Opinión

¿Más corrupción en América Latina?


agosto 2015

Cada día los medios informan de diversos escándalos de corrupción. ¿Hay más corrupción que antes o se ha instalado con más éxito la conciencia sobre el problema?

<p>¿Más corrupción en América Latina?</p>

Por paradójico que parezca los frecuentes escándalos de corrupción que publican los medios de comunicación, que replican las redes sociales y de los cuales conversamos y escuchamos constantemente son, en mi opinión, el resultado de años de progreso en la lucha contra la corrupción. Me explico: la corrupción no es un fenómeno nuevo, existe desde hace siglos; sin embargo, no se solía hablar de ella, no era parte del debate público y hasta por lo menos hace 25 años, era una palabra casi prohibida en la agenda internacional de desarrollo1.

Entre la segunda mitad de los años noventa y la primera década de este siglo operó un fuerte empuje a la generación de oferta anticorrupción. Es decir, tanto Transparencia Internacional como muchas otras instituciones de la sociedad civil, pero también públicas y privadas, comenzaron a ofrecer medidas para enfrentar el problema. De esta manera surge, por ejemplo, la Convención Interamericana contra la Corrupción de la Organización de Estados Americanos (OEA), el primer instrumento de su tipo a escala global que buscaba el acuerdo de países para mejorar los mecanismos de prevención y colaboración entre Estados miembro en las Américas. También aparecen otros tratados internacionales promovidos por la Organización de las Naciones Unidas (OEA) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD). Además, se crean agencias anticorrupción, se promueve el gobierno electrónico, se crean leyes y mecanismos para mejorar las compras y contrataciones públicas, se exige a funcionarios que declaren sus patrimonios y se mejoran los sistemas de gestión financiera y de compras y de contrataciones públicas, entre muchas otras medidas. Todo esto con el ánimo de disuadir y detectar a los corruptos.

Con el incremento del debate y la oferta anticorrupción, surgió la necesidad de fomentar también la demanda anticorrupción. La generación de conciencia y reconocimiento de que la corrupción nos afecta, que TI y otros promovimos en los años noventa, ya no era suficiente. Diversas encuestas regionales y nacionales muestran la dimensión y el rechazo social del problema de la corrupción, siendo este fenómeno generalmente uno de los tres principales problemas que los latinoamericanos identifican cuando se les pregunta por los grandes temas nacionales. Es decir, la conciencia ya está bien instalada.

Lo que falta incrementar es la demanda anticorrupción. Esto significa que las ciudadanas y los ciudadanos le damos un valor real a quien combate y rechaza la corrupción, incluidos nosotros mismos. En la práctica esto significa que dejamos de votar en las elecciones por políticos que son conocidos por sus vínculos con la corrupción, que dejamos de comprar bienes o servicios de empresas que hacen negocio gracias a la corrupción, que no justifiquemos los pequeños sobornos a funcionarios y que marginemos socialmente a aquellos que se benefician del dinero público. La diferencia con solamente generar conciencia es que cuando demandamos un freno a la corrupción, también tenemos que estar dispuestos a hacer algo en contra de ella, en lugar de ser solamente victimas pasivas del problema.

Finalmente, como parte de este recuento de tendencias hay un elemento adicional que es la impunidad por casos de corrupción, un tema clave que no debemos olvidar y que está en el centro de la agenda anticorrupción actual, particularmente en América Latina. Si bien en algunos países de América Central como Guatemala o El Salvador, o naciones como México, las posibilidades de ser formalmente castigado por la justicia en casos de corrupción sigue siendo casi nula, en otros países como Perú donde el expresidente Alberto Fujimori y las cabezas de la red de corrupción que cooptó el Estado peruano en los años noventa siguen cumpliendo pena de cárcel, o en el Brasil actual, donde casi todas las semanas vemos a un nuevo procesado por corrupción vinculado al caso de la petrolera estatal Petrobras, sí se puede observar un avance en materia de sanción a los corruptos.

La combinación de una mayor conciencia del problema, una oferta de instrumentos anticorrupción, una ciudadanía que demanda más anticorrupción y el castigo a los corruptos, es lo que en mi opinión está haciendo que día con día escuchemos sobre más casos de corrupción en América Latina. Insisto, no sé y es casi imposible medir si hay más corrupción o no hoy que antes, pero lo que sí es verdad es que los avances descritos son lo que hace que haya menos tolerancia y que se descubran y publiquen los casos. Esto da la sensación de mayor corrupción. Un ejemplo se puede extraer del reporte Anatomía de la Corrupción del Instituto Mexicano para la Competitividad, el cual registra que, en 1996, la prensa de ese país reportó 502 historias de corrupción y para 2014 el número aumento a 29.5052.

Lo que podemos ver hoy día en la región, con el gran escándalo de Petrobras y los contratistas y políticos en Brasil, la renuncia de la vicepresidenta en Guatemala por los negocios ilegales de gente de su confianza en aduanas y autoridades tributarias3, las acusaciones sobre el expresidente Martinelli de Panamá, las marchas multitudinarias en Honduras en reclamo de la salida del Presidente de la república, la corrupción a escala municipal en México, que llevó a la matanza de más de 40 estudiantes y la fuga del narcotraficante más peligroso de ese país, el «Chapo» Guzmán, y la lista sigue con escándalos que involucran al vicepresidente argentino o al hijo de la presidenta de Chile, entre muchos otros.

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La corrupción no tiene una relación directa con ideologías políticas ni, incluso, con desarrollo económico de los países. La constante más sólida que encontramos al hacer un análisis de países se vincula con la fortaleza de las instituciones. El índice de percepción de la corrupción de TI en su más reciente edición del 20144 nos permite ver que países con institucionalidad débil, debido a guerras o conflicto, como Afganistán, Iraq, Somalia o Sudán, entre otros, son percibidos como más corruptos; mientras que las democracias más sólidas de Escandinavia, Oceanía o Europa Occidental tienden a estar mejor posicionadas. Al ver el caso de América Latina, vemos a Venezuela en el lugar más bajo en la lista, pero no muy lejos de países con gobiernos que no se identifican con la izquierda como Paraguay, República Dominicana o Guatemala. El Chile de Bachelet y Uruguay, en ese entonces gobernado por José Mujica, son los países percibidos como más «limpios». No es, entonces, un tema ideológico.

Venezuela aparece tan mal posicionado porque el Poder Ejecutivo se ha encargado de cooptar prácticamente todas las instituciones del Estado, dominando no solamente la justicia, el ejército o la Asamblea Nacional y las autoridades electorales, sino también todas aquellas instituciones encargadas de vigilar y levantar la voz ante la corrupción, como son las fiscalías, la contraloría, la prensa y la sociedad civil. En un contexto como ese, casi no hay frenos posibles a la corrupción y la rendición de cuentas es inexistente.

Es clave, al hablar de democracia, evitar confundir el hecho de que haya elecciones en casi todos los países de la región y que estas por lo general se lleven a cabo de manera pacífica y sin grandes conflictos, con la democracia que se debe vivir en el día a día. Las elecciones no son el fin de la democracia, sino solamente el inicio. La democracia se vive todos los días cuando los ciudadanos exigen a sus autoridades rendición de cuentas, cuando se pueden reunir y opinar sin temor a ser reprimidos y cuando sus derechos son respetados. Gobiernos que cooptan instituciones democráticas o que mantienen en una situación de debilidad a aquellas que actúan como contrapesos, no viven en democracia y favorecen la corrupción.

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Brasil es un caso muy interesante porque nos está mostrando que no solo se trata de individuos operando de manera corrupta para favorecerse a ellos mismos, sino que se creó un sistema que logró enquistarse en una de las empresas más importantes de América Latina: Petrobras. Aquí se puede ver cómo unen fuerzas políticos, empresarios y funcionarios para generar una maquinaria capaz de sobornar, otorgar contratos y repartir dinero tanto a los empresarios como partidos políticos, logrando así que las ilegalidades se perpetuen en el tiempo. Esta es una corrupción sistemática y bien estructurada.

Pero, además de la sofisticación que el caso Petrobras muestra, vemos también que la justicia reacciona y que la impunidad no siempre gana. Hubiera sido casi impensable imaginar lo que vemos hoy en día: grandes empresarios siendo arrestados y políticos poderosos siendo investigados. Además, la población brasileña ha alzado la voz ya desde hace algunos años, ante el abuso de sus autoridades. Particularmente valioso ha sido ver como hace tres años la gente salió masivamente a las calles reclamando por los servicios públicos de baja calidad a un precio alto, cuando el país derrochaba dinero en estadios para torneos internacionales de fútbol.

Finalmente, quiero resaltar que no es válido hacer generalizaciones. Es decir, tanto dentro del Partido de los Trabajadores (PT) como de otras fuerzas políticas hay individuos que hacen y quieren hacer las cosas bien, así como existen aquellos que están ahí para beneficiarse. De igual manera hay jueces y fiscales valientes y que tienen como objetivo hacer bien su trabajo, mientras que habrá otros que quieran defender al sistema. La clave en Brasil será identificar bien quién está en qué bando, y trabajar y darle más fuerza a aquellos que quieren hacer bien las cosas. Para Brasil este es un momento histórico, es un momento de tocar fondo ya sea para quedarse ahí por un largo tiempo o, por el contrario, iniciar los cambios y reformas que lleven al país a otra etapa en la que el buen gobierno y el interés ciudadano prevalezcan por sobre las prácticas que solo benefician a pequeños grupos de interés.

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Para TI, una de las claves de la sostenibilidad de los esfuerzos anticorrupción está en que los ciudadanos le demos un valor positivo a no ser corrupto. Puede parecer algo evidente, pero no siempre lo es. Hay encuestas que muestran que los profesionistas de clase media o alta en las zonas urbanas son más proclives a pagar sobornos a la policía. Esto es así porque la cantidad de dinero del soborno es relativamente pequeña en relación con sus ingresos y porque este tipo de ciudadano tiende a valorar el tiempo como algo importante, es decir, no tienen problema en pagar diez dólares para salir de un problema vial cuando van conduciendo porque es más importante para ellos llegar a la cita de trabajo, al cine o al club a jugar futbol, por ejemplo. Eso está mal, el daño que produce la corrupción, incluso a ese nivel, es importante.

Algunas de las empresas que son más visionarias consideran la transparencia como un activo. Es decir, no solamente tienen códigos de ética y otras medidas porque es la moda hoy en día, sino que internalizan las practicas éticas y responsables pues saben que tener una marca y ser asociados con valores como la honestidad y transparencia es importante. A la larga les protege de verse involucrados en problemas legales, en daños a su reputación y en pérdidas de negocio. Estas empresas valoran la lucha contra la corrupción. De igual manera, cuando los políticos descubran que ser honestos les aportará votos, se van a esforzar, pues su interés está en ser elegidos o reelegidos. Como ciudadanos, tenemos que darle valor a la honestidad, la transparencia y la lucha contra la corrupción más allá de las quejan que no conlleven acciones.

  • 1.

    El origen de Transparencia Internacional (TI) se dio precisamente como una reacción a esa situación. Su fundador, Peter Eigen, era un funcionario del Banco Mundial quien, preocupado por la corrupción que afectaba las operaciones de la institución, reclamaba acción a sus superiores. Ante la negativa de éstos y antes de que lo sacaran a la fuerza de su puesto de trabajo por «rebelde», Eigen decidió renunciar y fundar TI en 1993. Los primeros años de vida de la organización en los años noventa se concentraron en generar conciencia sobre el problema, alertar a cerca de lo dañino que resulta la corrupción y posicionar esta temática en la agenda global y regional latinoamericana.

  • 2.

    María Amparo Casar: México: Anatomía de la Corrupción, IMCO-CIDE, México, DF, 2015.

  • 3.

    V. Edelberto Torres Rivas: «Guatemala: la corrupción como crisis de gobierno», en Nueva Sociedad Nº 258, julio-agosto 2015

  • 4.

    Percepción de la corrupción, Índice 2014, Transparencia Internacional. Disponible en

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