Opinión
abril 2019

Israel: entre un rey ambicioso y un soldado ejemplar

Netanyahu está a punto de superar a David Ben Gurion como el primer ministro israelí que más permaneció en el cargo. Sin embargo, le ha aparecido un oponente poderoso: el ex jefe del Ejército, Benny Gantz. Las extrañas alianzas de ambos candidatos expresan una situación política de crisis en la que ya nadie habla del conflicto palestino. Israel, un país cuya democracia nunca estuvo al margen de la ocupación, va a las urnas: a los candidatos les sobran palabras para un futuro incierto.

Israel: entre un rey ambicioso y un soldado ejemplar

Hace 150 días nadie hubiera anticipado lo que sucedería en Israel. La ministra de Justicia Ayelet Shaked y el ministro de educación Naftali Bennett seguían dentro del partido nacionalista religioso Hogar Judío; la hoy retirada ex canciller Tzipi Livni era jefa de la oposición en una alianza con el líder laborista Avi Gabbay; el ex jefe del Ejército Benny Gantz se debatía si entrar a la política siendo número dos en la lista del ex periodista Yair Lapid y la noticia principal era la renuncia intempestiva del ministro de defensa Avigdor Liberman acusando al primer ministro israelí de no ser lo suficientemente duro contra el «terror» de Hamas. Un panorama de situación que provocó la decisión de Netanyahu de dar por terminada su coalición de gobierno, con la plena seguridad de que una próxima elección le garantizaría más votos y un gobierno más estable.

Al día de hoy -y recordando esa frase de Woody Allen que reza que «si querés hacer reír a Dios, cuéntale tus planes», Netanyahu se encuentra bajo una presión nunca experimentada desde que retornó al poder en 2009 (su primer periodo de gobierno se extendió desde 1996 hasta 1999). Convocó a elecciones anticipadas pensando que las ganaría con facilidad y que así fortalecería su representación parlamentaria ante los dos polos que comenzaban a perturbar un «reinado» casi inexpugnable: el Poder Judicial (con las graves acusaciones de corrupción articuladas por la policía y el Procurador General de la Nación) y sus socios parlamentarios de derecha (que lo atacaban por no ser lo suficientemente duro contra el «terror» de Hamas). Y para completar el cuadro amenazante, al experimentado primer ministro le apareció un peligroso némesis -encarnado en el ex jefe del Ejército israelí Benny Gantz- que le trae aparejadas pesadillas del pasado: en las últimas tres décadas, el Likud solo perdió dos elecciones y en ambas oportunidades contra dos ex jefes del Ejército israelí como Yitzhak Rabin y Ehud Barak. ¿Podría Benny Gantz, el gran opositor de Netanyahu en los próximos comicios, ganarle al Likud como lo hicieron Rabin y Barak en el pasado?

Precisamente Benny Gantz, su principal rival en las próximas elecciones y líder del partido «Azul y Blanco» -con Yair Lapid de numero dos-, no solo condujo al Ejército durante casi media década (incluida la guerra de 2014), sino que incorporó a su lista electoral a otros dos ex comandantes que lo precedieron en el cargo como el kibbutziano derechista Moshe Ya'alon y el debutante en la política Gabi Ashkenazi. Es difícil creer que toda la situación no le recuerde a Bibi Netanyahu las elecciones de 1999, cuando Ehud Barak, Amnon Lipkin-Shahak e Yitzhak Mordechai (dos ex jefes del Ejército y un importante general) se enfrentaron a él y lo derrotaron. Asimismo, el lenguaje corporal del candidato opositor a Netanyahu recuerda en más de un gesto a Rabin. Sus movimientos, sus discursos, su incomodidad ante las cámaras, su inglés quebrado, sus modismos y autenticidad, provocaron que más de un periodista israelí recalcara los parecidos con el asesinado primer ministro. Es probable que Gantz no sea tan amado como el héroe de la Guerra de los Seis días (Rabin) ni respetado como el soldado más condecorado de la historia israelí (Barak) pero nadie duda en que su esencia y trayectoria es similar a la de cualquier ciudadano a pie. Su currículum vitae desborda de lugares comunes que, a pesar de las diferencias políticas, enorgullecen a más de un israelí: hijo de sobrevivientes del Holocausto, nacido en Israel y criado en un moshav (asentamiento) agrícola, educado en un yeshiva (casa de estudios religiosos), realizó el servicio militar en la admirada Unidad de Paracaidistas (una de sus primeras tareas fue custodiar el arribo del antiguo presidente egipcio Anwar al Sadat en 1977), integrante de las respetadas fuerzas especiales y general del Ejército.

Mientras que es cierto que su avance dentro del Ejército radica en siempre en haber estado en el lugar indicado con los amigos y mentores correctos, Gantz encarna los antiguos valores de devoción al estado hebreo junto al irrestricto cumplimiento de sus reglas, hoy pisoteadas por Netanyahu. Justamente, el actual primer ministro funciona como su contracara perfecta en un juego de opuestos. No solo pasó gran parte de sus años de formación en Estados Unidos (es hijo de un prominente historiador del revisionismo sionista que se instaló en el poderoso país del norte), sino que Netanyahu también se graduó en el Instituto Tecnológico de Massachussets con un máster en administración de empresas. Además, sirvió exitosamente como vice embajador y representante ante la ONU en New York, y suele emplear la jerga, los modos y las «chicanas» de la derecha republicana. De hecho, se convirtió en un favorito de Estados Unidos con sus grandilocuentes visitas a los talk shows locales como especialista en la «lucha contra el terrorismo» (apoyado en el supuesto heroísmo de su hermano muerto en una operación de rescate dentro de Uganda). Incluso mucho antes de que la mayoría de los israelíes oyeran pronunciar su nombre, el presidente Ronald Reagan le recomendó en 1986 a todo su staff que leyeran el libro de Netanyahu: «Terrorismo: cómo occidente puede ganar».

En resumen, el Netanyahu político -a quien se lo conocía como Ben en la secundaria estadounidense de Cheltenham y cambió su apellido a Nitay durante sus años de universidad debido a que sus compañeros tenían problemas en pronunciar Netanyahu- es un producto casi total de Estado Unidos, donde empezó su carrera política cortejando a ricos neoyorquinos como Ronald Lauder, quien lo presentó a su vez con otros millonarios, como su hoy alumno Donald Trump. A pesar de que no es religioso, Bibi forjó allí una estratégica alianza con el líder de la organización Jabad Luvabitch, Menachem Mendel Schneerson (quien lo recibió en su residencia de Brooklyn y le ordenó «encender una vela por la verdad y el pueblo judío» en esa «casa de las mentiras» de la ONU). Ya en su vuelta a Israel, se rodeó de derechistas israelíes que habían nacido en Estados Unidos o pasado largas temporadas en ese país (Dore Gold, un académico de Connecticut que escribió su tesis sobre cómo Arabia Saudita apoyaba al terrorismo, David Bar-Ilan, un pianista que editó el Jerusalem Post; y el intelectual revisionista Yoram Hazony entre otros)

A pesar de que Netanyahu seguramente será procesado - resta una audiencia- por los graves cargos de soborno, fraude y abuso de confianza, Benny Gantz no la tiene fácil ante un animal político que está dispuesto a utilizar cualquier artilugio que tenga al alcance para conservar el poder. Vale recordar que, en las anteriores elecciones de 2015, al ver que las encuestas no marcaban una notoria ventaja sobre sus contrincantes, Netanyahu grabó un video alertando que las ONG y «los izquierdistas» del país estaban subiendo «árabes en masa» a micros para llevarlos a votar (algo parecido a lo que Menachem Begin dijo de los kibbutzianos en la elección de 1977). Y en estos días, además de acusar a Gantz de tener problemas psicológicos y otras mentiras sin fundamentos, anunció que no piensa evacuar ni a un solo judío de las colonias israelíes junto con su compromiso de extender la soberanía israelí sobre Cisjordania (lo que no aclaró es si piensa hacerlo sin otorgarles derechos civiles y electorales a los mayoritarios palestinos que viven allí, lo que produciría ni más ni menos que un claro estado de apartheid). A pesar de que la declaración de Bibi puede encuadrarse en la demagogia de una campaña electoral que busca agrupar a la mayoritaria derecha israelí bajo su figura, vale recordar que tanto la colonización de Cisjordania como la anexión de Jerusalén Este y el Golán se hicieron de igual manera: paso a paso, con acciones que violaron la ley internacional y la Declaración de Ginebra, y sorprendiendo hasta los más escépticos.

Claramente la jugada del primer ministro busca no solo un triunfo electoral sino también blindar su situación legal dentro del próximo parlamento con un aliciente (la anexión parcial de Cisjordania para que los diputados de derecha apoyen una legislación que lo proteja de ser procesado mientras esté en el cargo) que hasta hace poco solo los más extremistas israelíes fantaseaban. Ante ese escenario, es probable que Netanyahu busque anexar al menos los principales bloques de asentamientos, como Gush Etzion, Ma’aleh Adumim y Ariel (donde funciona una importante universidad nacional), y hacerlo con cierto grado de respaldo estadounidense. El reconocimiento de la soberanía israelí sobre Golán; la reubicación de la embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv a Jerusalén; y el retiro del acuerdo nuclear de Irán de 2015; indican que Trump puede ser fácil de convencer. Asimismo, debe tenerse en cuenta que Netanyahu está materializando un deseo de gran parte de la población israelí: una encuesta del diario Haaretz encontró un 42% de respaldo para la anexión total o parcial de Cisjordania (que se desglosó en 27% para la anexión de todo el territorio y 15% para la anexión del Área C, la cual representa el 60% de territorio palestino no contiguo de Cisordania y que es donde se encuentran todos los asentamientos judíos). Solo el 28% de la población dijo estar en contra de cualquier anexión.

La decisión del procurador general Avichai Mendelbilt (quien sirvió hasta hace unos años como asesor legal de la propia oficina del actual primer ministro) de procesar a Netanyahu -con previa audiencia-, apenas alteró las encuestas en una población que se inclina por mantener a un líder que promete continuar el statu quo político y territorial. Pero después del procesamiento, el ex jefe del Ejército empezó a coquetear en forma más activa con la derecha moderada israelí. En la plataforma electoral de su partido «Azul y Blanco», Gantz rechazó los retiros de los territorios ocupados y no mencionó a un Estado palestino o la evacuación de asentamientos aislados. Si bien muchos pueden elevar el grito al cielo debido a que esos puntos no figuran en sus promesas de gobierno, la acción se condice con una constante de la política israelí: casi nunca nadie ganó las elecciones israelíes prometiendo retiros territoriales y conferencias de paz. En 1977, Menachem Begin no escribió que evacuaría los asentamientos israelíes en el Sinaí, Yitzhak Rabin no prometió en 1992 que firmaría el acuerdo de Oslo con Yasser Arafat y Ariel Sharon no se comprometió a retirar los asentamientos de la Franja de Gaza y el norte de Cisjordania (es más, en la campaña de 2003 dijo que la asilada colonia gazatí de Netzarim era tan importante como Tel aviv). De hecho, una constante se aplica a todos esas campañas: todos sumaron votos hablando de seguridad y statu quo, pero después hicieron exactamente lo contrario a lo que prometieron.

Diecinueve de los veinte parlamentos israelíes fueron encabezados por el candidato que más votos sacó en las elecciones (hubo en el pasado otras tres elecciones directas para primer ministro en 1996, 1999 y 2001). Sin embargo, la actual contienda puede inclinarse, no ya por el candidato más elegido, sino por el que pueda formar una coalición de gobierno de por lo menos 61 diputados (la Knesset tiene 120 miembros). Y bajo esa condición, el actual primer ministro tiene muchísimas más posibilidades que su principal opositor pues todas las encuestas le dan al bloque derechista de 61 a 67 escaños, mientras que el grupo llamado de «izquierda» (en Israel se denomina izquierda al campo pro-paz judío y a los partidos árabes) se proyecta entre 59 y 53 lugares. Además, ese no es el único problema de Gantz. En la propia naturaleza de la historia política israelí junto al acuerdo con el secularista Lapid puede estar condenada la imposibilidad de su victoria: los partidos ortodoxos ya anunciaron que nunca participarán de una coalición con Lapid -ya que este intenta secularizar el Estado- y Gantz también anunció que no va a formar gobierno con los partidos árabes israelíes replicando una acción sionista repetida desde la fundación del Estado por todos los partidos ganadores. La única alternativa que parece darle posibilidades a la lista «Azul y Blanca» es sacar bastante más votos que el Likud, que el presidente israelí le encomiende al ex jefe del Ejército intentar formar un gobierno en primer lugar (abriendo un nuevo escenario donde tratara de convencer a sus hoyrivales mediante ofertas de cargos y administración de presupuestos), que unos cuantos partidos de derecha no entren al Parlamento al no poder lograr el mínimo electoral del 3,5 por ciento de los votos o que Netanyahu decida renunciar al ser derrotado por un número importante de votos (y comprobar que si forma una coalición junto a una variedad de partidos chicos de derecha su gobierno no será estable ni lo protegerá de las acusaciones legales)

Netanyahu no es cualquier israelí. Sin duda, cuando el Estado judío cumpla 100 años en 2048, Bibi será elegido entre los diez israelíes (o incluso cinco) más importantes de su historia. Está a meses de superar al fundador del estado David Ben Gurion como el primer ministro que más permaneció en el cargo (ya es el único que se mantuvo diez años consecutivos en el mismo) y condujo sin ninguna oposición al Likud en 21 de los últimos 26 años. Como ministro de Finanzas recuperó la economía del país durante la sangrienta Segunda Intifada (dándole el toque final a un estado de bienestar ya desarmado dos décadas antes por Shimon Peres) y es el primer ministro con menos israelíes muertos durante sus mandatos (no así de palestinos). A pesar de su retórica guerrera, no es adepto a ingresar en conflictos armados con finales no claros y fue el único líder israelí en aceptar públicamente un Estado palestino (Bar Ilan, 2009). Hoy no solo cuenta el apoyo de líderes mundiales como Donald Trump y Vladimir Putin para que continúe en el cargo, también logró una extraña alianza con la derecha evangélica estadounidense que le permite prescindir del influyente apoyo judío de ese país (que vota mayoritariamente Demócrata y representa diez o quince veces menos cantidad de población que los evangélicos). No obstante, la erosión democrática del Estado de Israel precede a Netanyahu. Fue el Laborismo de «centro izquierda» -y no el Likud- el que colonizó los territorios conquistados y construyó los asentamientos. Fue el Laborismo quien inició «hermosas amistades» con la Sudáfrica del Apartheid o la Rumania de Ceausescu. Y también fue el partido centrista Kadima, el cual puso a Daniel Friedmann como ministro de Justicia en 2006, comenzando los ataques contra la Corte Suprema, el poder judicial y el denominado «activismo jurídico».

Los liberales israelíes suelen consolarse argumentando que dentro de Israel, y no en Cisjordania o Gaza, se vive una democracia vibrante y justa. Pero esa es una mentira para entusiastas: la democracia israelí nunca estuvo al margen de la ocupación. Desde 1948 hasta 1966 (un año antes que comenzara la colonización de Cisjordania), Israel puso a todos los habitantes árabe-israelíes que viven dentro de Israel bajo control miliar. Aun así, los liberales israelíes gustan usar las elecciones libres de su país y la prensa activa -cada día más minúscula- como evidencia de una vitalidad democrática que convenientemente olvida que, en 71 años de estado, más de 50 han sido de colonización y de conquista. Resulta problemático negar que luego de haber sobrevivido a guerras e intifadas la mayor amenaza a la continuidad democrática del Estado judío no es externa y sí está encarnada en su propio liderazgo. Lo cierto es que Netanyahu es el líder que mejor representa al Israel de hoy -el primero que está a punto de ser enjuiciado mientras es el responsable máximo del país- y el que los israelíes tristemente se merecen.



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