Tema central
NUSO Nº 293 / Mayo - Junio 2021

Marginación social y nudos de desigualdad en tiempos de pandemia

La actual pandemia ha impactado en la población en condición de marginación social ampliando desigualdades ya existentes, pero también agregando nuevas, las cuales se han aglutinado en tres nudos: el territorial, el de género y el laboral. Las principales consecuencias serían la profundización de la fragmentación territorial urbana, una nueva reclusión de las mujeres en la esfera reproductiva y la pérdida de importancia del trabajo por cuenta propia en los procesos de ajuste de los mercados laborales.

Marginación social y nudos de desigualdad en tiempos de pandemia

La marginación social es un mundo pauperizado por la economía, abandonado por el Estado e ignorado por la sociedad. Constituye el receptáculo ideal para que aniden desigualdades extremas. Esto es lo que ha acontecido con la actual pandemia, porque los sectores más desempoderados de la sociedad, una vez más, han sido lo más perjudicados por esta crisis aguda. Explorar cómo distintos tipos de desigualdades están afectando a sectores subalternos en condición de marginación social en América Latina, especialmente en áreas urbanas, es el objetivo de este artículo.

El impacto más directo es en la salud. Los sectores subalternos se ven más afectados por la pandemia, entre otras razones, debido a su mayor vulnerabilidad a las denominadas enfermedades no transmisibles que devienen comorbilidades. Es decir, la actual pandemia muestra signos inequívocos de que las desigualdades en la salud tienen un claro componente de clase. Pero nos queremos centrar en los efectos que se han originado a partir de las medidas adoptadas por los Estados, entre las cuales se destaca el confinamiento, que ha representado el momento de shock de la actual crisis. Al respecto, se puede hacer un inventario de las múltiples desigualdades, previas y nuevas, que afectan al mundo de la marginación social. El gran reto analítico es cómo ordenar y agrupar este conjunto de estragos sociales. 

Para ello proponemos, en primera instancia, ubicarlos respecto a las tres dimensiones de la marginación social: las carencias materiales y simbólicas, la desciudadanización y la invisibilización1. Estas desigualdades se han reforzado mutuamente mediante la constitución de nudos, por lo que es necesario complementar esta primera perspectiva analítica. El confinamiento como principal medida para afrontar la pandemia ha supuesto una revitalización de la esfera reproductiva que, durante este tiempo, ha adquirido centralidad en la vida social. La vieja pero importante problemática de las estrategias de supervivencia2 nos enseñó que son tres las unidades analíticas que deben diferenciarse para abordar esta esfera de manera adecuada: la residencia, que remite a la vivienda y su entorno territorial; la familia, sustentada en las relaciones de parentesco; y el hogar, como unidad que moviliza recursos para garantizar la reproducción material y simbólica. La combinación de estas perspectivas analíticas se expresa en la matriz de la página siguiente, que ordena diversos fenómenos que afectan el mundo de la marginación social y que contienen asimetrías profundas. 

A partir de esta matriz, se pueden identificar tres nudos de desigualdades: el territorial, el de género y el laboral. Cada nudo aglutina un cierto número de celdas y algunas de ellas pueden pertenecer a más de un nudo, lo que deja en evidencia que se encuentran entrelazados entre sí. Abordaremos cada uno de los nudos por separado y concluiremos esbozando escenarios sobre cuál podría ser el futuro de la marginación social en América Latina en la pospandemia.

El nudo territorial

La pandemia, en términos territoriales, resulta paradójica: por un lado, devela interdependencias y desigualdades, pero por otro, exige aislamiento, protección y distanciamiento y reafirma la fragmentación3. En este sentido, el primer fenómeno a destacar de este nudo es que el confinamiento ha llevado la lógica de la fragmentación territorial hasta su extremo: la reclusión en la vivienda. De esta manera, se han evidenciado déficits habitacionales preexistentes y se han incorporado nuevas desigualdades territoriales. Los déficits habitacionales devienen omnipresentes porque la vivienda, con el confinamiento, se convierte en el locus de la vida social. Para muchos sectores subalternos, deja de ser un mero espacio para dormir y reponer la energía vital. Poniendo el foco en los déficits más sensibles al impacto de la pandemia, hay que destacar que mientras 4% de los hogares del último quintil (el de mayores ingresos) tiene problemas de saneamiento adecuado y 3%, problemas de acceso a agua por tubería, esos porcentajes se elevan a 25% y 11% respectivamente en el primer quintil (el de menores ingresos)4. Por otro lado, se debe señalar el hacinamiento: mientras que es un fenómeno inexistente en el último quintil, 10% de las viviendas en el primer quintil sufren esta problemática5. La reclusión física puede ser relativizada por la comunicación virtual, pero hay que tener presente que la mitad de los hogares sin internet en América Latina se ubican en los dos quintiles inferiores de la distribución del ingreso6. Aquí entra en juego la conectividad de las viviendas y de las zonas, que tiene gran importancia durante la actual pandemia en términos laborales y educativos y expresa nuevas desigualdades.


Las disparidades sociales responden a limitaciones no solo de la conectividad sino también del tipo de trabajo, normalmente no calificado, que suelen realizar trabajadoras y trabajadores del mundo de la marginación social. Así, en términos de salario promedio, una ínfima minoría de ocupados en el primer quintil podría realizar teletrabajo, contra 70% en el último quintil7. En cuanto al teleestudio, tomando el promedio de insumos básicos8 en diez países de la región, podemos ver que la brecha (cociente entre el promedio del quintil superior y el promedio del quintil inferior) varía desde 1,6 en Uruguay a 2,0 en Colombia y 2,1 en Perú. Considerando de manera conjunta estos diez países, 94% de los hogares del último quintil tiene computadora para tareas escolares y 98% conexión a internet, mientras que en los del primer quintil los porcentajes descienden a 29% y 45% respectivamente9. Es decir, es posible observar que las desigualdades digitales y las laborales y educativas se acoplan y se refuerzan mutuamente.

Otro conjunto de cuestiones referidas a este nudo territorial tiene que ver con la intervención estatal. Hay que recordar que este mundo social se ubica en los márgenes del Estado. La presencia estatal disminuida facilita, en algunos casos, que ciertos actores violentos acaben controlando estos territorios marginados imponiendo su orden paralegal y legitimándolo mediante la provisión de ciertos bienes esenciales para la vida local. Habría que ver si esta oferta se ha expandido con la provisión de ayudas para afrontar el confinamiento y la pandemia. De ser así, las posibilidades de que el Estado recupere presencia en estos territorios se dificultarían aún más, aunque no hay que olvidar la existencia de organizaciones de la sociedad civil en estos contextos.

Por su parte, los gobiernos han implementado medidas de protección a la población más vulnerable. Algunas, como la prohibición de desconexión de servicios básicos de la vivienda por incumplimiento de pagos, revisión de las condiciones de pago del alquiler o la distribución de alimentos, han implicado presencia estatal en el mundo de la marginación social. Pero este vínculo territorial no ha sido el principal. Por el contrario, se ha privilegiado un nexo monetario a través de transferencias en efectivo, aprovechando la infraestructura institucional generada por los programas de transferencias condicionadas, con lo que se ha buscado que los hogares de menores recursos tengan un acceso a un consumo básico y superar situaciones extremas, incluida el hambre10.

Como en el caso de las transferencias monetarias condicionadas, este vínculo no implicaría la constitución de derechos y, por tanto, de fortalecimiento de ciudadanía, en concreto de la social, a no ser que representaran un primer paso hacia el establecimiento de una renta básica universal11, tal como ha planteado la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) con la creación de un ingreso mínimo, destinado a los sectores más desprotegidos, para satisfacer necesidades y sostener el consumo12. De lograrse un ingreso ciudadano de este tipo, se operaría una redefinición profunda de los cimientos de la ciudadanía social, pero esto no parece probable siquiera en la pospandemia. 

La clave de este nudo de desigualdades es que la pandemia ha profundizado la fragmentación territorial urbana y ha sumado nuevas aristas a este fenómeno, lo que ha acentuado la invisibilización del mundo de la marginación social para el resto de la sociedad. De manera concomitante, hay que señalar que ciertos sectores medios y altos han encontrado en el confinamiento una confirmación de sus estrategias previas de aislamiento. La resistencia al vértigo del ritmo de vida impuesto por la globalización ha supuesto –desde hace algún tiempo– estrategias de proxemia, entre las que destaca la reclusión en la propia vivienda, es decir en la casa. Para ello han debido confluir dos factores: por un lado, un individuo fatigado y fragmentado por los ritmos sociales y, por otro, una vivienda con alta conectividad13. A ello hay que añadir la ruptura del vínculo laboral, debido a la actual crisis, con las trabajadoras de servicios domésticos. Su ausencia implica para los hogares que las contrataban desconocer cómo se está afrontando la pandemia dentro de los sectores subalternos. Esto supone seguir ignorando, en el mejor de los casos, este mundo de la marginación social, o fomentar prejuicios conocidos y viejas estigmatizaciones.

El nudo de género

Es importante señalar que el nudo de género tiene un anclaje robusto: la vulnerabilidad de los hogares encabezados por mujeres. Este tipo de familia es relevante en el mundo de la marginación social. En efecto, una de las transformaciones más importantes en términos de los tipos de familia de las últimas décadas es el crecimiento de los hogares monoparentales, muchos de ellos encabezados por mujeres. Este es un fenómeno significativo en sectores de bajos ingresos, mientras que en los de altos ingresos lo representa el aumento de hogares unipersonales14. El confinamiento ha implicado una mayor carga de tareas domésticas que no han sido repartidas de manera equitativa entre hombres y mujeres, sino que han recaído sobre estas últimas. Es decir, la división sexual del trabajo se ha profundizado por la añadidura de nuevas tareas impuestas por el contexto de pandemia, y esta es la primera dimensión de este nudo de género.

Desde hace algún tiempo, ha habido una mayor visibilización de las tareas domésticas, en el marco de la mayor relevancia que ha adquirido la problemática de los cuidados, que implica una concepción más amplia que la del trabajo doméstico, categoría que privilegiamos en este análisis. Así, las mujeres de la región dedican tres veces más horas al trabajo doméstico que los hombres, pero esta desigualdad de género se acopla a la de clase, porque las mujeres del primer quintil de ingresos deben trabajar 39% más de tiempo que sus congéneres del último quintil15. Detrás de ello se encuentra la contratación de servicio doméstico. Sin embargo, con la actual crisis, este ha sufrido cambios: las mujeres pertenecientes a los hogares de mayores ingresos son las que resienten más el incremento de tareas domésticas que ha supuesto el confinamiento. 

Con la pandemia, se ha incrementado la carga de trabajo doméstico por la presencia de menores, especialmente de niños y niñas de menos de cinco años16. Es decir, en la situación actual se ha evidenciado la crisis de cuidados17, la cual se resiente más en los sectores subalternos. Como se muestra para el caso argentino, la demanda alta o muy alta de cuidado infantil es un fenómeno relevante para los dos quintiles con ingresos per cápita más bajos, mientras que es un problema mucho menor en el último quintil (el de ingresos más altos)18

Otra dimensión del trabajo doméstico, que rebasa el espacio de la propia vivienda y familia y se proyecta a la comunidad, es la participación de mujeres en redes de ayuda no monetaria. Estas redes tienen gran relevancia en contextos de marginación social, especialmente en situaciones de crisis como la actual. Pero esto ha supuesto más carga de trabajo doméstico, al reproducir la división sexual a escala comunitaria, si bien tiene cierta contrapartida. Este protagonismo femenino fusiona la «maternalización» y lo popular y explicita la paradoja de que ciertas modalidades de «maternalización» puedan empoderar a las mujeres cuando los esfuerzos de supervivencia adquieren una dimensión colectiva. 

Hay evidencia de que en el Gran Buenos Aires, en Argentina, a partir de la cuarentena se ha dado una importante reactivación de organizaciones barriales y comunitarias19. Al respecto, se han destacado tres fenómenos. El primero ha sido la dinamización de distintos tipos de redes (político-institucionales, político-territoriales y personales) que han mejorado el impacto de las políticas públicas en el nivel local en medio de las restricciones. Segundo, se ha podido garantizar la alimentación ante la amenaza del hambre y mantener tareas educativas y culturales de las organizaciones. Finalmente, el cuidado de la salud, en especial de las personas mayores, ha emergido como un eje clave de las prácticas sociocomunitarias. Es decir, lo que se ha calificado como «infraestructura territorial de cuidado», que expresa el tejido organizacional de apoyo y cuidados a las familias a las que además involucra activamente, ha destacado por sus valores político-organizantes, de contención y de salud comunitaria20. Estas dinámicas insinúan respuestas de acción colectiva a la crisis en las que el papel de las mujeres parece haber sido central. 

La otra cuestión planteada desde el nudo territorial es la referida a la violencia intradoméstica. Con el confinamiento, este fenómeno se ha incrementado de manera alarmante21 y habría dos elementos relacionados con la reclusión espacial. Por un lado, el hacinamiento de la vivienda genera un clima de fricción para la sociabilidad cotidiana, sin espacios de privacidad donde refugiarse. Por otro lado, la imposibilidad de frecuentar lugares públicos se constituye en una privación que es más difícil de asimilar para los hombres, cuya sociabilidad se enmarca en mayor medida en el espacio público22

La violencia intradoméstica se facilita por la invisibilidad que otorga la vivienda como espacio privado. Se está ante un fenómeno que cruza transversalmente a toda la sociedad. Pero en contextos de marginación social, esta invisibilidad se vuelve aún más opaca por el propio ocultamiento que afecta a este mundo como tal y que constituye una de sus dimensiones fundamentales. 

No obstante, hay que tomar en cuenta tres factores que podrían relativizar este tipo de violencia entre los sectores marginalizados. Primero, está la mayor presencia de hogares encabezados por mujeres, fenómeno relevante en la marginación social. Esto no garantiza la inexistencia de violencia de hermanos sobre hermanas ni, en general, sobre menores, pero reduce la violencia intradoméstica. Segundo, como señalamos, en territorios controlados por actores violentos que han impuesto su orden de paralegalidad, estos tienden a legitimarse proveyendo ciertos bienes comunitarios, entre los que se encuentra el control de conflictos intrafamiliares y/o entre vecinos. No se trata de una actitud altruista por parte de esos actores, sino de evitar la intervención en el territorio de autoridades públicas que podría generar el agravamiento de este tipo de conflictos23. En tercer lugar, debemos considerar el factor religioso que, en un contexto de pandemia, por sus connotaciones catastróficas e incluso casi apocalípticas, es propicio para el desarrollo y la profundización de la religiosidad. Al respecto, es pertinente referirse al (neo)pentecostalismo por su presencia significativa en el mundo de la marginación social de la región. Pablo Semán ha planteado que una de las razones de la expansión de este tipo de religiosidad es que promueve «milagros» tales como la recomposición de la vida familiar, la superación de problemas de drogas y de alcoholismo, y la declinación de conductas violentas por parte de jóvenes. Se trataría de mejoras tangibles en la ya difícil vida cotidiana24. En este sentido, habría que ver cómo han operado estas dinámicas «milagrosas» en la actual situación, ante problemas como el ya señalado del incremento de la violencia intradoméstica.

La clave de este nudo de desigualdades de género lo constituye la nueva reclusión de las mujeres en la esfera reproductiva que ha impuesto la pandemia. En este sentido, se habría cuestionado una de las expresiones de la denominada «segunda ola feminista», la emergencia de un «feminismo popular», que remite a un conjunto de prácticas reproductivas, desarrolladas por mujeres subalternas, que ha trascendido lo privado erigiéndose en público25. Al respecto, sobresale el protagonismo laboral que adquirieron las mujeres, especialmente a partir de la crisis de los años 1980, ante la pérdida de centralidad del empleo formal en el mercado de trabajo que fue, en este sentido, una crisis del empleo masculino. Por el contrario, la actual pandemia ha incidido, en términos de la inserción en el mercado de trabajo, tanto en hombres como en mujeres, pero con consecuencias más graves para estas últimas por tres razones. Primero, si bien la contracción de las tasas de participación laboral fue similar, en términos relativos el impacto fue mayor en las mujeres. Segundo, desde 2015 se observaba una feminización de los mercados laborales que la pandemia ha interrumpido. Y tercero, lo más importante, si no hay soluciones en términos de servicios de cuidados y del retorno a la educación presencial, la reinserción de las mujeres en el mercado laboral se verá obstaculizada26. Habrá que ver cuánto empleo femenino remunerado se recupera en la pospandemia.

El nudo laboral

Además del incremento de trabajo doméstico, considerado en el nudo de género, hay tres cuestiones referidas a transformaciones en los mercados de trabajo, inducidas por la actual crisis, que contribuyen a la configuración del nudo laboral. Primero, si bien ha habido un descenso del trabajo asalariado, no se puede decir que su principal dinámica estructurante, la de la precarización, haya sido cuestionada. Así, aunque el teletrabajo no es un fenómeno nuevo, la pandemia sí ha impuesto ciertas características inéditas: no se trata de arreglos voluntarios; supone trabajo a tiempo completo; se ha prolongado en el tiempo; hay ausencia de planificación para la disposición de los recursos laborales necesarios; y se combina con una mayor carga de responsabilidades familiares que ha recaído en las mujeres27. En este sentido, puede ser calificado como una externalización resultante de la pandemia y de las medidas de confinamiento y, por tanto, estamos ante una nueva expresión de la precarización salarial. El gran interrogante es qué pasará después de la pandemia en un doble sentido: por un lado, cuánto del teletrabajo permanecerá y, por otro lado, cómo se redefinirán las condiciones laborales. 

Hay que mencionar también que en los diferentes países se tomaron distintas medidas para sostener la relación laboral: subsidios a la nómina salarial; prestaciones de seguros de desempleo para cubrir suspensiones, horarios reducidos y otras respuestas diferentes al despido; y subsidios al regreso y a la contratación de trabajadores28. En este sentido, queda por ver también si la recuperación plena del trabajo, una vez consolidada la reactivación económica, implicará la permanencia de las condiciones laborales previas o si habrá un deterioro de estas y se profundizará la precarización.

Es decir, estamos ante una situación muy diferente de la de la década de 1980, en la que la reducción del trabajo asalariado conllevó la crisis del empleo formal, que acabaría perdiendo su centralidad en los mercados de trabajo. De hecho, se puede postular que la profundización del proceso de precarización del mundo asalariado acontecida con la pandemia ofrece a futuras estrategias de acumulación un uso de la fuerza laboral más adecuado a sus objetivos de valorización, debido al desempoderamiento de los trabajadores y las trabajadoras29.

Un segundo fenómeno es el incremento del desempleo, que refuerza una tendencia previa a la pandemia. Sobresalen dos grupos. Por un lado, las ya mencionadas trabajadoras del servicio doméstico. De los siete países para los que se cuenta con información actualizada para el periodo enero-septiembre de 2019 y 2020, cinco ofrecen datos sobre la variación del trabajo por servicio doméstico. La pérdida de trabajo, la más alta de todas las categorías ocupacionales, ha oscilado entre 16,1% en República Dominicana y 34,6% en Chile30. Por otro lado, están las personas jóvenes. De los nueve países de la región de los que se dispone de información, en todos creció el desempleo juvenil, con la excepción de República Dominicana, pero mostrando un amplio abanico de situaciones que varía desde México, con una tasa de 8% para los tres primeros trimestres de 2020, a Costa Rica, con 42,1% para el mismo periodo31

Ante esta situación de alto desempleo, especialmente para los nuevos ingresantes en el mercado de trabajo, emerge la alternativa de la violencia. Las organizaciones delictivas y, en concreto, el denominado crimen organizado, proveen una oferta laboral permanente en el marco de sus actividades que suele resultar atractiva para algunos jóvenes. Esta oferta puede ganar fuerza e interés si las opciones legales de empleo juvenil se restringen. Al respecto, hay que considerar que, en términos de impacto de la pandemia, el crimen organizado emerge como un sector ganador de esta crisis. Es un actor empresarial cuya característica clave es que debe desenvolverse en la ilegalidad. En este sentido, está capacitado más que ninguno para evadir las restricciones ligadas a los confinamientos y adaptarse a las limitaciones impuestas por la crisis de la pandemia. 

La última cuestión es la de la crisis del trabajo por cuenta propia. En los siete países de los que se tienen datos, esta categoría ocupacional descendió 8,9%, variando de una caída de 4,8% en República Dominicana a una de 22,5% en Chile, aunque hay que mencionar que en Paraguay creció 7,2%32. Exceptuando aquellas actividades que forman parte de las economías barriales, la mayor parte del trabajo por cuenta propia tiene lugar en los espacios públicos de las ciudades. El confinamiento y las medidas restrictivas de movilidad han afectado directamente este tipo de ocupación.

De estas tres cuestiones, las que afectan en mayor medida a la fuerza de trabajo marginal son el desempleo y, sobre todo, la crisis del trabajo por cuenta propia. Es esta última cuestión la que nos parece clave para el nudo laboral. Su relevancia se vincula con el hecho de que el trabajo por cuenta propia es el principal componente del excedente estructural de la fuerza de trabajo; o sea, históricamente, ha reflejado la autogeneración de empleo en áreas urbanas ante la incapacidad del capital de universalizar las relaciones asalariadas. En este sentido, es pertinente hacer la comparación entre la crisis de la década de 1980 y la situación actual. En aquella década hay que destacar dos fenómenos laborales: por un lado, la incorporación de mujeres de sectores populares al mercado de trabajo, lo que dio lugar a la feminización de estos mercados, en una situación que se prolongaría en la siguiente década; por el otro, el crecimiento de la informalidad y, en concreto, del trabajo por cuenta propia, que mostraba la persistencia de la heterogeneidad de los mercados laborales de la región. 

Con la crisis actual, ninguno de los dos fenómenos parece ser relevante. Las mujeres se han visto –de nuevo– relegadas parcialmente a la esfera doméstica, lo cual insinúa una desfeminización de los mercados laborales, y el trabajo por cuenta propia disminuye a la par del trabajo asalariado. Parecería que el desempleo sería el fenómeno prominente, pero no solo en su expresión abierta, sino también en sus manifestaciones latentes de personas que no buscan oportunidades laborales, en un primer momento, porque ha habido restricciones de movilidad con el confinamiento y, posteriormente, porque la economía no se ha recuperado. Habrá que ver en la pospandemia si el trabajo por cuenta propia recupera su función histórica en el mercado de trabajo33 o si es sustituido por la intermitencia de tránsitos entre la ocupación temporal y el desempleo tanto en su manifestación abierta como oculta.

¿Se podrán desatar los nudos?

La configuración de estos tres nudos de desigualdades muestra el impacto penetrante de la actual crisis sobre el mundo de la marginación social, que se sintetiza en las tres claves que hemos identificado: la profundización de la fragmentación territorial urbana; una nueva reclusión de las mujeres en la esfera reproductiva; y la pérdida de importancia del excedente estructural de la fuerza de trabajo en los procesos de ajuste de los mercados laborales. Lo que hay que preguntarse es qué pasará con estos procesos en la pospandemia: ¿se debilitarán o se consolidarán? Todo depende de las acciones que se lleven a cabo para afrontarlos. Las respuestas pueden tener lugar en dos niveles.

El primero es el de las políticas públicas. La pandemia ha supuesto un momento de euforia reflexiva, con numerosas propuestas de cómo salir de esta crisis y de cómo repensar el mundo, provenientes de horizontes ideológicos dispares. El problema no radica en las propuestas, sino en su implementación. Es decir, para su puesta en práctica, hacen falta actores empoderados y con voluntad política. Esto es algo que no es fácil de encontrar en relación con el mundo de la marginación social, que durante el orden (neo)liberal fue abandonado e ignorado. Solo con ciertos gobiernos de orientación progresista, durante el auge de las commodities de inicio del siglo, hubo políticas tendientes a la inclusión de estos sectores. 

Esto nos lleva al segundo nivel de respuestas. Aunque la marginación social se caracteriza por un profundo desempoderamiento, este nunca se consuma, por lo que hay posibilidad de resistencia frente a él buscando revertirlo. Desde hace décadas se han implementado al menos cuatro tipos de respuestas desde la marginación social: la violencia, la migración, la religión y la acción colectiva34. En los apartados precedentes, se ha podido apreciar cómo han incidido algunas de estas respuestas en la actual situación y qué potencialidades tienen de cara al futuro inmediato35.

Dependiendo del tipo de respuestas que acontezcan, se podría pensar en tres escenarios en la pospandemia36. El primero viene signado por el optimismo, en tanto que se crean condiciones para redefinir, hasta cierto punto, el orden social existente y así, a las tres problemáticas planteadas se les encuentran soluciones por lo menos parciales. La consecuencia sería que los tres nudos identificados se aflojen. Un segundo escenario sería que estos persistan, y su efecto sería profundizar la marginación tal como la conocemos. Pero habría un tercer escenario, en el que no solo acontece una profundización, sino también una transformación del mundo de la marginación social. Sería un escenario novedoso. Es decir, los nudos constituirían los pilares de una nueva arquitectura de la marginación social en la región que habrá que explorar y descubrir. El tiempo nos dirá hacia dónde se decantará la realidad.

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Nota: el autor agradece los comentarios de Ana Miranda, Minor Mora Salas y Ramiro Segura a un borrador de este artículo.

  • 1.

    J.P. Pérez Sáinz: La rebelión de los que nadie quiere ver. Respuestas para sobrevivir a las desigualdades extremas en América Latina, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2019.

  • 2.

    Pensamos que revisar la bibliografía existente sobre esta problemática puede ser de gran utilidad para comprender el actual momento.

  • 3.

    Ramiro Segura: «Fragmentación, interdependencia y convivencia. Notas para renovar una agenda urbana en crisis (después de la crisis)» en Enrique Ortiz Flores et al.: Múltiples miradas para renovar una agenda urbana en crisis, Clacso, Buenos Aires, 2020.

  • 4.

    Gabriela Benza y Gabriel Kessler: La ¿nueva? estructura social de América Latina. Cambios y persistencias después de la ola de gobiernos progresistas, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2020. La mayor parte de la información disponible aborda la problemática de la desigualdad en términos de ingresos. En este sentido, sería el primer quintil el que se aproximaría, de manera tosca, a los sectores subalternos en condición de marginación.

  • 5.

    G. Benza y G. Kessler: ob. cit., cuadro 3.3.

  • 6.

    Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal): «Universalizar el acceso a las tecnologías digitales para enfrentar los efectos del covid-19», Serie Informe Especial Covid-19 No 7, 2020, p. 3.

  • 7.

    Matías Busso y Julián Messina: «La desigualdad en tiempos de crisis: lecciones de la crisis de la covid-19» en M. Busso y J. Messina (eds.): La crisis de la desigualdad. América Latina y el Caribe en la encrucijada, BID, Washington, dc, 2020; Jürgen Weller et al.: «El impacto de la crisis sanitaria del covid-19 en los mercados laborales latinoamericanos», LC/TS.2020/90, Cepal, Santiago de Chile, 2020.

  • 8.

    Mesa, habitación propia, lugar tranquilo donde estudiar, computadora para las tareas escolares, conexión a internet y libros para ayudar con las tareas.

  • 9.

    Julián Cristia y Xiomara Pulido: «La educación en América Latina y el Caribe: segregada y desigual» en M. Busso y J. Messina (eds.): ob. cit., gráficos b7.1.2 y b7.1.3.

  • 10.

    A partir de la encuesta en línea llevada a cabo por la Universidad de Cornell y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 17 países de América Latina y el Caribe durante la última quincena de abril de 2020, se detectó que más de 40% de las familias de más bajos ingresos había pasado hambre. Nicolas Bottan, Bridget Hoffmann y Diego A. Vera-Cossio: La desigual carga de la pandemia: por qué las consecuencias de la covid-19 afectan más a los pobres, BID, Washington, dc, 2020, p. 36.

  • 11.

    En los países del Norte, la discusión por la renta básica universal ha abandonado el terreno de los debates académicos para ingresar en el terreno de las políticas y esto se ha debido a que la pandemia se ha constituido en un experimento natural para este tipo de iniciativas. Ricardo Dudda: «La Gran Reclusión y el futuro del capitalismo» en Nueva Sociedad No 287, 5-6/2020, disponible en www.nuso.org.

  • 12.

    Cepal: «El desafío social en tiempos del covid-19», Serie Informe Especial Covid-19 No 3, 2020.

  • 13.

    Alicia Lindón: «Cotidianidades territorializadas entre la proxemia y la diastemia: ritmos espacio-temporales en un contexto de aceleración» en Educación Física y Ciencia No 13, 2011.

  • 14.

    G. Benza y G. Kessler: ob. cit., pp. 37-39.

  • 15.

    Rosa Cañete Alonso: «Las desigualdades de género en el centro de la solución a la pandemia de la covid-19 y sus crisis en América Latina y el Caribe» en Análisis Carolina 20/20, Fundación Carolina, Madrid, 2020, pp. 4-5.

  • 16.

    Ibíd.

  • 17.

    Karina Batthyány: «La pandemia evidencia y potencia la crisis de los cuidados», Serie Pensar la pandemia. Observatorio Social del Coronavirus N° 1, Clacso, Buenos Aires, 2020.

  • 18.

    Camila Arza: «Familias, cuidado y desigualdad» en Cepal: Cuidados y mujeres en tiempos de covid-19. La experiencia en la Argentina, LC/TS.2020/153, Cepal, Santiago de Chile, 2020, gráfico 7.

  • 19.

    Pablo Vommaro: «Juventudes, barrios populares y desigualdades en tiempos de pandemia» en Enrique Ortiz Flores et al.: ob. cit.

  • 20.

    Anaïs Roig: «Enlazar cuidados en tiempos de pandemia. Organizar vida en barrios populares del AMBA» en Cepal: Cuidados y mujeres en tiempos de covid-19. La experiencia en la Argentina, cit.

  • 21.

    Así, las denuncias de maltrato han aumentado 100% en Chile, 60% en México, 40% en Argentina y 90% en Colombia. En este último país, los feminicidios se han triplicado. Carmen Pagés et al.: Del confinamiento a la reapertura. Consideraciones estratégicas para el reinicio de las actividades en América Latina y el Caribe en el marco de la covid-19, BID, Washington, DC, 2020, p. 15.

  • 22.

    R. Cañete Alonso: ob. cit., p. 9.

  • 23.

    No hay que olvidar que, en territorios controlados por pandillas violentas, las mujeres jóvenes se encuentran «territorialmente secuestradas» porque se les impide establecer nexos con hombres jóvenes de otros territorios.

  • 24.

    P. Semán: «Pentecostalismo y desigualdades sociales en América Latina» en Encartes vol. II No 4, 2019-2020.

  • 25.

    Elizabeth Maier: «Acomodando lo privado en lo público: experiencias y legados de décadas pasadas» en Nathalie Lebon y E. Maier (coords.): De lo privado a lo público. 30 años de lucha ciudadana de las mujeres en América Latina, Siglo Veintiuno / UNIFEM / LASA, Ciudad de México, 2006.

  • 26.

    OIT: Panorama laboral 2020, OIT, Lima, 2020, pp. 36-37.

  • 27.

    Ibíd., p. 88.

  • 28.

    Ibíd.

  • 29.

    Al respecto, se puede pensar en ciertas modalidades de plataformas. Este capitalismo (de plataformas), junto con el nuevo intervencionismo estatal, con orientaciones más nacionalistas, serán elementos claves del orden social que surja de la pandemia.

  • 30.

    OIT: ob. cit., cuadro 3.2.

  • 31.

    Ibíd., cuadro 2.5 y gráfico 2.5.

  • 32.

    Ibíd., cuadro 3.2.

  • 33.

    Semán ha argumentado que la «teología de la prosperidad» es apropiada, por parte de los sectores populares, como una ética familiar de la supervivencia diaria en contra del fatalismo y de la erosión de la autoestima. No se trataría de ilusiones de movilidad social ascendente, sino del logro de pequeños triunfos y del aliento para la lucha cotidiana (P. Semán: ob. cit). Habrá que ver la efectividad de estos comportamientos en la pospandemia, especialmente en la (re)invención de actividades por cuenta propia.

  • 34.

    J.P. Pérez Sáinz: ob. cit.

  • 35.

    De las cuatro respuestas, no se ha mencionado la migración porque se ve afectada directamente por el confinamiento y las restricciones en fronteras. Pero, dado que gran parte de la corriente migratoria, en particular hacia el norte, se hace de manera clandestina, es de esperar que no haya cesado, especialmente cuando se lleva a cabo a través de cadenas de tráficos de personas. La problemática relevante es la situación de las personas migrantes atrapadas en el tránsito.

  • 36.

    Habría un cuarto escenario, de naturaleza continuista, y que implicaría que, pasada la crisis, regresáramos a la situación previa. Obviamente, es un escenario muy improbable.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 293, Mayo - Junio 2021, ISSN: 0251-3552


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