Opinión
septiembre 2016

La izquierda chilena ante sus dilemas históricos

La izquierda chilena vive un proceso de crisis y recomposición que debe ser leído a la luz de su historia política reciente

La izquierda chilena ante sus dilemas históricos

La izquierda chilena, derrotada política y culturalmente durante la década de 1990, vive un proceso de cambio. El actual contexto, marcado por amplios debates y la emergencia de nuevos actores políticos y sociales, expresa la reanimación de unas prácticas sociales de carácter político que requieren ser reflexionadas.

El golpe de Estado de 1973, perpetrado contra el gobierno de Salvador Allende, implicó el fin de una experiencia política de la izquierda que se desarrollaba al calor de un poderoso movimiento popular. Dicha derrota abrió una década de sistemática represión y muertes de generaciones de dirigentes políticos, que desangraría parte de la capacidad teórica y política de la izquierda. La rearticulación posterior y los proyectos políticos puestos en el movimiento social que se reanimaban –bajo dictadura– al calor de la crisis económica y social de principios de la década de 1980 comenzaron a revitalizar prácticas y a habilitar procesos de discusión.

¿Bajo qué enfoques teóricos se rearticuló la izquierda de los 80? Existían, en términos generales, dos corrientes centrales. Una de matriz marxista-leninista en la que convergieron el Partido Comunista, una fracción del Partido Socialista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que, expresando tradiciones distintas, se habían «sovietizado» en distintos grados y promovido versiones clásicas de los modelos de sociedad del «campo socialista». En otras palabras, el proyecto revolucionario antidictatorial se respaldaba en concepciones fundamentadas en ideas tales como la «democracia popular», el «partido único de la revolución», la «vanguardia» y el «Estado rector de la economía». Estas herramientas, junto a una profunda convicción antidictatorial y el compromiso político con un proyecto de carácter popular, gestaron un significativo proceso de rearticulación de los movimientos sociales estudiantiles, poblacionales, en menor medida sindicales y también de sectores medios y de mujeres. La otra matriz de rearticulación fue la llamada «renovación socialista», que agrupó a intelectuales significativos que realizaron un balance crítico del proceso de la Unidad Popular y cuestionaron las bases tradicionales del pensamiento marxista-leninista, su burocratización y autoritarismo en el socialismo «realmente existente»; revalorizaron las libertades individuales, la democracia liberal, las coaliciones amplias para la recuperación de la democracia y la gobernabilidad. De esta crítica sale fortalecido un pensamiento de corte liberal en lo político y filosófico.

Estas dos matrices de la izquierda de la década de 1980 se encontraban notoriamente influidas por los debates de la época: el «eurocomunismo», la lucha obrera en Polonia, la estrategia de la Iglesia conservadora, el sandinismo nicaragüense y las estrategias pacifistas de recuperación democrática. Sin embargo, el debate sobre los proyectos de izquierda tenía más anclaje en análisis teórico-políticos que en la problematización heurística de la realidad chilena y regional.

Un debate fundamentado en la historia

Esos análisis respondían a la reflexión sobre las distintas tradiciones de la izquierda latinoamericana, tradiciones que pueden ser mensuradas de manera sucinta.

En América Latina, la izquierda se había identificado tempranamente con la Revolución Mexicana, con la Revolución Nacional boliviana y con el aprismo. Eran procesos de carácter nacional popular y antiimperialista, con un innegable apoyo de las grandes masas, que luchaban contra las oligarquías, los terratenientes y las dictaduras y bregaban por transformaciones estructurales en la economía y la sociedad, aunque no necesariamente podían ser considerados como anticapitalistas. Sus concepciones políticas contribuyeron a la modernización de la región y al protagonismo de los obreros y campesinos. A su lado convivían los partidos marxistas de diverso tipo, siendo el competidor más significativo el Partido Comunista que, en general, demostró tener una escasa capacidad para elaborar interpretaciones propias de sus realidades nacionales y menos de desarrollar estrategias nacionales, pues estaban subordinados a las directrices de la III Internacional y luego al Partido Comunista de la Unión Soviética.

La Revolución Cubana emergería desde un movimiento de tipo «nacional y popular», desligado del Partido Comunista Cubano, con un discurso de liberación nacional y antidictatorial amplio y policlasista. El Movimiento 26 de Julio, era una organización de cuño revolucionario que no sostenía el llamado marxismo-leninismo, lo que evidenciaba que para ser de izquierda y revolucionario en América Latina no era necesario identificarse con aquella adscripción. A partir de la declaración del carácter socialista de la Revolución Cubana y su ingreso paulatino al campo de la URSS y al marxismo-leninismo (entendido como aquel cuerpo de ideas generado en la época estalinista por la Academia de Ciencias de la URSS), la izquierda vivió un proceso que la fue despojando de la heterogeneidad de doctrinas. Transformó aquella interpretación del marxismo-leninismo en la medida de lo que significaba ser de izquierda y revolucionario, despojando de su identidad izquierdista a las corrientes nacionales y populares que no adscribían a los métodos de la lucha armada. En ese sentido se construye en Chile la diferencia entre una izquierda revolucionaria (MIR) y una izquierda tradicional (Partido Comunista). Aunque ambas sostienen una matriz política y de análisis marxista, manifiestan distintos anclajes sociales y generacionales. Queda excluida, por tanto, la otra corriente de la izquierda de corte nacional-popular con diversas corrientes internas, incluida la marxista, representada por el Partido Socialista.

Estas vertientes de la izquierda cumplieron su ciclo durante el proceso que llevó al triunfo a Salvador Allende y son también las que vivieron su derrota posterior. Aunque durante los años de la dictadura de Augusto Pinochet fueron las corrientes que abordaron el proceso de reorganización y movilización social contra la dictadura, ya hacia fines de los 80 mostraban claramente una conformación social y política distinta.

La transformación de la izquierda chilena y el descontento actual

La izquierda de los 90 es, por tanto, una izquierda fracturada en dos. La que tendrá primacía será la que ingresa a la transición de manera subalterna al proyecto hegemónico. Dicho proyecto, basado en la salida pactada con el poder militar y empresarial, era liderado por el Partido Demócrata Cristiano y por el sector renovado del Partido Socialista. En ese proceso, esa izquierda diluyó su crítica a la desigualdad social, debilitó su lucha por la ampliación de las libertades y la democratización del país y abandonó su vínculo con las organizaciones sociales que habían desarrollado las luchas sociales contra la dictadura. Durante la década de 1990, la izquierda perdió la vitalidad de la crítica al modelo neoliberal, se ajustó a una gestión de reducción de la pobreza y apeló a una mirada de eficiencia en las políticas sociales. A la vez, se produjeron interminables debates sobre unas limitadas reformas políticas, mientras se incrementaba la concentración de la propiedad y la riqueza. La hegemonía asumida por los sectores de la izquierda liberal hizo que su referente fuera nuevamente un proyecto eurocéntrico: la tercera vía del laborismo. La otra izquierda, de raíz marxista leninista, se debilitó y el Partido Comunista quedó solo y excluido.

Sin embargo, ese abandono de las ideas clásicas y del proyecto político precedente generó el caldo de cultivo para el descontento social. El primer anuncio fue realizado por los estudiantes en el año 2006. En 2009, la coalición de izquierda gobernante perdió las elecciones y se exhibieron así claras fisuras en el espacio.

La actual fragmentación de la izquierda, no esta solo constituida por la pluralidad de proyectos que esta arrastra históricamente, sino también por las características que ha asumido. La vieja izquierda que se mantiene en el gobierno no se ha cuestionado su situación de aislamiento respecto a los principales movimientos sociales del país (estudiantes, No + AFP, movimientos regionales, asociaciones ambientales, etc.) y tampoco logra entusiasmar al electorado menor de 45 años. Tiene un conjunto de ideas de un diagnóstico crítico pero también una debilidad de proyecto; tiene conciencia del malestar social pero no una estrategia compartida para resolverlo; posee instituciones partidarias significativas –en parte por estar en el gobierno– pero debilitadas socialmente.

Por otra parte, la izquierda emergente desde los movimientos estudiantiles y algunos sectores marginales y medios está cargada de siglas y grupos diversos que buscan construir su propia identidad. Dicha izquierda ha hecho una lectura de la historia a partir de la experiencia del MIR (movimiento autonomista, izquierda autónoma, Juventud Rebelde, Izquierda Guevarista, Unión Nacional de Estudiantes, Izquierda Libertaria) y otros más próximos a la historia del Partido Socialista (Revolución Democrática)

Sin embargo, el proceso actual de recomposición de la izquierda tiene problemas evidentes que requieren ser afrontados. Entre ellos se destacan, con claridad, los tipos de lectura de la historia y las lecciones políticas de las luchas sociales, así como el balance de la transición y el rol de la izquierda en esta. La política del Partido Comunista de sumarse al gobierno de la Nueva Mayoría es otra materia a abordar, así como el papel que cumplen las viejas generaciones en los desafíos del amplio movimiento de izquierda. Hoy resulta evidente la falta de escucha y de disposición a aprender de los movimientos sociales. Algunos adolecen de esa incapacidad por estar divorciados de las luchas reales, y otros, por suponer que pueden aplicar recetas para esos movimientos. Resulta necesaria una sólida intelectualidad orgánica de la izquierda que piense una estrategia de desarrollo para el país, en conjunto con los liderazgos políticos emergentes. Porque la derrota en el campo de las ideas fue la que antecedió a la derrota política que hoy vivimos.


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