¿Qué es el capital cibernético?
Nueva Sociedad 294 / Julio - Agosto 2021
El capital cibernético es una forma específica de capital de alta tecnología capaz de subsumir el lazo social. Al apropiarse de las relaciones sociales mediante dispositivos tecnológicos, el capital cibernético trastoca el conjunto de las relaciones humanas en una acumulación de datos que posibilita tanto la predicción de la conducta humana como la planificación jerárquica del capital. El resultado es una nueva relación con el cuerpo y el lenguaje.
A la memoria de Pablo Levín y Humberto Maturana
No vimos nada
El capital cibernético es un capital de alta tecnología en un área específica de la producción social: la comunicación. Es el capital que subsume, captura, relaciones sociales bajo la forma mercantil del valor1. Al apropiarse del lazo social –y no ya de una región determinada de las relaciones productivas–, el capital cibernético produce relaciones sociales como comunicaciones de comunicaciones mundiales, haciendo efectiva no solo la subsunción real de la sociedad al capital, sino también la transmutación de nuestra relación con el lenguaje: la lengua informatizada de una cotidianeidad digital. Al relanzar, una y otra vez, relaciones sociales ya mediadas por su tecnología, innovación y desarrollo, el capital cibernético abre el horizonte de la época de la automatización del lazo social2.
La automatización del lazo social supone no solo su informatización y digitalización, sino además una anticipación y predicción de la acción humana. Tal anticipación se presenta, cada día más, como un poder privado transnacional que trastoca, sutil y precisamente, la experiencia humana en datos, esto es, en materia prima para la producción de los laboratorios sin paredes del capital3. Nuestra experiencia se transforma en valores de uso para la producción de algoritmos capaces de leer las relaciones humanas y conducirlas cibernéticamente. «Cibernéticamente» significa que la lectura de los algoritmos es sistémica y, en tanto tal, capaz de planificar todo lo que existe en la medida en que pueda ser reducido a pura información y comunicación: códigos biológicos, informáticos, sociales. Esta automatización del lazo social, económicamente expresada, es la capacidad de planificación del capital sobre el capital: las ideas del Valle del Silicio o de Shenzhen –el trabajo inmaterial e interdisciplinario del proletariado cognitivo– dibujan la cancha abstracta de las cadenas de valor donde juegan las empresas de todo tamaño del mundo, pagando el debido precio al señorío digital de los capitales cibernéticos, el precio de la innovación extrínseca.
El capital cibernético, en rigor, va más allá de la economía de los bienes y servicios. Se trata de un capital que trabaja sustancialmente sobre una bioeconomía. No le interesa producir al trabajador o trabajadora como autómata industrial, sino a la humanidad misma como cyborg. El cyborg (el ente orgánico cibernéticamente transformado) no es una representación de la ciencia ficción, sino la primera relación del capital cibernético con el cuerpo: la prótesis biónica que reconstituye el cuerpo discapacitado; la potenciación artificial del cuerpo para fortalecer al trabajador o al soldado; la edición genética del humano y del animal para la anticipación de enfermedades; el cultivo de órganos para futuros trasplantes; la detección de potenciales destrezas y debilidades… estos son algunos de los caracteres de este capital aplicado al campo de la salud. Es que el capital cibernético subsume realmente naturaleza humana: cuerpo, sangre, pensamientos, afectos, relaciones sociales, emociones. Al autómata industrial se lo explotaba, económicamente, con el fin de reproducir el poder político del burgués nacional en el Estado, a su imagen y semejanza, a través de la existencia objetiva del trabajador como clase impropia. Cuando el trabajo vivo de la clase explotada luchó y resistió, lo hizo produciéndose como subjetividad en tanto proyecto internacional (proletariado) o peticionismo del pueblo (clase obrera nacional, populismo, sindicalismo). El cyborg, en cambio, no resiste subjetivamente. Carece de un espacio íntimo de resistencia, de un «esto no te lo doy». El cyborg no reconoce otro «sagrado» que la propia tecnología. El cuerpo, la lengua misma, aparece distópicamente violentada como desierto informatizado. ¿Y qué quiere decir «desierto informatizado»?
Significa: organizar el desierto allí donde existía subjetividad. Equivale a sofocar el conflicto psíquico con conductismo, a reducir lo humano al funcionalismo de los sistemas. Si toda nuestra existencia se vuelve datos para un capital que nos lee, nos anticipa, que acumula esta información para crear productos inmateriales predictivos de nuestra conducta, entonces estamos hablando de un capital capaz de advertirle a otro capital dónde y en qué momento (tiempo y espacio) encontrará poder de compra dentro del globo con probabilidad científica. Por este motivo, afirmamos que la dirección del capital cibernético es total; que su innovación es bioeconómica4, que su efecto sobre la cultura no es la producción de subjetividad fetichista, sino la creciente presencia de este nuevo intruso, a través de la modificación cibernética del humano: el advenimiento del cyborg5 y su «religión»: el transhumanismo. Todas las ciencias, las artes, el derecho, el entretenimiento, son actualmente interpretadas como información o «materia prima». Y todos estos «campos de sentido», como los denominó el filósofo alemán Markus Gabriel, tienden hacia la automatización que les impone el capital: programas capaces de crear canciones o pinturas; robots en forma de animales-cyborgs para la industria militar; restauración de órganos y funciones orgánicas en medicina; procesamiento masivo de datos en finanzas y sentencias en derecho, etc. Bajo el comando del capital cibernético han quedado capturadas, en rigor, la vida psíquica de las sociedades, las formas estéticas que constituyen sus identidades, las potencias históricas e ideales de sus narrativas6. La consecuencia necesaria de la continua explotación por parte del capital de los distintos modos de expresión de la subjetividad humana es el empobrecimiento continuo de esta: un mundo que prescinde de nosotros y que funciona, automatizado, de forma plenamente racional.
Mientras tanto, una burguesía tecnológica transnacional –los dueños de las imperiales tecnológicas– se presenta ya como diseñadora ontológica de los mundos posibles para la crianza de los humanos del futuro. Una verdadera política de interiores, una arquitectura de invernaderos7. Ya no son los algoritmos herramientas inventadas por el ser humano, sino que es el ser humano la materia rediseñada por algoritmos: las identidades se disuelven en el juego imaginario del control del lazo social; la vida psíquica de los pueblos queda transformada en pura comunicación sin sujeto y sin experiencia; las formas estéticas de unas narrativas sociales se transfiguran en entidades amorfas predictibles y rediseñables8; las potencias históricas e ideales quedan políticamente neutralizadas por tecnologías del comportamiento, distorsión de la cotidianeidad e ignorancia inducida9.
A 23 años de la fundación de Google Alphabet, nada vimos aún10.
El capital cibernético como función adaptativa
El capital cibernético es una función, una conquista evolutiva, que adopta y elabora el capital (tecnológicamente más jerarquizado y potente) para reproducir su dominio sobre el trabajo vivo. Subsumiendo capitales simples (no innovadores, reproductores dependientes de tecnología), colabora con la dominación sistémica del capital como tal. La apariencia de autonomía del capital cibernético se da por el hecho económico del ofrecimiento, en la superficie del intercambio mercantil, de servicios y productos mediante la comunicación digital que permiten al resto de los capitalistas industriales la potenciación tecnológica de sí mismos: llegar eventualmente hasta donde llega la comunicación (si los acuerdos comerciales lo permiten). La subsunción se materializa como «entrelazamiento del conjunto del capital», a través de la comunicación (digital) mundial de los sistemas sociales; una potenciación cibernética de los capitales industriales, dinerarios, comerciales. El teletrabajo es un ejemplo inmediato de la reducción de costos en infraestructuras, alquileres de edificios, oficinas, etc.; una verdadera digestión, que metamorfosea tanto al capital tecnológicamente dependiente como a los Estados nación y al trabajo vivo, en datos11.
Se trata de un dominio cibernético sobre la totalidad que se manifiesta como captura del lazo social: relaciones humanas ya mediadas por la cibernética del capital. Esta acelera su rotación y asegura que producción de valor y poder de compra se encuentren, en tiempo real, a través del espacio creado por este capital: el ciberespacio. La aceleración de la rotación del capital (como unidad del tiempo de circulación y producción) por parte del capital cibernético presupone el capital industrial. El capital cibernético no crea desde sí mismo el capital industrial; crea industrias, pero presupone, para su existencia y apropiación de valor, la trama industrial del mercado mundial. Un empresario industrial «sube a la nube» toda la información contable de sus empresas, sus operaciones, sus estructuras de gastos, sus ventas, sus planes de inversión. Toda esa información ofrece saber al capital cibernético. Sus «fierros», sus infraestructuras, alojan esa información. Ahora bien, los algoritmos del capital no son una forma de «capital fijo», sino de capital cibernético12. Son medios de producción inmateriales que, al codificar una masa descomunal de datos (un saber social práctico extraído de millones de conductas e informaciones), producen un plusvalor algorítmico que permite anticiparse a los hechos económicos, automatizar el lazo social transformando las relaciones sociales. Transformando tecnológicamente las relaciones sociales, el capital cibernético transmuta la esencia del humano13. El capital cibernético –decíamos– acelera la rotación de los capitales productivos existentes (abreviando tiempos de circulación y producción) y, a diferencia del capital comercial, influye directamente sobre los tiempos de producción y circulación. El capital cibernético no solo potencia al capital industrial, sino que además potencia y comanda al capital comercial. El efecto de superficie no puede sino ser una economía digital. En esta economía aceitada con criptomonedas como forma necesaria del presente estadio del desarrollo tecnológico del capital, el capital cibernético ofrece una nueva forma de conversión, de estado, a la forma del valor: la forma digital del valor.
Se trata de la mercancía que se transmuta en datos, en información, en comunicación de los sistemas sociales de una sociedad mundial de control. Este cambio de estado, de la mercancía a datos, implica la mediación del capital cibernético en la producción de valor como forma inmaterial o digital del valor. Una conversión del valor a través de fuerza de trabajo inmaterial, inteligente, expresada en algoritmos, fórmulas, procesos cognitivos del capital y de sus laboratorios sin paredes. Esta conversión redunda en aceleración del proceso capitalista de producción, abreviación del tiempo de rotación del capital, reducción del tiempo en que el capital reposa como capital mercantil. Esa velocidad permite la vuelta del capital como dinero. Reconvirtiendo las relaciones sociales en datos para el desarrollo de la inteligencia artificial, el capital cibernético subsume realmente a la sociedad, entendiendo por sociedad el sistema que incluye todas las comunicaciones posibles: la sociedad mundial.
La sociedad mundial de control del capital cibernético
El capital cibernético acelera dramáticamente la circulación del capital. Se acelera el encuentro entre el poder de compra y la mercancía, como si el capital cibernético fuera un déspota oriental para una miríada global de trabajadores (artesanales) que producen a pedido y en condiciones de absoluta dependencia tecnológica. ¿Siervos de las pantallas?
Esta metáfora «tecnofeudal» de Cédric Durand, con sus analogías en el pasado eclesiástico-confesional, resulta poco productiva –lo que los usuarios ponen en el capital cibernético no es «trabajo» sino naturaleza humana como materia prima, vida social como datos– para pensar la economía digital. No se trata, por lo tanto, simplemente, de «extractivismo». El capitalismo de nuestros días no es «ficticio» ni «medieval». Es súper productivo, por la masa de trabajo que es capaz de comandar. Esta aceleración algorítmica del proceso social de producción está en el origen de la «hambruna de datos», de la necesidad, la voracidad por los datos que permitan incrementar la prontitud de los pedidos, de los despachos, de los stocks por vender, de la circulación de capital dinerario para pagar deudas o tomar créditos; pero también del estudio científico de las poblaciones del mundo para predecir las conductas y anticipar los comportamientos individuales y colectivos. Al operar sobre el conjunto tecnológicamente dependiente del capital (los empresarios del mundo que venden sus mercancías por internet) y del trabajo asalariado (la humanidad que carga su vida cotidiana en el celular), el capital cibernético se transforma no solo en el mediador general del lazo social, sino también en un expropiador de la experiencia humana que procesa nuestra relación con el lenguaje como procesamiento cibernético del lenguaje natural. Esta mutación es identificada, superficialmente, como «pasaje» de una «internet de la información» a una «internet del valor».
El capital que otrora vendía servicios y productos tecnológicos ha evolucionado en una forma cibernética capaz de tomar al humano mismo como sede de la producción de plusvalor, transformando: (a) la relación con el lenguaje: la expropiación de la experiencia en sistemas de modelización de la conducta vía algoritmos; (b) la relación con el trabajo y la producción de dinero: la condensación de la vida social a través de pantallas y la emergencia de la forma digital del valor o criptomoneda; (c) la relación con el cuerpo y la vida: la transformación del cuerpo humano en cuerpo-cyborg y la edición genética de la especie14. Ni el sujeto ni la subjetividad ni la relación con el lenguaje están dados de una vez y para siempre. El ser humano debe producir esa relación con el lenguaje. El modo de ser de esa relación puede, en un futuro cada vez más cercano, no tener la forma de una subjetividad. El ser humano puede dejar de pensarse subjetivamente en el devenir de otro modo de ser. Bajo el dominio de la cibernética, la subjetividad queda relegada, descentrada, en el funcionamiento de los sistemas.
Síntesis
El capital cibernético es una estructura tecnológica lanzada al futuro; una acumulación de trabajo cognitivo capaz de limitar el infinito de las comunicaciones con algoritmos cada vez más eficientes y potentes; una función en el dominio general del capital sobre el trabajo vivo adaptada al riesgo, a la contingencia, a la incertidumbre y a la primacía de la temporalidad sobre el espacio de la sociedad moderna. Su modo de comunicación, desde ya, ha superado la vieja lógica binaria con sistemas cuánticos15. El capital cibernético, asimismo, ya no se dirige sin más a la naturaleza (para transformarla en materia prima del capital industrial), ni a las industrias (para destruirlas creativamente mediante las innovaciones radicales del cambio tecnológico permanente) sino, fundamentalmente, a la naturaleza humana –que reduciremos a la fórmula «biología más lo social»– para producir al cyborg: al ente biológico, cibernéticamente editable. La fuerza de trabajo cognitiva, inmaterial, que compra el capital cibernético potencia trabajo vivo, naturaleza humana. Es trabajo vivo que potencia trabajo vivo. Ya no más trabajo vivo que actualiza trabajo pretérito, muerto. Es trabajo científico-tecnológico que conduce al cuerpo de la especie más allá de sus límites biológicos.
El capital cibernético es una revolución del valor que es, al mismo tiempo, una revolución bioeconómica16.
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1.
Un obrero de los siglos XIX o XX era explotado en su cuerpo, en sus fuerzas de trabajo, pero regiones completas de su actividad –como la conversación, la medición de los latidos del corazón o el sexo– quedaban por fuera de la explotación del capital. El fundamento de las ganancias del capital cibernético ya no es un plusvalor extraído del contexto industrial, sino uno extraído directamente de la explotación de la experiencia humana en general mediante productos intelectuales del trabajo humano: algoritmos. Junto con Sofía Scasserra, hemos denominado este plusvalor plusvalor de vida. Este plusvalor de vida implica, ni más ni menos, que una extensión ontológica del locus de la constitución del plusvalor, que ahora abarca toda la trama de la vida biológica, psíquica y social. S. Scasserra y L.F. Sai: «La cuestión de los datos: plusvalía de vida, bienes comunes y Estados inteligentes», análisis, Fundación Friedrich Ebert, 6/2020, disponible en library.fes.de.
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2.
Esta automatización del lazo social lo robustece a niveles insospechados, impidiendo la anomia, relanzando el lazo social de forma ampliada y generando hechos sociales propios de la sociedad de control: «polarización social», «burbujas informativas» o «universos simbólicos paralelos» son todos fenómenos de (auto)control sistémicos, tecnológicamente inducidos.
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3.
¿A qué llamamos «laboratorios sin paredes»? A la investigación transnacional, comunitaria, experimental, análoga y en red; a la instalación, la plataforma, el proyecto realizado por los científicos como gestación de una idea que se disuelve en el mismo momento en que se realiza: queda la fórmula, aumenta el conocimiento universal, pero ya no pueden reproducirse, en idénticas condiciones, sus condiciones reales de experimentación.
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4.
En la bioeconomía del capital cibernético, el trabajo vivo potencia el trabajo vivo. Un ejemplo es la biotecnología industrial: la biotecnología se define como el uso de organismos vivos o partes de ellos (estructuras subcelulares, moléculas) para la producción de bienes y servicios. En términos generales, los seres humanos han venido desarrollando esto hace miles de años, en actividades como la producción de alimentos fermentados (pan, yogur, vinos, cerveza, etc.), pero es la biotecnología moderna la que, específicamente, hace uso y dominio de la información genética. Es vida que potencia vida.
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5.
¿A qué llamamos cuerpo-cyborg? Al pasaje hacia un modo de conservación de la cultura fundado ya no en una tradición oral, ni en una escritura, sino en la pura tecnología. A la acumulación de tecnología objetivada en el cuerpo como invasión, reconstrucción y potenciación de nuestra biología por medios cibernéticos.
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6.
La exposición de este proceso de captura se encuentra desarrollada en L.F. Sai: «Fragmentos de fragmentos: vida psíquica, forma estética y potencia histórica» en Espectros No 6, 2020.
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7.
El liberalismo encarna la voluntad de producir el mundo exterior como el interior absoluto del individuo, confortable, decorado, suficientemente grande para disfrazar la prisión, diría Walter Benjamin: aspira a disfrutar de la totalidad del mundo sin tener que salir de casa.
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8.
El ser cotidiano de la cibernética puede ser interpretado como la compulsión a permanecer «conectado», «ver qué pasa en las redes». El asunto, por estos días, es resistir la anulación del deseo por el goce infinito del ojo y del oído.
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9.
Una nueva disciplina, llamada «agnotología», se encarga de estudiar esta cuestión de la ignorancia socialmente inducida. El canal de noticias público alemán Deutsche Welle (DW Documental) ha realizado un documental de investigación al respecto, Manipuladores de opinión (2021).
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10.
En estos años, el hecho histórico ocurrido fue la expropiación originaria de datos. De ahora en más asistiremos a la regulación y legalidad del flujo de datos; al surgimiento de nuevos derechos (derecho al anonimato, por ejemplo) y «buenas prácticas de privacidad» que organicen la legitimidad, a largo plazo, del capitalismo cibernético. Es un paso necesario e indispensable para que este despliegue los nuevos diseños para el medio ambiente humano: las ciudades inteligentes.
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11.
¿Quiénes utilizan esas materias primas? Toda la fuerza de trabajo científica tecnológica (programadores, analistas de sistemas, informáticos, sociólogos, psicólogos, etc.) que, ya sea dentro de un laboratorio de Google o como emprendimiento tecnológico tipo PYME, manipula esas masas de datos para inventar, escribir, fórmulas, algoritmos, con los cuales ofrecerán mercancías inmateriales (productos y servicios). Allí está el verdadero plusvalor productivo: el plusvalor algorítmico.
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12.
Tiziana Terranova comete un serio error, en nuestra opinión, al considerar los algoritmos como parte del «capital fijo» («Marx en tiempo de algoritmos» en Nueva Sociedad No 277, 9-10/2018, disponible en www.nuso.org). Los algoritmos, bajo el comando del capital, son propiedades intelectuales: verdaderos arcanos de su poder tecnológico, secretos de Estado del capital. Los algoritmos del capital son fórmulas secretas, bienes irreproducibles, súper productivos, de inmenso valor.
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13.
Para la sociología, «esencia humana» significa, en términos del Marx de la tesis 6 sobre Feuerbach, el «conjunto de relaciones sociales».
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14.
Sobre este asunto, resulta indispensable la lectura de Gabriel Muro: «Los algoritmos vivientes» en Espectros No 7, 2021.
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15.
Los ordenadores clásicos convierten la información en unos y ceros. En computación cuántica, los sistemas pueden ser uno y cero a la vez.
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16.
El enemigo principal del capital cibernético, desde luego, no son los sindicatos sino la «civilización del petróleo». Esta le impone límites energéticos, límites que lo provocan y desafían su superación. Veremos desarrollarse esta cuestión a lo largo de todo el presente siglo.