Opinión

Kamala puede ganar


julio 2024

La esperanza será un recurso esencial para la campaña de Kamala Harris. En su primer acto, en Wisconsin, pareció lograr reanimar la campaña.

<p>Kamala puede ganar</p>

Comencemos por lo esencial: Kamala Harris tiene posibilidades de ganar.

En apenas dos semanas y media, Joe Biden y Kamala Harris han visitado Wisconsin, un estado crucial para que cualquier demócrata alcance la mayoría del Colegio Electoral, que a su vez elige al presidente. El primer acto de Biden tras su desastroso debate con Trump fue en el gimnasio de una escuela secundaria cerca del aeropuerto de Madison, donde luego grabó una entrevista con el periodista y ex-asesor de comunicación de la Casa Blanca George Stephanopoulos. Dos semanas más tarde, incapaz de remontar la campaña de forma convincente y enfrentado a unos números cada vez más adversos en las encuestas, Biden anunció que renunciaba a ser el candidato del partido. El primer acto de Harris tras el renunciamiento del presidente –en la misma mañana en la que consiguió el número de delegados que necesita para convertirse en la candidata del Partido Demócrata– tuvo lugar en el gimnasio de una escuela secundaria cercano al aeropuerto de Milwaukee. Asistí a ambos actos y el contraste entre los dos fue muy marcado.

Los actos de este tipo están llenos de demócratas convencidos: se invita a los que han sido voluntarios y han hecho donaciones a las campañas en el pasado. El ambiente en el acto de Biden era de apoyo, pero sombrío. Los oradores transmitieron los logros demócratas y el peligro que representaría una victoria de Donald Trump, y Biden estuvo ciertamente mejor en el guion de lo que había estado durante el debate. Tras su discurso, visitó una sala anexa -donde el público había seguido su discurso en una pantalla- y, después de decir unas palabras, conversó con algunas personas, incluido un niño somnoliento de una familia racialmente mixta. Cuando los padres del niño se presentaron como sus «dos papás», Biden no lo pensó dos veces: «¡Los papás son difíciles de criar!», bromeó. Estos padres votarían a cualquier demócrata en otoño. Pero la fragilidad física de Biden era inocultable, como lo era la fragilidad de su propia campaña. Aunque interpretó la presencia de la multitud como un apoyo para continuar en carrera, las conversaciones cara a cara, en las que había muchas dudas sobre si podría ser un candidato competitivo, contaban otra historia. Y afuera había dos grupos de manifestantes: uno ondeando banderas palestinas y otro pidiendo simplemente que renunciara como candidato por el bien del partido.

Biden tardó dos semanas en asimilar los mensajes que esos manifestantes (y, más importante aún, los que sus aliados políticos, las encuestas y las cifras de recaudación de fondos) le estaban enviando. Él no derrotaría a Trump, y si esa tarea era tan importante como él decía, tendría que hacerlo otro. En lugar de unas miniprimarias potencialmente caóticas, su apoyo y el de otros demócratas importantes (así como el de sindicatos como la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales -conocido por sus siglas AFL-CIO-, la Unión Internacional de Empleados de Servicios -SEIU- y la Federación Estadounidense de Profesores -AFT-) se decantó rápidamente por la vicepresidenta. Si Biden hubiera declarado hace un año que no se presentaría a las elecciones y hubiera permitido un proceso de primarias abiertas, sería imposible saber si Harris habría triunfado. Su campaña para las primarias de 2020 no prosperó y, como vicepresidenta, agotó a todo el personal y tuvo problemas con las áreas a su cargo. Pero la Kamala Harris que se presentó en Milwaukee el 23 de julio parecía confiada y preparada para afrontar el desafío.

El público también lo estaba. El récord de donaciones que consiguió el Partido Demócrata en cuanto Biden dimitió –más de 50 millones de dólares en un día, mayormente en donaciones pequeñas– indicaba el inconformismo contenido entre los demócratas de base frente a la continuidad de Biden. El ambiente en el acto era similar. La gente estaba contenta de estar allí. Los demócratas que habían llegado en automóvil desde las zonas más conservadoras del estado expresaron su alivio por encontrarse entre compañeros de partido. Los asistentes eran de diferentes razas, profesiones y edades. En los recesos entre un orador y otro, los asistentes al acto hacían una ola, alrededor del gimnasio, con las pancartas de «Kamala» repartidas por los organizadores de la campaña. 

Biden fue tratado con gran respeto: casi todos los oradores le agradecieron por haber tomado una decisión difícil que anteponía los intereses del país a los suyos propios, en medio de generosos aplausos. Esto también se convirtió en un claro contraste con Trump, que nunca haría algo así. Todas las personas con las que hablé coincidieron en que el paso al costado había sido la decisión correcta. Las madres hablaron de sus hijos mayores, que les habían dicho que no iban a votar a Biden pero que sí lo harían por Kamala. Biden había prometido un puente hacia el futuro y, aunque a regañadientes, lo había tendido.

Lo más trascendente es que había un entusiasmo genuino por la propia Harris. La vicepresidenta no se limitaba a ocupar el papel de «demócrata genérica», sino que le ponía su propia marca. Las líneas básicas de su campaña, y las razones por las que podría funcionar en 2024, parecen estar claras. Para establecer el contraste con Trump, Harris comenzó a centrarse  en su carrera como fiscal en San Francisco. Como fiscal de distrito, dice, «me enfrenté a perpetradores de todo tipo. Depredadores que abusaban de las mujeres. Defraudadores que estafaban a los consumidores. Tramposos que infringían las normas para su propio beneficio. Así que escúchenme bien cuando digo que conozco a los tipos como Donald Trump».

Además de estos antecedentes profesionales, y de alguna mención al hecho de que Harris pasó unos años viviendo en Wisconsin cuando era niña (su padre, el economista poskeynesiano jamaiquino Donald Harris, enseñó en la Universidad de Wisconsin en Madison entre 1968 y 1972), su biografía fue dejada en gran medida de lado. La persona que presentó a Harris arrancó atronadores aplausos al decir que Kamala por fin rompería el techo de cristal, pero quienes desarrollan su campaña parecen pensar que dejar que los republicanos señalen su raza y género, lo que inevitablemente harán de forma lasciva y ofensiva (llamándola, por ejemplo, «candidata DEI», una mención a los cupos de diversidad, equidad e inclusión), es una buena maniobra política.

Aun así, su identidad es importante. Durante todo el acto se invocó la sentencia «Roe», que protegía el derecho al aborto y fue anulada en 2022 por la mayoría conservadora en la Corte Suprema. Restaurar el acceso seguro al aborto será un tema central de la campaña, y Harris puede defenderlo en muchas mejores condiciones que Biden. De hecho, lo integró en una crítica más amplia de la personalidad autoritaria de Trump, así como del peligroso contenido del Proyecto 2025, una colección de propuestas reaccionarias impulsada por la Fundación Heritage para remodelar el gobierno federal de Estados Unidos en caso de que Trump gane las elecciones. «¿Pueden creer que hayan puesto eso por escrito?», preguntó Harris en un momento en el que pareció improvisar en su discurso.

Las luchas por los derechos reproductivos y la protección de la democracia estuvieron unidas por el tema de la libertad, tanto en la retórica como en la música. Ahora que Beyoncé ha bendecido el uso de «Freedom», la canción se utilizó como música de campaña.

La agenda positiva de la campaña –más allá del peligro de Trump– no se presentó con mucho detalle, pero se esbozó brevemente. Se repitieron las promesas demócratas habituales de proteger la seguridad social, Medicare, Medicaid y la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible («Obamacare»). Además, Harris se comprometió con los objetivos de acabar con la pobreza infantil, promulgar ayudas para el cuidado de la niñez y otorgar permisos parentales remunerados. Estas propuestas se incluyeron en el programa «Build Back Better» [Reconstruir mejor] y aún están sobre la mesa, a la espera de conseguir el suficiente apoyo en el Congreso. Aunque no hubo muchos aspectos que indicaran la posibilidad de desarrollar una agenda poskeynesiana o predistributiva (evitar las desigualdades en el origen), hubo aclamaciones especialmente entusiastas de la multitud cuando mencionó la posibilidad de que todos los trabajadores tengan la oportunidad de afiliarse a un sindicato.

Todavía está por verse si su mensaje llegará más allá de las bases demócratas que llenaron el estadio. No todos los días serán tan buenos como este. Trump y su candidato a vicepresidente J.D. Vance cuentan con un cerrado apoyo de sus partidarios y encontrarán líneas de ataque. El racismo y el sexismo no han desaparecido de repente de la política estadounidense, aunque Harris hace que esos ataques sean tan obvios que eso puede hacerles perder potencia, al menos parcialmente. Pero nada en su personalidad ni en el contenido de su campaña sugiere todavía la oportunidad de frenar algunos de los realineamientos partidistas en curso, por ejemplo, la creciente inclinación hacia los republicanos de la clase trabajadora blanca, especialmente entre los varones. Harris haría bien en elegir un candidato a la Vicepresidencia que pueda hablar desde su experiencia personal de las necesidades y experiencias de los trabajadores.

Aunque por el momento Harris ha conseguido el apoyo de prácticamente todos los sectores de la coalición demócrata, las tensiones internas seguramente volverán a surgir. El único alborotador del acto, un hombre mayor que caminaba con bastón, empezó a preguntarle a los gritos: «¿Detendrás el genocidio en Gaza?» a mitad del discurso. Si Kamala lo oyó, lo ignoró, y los guardias de seguridad lo sacaron de la sala sin aspavientos. Pero mientras se marchaba, algunas personas del público le susurraron en voz baja que a ellos también les gustaría que la administración cambiara de rumbo. Esas personas no consideraron su participación en el acto como un respaldo al enfoque de Biden hacia Israel. Y aunque nadie sabe hasta qué punto sería diferente la perspectiva de Harris como presidenta, pueden albergar esperanzas.

Para conquistar la Presidencia, esa esperanza será un recurso esencial para la campaña de Harris. Ese día, logró proporcionarla. La esperanza de continuar con las cosas que los demócratas aprecian del gobierno de Biden, al tiempo de mejorar aquellas que disgustan a sus bases. La esperanza de que pueda sacar a relucir las vulnerabilidades de la candidatura Trump-Vance de una manera en la que Biden no fue capaz. La esperanza de que su campaña, y las donaciones de trabajo militante y dinero no se desperdicien. La esperanza de que el país pueda ser un lugar mejor y del que puedan sentirse orgullosos.

La senadora Tammy Baldwin, que se presenta a la reelección este año, brilló por su ausencia en Madison durante la visita de Biden. Pero se presentó en Milwaukee en el acto de Kamala. Ella, al menos, parece pensar que Kamala la ayudará, y que ella podrá ayudar a Kamala. La multitud también lo pensaba. Habían esperado demasiado tiempo a que su partido les ofreciera una candidatura viable, lo que tal vez hizo que fuera fácil pasar por alto algunas de las posibles debilidades de su campaña. En un aspecto que es fundamental en las campañas presidenciales modernas, Harris tuvo éxito al ofrecer a la gente la sensación de que podía participar en algo importante. En un momento dado, estableció un contraste entre el programa retrógrado de los republicanos y el progresista de los demócratas. «¿En qué tipo de país queremos vivir?», preguntó. «El de Kamala», gritó alguien del público. La candidata se detuvo, sonrió y esperó a que cesaran los aplausos.

Nota: la versión original de este artículo, en inglés, se publicó en Dissent el 24/7/24 y está disponible aquí. Traducción: Mariano Schuster.

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