Opinión

Las derechas argentinas en movimiento


agosto 2020

Argentina ha tenido históricamente dos familias de la derecha: la liberal-conservadora y la nacionalista-reaccionaria. El nuevo marco nacional y global está acercándolas cada vez más. Movilizan jóvenes, se oponen a la cuarentena, toman las calles y articulan discursos reaccionarios criticando la «corrección política» reinante. En sus marchas critican a Alberto Fernández, el presidente peronista que gusta definirse como socialdemócrata, asegurando que el país se «precipita en el comunismo». Las movilizaciones reúnen a defensores del patriarcado contrarios a la «ideología de género», a libertarianos que reivindican su derecho a no ser obligados a usar barbijo, a antiperonistas viscerales y a quienes dicen ser «verdaderos nacionalistas de Perón».

Las derechas argentinas en movimiento

En años recientes, las manifestaciones de grupos de derecha en América Latina se tornaron tan regulares como visibles. Las protestas derechistas en Ecuador y los multitudinarios actos contra Dilma Rousseff en Brasil, las marchas rodeando el golpe de Estado en Bolivia o las celebraciones cívicas por la victoria de Luis Lacalle Pou en Uruguay lo demuestran: las derechas están en las calles. Y Argentina no es una excepción.

Sin embargo, en el país que gobierna desde diciembre Alberto Fernández –quien gusta de definirse como un «peronista socialdemócrata» que busca cerrar la grieta entre los argentinos–, la presencia de las derechas en el espacio público genera estupor e indignación en diversos sectores. Lo que irrita y sorprende, sobre todo a partidarios del gobierno y sectores progresistas, no es solo la circulación en tiempos de pandemia, sino que quienes se reúnen en calles y plazas para impugnar a un gobierno flamante (Fernández asumió en diciembre de 2019) usan premisas y banderas contradictorias. Defensores del patriarcado contrarios a la «ideología de género», libertarianos que reivindican su derecho a no ser obligados a usar barbijo, ciudadanos que alertan que el país se «precipita en el comunismo» o se indignan con la impunidad de figuras oficialistas acusadas de corrupción, antiperonistas viscerales pero también quienes dicen ser «nacionalistas de Perón», dirigentes de la alianza Juntos por el Cambio (que gobernó desde 2015 hasta 2019), sumados a quienes criticaron a Mauricio Macri por considerarlo «tibio». Ellos y muchos más confluyen en manifestaciones que se reiteran desde hace meses pero que hoy, cuando el gobierno pide a la ciudadanía «quedarse en casa» ante el impacto del covid-19, son más notorias que nunca.

Las movilizaciones de derecha en Argentina, sin embargo, tienen una historia que es preciso mirar para comprender qué hay de novedoso en estas manifestaciones y qué impacto pueden tener en la reconfiguración de las derechas locales.

Las familias de la derecha argentina

Durante el siglo XX, las derechas argentinas se dividieron en dos grandes familias. Por un lado, las liberal-conservadoras que promovieron la organización capitalista de la economía y republicana de la política, articulada por una elite rectora que prolongase el modelo constitucional de 1853. Por el otro, los nacionalistas-reaccionarios que buscaron ordenar de modo autoritario a la nación en base a la tradición latina y los valores católicos, que veían amenazados por una modernidad liberal y cosmopolita. Parte de estas derechas, especialmente sus sectores moderados, se unieron a los heterogéneos partidos de masas, la Unión Cívica Radical (UCR) primero, el Partido Justicialista (PJ) después. Por fuera, la derecha partidaria devino un espacio pequeño en el que florecieron grupos extremistas, la mayoría de corte nacionalista-reaccionario, con escaso impacto: a pesar del tono de las organizaciones que impulsaron agendas ultramontanas, a lo largo del siglo pasado la derecha argentina estuvo liderada por los sectores liberal-conservadores que promovieron, incluso de forma violenta, una república restringida y una democracia tutelada.

Entre 1916 (cuando por primera vez se eligió presidente con voto masculino secreto y obligatorio) y 1983 (cuando finalizó la última dictadura), más allá de su peso dispar, las dos familias de derecha se expresaron tanto en organizaciones como en las calles. Pero cada una de estas corrientes lo hizo a su modo: salvo para celebrar varios de los golpes de Estado (en 1930, 1955, 1962, 1966 y 1976), liberal-conservadores y nacionalistas-reaccionarios actuaron y se manifestaron por carriles distintos.

La separación entre las dos familias de derecha queda más clara al observar el único golpe que no compartieron: el de 1943. De la «Revolución de Junio» que impulsaron militares nacionalistas de derecha (muchos simpatizantes del Eje) emergió la figura de Juan Perón, quien incorporó a su movimiento tanto a conservadores y nacionalistas como a laboristas y radicales. Pero, en 1955, las dos vertientes de derecha volvieron a coincidir para derrocar a Perón. En las décadas siguientes, la llamada «cuestión peronista» (cómo hacer funcionar un sistema político del que se quería excluir al partido mayoritario o, al menos, a su líder) pasó a ser parte central de las discusiones de las derechas argentinas, que se articularon con el mapa geopolítico de la Guerra Fría, la irrupción del movimiento juvenil y «el juego imposible» entre modernización y autoritarismo.

Tras el colapso de la última dictadura en 1983 se produjeron dos cambios importantes. Por un lado, los liberal-conservadores se volcaron a ideas neoliberales y los nacionalistas-reaccionarios quedaron severamente marginados. Por otro, la calle de la democracia fue ganada por los organismos de derechos humanos, la juventud y el sindicalismo. Pese a todo, las derechas pudieron visibilizarse de maneras diversas, como la militancia estudiantil, el apoyo a los militares condenados por la represión ilegal o la convergencia con el movimiento católico integrista contra iniciativas como la Ley de Divorcio o el Congreso Pedagógico Nacional. Durante la década de 1990, el gobierno peronista de Carlos Menem combinó políticas neoliberales con el indulto a militares presos por los crímenes de aquella dictadura y un realineamiento de la política exterior argentina. La articulación menemista facilitó que tanto el partido neoliberal Unión del Centro Democrático (UCeDé) y el nacionalista de derecha Movimiento por la Dignidad y la Independencia (MODIN) terminaran disolviéndose dentro del peronismo, mientras la protesta pública seguía identificada con motivos progresistas y reclamos por las consecuencias de la política económica.

Fue recién con la crisis de 2001, que implicó la caída del gobierno de la Alianza entre la UCR y el Frente País Solidario (Frepaso), cuando diversos sectores que no tenían como práctica habitual la manifestación, comenzaron a ver en el espacio público un ámbito de expresión que expandía los límites del cuarto oscuro. Allí se mezclaron asambleas barriales con consignas de izquierda, marchas de ahorristas que pedían proteger su propiedad privada o «cacerolazos» y «escraches» contra políticos, tecnócratas o jueces. Los recursos empleados en esas manifestaciones fueron reapropiados durante el gobierno del peronista Néstor Kirchner (2003-2007) tanto por grupos progresistas como derechistas. En este último eje, los actos masivos pidiendo «mano dura» ante la inseguridad fueron, como en otros países de América Latina, el primer disparador. Más adelante, en 2008, se desarrolló un prolongado conflicto entre el gobierno y las entidades agropecuarias. Si bien las protestas opositoras abarcaron a manifestantes de distintas procedencias e ideologías, la forma de procesarlas que impulsó la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) ayudó a amalgamar a sectores disímiles del campo de las derechas que, con el retroceso del gobierno, notaron que ganar la calle importaba y mucho.

Tras la reelección de Cristina Fernández en 2011, las manifestaciones opositoras al gobierno, aunque lábiles y carentes de liderazgos claros, se repitieron de modo sistemático. A partir de 2012, diversos grupos que salieron a protestar convocados por el ciberactivismo convergieron en el «mundo PRO», el entramado del que se nutrió el partido Propuesta Republicana, liderado por el jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri. Allí se coaligaron diversos grupos de derecha, clásicos y noveles, junto a partidos políticos tradicionales, como la UCR, dando forma a la alianza Cambiemos, que derrotó al peronismo en 2015. A partir de 2016, y a pesar de que el gobierno de Macri (2015-2019) buscó deliberadamente no movilizar a la sociedad, estos sectores mantuvieron una dinámica autónoma de manifestaciones. Frente a las marchas de los sectores que impugnaban a Cambiemos, hubo actos para apoyar al gobierno y responder en la calle a los opositores. En esas manifestaciones de apoyo al oficialismo también tuvieron presencia algunos grupos que buscaban conminar al presidente para que, lejos de morigerar sus posturas, las radicalizara.

Así, además de actuar como barrera ideológica, estos actores comenzaron a vincularse con quienes presionaban por derecha al oficialismo, fuesen nacionalistas que pedían acabar con el progresismo cultural público, libertarianos que exigían medidas económicas de shock y el fin de las políticas sociales, o grupos confesionales contrarios a la legalización del aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Por momentos, Cambiemos osciló entre diferenciarse de esos sectores para mostrar su moderación, y buscar incorporar algunas de sus figuras. A medida que la administración de Macri se vio obligada a recoger los frutos amargos de sus decisiones económicas, el flirteo con el extremismo se fue acentuando, al punto de hacer propias la fraseología, los diagnósticos y los modos de ese variopinto jardín que crecía a su derecha.

Una actualidad difícil

El breve recorrido previo muestra un derrotero en el que las familias de las derechas argentinas comenzaron a confluir progresivamente en el espacio público tras el quiebre de 2001. Esa convergencia es la base del actual escenario. Así, si bien la oposición a la cuarentena en Argentina es, como en otras latitudes, sumamente heterogénea, son los distintos grupos de derecha –que vienen convergiendo en los últimos años– los que se muestran como los más decididos a articular y reorientar a los manifestantes.

Las manifestaciones contra el gobierno de Alberto Fernández comenzaron con una frecuencia semanal en la ciudad de Buenos Aires, al comienzo con baja resonancia. Sin embargo, desde que el gobierno decretó medidas socio-sanitarias para combatir la pandemia del coronavirus, se dieron pasos para una organización más aceitada, con regularidad mensual y mayor convocatoria en diversas ciudades (en parte gracias a que, a los grupos derechistas, sumaron sus voces referentes mediáticos, personalidades públicas o núcleos de redes sociales). Cuando las convocatorias «anti-cuarentena» convergieron con manifestaciones que entroncaron fechas patrias y protestas contra otras medidas del gobierno (como la intervención de la quebrada cerealera Vicentin o la propuesta de reforma judicial), se ampliaron la trama socio-política, la red significante y el impacto de las movilizaciones. Así, la convocatoria y resonancia mediática fue creciendo hasta la protesta del pasado 17 de agosto, que se constituyó como un acto de franca oposición al gobierno. Allí, los llamados «duros» de la oposición fueron representados por la presidenta de Pro, Patricia Bullrich, mientras Macri saludó la convocatoria desde redes sociales. Se diferenciaron así de los sectores de la alianza con responsabilidad ejecutiva, lo que expuso la interna del sector, lo que hace más dinámico el mapa del espectro político derecho local y abre interrogantes a futuro.

Parece pronto para hablar de una síntesis entre las familias de derecha en Argentina. Liberal-conservadores y nacionalistas-reaccionarios siguen siendo actores distintos. No obstante, su capacidad para reunirse y actuar juntos por un tiempo prolongado es una novedad con consecuencias. Una de ellas es la capacidad para movilizar a sectores juveniles, algo que contrasta con la imagen de una derecha envejecida que rezuma tonos castrenses. Otro efecto de la convergencia es la formación de una argamasa conceptual donde distintas visiones (el antifeminismo, las voces anticientíficas, la búsqueda de restaurar jerarquías y el rechazo al cosmopolitismo) encuentran un marco estructurante. Finalmente, gracias a la dinámica de ecumenismo de ocupación del espacio público, el rostro de las derechas argentinas está cambiando: las retóricas extremas han ganado sitio en las derechas mainstream, pero también están permeando el campo político en un sentido más amplio.

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