Historia oral y vida cotidiana en Cuba
Nueva Sociedad 242 / Noviembre - Diciembre 2012
Aunque en general se cree que en los países socialistas la historia oral resulta irremediablemente fallida porque la gente teme hablar sobre su vida, este trabajo muestra que los cubanos desafían con frecuencia el relato oficial sobre la Revolución. A pesar de la aprensión inicial, la mayoría de los entrevistados contó su historia con considerable franqueza, describiendo los placeres y las dificultades de vivir en Cuba. También abordaron una cuestión polémica: la creciente desigualdad. Enfrentando la política oficial, describieron los momentos igualitarios de su juventud y los escozores de la desigualdad, manifestando sentimientos ambivalentes que dan cuenta de la Cuba contemporánea.
La historia oral bajo el socialismo
Hay consenso acerca de que en los países socialistas la historia oral resulta irremediablemente fallida porque la gente teme hablar sobre sus vidas, una idea sustentada por gran cantidad de evidencia recogida en la Unión Soviética y Europa del Este. Las investigaciones muestran que la gente temía terminar en el gulag o en el cementerio si no repetía la historia oficial frente a los entrevistadores. Como es de prever, la historia oral fue escasa detrás de lo que se llamó la «Cortina de Hierro», antes de la caída del Muro de Berlín, y más tarde floreció, cuando la población empezó a pedir a gritos contar la historia de sus vidas1.
Un hilo conductor de los relatos postsoviéticos sobre la vida bajo el comunismo era que el temor impregnaba toda la sociedad. Las notables similitudes que percibió entre estas historias llevaron a Luisa Passerini a sugerir que «la memoria parece tener un efecto aplanador sobre el concepto de totalitarismo, en tanto y en cuanto recuerda experiencias diferentes de maneras muy similares»2. Por extensión, propongo que algunos historiadores orales parecen haber empobrecido nuestra comprensión sobre la vida bajo el comunismo3. Me vienen a la mente tres libros galardonados: Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin, de Orlando Figes; Stasiland: Historias del otro lado del Muro de Berlín, de Anna Funder, y Querido Líder. Vivir en Corea del Norte, de Bárbara Demick4. A pesar de sus muchos méritos, sospecho que estos libros deben sus premios en parte a que cuentan historias sobre el miedo y la brutalidad implacables registrados durante el comunismo.
En un ensayo provocador, «Success Stories from the Margins: Soviet Women’s Autobiographical Sketches from the Late Soviet Period», Marianne Liljestrom advierte sobre el efecto de tal empobrecimiento5. Sostiene que en las sociedades postsoviéticas hubo una limpieza masiva de la memoria colectiva, en la que solo se consideraron auténticas las historias de sufrimiento, represión y disidencia. Los recuerdos de otra índole, de realización profesional, de amistades y placeres, fueron sospechados de ser falsos, ideológicamente forzados, y expurgados del relato histórico. Lo que nos queda, advierte Liljestrom, es una comprensión incompleta de la vida en el periodo soviético tardío. Veinte años después de la observación de Passerini, una nueva ola de historia oral permite enriquecer nuestro conocimiento de la vida en las sociedades socialistas. Los historiadores orales que trabajan en Rusia y en los países del antiguo bloque soviético descubrieron que algunas personas han reevaluado su pasado, desenterrando recuerdos que habían quedado sumergidos en el fervor postcomunista. Como Natalya Pronina, una economista de la ciudad rusa de Saratov, le dijo a Donald Raleigh, «el periodo soviético (...) [tuvo] sus virtudes. Hubo mucho malo en él, pero también mucho que estuvo bien. Igual que hoy: hay algunas cosas buenas y otras malas»6.
A contracorriente, los cubanos y las cubanas hablan
La colección de 110 entrevistas que mis colegas y yo registramos en Cuba desde 2004 hasta hoy no demuestra que allí el miedo invalidara la historia oral. La mayoría de los cubanos y las cubanas, a pesar de su aprensión inicial, relató sus historias de vida con considerable franqueza, incluso, o especialmente, cuando su relato contradecía la narrativa oficial sobre la Revolución. En lugar de simplificar las complejidades del presente y el pasado, estas entrevistas profundizaron el conocimiento sobre la Revolución. A mi entender, Cuba es el único país socialista donde la gente ha estado dispuesta a hablar con los entrevistadores con cierta franqueza. En su gran mayoría, otras investigaciones sobre la vida en las sociedades socialistas se han llevado a cabo a posteriori o con exiliados.
Antes de nuestro proyecto, hacer historia oral era algo tabú en Cuba. En 1968, una década después de que la Revolución llegara al poder, Fidel Castro invitó a Oscar Lewis, el famoso antropólogo estadounidense, a entrevistar a los cubanos y las cubanas acerca de sus vidas. «Tener un registro objetivo de lo que la población siente y piensa sería una importante contribución a la historia cubana (...) Este es un país socialista. No tenemos nada que ocultar; no hay reclamos ni quejas que no haya escuchado ya», le dijo Castro a Lewis7. A pesar de este inicio alentador, 18 meses más tarde funcionarios de alto rango cancelaron abruptamente el proyecto. Los líderes declararon después que Lewis era un agente de la CIA, algo que prácticamente nadie fuera de Cuba creyó cierto. Es probable que la verdadera razón por la cual el gobierno puso fin al proyecto fuera que los cubanos actuaron exactamente como Fidel predijo: se quejaron, hablaron de sus reclamos, describieron los logros y las fallas de la Revolución. (En el código local, «la Revolución» significa Cuba después de 1959). Respecto de esa franqueza, Ruth Lewis, la codirectora del proyecto, escribió: «¿Era posible escribir una historia de vida honesta, creíble, en la Cuba socialista? (...) Creemos que las historias de vida (...) son tan honestas y reveladoras como las que hemos recogido en otros lugares. Lo ventajoso de una larga autobiografía [es que] permite que emerjan la personalidad esencial y la opinión del informante»8.
El siguiente proyecto de historia oral también terminó abruptamente porque los cubanos hablaron con franqueza sobre sus vidas. En 1975, Gabriel García Márquez, amigo cercano de Castro, entrevistó a cubanos y cubanas de toda la isla para un libro que quería escribir sobre la Revolución. Un año después abandonó el proyecto porque, de acuerdo con lo que les comentó a sus amigos, lo que la gente decía no encajaba con el libro que tenía en mente9. Luego de estos fracasos, el gobierno cubano no autorizó otros proyectos grandes sobre historia oral, hasta el nuestro10. Podría pensarse que los altos dirigentes políticos decidieron que no querían «tener un registro de lo que la población siente y piensa» sobre su vida en el socialismo.
A pesar de las advertencias de que el gobierno cubano acallaría cualquier intento de hacer historia oral en la isla, en 2003 reuní a académicos cubanos y británicos para elaborar un proyecto que llamamos «Voces Cubanas». Aunque la mayoría de los cubanos y las cubanas del equipo estaban bien relacionados con los círculos oficiales, al cabo de casi dos años no habíamos logrado la aprobación gubernamental. Como último recurso, presentamos nuestra propuesta a Mariela Castro Espín, que tenía la reputación de romper tabúes. Al igual que su tío Fidel, Mariela Castro entendió de inmediato la importancia de documentar las historias de vida de los cubanos y las cubanas comunes y corrientes y se abocó a obtener los permisos necesarios. A pesar de su acceso íntimo a la cúpula del poder –es hija del presidente Raúl Castro, el entonces ministro de Defensa y ya sabido heredero de su hermano Fidel, y de Vilma Espín, en ese momento presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC)–, el proceso demoró muchísimo. Por casualidad, justo cuando el equipo estaba a punto de darse por vencido, el proyecto se aprobó.
«Voces Cubanas» fue lanzado oficialmente en 2005, con bombos y platillos, en el aula magna de la Universidad de La Habana11. Luego de este comienzo glamoroso, el proyecto avanzó de manera dispar, sobreviviendo a una complicación tras otra. Nuestro primer obstáculo fue la dificultad para seleccionar a quienes serían entrevistados. Algunos colegas del equipo tendían a elegir candidatos a través de los canales oficiales o semioficiales, mientras que otros adoptamos diversos métodos: pedimos a conocidos que nos recomendaran gente para entrevistar y ellos, a su vez, sugirieron a otros. Se podría decir que unos y otros implementábamos el método «bola de nieve», aunque cada uno deliberadamente echó a rodar las bolas en lugares diferentes. Al final, la mayoría de los entrevistados se eligieron al azar, no en el sentido de un muestreo aleatorio de manera cuantificable o verificable, sino más bien en el armado de un grupo de personas de edades, ocupaciones, círculos sociales y perspectivas políticas decididamente diferentes. Durante el proyecto, el equipo llevó a cabo entrevistas en ciudades y poblaciones rurales en las provincias de La Habana, Santiago, Holguín, Bayamo, Matanzas y Sancti Spíritus12.
Muchos sentenciaron que el proyecto estaba condenado al fracaso porque las mujeres y los hombres que vivían en la isla tendrían miedo de hablar sobre sus vidas. Me advirtieron acerca del doble discurso: los cubanos dirían algo que no pensaban y pensarían algo que no iban a decir. La gran sorpresa no fue cuánto dejaron fuera de sus relatos los cubanos y las cubanas por temor a represalias, sino cuánto incluyeron. Al principio, descubrimos que en líneas generales los narradores eran comunicativos, quizás no al iniciar las entrevistas pero sí casi siempre antes del final. Al empezar, muchos entrevistados parecían nerviosos. Sus voces, caras, gestos y silencios delataban miedo. Cuando les explicábamos que, para preservar el anonimato, cambiaríamos todos los nombres, algunos preguntaban cómo podríamos camuflar su identidad en una isla pequeña con un gran aparato de seguridad. Sin embargo, a pesar de la inquietud inicial, la mayoría de los narradores superaba la aprensión. Hay un momento decisivo, un antes y un después, en muchos de los relatos de vida. Una mujer lo dijo sin rodeos: «Olvida lo que te dije ayer. Anoche no pude dormir pensando en todo esto y lo pensé bien. Ahora quiero decirte lo que pasó realmente»13.
Al final de una, dos, tres o más entrevistas a lo largo de muchos meses o años, la mayoría de los narradores revelaba, de manera intencional o no tanto, aquello que les gustaba y les disgustaba de vivir en Cuba. La sinceridad o la honestidad, llámenla como quieran, emergía conforme avanzaba el tiempo, a medida que narradores y entrevistadores empezaban a conocerse y desarrollaban en conjunto un sentido de confianza. La buena disposición de los cubanos y las cubanas para hablar de manera abierta en las entrevistas grabadas sorprendió a todos los involucrados: a los funcionarios del gobierno, a los investigadores del proyecto, aun a los mismos entrevistados. Cuando quedó claro que incluso quienes habían sido seleccionados a través de canales gubernamentales nos hablaban acerca de los fracasos de la Revolución tanto como de sus logros, el proyecto se suspendió. Me convertí en persona non grata y algunos cubanos del equipo me evitaron. Otros abandonaron el proyecto. Temí que me ocurriera lo mismo que le había pasado a Oscar Lewis. Afortunadamente, después de varios meses se nos permitió continuar, aunque con un carácter menos oficial.
Paternalismo
Para entonces, ya todos sabíamos que la mayoría de los cubanos nos contarían la historia de su vida con un grado considerable de franqueza. Uno podría preguntarse: si la historia oral resultaba irremediablemente fallida en otros países comunistas, ¿por qué no en Cuba? La buena disposición de los cubanos para hablar derivaba de una variedad de factores; el más importante, de acuerdo con lo que descubrimos en las entrevistas, era el hecho de que Fidel Castro gobernaba con un alto grado de apoyo popular, un apoyo que se veía reforzado por el aparato coercitivo. Como en otros países, gobernar con un consenso popular implicaba que el Estado recurría de vez en cuando, no en forma sistemática, a la represión fuerte. Sin embargo, el Estado cubano mantenía su autoridad a través de un control suave, ejercido por las organizaciones de masas, los medios de comunicación, las instituciones y también, ¿por qué no?, a través de favores, incentivos y regaños. En consecuencia, el temor a las represalias no desalentó a los entrevistados a relatar su historia de vida de la manera en que más o menos querían hacerlo, o de la manera en que la recordaban. No obstante, muchos de ellos mostraban cautela, especialmente durante los primeros años del proyecto. Algunos elegían sus palabras con muchísimo cuidado, otros recurrían a gestos para «decirnos» lo que no querían que quedara grabado.
A partir de las historias de vida, comprendí que el apoyo a la Revolución se había basado en parte en el patriotismo y en el deseo de defender la soberanía nacional. En parte, también en el sentimiento de haber participado en un gran experimento utópico, en el ethos y las prácticas cotidianas del igualitarismo. Y en parte, en el temor a la represión. Pero las historias de vida también revelaban que era el paternalismo, posiblemente más que ningún otro factor, lo que explicaba la capacidad del Estado cubano de gobernar con el consentimiento de los gobernados. Llegué a entender que lo que apuntalaba la buena disposición de los cubanos para hablar de manera más o menos abierta era la creencia en la bondad de Fidel.
Muchos ciudadanos, sobre todo los ancianos, nos dijeron que era a Fidel a quien debían agradecer por la educación, el cuidado de la salud, la vivienda, el alimento, en pocas palabras, por su bienestar general. Tenían con él una deuda de gratitud. Decir que el Estado favorecía el paternalismo sería insuficiente: mientras llevábamos adelante el proyecto, a lo largo y a lo ancho de la isla había carteles publicitarios que exhortaban a los cubanos a estar agradecidos a Fidel. «Gracias a Fidel, gracias a la Revolución», se podía leer en todos lados.
Cuando dos investigadoras británicas del equipo entrevistaron a María, una mujer de más de 60 años, en un pueblo al este de La Habana, ella les dijo:
Mucho le agradezco a esta Revolución, muchísimo, al extremo que quisiera morirme primero yo antes de ver al Comandante caer, porque con esa historia triste que les he hecho porque, de todo lo que yo pasé en el campo, de todo lo que pasé anteriormente, hoy me veo con un techo, con una propiedad que me dieron. Esta casa la hice yo pero bueno, tengo un título de propiedad, tengo un trabajo asegurado. Pude después de vieja tener la oportunidad que no tuve cuando joven de cursar la Universidad. Qué más puedo hacer que darle las gracias al Comandante que ha sido el único, desde que tengo uso de razón, que ha hecho por un pueblo y si no ha hecho más es porque no ha podido dar más, pero no porque… los sentimientos de él y los deseos de ayudar a un pueblo él los tiene en todo momento. Por lo menos, este es mi criterio.14
El paternalismo atraviesa muchas de las historias de vida, pero en esta salta a la vista. No obstante, las alabanzas de María al Comandante me parecieron sospechosas. Ella nos contó que le estaba agradecida a Fidel por la casa que ella misma y su marido habían construido y que luego embelleció con el dinero que sus hijos les enviaban desde Miami. Estaba agradecida por el trabajo garantizado, aunque se gana la vida como costurera por cuenta propia y probablemente desarrolla su actividad de manera ilegal. Al escuchar la entrevista en compañía de colegas cubanas, pregunté por qué María le agradecía tan efusivamente a Fidel por beneficios que tenían tan poca influencia en su vida. ¿Habría acaso decidido que sería prudente repetir las consignas del Partido Comunista? ¿Estaba repitiendo como loro los eslóganes que escuchaba todas las noches por la televisión? ¿Hablaba de corazón? Reflexionando sobre el contexto y el estilo del relato de María, llegamos a la conclusión de que era probable que sus palabras estuvieran motivadas por una combinación de los tres factores: la prudencia, la repetición de consignas partidarias y la pasión por Fidel.
Los más jóvenes denunciaban con frecuencia el paternalismo como responsable de generar pasividad. Haydée, una estudiante de la Universidad de La Habana, nos dijo:
Tú ves a tus padres, no, tus padres, a tus abuelos, a los vecinos, los ancianos, haciendo cola, pidiendo más, agradeciendo las migajas, aguantando toda esta desgracia, coño. Esto me da dolor. Yo lo veo como estúpido, como algo ya súper, como una desgracia. Estar pendientes y obligados a ser, ser sumisos. Imagínate, ver a tus padres como que, como sometidos a todo eso, ¡no! Y, y a mí me da vergüenza. Me da sentimiento de, de verlos sin orgullo.15
Mario, de algo más de treinta años, miembro desencantado del Partido Comunista, declaró directamente que el sistema político de Cuba se apoyaba en el paternalismo y que él detestaba eso. Según su forma de pensar, el paternalismo despolitiza al pueblo cubano en su totalidad, a jóvenes y ancianos. Las quejas de los cubanos se focalizan en la comida, la ropa y los teléfonos celulares, no en la política y la democracia, me dijo con una evidente exasperación. Mario predecía que mientras el gobierno confiara en que los cubanos en general permanecerían políticamente pasivos, no tomaría medidas de fondo16. Concluí, a partir de lo que Mario y los otros dijeron, que en tanto y en cuanto la población cubana se abstuviese de actuar, el gobierno los dejaría hablar.
Hablando con franqueza: el pasado y el presente en un solo aliento
Uno de los objetivos del proyecto «Voces Cubanas» era analizar cómo había cambiado la memoria social en el transcurso de los más de 50 años de vida de la Revolución Cubana. Recordando la famosa frase de Jan Vansina según la cual «la tradición oral es el pasado y el presente en un solo aliento», buscábamos entender cómo los recuerdos de los cubanos estaban influidos por el presente y cómo el presente influía también sobre la buena disposición de los entrevistados para hablar del pasado17.
La disminución en la capacidad del Estado para satisfacer las necesidades básicas de la población, al desaparecer el subsidio que aportaba la URSS, contribuyó a acrecentar la franqueza de las cubanas y los cubanos a medida que nuestro proyecto de investigación avanzaba en el tiempo. La disolución de la URSS dio inicio a una gran crisis económica en Cuba que continúa hasta hoy, aunque con matices siempre cambiantes. Antes de 1990, el sustento de la mayoría dependía directa y casi exclusivamente del Estado, que proveía a todos de empleo, alimento, educación y atención médica. Pero una vez que estalló la crisis, el Estado dejó de tener los recursos necesarios para asegurar el nivel de vida al que la población se había acostumbrado. Después de 1990, la provisión por parte del Estado fue disminuyendo de manera significativa, a la vez que se profundizaron las diferencias sociales. En 2004, el año en que comenzamos a trabajar, el poder adquisitivo de la mayoría de la población era mucho más bajo de lo que había sido en la década de 1980. A medida que el vínculo entre el consumo hogareño y la provisión estatal se debilitaba, las cubanas y los cubanos inventaban formas alternativas de sostener su nivel de vida. «Inventar» es la palabra que aparece en las entrevistas para referirse a los métodos legales e ilegales de complementar sus ingresos, dentro y fuera de los empleos estatales. El «desvío» (robo) de recursos del Estado, la búsqueda de trabajo en el sector turístico y la amistad –y los matrimonios– con extranjeros fueron algunas de las vías por las que los cubanos lograron ir saliendo de la pobreza. Para una minoría afortunada, compuesta mayormente de blancos, las remesas enviadas por parientes en el extranjero representan fuentes de ingreso importantes18.
Mientras la dependencia respecto del Estado disminuía, la disposición para manifestar el descontento crecía. Muchos entrevistados nos dijeron que, dado que su salario –o su pensión– era insignificante, no les importaba mucho que se lo sacaran por algo que hubieran dicho durante la entrevista. Explicaban que la crisis económica del Estado los había liberado –«liberado» es la palabra que usaron– para hablar más abiertamente. Orgullosos de su ingenio, algunos de los narradores describieron cómo obtenían sus ingresos en forma ilícita19.
En los últimos años del proyecto, muchos entrevistados afirmaban que la vigilancia había disminuido a la par de la capacidad económica del Estado. El remate de los chistes era que ahora uno podía decir prácticamente cualquier cosa en su casa porque el Ministerio del Interior no podía pagar la electricidad, ya ni hablar de los micrófonos que solían usar. Esteban, un joven de 31 años que había tratado de escapar a Miami en dos oportunidades y cuyo único empleo era en el mercado negro, bromeó en varias oportunidades sobre su suerte por no estar en la cárcel20. Esteban era excepcionalmente franco, pero otros narradores sugerían lo mismo. Cerca del final de nuestro trabajo de campo, muchos nos dijeron que creían que Raúl Castro, que había heredado la investidura de su hermano, estaba tratando de evitar que se lo viera como un líder de mano dura. En consecuencia, ellos y todos los demás hablaban cada vez con más franqueza acerca de sus penurias21. En las entrevistas grabadas hacia fines de 2010 era evidente una atmósfera más relajada.
Catarsis
Siempre, yo siempre creí que yo era un cubano de estos cien por ciento. Siempre, siempre me creí, y era falsa, era falso. Siempre me creí que era muy cubano, siempre me creí que, que, que yo amaba la Revolución, siempre me creí eso, que tampoco era cierto. Entonces, yo estaba también hipnotizado con la histeria esa colectiva… porque es lo que le decía, la, la, la, te hacen creer cosas. Entonces me empecé a dar cuenta que existía eso, la manipulación esa psicológica y que la gente, te hacen ver lo que no, no. Yo no sé si existe algo que se llame psicología, manipulación psicológica colectiva, no sé. Debe existir eso porque te hacen querer cosas que (risas nerviosas), que tú ames, te hacen creer que tú aplaudes, te hacen creer que, que tú brinques, te hacen creer que tú tienes alegría y, no sé. Te repiten tanto las cosas, que te hacen creer la… Y, bueno ya … no, no, no, no me interesa nada de eso. Yo, políticamente soy un apático. Políticamente yo soy, a ver cómo te voy a decir, yo no creo en los políticos, los políticos buscan sus, imponen sus intereses, todos. Y no hay políticos honestos, todos esconden cosas, todos tienen secretos, todos tienen, todos trabajan con, pienso yo, con la mentira y con la manipulación. Yo no creo en nada de eso… ¿Quién va a escuchar a este?22
Así hablaba Carlos en 2005, cuando dos investigadoras cubanas lo entrevistaron en su pueblo. «Pueblo chico, infierno grande», bromeó con amargura. Cuando confesó que se había desencantado de la Revolución, se puso incómodo. «¿Quién va a escuchar a este?». Había hecho la misma pregunta al inicio de la entrevista, pero este era el momento de la verdad. No obstante, minutos más tarde, cuando la entrevista estaba por terminar, Carlos animó a las investigadoras a volver pronto. Deseaba contarles más: «A mí me gusta, me gusta hablar de estas cosas, creo que nunca las he hablado con nadie. Yo creo que primera vez que yo estoy hablando, y con tanta libertad, porque, porque es anónimo»23.
Carlos habló con franqueza porque descubrió que hablar de su vida secreta era catártico. En el transcurso de dos largas entrevistas, rompió muchos tabúes. Bajo la protección de un seudónimo, se desahogó y soltó sin tapujos sus opiniones subversivas. Hablar en voz alta le dio una sensación de liberación –«libertad» fue el término que Carlos utilizó– y quería volver a experimentar esa sensación electrizante de la liberación una y otra vez. Otros nos dijeron que adentrarse en el pasado era emocionante, liberador y movilizador24. Algunos usaron la palabra «catarsis» para describir el sentimiento.
Hay abundante evidencia de que en la URSS, la República Democrática de Alemania, Corea del Norte y otras sociedades altamente represivas el miedo sostiene las riendas del impulso catártico. No así en Cuba, donde hacia comienzos del siglo XXI el miedo como tal había decrecido drásticamente. La catarsis impulsaba a los cubanos y las cubanas a hablar abiertamente sobre sus vidas.
Recuerdos subversivos de igualdad
En la primera década del siglo XXI, una manera de desafiar la autoridad era ensalzar la igualdad y condenar la desigualdad. Al relatar sus historias de vida, la amplia mayoría de los narradores hacían justamente eso. Las elegías de los cubanos a la igualdad, el principio fundador de la Revolución, representaban una forma perversa y potencialmente peligrosa de oposición. Eso demostraba el rechazo a la política económica del gobierno. Por más de tres décadas, la Revolución Cubana promovió con éxito la igualdad de clases. Desde fines de la década de 1960 hasta fines de los años 80, la sociedad cubana fue más igualitaria que casi cualquier otra del mundo, de acuerdo con varios indicadores: los diferenciales de salario e ingreso, la distribución de alimentos, vestimenta, transporte, educación, salud y artículos para el hogar. Para la década de 1980, las diferencias de clases eran mínimas, usando una definición de clase basada en relaciones de propiedad, ingresos y riqueza. Todo comenzó a cambiar en la década de 1990, cuando el gobierno introdujo medidas que fomentaron la desigualdad. Durante el desarrollo de nuestro proyecto, la sociedad cubana se tornó progresivamente –o regresivamente– más desigual25. Casi todos los entrevistados, sin importar la edad, la posición social o las ideas políticas, hablaban de este cambio con desaprobación.
Un tema recurrente en las historias de vida es que la igualdad era una fuente de placer y la creciente desigualdad, una fuente de sufrimiento. En todas partes los cubanos narraban recuerdos felices de la vida en un ámbito igualitario. Expresaban la satisfacción que provenía de tener la misma comida, la misma ropa, los mismos regalos y aun las mismas privaciones que los demás. También hablaban de las injusticias, de la sensación de exclusión e incluso de vergüenza que sentían cuando un vecino hacía alarde de su riqueza mientras otros caían en la pobreza. Siento que muchos cubanos, de manera muy deliberada, contrastaban un grupo de recuerdos con el otro. De esta forma, entrelazaban en sus historias de vida una crítica a la dirigencia. En un momento en que el gobierno exigía explícitamente el fin de la igualdad, las historias de vida que ensalzaban la igualdad eran relatos subversivos26.
Esteban: un disidente
Una joven investigadora británica entrevistó a Esteban en su casa en un suburbio alejado de La Habana. Sus ingresos provenían de la venta de diversas mercancías –prendas de vestir, joyería, herramientas, autopartes– en el mercado negro. Había tratado de escapar de la isla dos veces. La policía le advirtió que si no conseguía un trabajo estatal, lo acusarían de vagancia y lo mandarían a la cárcel. Luego Esteban tomó un trabajo en una fábrica ensamblando televisores chinos. Poco antes de la entrevista había sido despedido, no por incompetencia, sino, según proclamaba, por insubordinación.
Esteban expresó categóricamente su oposición al gobierno. También se quejó de que muchos de sus familiares que vivían en Miami no le habían mandado nunca una carta, y menos aún dinero. Esteban insistía en que no apelaba a la compasión. «No es mi tragedia, es la tragedia nacional. Cuba es un país que está de luto. Una nación traumatizada por la separación. La emigración ha creado un caos familiar y las familias tan grandes que eran anteriormente se han vuelto pequeñas»27.
Esteban se presentó a sí mismo como la voz de una generación. Al nombrar una legión de amigos ausentes, remarcó con amargura:
La persona que emigra, el cubano, se come la manzana del olvido. Se va y se olvida del que está acá. Se han olvidado de nosotros, y, y se han olvidado de mí, de nuestra amistad, de los momentos que pasamos juntos. Me es muy difícil… Aquí pasamos el tiempo recordando esos momentos con ellos. Pero bueno, ahora solo tenemos las memorias. Es nuestro destino. Aquí la vida es nada. Todos se han ido. Me estoy ahogando. Necesito… Necesito otros aires. Necesito… no sé, otro ambiente. La emigración es sumamente contagiosa. Los cubanos, muchos, están buscando cómo dejar el país, siempre están conspirando. Yo no vivo con la idea esa todo el tiempo en mi cabeza porque si no te vuelves loco. Te vuelves… Llegas al punto [riéndose] que no funcionas.
Esteban relató vívidamente su participación en una ruidosa manifestación antigubernamental. Habló de una organización disidente en la que había estado involucrado, cuyos líderes habían sido encarcelados. Luego de repetir muchas veces que era afortunado por haber evitado ir a prisión, dijo:
Necesitamos un cambio. Pero no es posible hacerlo porque somos dos o tres, y porque otras personas no se deciden. (…) Te digo una cosa: yo he creado, yo he pensado muchas veces en cómo crear una organización, no he venido no, a veces uno se busca ¿no? [sonriendo] se mete un poco adentro y de crear una organización no sé, y… para dar algún cambio, no sé... Pero lo he visto un poco que difícil. Es muy difícil. Eso no es de ahora, te digo es de muchos años atrás, de muchos años atrás. Eh, bueno, ya no estoy metido en la política. He perdido eso porque veo que no resuelves nada, porque he perdido un poco la esperanza de que, de que la gente aquí se decida y tome, tome una, y decidan algo por esto ¿no? a dar un cambio a esto. Y un poco que me ha quitado de eso de que [habla entre risas nerviosas]. En realidad ahora soy un poco más realista. Soy un poco más realista. Y pienso buscar… Prefiero buscar un camino, darle un camino, darle un giro a mi vida personal. Y no ten… no ocuparme de ser una [habla entre risas] alguien que, ¿entiendes? Que haga una… ¿cómo ser? Que tenga un papel en la historia. Tenga un papel en la historia, porque ya no me interesa para nada. Veo que no, eso no resuelve nada y bueno [pausa larga]. Nada.
Esto suena como una combinación de sinceridad y bravuconada. En todo caso, la versión de Esteban sobre cómo era la vida en Cuba no es la que uno esperaría de un disidente. Junto con sus historias sobre intentos de escape, manifestaciones antigubernamentales o la soledad de haber sido abandonado, Esteban recuerda con ternura haber crecido sin ropa de moda pero con algo mucho más importante: igualdad social.
Cuando era joven no hacía falta tanto el dinero, pero también recibíamos la ayuda de los países socialistas y eso era muy importante. El país se mantenía, no faltaba nada, no faltaba absolutamente nada. Pero sí, existían problemas con los salarios, siempre existían problemas con los salarios, pero bueno, se vivía… la comida todo eso no era mucho trabajo conseguirla. Ya vestirse era un poco más… bueno, ya, en el país no existían las marcas, nada de las marcas, nada de Adidas, de Nike. No se vendía nada que se venden ahora en las tiendas, no se vivía nada de eso. Pero ya después cuando la Perestroika ya todo fue cambiando, la influencia del mundo capitalista y eso valoro, fue una destrucción psicológica para la misma juventud, para mi generación. Ahora los que están viviendo la etapa esa de la juventud quieren todo y quieren conocerlo todo. Entonces estamos en el medio de la política de dos sistemas, de dos sistemas sí, el sistema capitalista y el sistema socialista. Mi generación está en el medio, la juventud está pagando eso, está pagando eso, imagínate. Pero sabemos que la sociedad capitalista es un monstruo, sabemos todo esto, que es crudo, muy crudo.
Luego de esta invectiva contra el capitalismo, Esteban sigue condenando la creciente desigualdad de clase y raza:Entonces para el colmo con los cambios sociales estos que ha habido, hay gente ya que tienen más dinero que no sé quién… ya, es el colmo. Ya el negro que tú ves por ahí o el pobre, no sé, tiene menos y ya le echan pa’ un lado, ¿no? La gente que tiene un poco más de dinero. Ya tú los ves que te miran por encima del hombro. Los que tienen un carro o que viven, que viven un poco mejor que tú. Ya tú ves esa, ya tú ves, ya tú lo sientes. Esto es la vida que se está viviendo aquí. Imagínate.
Esteban se describió a sí mismo como «mulato». Al señalar que la gente que resultaba marginada era negra, asoció la desigualdad a la discriminación racial. Condenó el racismo que, en su opinión, se reflejaba en la composición racial de la dirigencia y en la vida diaria. Se molestó particularmente cuando un amigo blanco que lo acompañaba en la entrevista le dijo que estaba exagerando el alcance del racismo en Cuba28.
Bárbara: futura militante partidaria
Cuando Bárbara comenzó a relatar su historia de vida, su tono era cortés aunque decididamente distante. «Soy de la clase obrera [pausa] negra. Fuimos personas muy humildes pero a la vez muy honradas. Mis padres eran trabajadores simples. Dedicado cada cual a su trabajo, los más chiquitos al estudio, todos a las cosas de la sociedad. No saliéndonos de nada que fuera, eh, apañar la imagen de la familia»29. Al recordar su niñez en la década de 1970 como la mejor época de su vida, Bárbara tenía recuerdos felices de la solidaridad en el barrio, de las brigadas de trabajo voluntario y de los campamentos juveniles.
Tuve una niñez feliz, en la época que viví, aproveché todo lo que la Revolución nos dio en aquel instante. Fue en la época en que se iba a Tarará [escuela-campamento], en que los niños pioneros [organización oficial de niños] íbamos a Tarará. Todavía teníamos relaciones con el campo socialista y disfrutamos de, bueno, de cosas que, ahora con la situación que ha tenido el país, y que vamos saliendo de esa situación, en estos momentos los niños no pueden disfrutar. Quizás a ellos no le falte ya respecto a las escuelas, no así, pero no fue como la de nosotros que fue bastante buena, teníamos mucha diversión, participábamos en muchas actividades, en encuentros pioneriles con otros municipios y en concursos que se hacían… Ya particularmente en el barrio, de niña, participé siempre en los planes de la calle, en los trabajos voluntarios. Sí, todo, todo, mi infancia fue muy buena.
Al recordar su juventud, Bárbara destacó que solía dar por sentado que todos tenían prácticamente la misma comida, ropa y muebles. Era reconfortante saber que cada vez que había escasez, sus amigos estaban en el mismo bote.
A medida que Bárbara hablaba, su reserva y precaución comenzaban a desvanecerse. Nos confió que en los últimos dos años, después de la muerte de su mamá, la vida había sido en extremo difícil. Confesó que se siente desesperadamente sola e incapaz de enfrentar las demandas que representan su centro de trabajo, su hijo, su marido, las tareas de la casa, el trabajo político –el que le gustaría hacer, pero para el que no tiene tiempo–:
Me veo sola porque no tengo más nadie, no tengo a más nadie… Ya desde el momento en que fallece mi mamá, comienzo yo a enfrentarme a la vida sin más nadie sin nadie y bueno, he tratado de salir lo mejor posible. No recibo el apoyo de cualquiera. No son muchos los que me pueden apoyar. Ahora en estos momentos cada cual tiene su vida hecha, sus propios problemas, pero no por falta de ayuda sino porque cada cual tiene su situación. He logrado más o menos equilibrarme, de cierta forma, hacer las cosas yo, sé que yo soy la que tiene que lavar, que tiene que cocinar, uh, que dejar adelantado algo el día antes para por las tardes cuando regreso del trabajo no verme agobiada de todo. Trato de lavar un poquito por la mañana, de dejar los frijoles blandos, de adelantar algo en la comida. Mi esposo me ayuda, en lo que pueda, pero los hombres son… Un poquito más me ayuda mi hermano…
Bárbara interrumpió su relato en mitad de una oración. Parecía atónita por haber perdido el control, por haberse desarmado, por estar hablando acerca de su soledad y desesperanza con mujeres extrañas. Permaneció en silencio por lo que pareció un largo rato. Luego dijo:
Ahora en estos momentos me están haciendo el proceso del Partido, se están haciendo las verificaciones en los distintos lugares como ya mencioné que trabajé, lo mismo en la primaria, que ahora en donde trabajo y bueno. Esa ha sido mi vida. No es una historia larga. No es, no ha sido una vida infeliz pero tampoco he vivido grandes cosas.
Es probable que Bárbara temiera que la entrevista fuera parte del proceso del Partido para evaluar a los candidatos y sintiera que se había quejado demasiado. Paradójicamente, lejos de terminar la entrevista y despedir con amabilidad a las dos mujeres con un pequeño grabador moderno, siguió hablando y con más franqueza que antes. Hablar de sus problemas con oyentes comprensivos era catártico. La voz de Bárbara comenzó a subir, y su tono se volvió más atrevido.
Aquí las personas han ido mejorando un poco su problema económico porque tienen familia en el extranjero ahora. En la época de los 90 se fueron muchos muchachos de aquí. Regla ha sido un barrio de personas, vaya, sin ofender a nadie, no han sido personas integradas a la Revolución, no. Aquí no te encuentras a un militante, o sea, de decir, necesitas un militante del Partido y te encuentras dos o tres. Este barrio no es así, y entonces bueno por ese motivo emigraron muchas personas en el año 94 que ayudan a su familia con la remesa, ayudan a las familias que hay y han ido levantando su forma de vida, su economía... Ahora de esas personas, en estos momentos hay quien tiene carros, tienen video, televisor a color eh, buena ropa… tienen todo, todas las cosas.
Bárbara dejó de simular que su vida estaba bien, que la Revolución estaba en marcha. Decidió contar la verdad. En ese momento, la verdad que era importante para ella era que los vecinos que se habían opuesto a la Revolución tenían «todas las cosas», mientras que ella, que la apoyaba y trabajaba muchas horas en la función pública, tenía muy poco. Bárbara protestó porque su único lujo, si se lo podía llamar así, era un ventilador pequeño que había logrado comprar economizando su magro salario.
Bárbara no lo dijo en forma abierta como Esteban, pero su intención fue clara. Le molestaba profundamente la creciente desigualdad. Y como Esteban, recordaba su juventud como una época buena, cuando todos tenían lo mismo, aunque fuera sencillo. Siguiendo con el espíritu de contar la verdad, Bárbara describió la larga batalla de su familia con las autoridades. Desde los tiempos de su abuela, habían estado pidiendo asistencia al gobierno para reparar su casa.
Esta casa está cayendo. Ese es mi problema más grande. Hemos estado tratando de resolverla por un tiempo muy largo. Mi abuela cuando vivía, después mi madre, hasta su muerte, y ahora yo. Yo estuve, ya después de que mi mamá murió, también tratando de resolver esa situación. Muchas veces hemos ido al [Instituto de] Vivienda preguntando por qué nuestra casa no está bajo la Ley de Vivienda. Una vez le explicaron a mi mamá, en el Ministerio de Vivienda, que para darle el título de propiedad, la casa esta tenía que ser habitable. Una casa habitable, pero para tenerla habitable uno tiene que hacerla habitable, pero no te dan [los materiales] para poder arreglarla, para hacerla habitable o sea, es una...
Bárbara no podía encontrar la palabra justa para describir la perversidad de la ley. Una de las entrevistadoras sugirió: «Es una contradicción, una contradicción». Bárbara lo repitió: «es una, una contradicción, o algo así».
Cinco años después, en 2010, cuando junto con una colega cubana entrevistamos a Bárbara, la encontramos en una nueva casa en el mismo barrio. Entró en las filas del Partido en 2005 y recientemente fue liberada por más de un año de sus tareas como administradora en su centro de trabajo por un entrenamiento para cuadros del Partido, y también para velar por la construcción de su casa nueva. Al final de la entrevista, le pregunté cómo había conseguido la casa: «Logré esta casa a través de la Asamblea Municipal del Poder Popular [la municipalidad]. Ellos se acercaron a mí, porque mi vivienda estaba en muy mal estado, para incluirme en un proyecto de renovación. Construyeron dos casas, esta, la mía, y otra»30.
La excepcionalidad cubana
A pesar de la opinión ortodoxa que señala que la historia oral en los países socialistas resuelta irremediablemente fallida, en el curso de la Revolución los cubanos y las cubanas revelaron una y otra vez algunos de sus sentimientos más íntimos a los entrevistadores. Primero, durante el proyecto de Oscar Lewis hacia fines de la década de 1960; después, cuando García Márquez recorrió la isla a mediados de los años 70; y finalmente, durante nuestro proyecto a comienzos del siglo XXI. Estos tres esfuerzos muestran un aspecto de la excepcionalidad cubana: los cubanos no temían, o al menos no demasiado, que hablar sobre sus vidas les acarreara represalias. Otro aspecto de la excepcionalidad cubana es que los relatos, sobre todo los de gente de mayor edad, enfatizan tanto los placeres como las molestias de vivir en una sociedad comunista. Presto aquí poca atención a los relatos del placer por la sencilla razón de que mi propósito es demostrar que los cubanos, en oposición a sus pares en otras sociedades comunistas, criticaron al Estado y la sociedad31. La predisposición de los cubanos a ventilar sus quejas plantea la cuestión de si puede haberse exagerado el peso del factor temor en ciertas investigaciones de historia oral sobre países comunistas. A la vez, pienso que Cuba es un caso excepcional, en la medida en que allí se logró el control social con un uso relativamente bajo del recurso a la mano dura. Sugiero que, donde sea posible, sería útil retomar la investigación en historia oral en los países comunistas. No estoy pidiendo una revisión sistemática de la bibliografía de historia oral sobre la vida en el socialismo, ni intento minimizar las formas en que el temor moldeó la vida diaria en la URSS, la República Democrática Alemana o Corea del Norte, entre otros ejemplos. Mi propósito es problematizar el miedo y explorar las formas en que los recuerdos de los narradores y las interpretaciones de los historiadores orales empobrecieron o no la complejidad de los relatos históricos.
Quizás una forma útil de conmemorar el vigésimo quinto aniversario de la caída del Muro de Berlín para la comunidad de historiadores orales sería retomar los estudios sobre la vida detrás de las diversas «cortinas de hierro». Un análisis comparativo podría revelar si, dónde y cómo la memoria y la historia oral contribuyeron a adecentar los relatos históricos, o a la inversa. Volviendo a examinar la bibliografía de historia oral, podríamos desarrollar un análisis más matizado de la memoria, y por extensión, de la vida bajo el socialismo.
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1.
Daniel Bertaux, Anna Rotkirch y Paul Thompson (eds.): On Living Through Soviet Russia, Routledge, Londres-Nueva York, 2004; Luisa Passerini (ed.): Memory and Totalitarianism [1992], Transaction Publishers, New Brunswick-Londres, 2005.
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2.
«Introduction» en L. Passerini (ed.): Memory and Totalitarianism, cit., p. 10.
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3.
Memoria e historia oral están interrelacionadas, pero no son lo mismo. En pocas palabras, la historia oral es una metodología para recolectar evidencia sobre cómo individuos y grupos sociales recuerdan el pasado y entienden el presente. El efecto de empobrecimiento puede resultar de lo que los narradores dicen y de lo que no dicen, o puede provenir del modo en que los historiadores orales escuchan e interpretan lo que la gente les cuenta, o de lo que ignoran.
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4.
O. Figes: Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin, Edhasa, Barcelona, 2009; A. Funder: Stasiland. Historias del otro lado del Muro de Berlín, Roca, Barcelona, 2009; B. Demick: Querido Líder. Vivir en Corea del Norte, Turner, Madrid, 2011.
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5.
En D. Bertaux, A. Rotkirch y P. Thompson: ob. cit., pp. 235-251.
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6.
D.J. Raleigh: Soviet Baby Boomers: An Oral History of Russia’s Cold War Generation, Oxford University Press, Oxford-Nueva York, 2012, p. 15. V. tb. Alexander Freund: «Interview with Miroslav Vanêk, Guadalajara, Mexico, 26 September 2008» en Oral History Forum d’Histoire Orale No 28, 2008, y Dagmar Herzog: Sex After Fascism: Memory and Morality in Twentieth-Century Germany, Princeton University Press, Princeton, 2005, pp. 216-219.
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7.
Ruth M. Lewis: «Foreword» en Oscar Lewis, Ruth M. Lewis y Susan M. Rigdon: Four Men: Living the Revolution: An Oral History of Contemporary Cuba, University of Illinois Press, Urbana, 1977, pp. viii-xi. Los tres libros basados en el proyecto son: O. Lewis, R.M. Lewis y S.M. Rigdon: Four Women: Living the Revolution: An Oral History of Contemporary Cuba, University of Illinois Press, Urbana, 1977 y Neighbors: Living the Revolution: An Oral History of Contemporary Cuba, University of Illinois Press, Urbana, 1978; y Douglas Butterworth: The People of Buena Ventura: Relocation of Slum Dwellers in Postrevolutionary Cuba, University of Illinois Press, Urbana, 1980.
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8.
R. M. Lewis: «Foreword», cit., p. xxviii.
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9.
Gerald Martin, conferencia en la Universidad de Southampton, 26 de abril de 2010. V. su libro Gabriel García Márquez: una vida, Vintage, Nueva York, 2009; y Jon Lee Anderson: «The Power of Gabriel García Márquez» en The New Yorker, 27/9/1999, pp. 56-71.
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10.
Entre los estudios de historia oral en Cuba se encuentran: Margaret Randall: Las mujeres cubanas, hoy, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972; Daisy Rubiera Castillo: Reyíta: La vida de una mujer negra cubana en el siglo xx, Verde Oliva, La Habana, 2006; Eugenia Meyer: El futuro era nuestro: Ocho cubanas narran sus historias de vida, fce, México, df, 2007; Yohanka Valdés Jiménez y Yuliet Cruz Martínez: 50 voces y rostros de líderes campesinas cubanas, Caminos, La Habana, 2009; Ana Vera Estrada: Guajiros del siglo xxi, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2012.
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11.
V. el sitio del proyecto, www.soton.ac.uk/cuban-oral-history, para acceder a videos de la ceremonia inaugural, que incluyen los discursos de Mariela Castro Espín y Paul Thompson. Paul Thompson y Elizabeth Jelin asesoraron al equipo de investigación.
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12.
Sobre el proyecto «Voces Cubanas», v. Carrie Hamilton: Sexual Revolution in Cuba: Passion, Politics and Memory, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2012; Daisy Rubiera Castillo, Antonio Moreno Stincer, Mercedes López Ventura y Pedro Jorge Peraza Santos: Aires de la memoria, Cenesex, La Habana, 2010; Niurka Pérez Rojas (comp.): Historia oral: Debates y análisis sobre temas afrocubanos, religiosos, sexuales y rurales, Cenesex, La Habana, 2011; y artículos míos.
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13.
Olga, nacida en Santiago en 1948, maestra; entrevista grabada por la autora en un barrio de La Habana, marzo de 2005.
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14.
María, nacida en la década de 1940, costurera; entrevista grabada en San Mateo, septiembre de 2005.
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15.
Haydée, nacida en 1983, estudiante universitaria; entrevista grabada por una investigadora británica en un barrio de La Habana, marzo de 2006.
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16.
Mario, nacido en 1975, empleado estatal; entrevista grabada por la autora y una investigadora cubana en La Habana Vieja, diciembre de 2010.
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17.
J. Vansina: Oral Tradition as History, University of Wisconsin Press, Madison, 1985, p. xii.
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18.
Para más información sobre desigualdades raciales desde la década de 1990, v. Esteban Morales Domínguez: Desafíos de la problemática racial en Cuba, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2007; Alejandro de la Fuente: «Race and Income Inequality in Contemporary Cuba» en nacla Report on the Americas vol. 44 No 4, 2011, pp. 30-33.
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19.
Caridad, nacida en 1952, desempleada; entrevistas grabadas por la autora y una investigadora cubana en La Habana Vieja y Guanabo, noviembre de 2006 y diciembre de 2010.
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20.
Esteban, nacido en 1974, empleado independiente; entrevistas grabadas por una investigadora británica en un barrio de La Habana, septiembre-octubre de 2005 y marzo de 2006.
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21.
Entrevistas con Mario y Caridad, ya mencionadas; Yadira, nacido en 1983, funcionario de oficina estatal; entrevista grabada por la autora y una investigadora cubana en La Habana Vieja, noviembre de 2010.
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22.
Carlos, nacido en 1954, jardinero, empleado estatal; entrevista grabada por dos investigadoras cubanas en San Mateo, marzo de 2005.
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23.
Ibíd.
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24.
Ver E. Dore: «Cubans’ Memories of the 1960s: The Ecstasies and the Agonies» en ReVista: Harvard Review of Latin America vol. viii No 2, 2009, pp. 34-37.
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25.
Mayra Espina Prieto: «Changes in the Economic Model and Social Policies in Cuba» en nacla Report on the Americas vol 44 No 4, 2011, pp. 13-15.
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26.
«En la política económica que se propone, está presente que el socialismo es igualdad de derechos e igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, no igualitarismo». Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Aprobado en el vi Congreso del Partido Comunista de Cuba, 18 de abril de 2011. Fuente: www.prensa-latina.cu.
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27.
Entrevista con Esteban, ya citada.
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28.
Acerca de los debates en Cuba sobre raza y racismo, v. E. Morales Domínguez: ob. cit.; Tomas Fernández Robaina: Cuba: Personalidades en el debate racial, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007; y Pedro Pérez Sarduy y Jean Stubbs (eds.): Afro-Cuban Voices: On Race and Identity in Contemporary Cuba, University Press of Florida, Gainsville, 2000.
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29.
Bárbara, nacida en 1971, administradora de oficina estatal; entrevista grabada por dos investigadoras cubanas en Regla, abril de 2005.
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30.
Entrevista con Bárbara, diciembre de 2010.
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31.
Ver E. Dore: A People’s History of the Cuban Revolution, de próxima aparición.