlamento.

Si observamos nuestro movimiento cooperativista, algo digno de destacar es que no surgió del movimiento de los trabajadores en Dinamarca, sino de los agricultores, en términos de clase, del campesinado. Dinamarca fue una economía de agricultores hasta mediados del siglo xx. En el siglo xviii, siguiendo las ideas de Nikolai Grundtvig –entre otros–, los agricultores comenzaron a organizarse. Crearon nuevas instituciones culturales, tales como las folkehøjskole (escuelas populares).Y pronto también comenzaron a formar cooperativas: en tambos, mataderos y, más tarde, otros tipos de empresas: compañías exportadoras, fábricas de fertilizantes, producción de huevos, cueros, etc.; de tal modo que finalmente cada ciudad tuvo su propio almacén cooperativo. Aunque este movimiento estaba más conectado al partido liberal de los agricultores, era abiertamente anticapitalista y muy claro sobre el valor de la propiedad cooperativa democrática. Estaban en seria competencia con el sector capitalista. Por ejemplo, uno de los más grandes capitalistas daneses era dueño de una fábrica de cemento. El movimiento cooperativista creó otra y así fue sacando de competencia a los capitalistas en varios sectores.

Más tarde, el movimiento de los trabajadores creó su propio movimiento cooperativista, nada menos que en el ámbito de la vivienda, donde con el apoyo del gobierno desarrolló un sector no mercantil de vivienda realmente significativo, que aún tenemos en Dinamarca. Incluso en el sector financiero el cooperativismo fue dominante durante muchos años, con cooperativas de crédito pero también otorgando hipotecas. Por ejemplo, hasta 1989, todas las hipotecas en Dinamarca eran sin fines de lucro. No había nadie que ganara dinero con las hipotecas. Era un sistema de propiedad cooperativa. Posteriormente, en aquellos años de fervor neoliberal, se vendió una gran parte. Todavía tenemos algunas instituciones financieras de propiedad cooperativa, pero es realmente triste ver nuestro sector financiero colonizado por la propiedad capitalista.

Hasta la década de 1970, el movimiento cooperativista constituyó una parte importante de la economía. Y en mi libro critico a la izquierda revolucionaria y también a la izquierda socialdemócrata por no reconocer a este sector, que se podría llamar «no capitalista», de la economía. Y la responsabilidad por la desaparición de parte de este movimiento es nuestra.Pero lo que es importante es que la experiencia también muestra que podemos crear empresas económicas democráticas y que somos capaces de colonizar partes importantes de nuestra economía con formas democráticas de propiedad. En otras palabras, el alcance de la propiedad capitalista no es algo fijo. Con el apoyo de algunos gobiernos de izquierda, hemos podido colonizar o recolonizar y redemocratizar sectores de la economía, incluso el sector financiero.

Esta es en verdad una experiencia importante, porque nos demuestra que pensar el socialismo o la propiedad socialista como algo que ocurre luego de una gran revolución los vuelve lejanos, y se hace muy difícil convencer a la gente acerca de un sistema totalmente nuevo, con nuevas instituciones y formas de propiedad. Por el contrario, aquí tenemos la idea de que existe en nuestra sociedad el socialismo, o experiencias socialistas, o al menos experiencias económicas democráticas: es una forma de mostrar que son factibles. Es posible. Estas empresas pueden ser eficaces.

Por eso dedico una gran parte de mi libro a la historia del movimiento cooperativista. Pero por supuesto, no es solo ese movimiento, es también nuestro sector público. En Dinamarca, una de cada tres personas trabaja en el sector público. Entonces, por supuesto, podemos llamarnos un país capitalista, pero uno de cada tres de nosotros trabaja para la comunidad, no vendemos nuestra fuerza de trabajo a los empresarios. Cuando intercambiamos la mercancía –dicho de otro modo, los servicios que producimos en el sector público–, no realizamos una transacción de mercado. Es algo más emparentado con la idea socialista «de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad». Es así como básicamente funciona nuestro sector asistencial en los países nórdicos.

A manera de cierre, sería interesante analizar la historia de la socialdemocracia y cómo se relaciona con la propiedad democrática. El Plan Meidner5, que usted mencionó, ha vuelto a tomar interés. Una anécdota que me encanta, aunque en forma bastante irónica, es que abba dio un concierto en oposición a este plan. Esto encierra algunas de las fascinantes divisiones de clase que se crearon, y cómo hubo un giro concertado en contra de los movimientos socialdemócratas en el momento en que alcanzaban su cenit, lo que obviamente precipitó su caída posterior. A fines de los años 70 se da este gran momento de ruptura: a Gran Bretaña llega Margaret Thatcher; poco después, a eeuu llega Ronald Reagan; hay reforma y apertura en China. Ese es el panorama global. ¿Podría hablarnos sobre la situación en Dinamarca en ese contexto?

De algún modo, se podría decir que la historia de la socialdemocracia en los países nórdicos es una historia de éxito, así como de fracaso. Es difícil negar que desde la década de 1930 en adelante los gobiernos socialdemócratas revolucionaron la vida de la clase trabajadora. Los niveles de redistribución, el grado de desmercantilización y los niveles de poder sindical en ese periodo están entre los más altos del mundo occidental. Pero de algún modo ese éxito también condujo al fracaso, porque los socialdemócratas creyeron que el compromiso social que habían hecho con los capitalistas, este compromiso de clases, podría durar para siempre. Es bien sabido que un ministro socialdemócrata declaró en un debate sobre propiedad corporativa: «¿Por qué matar a la gallina de los huevos de oro?». En otras palabras: dejen que los capitalistas creen riqueza, y nosotros la redistribuiremos después.

Pero este compromiso de clase dependía de precondiciones específicas: altas tasas de crecimiento que hacían posible elevar a la clase trabajadora sin reducir ganancias; la amenaza de una izquierda más radical en el movimiento de los trabajadores, entre otros factores. Cuando golpeó la crisis petrolera, la clase capitalista acabó con el compromiso. Y lo crucial fue que habían conservado el poder para hacerlo, porque los socialdemócratas habían pasado por alto la cuestión de la propiedad, y en consecuencia, la del poder económico.

Esto ofrece una lección realmente importante; es una experiencia relevante en la historia de la socialdemocracia. Ese podría ser mi mensaje más importante: que cuando la izquierda tiene poder y gobierna, es necesario usar ese poder para democratizar la propiedad y para despojar a la clase capitalista de cuanto poder de coerción sea posible: no se trata solo de redistribuir, sino de predistribuir y de cambiar los patrones de propiedad y demanda. En resumen, de desmercantilizar.

Sí, hubo alguna gente en los movimientos socialdemócratas de esa época que reconoció esto; Rudolf Meidner es uno de ellos. De hecho, el plan que presentó la Confederación de Sindicatos Daneses, llamado «democracia económica» u Økonomisk Demokrati, era aún más radical que el Plan Meidner: daba más poder a los trabajadores. Si el plan se hubiera implementado, los trabajadores habrían sido dueños mayoritarios de todas las principales empresas de Dinamarca para 1995.Era un plan radical, pero no tuvo éxito como en Suecia, donde tuvieron la fortaleza para llevar adelante la propuesta. Y eso se debió en parte a que la izquierda revolucionaria danesa de ese momento era muy crítica del plan. Siento que ese no fue el momento que más me enorgullece de mi sector de la izquierda.

Este periodo y esa historia siguen siendo cruciales y fascinantes. Hay tantos paralelos, como los que usted mencionó, desde ese momento crítico: en el contexto británico, figuras como Tony Benn trabajan en torno de «estrategias económicas alternativas», un pensamiento muy rico que busca responder estas preguntas: ¿cómo se democratiza la economía? Y ¿cómo cambiar la estructura del capitalismo británico cuando se encuentra en un momento de estancamiento? En retrospectiva, parece que estas eran las opciones: o tomar el camino de la democratización o tomar el camino liberal. Y usted sabe qué camino tomamos.

Para cerrar esta entrevista, vale la pena remarcar que lo que, en parte, es tan valioso de su libro es la forma en que reúne estas historias, y estos planes ambiciosos, con algo que es realmente contemporáneo. Creo que introducir el análisis y las experiencias antiguas, al tiempo que moderniza y modifica nuestro pensamiento para adaptarlo al momento contemporáneo, es una de las cosas que lo hacen tan valorable.

Muchas gracias. Realmente espero que pueda contribuir de algún modo a la discusión.


Nota: la versión original en inglés de esta entrevista fue publicada en Tribune, 26/5/2021, con el título «The Danish Dilemma», disponible en https://tribunemag.co.uk/2021/...

Traducción: María Alejandra Cucchi.

  • 1.

    Gyldendal, Copenhague, 2021.

  • 2.

    Puede encontrarse una primera parte de esta entrevista en https://tribunemag.co.uk/2021/05/how-worker-power-built-the-nordic-way-of-life.

  • 3.

    Poyâ Pâkzâd: «How Corbyn-Style ‘Democratic Ownership’ Is Taking off in Denmark» en Tribune, 30/12/2020.

  • 4.

    Manifest, Copenhague, 2008.

  • 5.

    Este plan, desarrollado en Suecia en la década de 1950 y concebido para profundizar la «democracia económica», promovía que todas las empresas por encima de cierto tamaño estuvieran obligadas a emitir participaciones accionarias nuevas para sus trabajadores y trabajadoras, para redistribuir la riqueza creada por la compañía [n. del e.].

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 297, Enero - Febrero 2022, ISSN: 0251-3552


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