Nicaragua como modelo
marzo 2017
Con un abanico de adversarios tan amplio que va desde Trump hasta la extrema izquierda venezolana, Nicolás Maduro opta por un nuevo modelo: el nicaragüense. Sus medidas son claras: ilegalizar partidos políticos y liquidar a la oposición.
El Partido Comunista de Venezuela (PCV) ha decidido pasar a la ilegalidad. Al menos eso manifestó su Buró Político el pasado 20 de febrero, como remate de una serie de declaraciones que sus dirigentes han venido haciendo desde que el Consejo Nacional Electoral (CNE), máximo órgano de Venezuela en aspectos comiciales, anunció las medidas para renovar los permisos de los partidos políticos existentes a finales de enero. De no cambiar las condiciones, afirman, no tendrán en problemas en volver a ser ilegales, como ya lo fueron entre 1948 y 1958, cuando fue proscrito por la Dictadura Militar; y entre 1962 y 1969, cuando se suspendieron sus actividades debido a la insurrección guerrillera que promovía el Frente de Liberación Nacional del que formaba parte. Sin embargo, a diferencia de las dos ocasiones anteriores, esto no ocurriría en el marco de la Guerra Fría y ni de un duro enfrentamiento con gobiernos anticomunistas, sino precisamente en medio de un gobierno que se proclama socialista, con estrechos lazos con Cuba y del que, además, ¡ha sido aliado hasta la víspera!
¿Qué
es lo que pasa entonces? Aunque el problema puede hacer pensar en una
resurrección del proyecto de unir a toda la izquierda en un solo
partido como intentó sin éxito Hugo Chávez en 2008 cuando creó
el Partido Socialista Unido de Venezuela, cuyo solo nombre es
bastante indicativo al respecto; hay algo bastante mayor en juego y
lo del PCV es, acaso, sólo el efecto colateral de esa situación de envergadura.
Muchos consideran que lo que se propone es replicar la experiencia de
Nicaragua, en la que el partido del gobierno iría solo a las
elecciones o, a lo sumo, enfrentado a un par de partidos de comparsa.
En efecto, después de suspender el proceso para convocar un
reférendum para revocar el mandato de Nicolás Maduro el 20 de
octubre de 2016 mediante las sentencias de unos tribunales de
provincia que muchos consideran írritas; y de enfriar la protesta
opositora gracias a la Mesa de Diálogo con presencia del Vaticano,
en el que del gobierno a cambio de bajar la presión de calle hizo
un conjunto de promesas que, hasta el momento, no se han cumplido en
prácticamente ningún caso, tiene ante sí el reto de un cronograma
electoral con un 80% de desaprobación. Según todos los estudios,
no hay modo de que obtenga un triunfo en las elecciones regionales y
locales inicialmente pautadas para el año pasado, ni en las
presidenciales del año próximo. Ante eso, y después de dilatar
una y otra vez las elecciones regionales, el CNE anunció que primero
es necesario, en atención a la ley electoral vigente, iniciar
primero un proceso de renovación de los partidos.
Según esta ley,
creada en 1965 en medio de la guerra de guerrillas, aquellos partidos
que no han presentado candidatos propios en las dos últimas
elecciones o que presentándolos obtuvieron menos del 1% de los
votos, deben demostrar que al menos el 0,5% de los electores
inscritos están dispuestos a ser sus militantes. Como los partidos
de oposición se han presentado en los últimos comicios en un solo
bloque, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), todos tienen que
pasar por el proceso. Pero este no es el problema. El
punto está en que el CNE puso unas condiciones que hacen casi
imposible superarlo con éxito, comoquiera que deben reunirse las
firmas en lapsos de dos días y en sólo 360 puntos en todos el país.
Además, previamente se ha prohibido la doble militancia. Así,
sólo los partidos que tengan muchos militantes y una maquinaria muy
aceitada, tienen alguna posibilidad electoral. De lo contrario, nada más quedará la MUD en
legalidad. Pero sobre ella también pende una demanda por supuesto fraude en la
recolección de firmas para convocar el referéndum (tal fue la base
de las sentencias del 20 de octubre). Si todo el juego sale como
parece haber sido planeado, en las elecciones regionales y
presidenciales próximas (pensemos que se convocarán finalmente), la
oposición no podría participar.
Pero es casi
imposible hacer una ofensiva de ese alcance sin que el «fuego
amigo», como se dice en el argot militar, no afecte a alguno de los
del mismo bando. Las medidas afectan al PCV y a otros aliados como
Patria Para Todos (PPT), una escisión de la legendaria Causa R
(Causa Radical), un movimiento creado por el ex comandante
guerrillero y filósofo Alfredo Maneiro con el objetivo de renovar la
izquierda en los años setentas; y Redes, otro partido de izquierda.
Esto ha hecho que algunas de las voces más desafiantes vengan ahora
de la extrema izquierda. El Buró Político del PCV retó al
gobierno de asumir las «consecuencias históricas» de la
ilegalización, mientras Juan Barreto, periodista y dirigente de
Redes, ha afirmado por su parte que «nos encapucharemos» para
seguir la lucha, en alusión a los «encapuchados», como se llamó
en la década de 1990 a los jóvenes que hacían disturbios en las
universidades con los rostros tapados. Entre el 11 y 14 de mayo se
reunirá el XV Congreso del PCV, y ya se han apuntado representantes
de muchos partidos comunistas del mundo para venir a respaldarlo en
la eventualidad de una salida de la legalidad.
Este panorama, unido
al reacomodamiento en el gobierno de sectores considerados de línea dura y
una creciente tensión internacional, tanto con los nuevos gobiernos
de latinoamericanos que no son aliados, como con la administración
Trump, que se ha mostrado muy dura con la venezolana, auguran unas
pruebas aún más duras para la democracia. Mientras el Secretario
del Tesoro de EEUU, Steve
Mnuchin,
ha acusado sin ambages al vicepresidente Tareck
El Aissami de narcotraficante, en un episodio más de lo que promete
ser un asunto muy largo, en el que ya están presos en EEUU los
sobrinos («narcosobrinos», en la jerga periodística) del
presidente Maduro; los comunistas del mundo se unen para enfrentarlo.
Nicaragua parece el modelo a seguir. Es el único
aliado en firme que le queda, pero con un abanico de adversarios tan
amplio que va desde Trump hasta la extrema izquierda, el modelo
nicaragüense de Maduro es una apuesta muy alta y peligrosa. La
posible ilegalidad de todos los partidos, incluyendo al PCV, pone el
conflicto venezolano en otro nivel. No siempre es posible copiar lo
que a otros les ha dado resultado y hay «consecuencias históricas»
que es mejor evitar.