Opinión
mayo 2020

La izquierda estadounidense después de Sanders

Las consecuencias del gran desempeño de Bernie Sanders en las primarias no se disiparán fácilmente. En gran medida, ganó la «batalla de las ideas» dentro del Partido Demócrata y logró desplazarlo hacia la izquierda. Ahora se avecina un fuerte debate sobre las estrategias que deberá adoptar la izquierda y sobre cómo intervenir en el siempre complejo escenario del Partido Demócrata. Figuras como Alexandria Ocasio-Cortez encarnan el relevo generacional.

La izquierda estadounidense después de Sanders

Desde 2015, Bernie Sanders es el abanderado de la izquierda en Estados Unidos. Cuando anunció su precandidatura a la Presidencia, solo unos pocos creyeron que se trataría de algo más que de una campaña de protesta. Sanders se describió a sí mismo como un «socialista democrático» y convocó a una «revolución política», posicionándose muy por fuera de los límites de la política tradicional estadounidense. Ni siquiera era miembro formal del Partido Demócrata, aunque disputaba la candidatura presidencial por ese partido. Cinco años después, a principios de 2020, fue, por un tiempo, el favorito en la carrera por la candidatura demócrata.

En las primarias del Partido Demócrata de 2020, el actual senador por Vermont se desempeñó bien en los primeros tres de los cuatro estados de votación temprana (denominados early states). En resumidas cuentas, empató en las asambleas electorales (caucuses) de Iowa, ganó las primarias de New Hampshire y volvió a triunfar en las asambleas electorales de Nevada, donde recibió un gran apoyo de los votantes latinos de clase trabajadora. Para entonces, las proyecciones lo ubicaban como el postulante demócrata con más chances. Luego, a fines de febrero, Joe Biden, el vicepresidente de Barack Obama, a quien se considera un demócrata políticamente moderado, ganó en Carolina del Sur, el primer early state con una población afroestadounidense significativa. En un instante, muchos de los candidatos restantes abandonaron la carrera, y el 3 de marzo, que se conoce como «Súper Martes» por la cantidad de estados que celebraron primarias simultáneas, Biden dominó la escena. El camino de Sanders hacia la nominación se desvaneció.

Mientras se mantuvo en carrera, Sanders demostró que el electorado para una agenda socialdemócrata en Estados Unidos era mucho mayor de lo que casi todos esperaban, pero que al mismo tiempo no era lo suficientemente amplio como para poner en escena lo que, en esencia, habría sido una suerte de toma por asalto del Partido Demócrata. Aunque su edad no le permitirá volver a postularse, las consecuencias de su gran desempeño no se disiparán fácilmente. En gran medida, Sanders ha ganado la «batalla de las ideas» dentro del Partido Demócrata, desplazándolo sustancialmente hacia la izquierda. Pero el modo en que las organizaciones de la izquierda estadounidense buscarán seguir avanzando en una era post-Sanders sigue siendo motivo de agitados debates.

La estrategia para avanzar depende, en parte, de si se cree que Sanders realmente tenía posibilidades de ser elegido o, más bien, que sus posibilidades de triunfo eran ilusorias. Algunos partidarios de Sanders siguen resentidos porque el aparato del partido favoreció a Hillary Clinton en las primarias de 2016 y consideran que inclinó la cancha en su favor. En 2020, volvieron a ver cómo el aparato demócrata se unificaba en torno de Biden, que venía batallando por generar entusiasmo, reunir voluntarios y conseguir donaciones. «Lo que el establishment quería era asegurarse de que la gente se uniera en torno de Biden para poder derrotarme», comentó Sanders. El candidato Pete Buttigieg, por ejemplo, que había quedado empatado con Sanders en Iowa, se retiró después de una conversación telefónica con Barack Obama. Amy Klobuchar hizo lo mismo, y el apoyo de Klobuchar y Buttigieg fue esencial para potenciar a Biden contra Sanders en el Súper Martes. Muchos de la izquierda, escépticos de que el Partido Demócrata sea realmente un vehículo para lograr el cambio progresista, sienten que su candidato era simplemente inaceptable para el partido.

Desde el punto de vista del partido, hay poco misterio en esto. Sanders no era miembro formal del Partido Demócrata, sino que eligió permanecer independiente a lo largo de su carrera política como senador. Esto pudo haber sido una ventaja en la elección general para atraer a los votantes alejados del partido, pero ciertamente no fue una ventaja en las primarias, donde la mayoría de los votantes, casi por definición, se identifican como demócratas. Además de las divergencias programáticas y de la hostilidad de las elites partidarias, que temían la implementación del programa de Sanders, también había votantes corrientes temerosos de que elegirlo como candidato demócrata resultara demasiado arriesgado en un año en que lo esencial es derrotar a Donald Trump. (Las encuestas sugerían que tanto Sanders como Biden podían ganarle a Trump más o menos con las mismas probabilidades en las elecciones de noviembre, pero esto no ahuyentó los temores de que postular a un «socialista» podía no ser una jugada política inteligente). Incluso aquellos que apoyaban gran parte de la agenda de Sanders no lo vieron capaz de implementarla con éxito. Entre sus más fervientes partidarios, a veces se prestaba poca atención a los problemas que habría enfrentado si hubiera sido elegido, desde«huelgas de inversiones» hasta diversos tipos de obstruccionismo político. Al final, tanto el aparato del Partido Demócrata como la mayoría de los votantes rechazaron a Sanders. Este reunió el apoyo de algo más de 30% de los votantes, lo que solo le hubiera servido para triunfar en un escenario dividido. Una vez que la competencia se redujo a solo dos candidatos, sus posibilidades casi desaparecieron.

Hubo, tal vez, alguna posibilidad en febrero, cuando aún era posible otro resultado. Sanders era y sigue siendo muy popular y se lo ve como alguien genuino, pero al tomar la delantera tuvo que demostrar que podía ser candidato no solo de la izquierda, sino de todo el partido. Si el entusiasmo hubiera seguido creciendo, quizás el partido habría tenido que aceptarlo. Pero Sanders continuó rivalizando con el propio Partido Demócrata, lo que hacía difícil imaginar que pudiera unirlo después de la victoria. Recibió escaso apoyo de los afroestadounidenses, el grupo más leal al partido y algunos de los que más tenían para perder. Culturalmente, su campaña se mantuvo aferrada a la izquierda de una manera que no le permitió forjar las coaliciones necesarias.

En mi caso, por ejemplo, yo regresé a mi estado natal de Iowa para hacer campaña puerta a puerta en apoyo a Sanders antes del caucus. Como parte de ese trabajo de campaña, asistí a un mitín de más de 3.000 personas en Cedar Rapids: una ciudad bien conocida por el olor a avena, debido a una fábrica ubicada en las afueras. Además de un discurso del propio Sanders, el mitin contó con la presentación de la banda Vampire Weekend y de figuras prominentes como el cineasta Michael Moore y el filósofo marxista, teólogo y activista de derechos humanos afroestadounidense Cornel West. La multitud estaba entusiasmada, pero yo me fui preocupado: probablemente había más voluntarios de otros estados que gente de Iowa. También noté la ausencia de un plan para expandir el movimiento más allá de la izquierda (representada por figuras como Moore y West, que son muy respetadas pero que no significan mucho fuera de ese espacio) y de los jóvenes (representados por las muchas bandas populares, como Vampire Weekend, que tocaron gratis en la campaña de Sanders). Al día siguiente, hablando con los votantes puerta a puerta, conocí a muchos que habían apoyado a Sanders en 2016 pero que ahora pensaban que Elizabeth Warren o Buttigieg eran una mejor opción.

Sanders necesitaba expandir su atractivo más allá de quienes se identificaban con el «socialismo». Pero no se trataba simplemente de convencer a la gente de los méritos del candidato: se trataba de persuadir a los escépticos de que tenían un lugar en su campaña y de que su estrategia de cambio daría sus frutos. Sanders aseguró que él era el único que podía atraer a las urnas a los jóvenes y a los abstencionistas desilusionados. Pero esos grupos no se movilizaron en los estados de votación temprana de una manera que cambiara los fundamentos de la contienda electoral. Al mismo tiempo, las relaciones se agriaron entre diferentes grupos de votantes. Warren, la segunda candidata más progresista de las primarias, congregó a su alrededor un grupo de seguidores leales representado por profesionales progresistas muy formados. La campaña de Warren tomó un considerable ímpetu a fines de 2019, cuando Sanders aún se estaba recuperando de un ataque al corazón. Al encabezar las encuestas por primera vez, muchos medios pro-Sanders, como la revista Jacobin, lanzaron ataques contra Warren, llo que erosionó las relaciones entre sus partidarios. El tipo de comportamiento en las redes de algunos partidarios de Sanders fue considerado grosero, lo que puede haber disuadido a algunos de unirse a la campaña. Fundamentalmente, la identidad de la izquierda se ha construido en torno de las deficiencias del «liberalismo» −en su sentido estadounidense, donde es más o menos sinónimo de progresismo−, lo que hace difícil imaginar cómo forjar la coalición necesaria con las alas más moderadas del Partido Demócrata.

Había voces dentro del grupo de campaña de Sanders que lo instaban a encontrar formas de expandirse más allá de su base tradicional, pero resultaba difícil para el candidato cambiar el mensaje que lo había llevado tan lejos y por el que había estado propugnando con gran consistencia desde la década de 1960. Vi algo de esto personalmente. Durante las primarias me desempeñé como consultor de campaña, como parte del equipo asesor en política exterior. (En mi vida diaria, enseño historia de Estados Unidos y de América Latina en la Universidad de Wisconsin). No tuve contacto directo con Sanders, ni acceso a la discusión o debate entre bastidores. Pero tenía disponibilidad para ayudar a elaborar mensajes y propuestas en un área en la que Sanders tenía que andar con cuidado. Él viene de la tradición antiimperialista de la izquierda estadounidense y sus críticos se han mostrado ansiosos por vincularlo con el «socialismo» venezolano. En general, creo que manejó bien la campaña: dejó en claro que no tenía interés en defender a gobiernos autoritarios, al tiempo que ponía el acento en la necesidad de establecer una relación con los países latinoamericanos basada en la igualdad y la no intervención y criticó la forma en que las bravuconadas de la administración Trump ayudaron a afianzar a figuras de línea dura en la región.

Sin embargo, cuando Sanders comenzó a liderar las encuestas, inevitablemente se enfrentó a un mayor escrutinio. Un entrevistador divulgó una cinta de Sanders de los años 80 en la que explicaba que los cubanos no se habían rebelado contra Fidel Castro durante la operación para derrocarlo patrocinada por Estados Unidos en Bahía de los Cochinos, diciendo que «él educó a los niños, les dio atención médica, transformó la sociedad por completo». Todo eso es bastante exacto. Cuando le presentaron el clip, Sanders respondió: «Nos oponemos de lleno a la naturaleza autoritaria de Cuba, pero sería injusto decir que todo está mal». Otra vez, nada falso: pero a mucha gente (y a los editores de titulares) le parecía que Sanders estaba alabando a Fidel Castro. Esto planteaba dudas tanto sobre su punto de vista como sobre sus posibilidades de ser elegido. ¿Qué clase de socialista es? Al periodista liberal Chris Matthews prácticamente le dio un ataque de nervios en vivo, en la televisión, y pontificó: «Creo que si Castro y los comunistas hubiesen ganado la Guerra Fría habría habido ejecuciones en Central Park y yo podría haber sido uno de los ejecutados. Y habría habido personas celebrándolo». Matthews, quien sin duda no tenía esas dudas, dijo que no sabía con certeza si la visión que Sanders tenía del «socialismo» se parecía a la de Cuba o a la de Dinamarca. Como mínimo, esta controversia fue percibida como un gran lastre en Florida, un estado importante en las elecciones generales. En un estado con muchos cubanos anticastristas que generan opinión (por no mencionar a migrantes venezolanos, nicaragüenses, etc.), estas declaraciones constituían una prueba de que Sanders no reconocía la naturaleza esencialmente represiva del gobierno de Castro, o de que estaba atrapado en la nostalgia revolucionaria.

Pasé unos días febriles tratando de proporcionar a Sanders una serie de ideas sobre cómo tratar el tema. En mi opinión, debía evitar hablar de Castro, aprovechar las preguntas sobre estas declaraciones como una oportunidad para dejar más claras sus ideas sobre el socialismo y, al mismo tiempo, explicar que la gente no tenía que identificarse como «socialista» para apoyar su campaña. Podía remarcar su larga y bien documentada defensa de las libertades civiles en Estados Unidos. Podía poner el acento en el retroceso que significaron las políticas de Trump respecto de la apertura diplomática del gobierno de Obama hacia Cuba y cómo esto sirvió para reforzar al ala más represiva del gobierno cubano.

Cuando fue candidato, Obama también se enfrentó a acusaciones −muchas de ellas de tinte racista− de estar fuera de la política mainstream de Estados Unidos. En 2008, apareció un video del pastor de su iglesia, Jeremiah Wright, diciendo «Dios maldiga a Estados Unidos», y Obama respondió con un discurso conmovedor y matizado sobre las complejidades de la raza en el país que lo distanció de su pastor y dejó patente una gran habilidad política. Esto calmó los temores sobre la «ineligibilidad» de Obama y demostró que sabía cómo esquivar los obstáculos puestos en su camino. Pensé que el tema de Cuba le daría a Sanders una oportunidad similar que podríamos aprovechar. Pero en un debate que tuvo lugar un par de días después, básicamente reiteró su posición anterior, dando vueltas alrededor de la crítica del intervencionismo estadounidense en América Latina. Una vez más, todo lo que dijo fue cierto, e incluso moralmente correcto, pero alimentó una percepción más amplia, creo, de que no tenía la destreza que necesitaría en los meses venideros. Entre otras cosas, esto lo convirtió en un candidato «inaceptable» en las elecciones generales, lo que llevó a los votantes y al partido a su veredicto en el Súper Martes.

En 2016, Sanders permaneció en la carrera de las primarias incluso cuando ya era claro que no tenía chances de ganar, buscando mantener su influencia en el programa del partido. Este año tomó una decisión diferente. La propagación del coronavirus y las diferentes formas de confinamiento y distanciamiento social que se establecieron para combatirlo hicieron que ir a votar se tornara peligroso. (Aun así, en el estado de Wisconsin, donde vivo actualmente, la legislatura y los jueces republicanos rechazaron los intentos del gobernador demócrata de retrasar las elecciones hasta que pudieran celebrarse con seguridad). Debido al escalonamiento del calendario de votación de las primarias, muchos estados todavía tenían elecciones pendientes. En lugar de poner a la gente en riesgo, Sanders abandonó la carrera y decidió darle su apoyo a Biden.

Aunque Sanders y Biden son amigos personales desde hace un tiempo, Biden no tiene mucha credibilidad en la izquierda. Tiene la reputación de ser un demócrata convencional. Pero se ha dado cuenta de que el apoyo y el entusiasmo que Sanders generó se volvieron una parte significativa del partido y debe adaptarse a este nuevo contexto. En el marco de múltiples crisis, incluida la catastrófica respuesta del gobierno federal a la pandemia de Covid-19 y los potenciales efectos destructivos del cambio climático, muchos votantes jóvenes temen que Biden no comparta su sentido de urgencia. Pero a diferencia de lo que hizo Clinton en 2016, Biden invitó a miembros del comando de campaña de Sanders a unirse a su equipo. Biden también ha intentado incorporar algunas de las propuestas políticas de Sanders y Warren, con la esperanza de generar cierto entusiasmo entre la base electoral juvenil de Sanders. En mayo, Biden y Sanders anunciaron juntos la formación de cuerpos especiales unificados para desarrollar la plataforma política del partido, con tres de cada ocho miembros escogidos por Sanders.

Durante la precampaña, Biden tuvo dificultad en atraer a grandes y entusiastas multitudes. Pero como el coronavirus hace imposible la realización de grandes eventos de campaña, probablemente las concentraciones masivas sean menos relevantes para los resultados de noviembre. En Madison, mi ciudad, aún no he visto un cartel en los jardines en apoyo a Biden, pero sí vi algunos en apoyo a «Cualquier Adulto Capaz 2020». Las encuestas actuales sugieren que pasar desapercibido y no ser Trump debería ser ya una estrategia ganadora, aunque el resultado de 2016 advierte contra el exceso de confianza.

Las organizaciones de la izquierda, mientras tanto, están divididas. Los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés) rechazaron respaldar a Biden. Para los críticos, esta decisión condenará a DSA a la irrelevancia en los próximos años (aunque no queda claro si Biden hubiera querido o se hubiera beneficiado del respaldo de DSA). Algunos socialistas ven la derrota de Sanders como una muestra de los límites de este tipo de estrategias electorales dentro del Partido Demócrata y han puesto sus expectativas en un tercer partido. Sin embargo, más allá de algunos comentaristas destacados, la gran mayoría de los partidarios de Sanders votará por Biden en noviembre. La respuesta heterogénea de la izquierda muestra de alguna manera que el «culto a Bernie» imaginado por algunos críticos no era tal cosa: sus partidarios están pensando por sí mismos y ni siquiera siguen necesariamente las indicaciones de Sanders, que ha sido claro en la importancia de elegir a Biden. Pero hagan lo que hagan, los miembros y las organizaciones de la izquierda tendrán que mirar hacia el futuro.

Sanders llevó a muchos referentes de la izquierda estadounidense a posiciones en el mundo político impensadas hace algunos años. Entre ellos, quizás, está su probable sucesora como líder simbólica de la izquierda estadounidense: Alexandria Ocasio-Cortez. A diferencia de Sanders, Ocasio-Cortez no es ambigua sobre su lugar en el Partido Demócrata, aunque dijo en enero que «en cualquier otro país, Joe Biden y yo no estaríamos en el mismo partido, pero en Estados Unidos lo estamos». Es una declaración que resume el desafío que la izquierda estadounidense tendrá siempre enfrente: sin reformas constitucionales o cambios en el sistema electoral, tendrá que participar en un partido que no es un partido de izquierda. Aun así, hay quienes tienen esperanza. En mayo, se anunció que Ocasio-Cortez formará parte del cuerpo especial consultivo sobre cambio climático. Y, con un mirada al futuro, ella posee un talento político formidable. «La forma en que ella se expresa busca crear una mayoría en términos que a Bernie no le interesan», dijo Max Berger, un miembro progresista del equipo de Warren. «Si Bernie es Moisés, entonces Alexandria Ocasio-Cortez es Josué». Pero en la Biblia hebrea, Dios le dice a este último, quien asume el liderazgo de los israelitas después de la muerte del primero, que sea fuerte y valiente, y que no se desvíe de leyes de Moisés, ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. En este caso, quizás alguien menos agobiado por la herencia del pasado sea capaz de llevar la bandera del futuro.


Traducción: Rodrigo Sebastián



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