Enero 2017
Guillermo Marín Vargas: «La centroizquierda chilena debe interpretar las demandas de la ciudadanía con un nuevo programa reformista»
La centroizquierda chilena no es ajena a la crisis generalizada de la política. Si quiere seguir dirigiendo los destinos del país, debe atreverse a desarrollar liderazgos y programas que interpelen a una ciudadanía cada vez más crítica.

Entrevista de Mariano Schuster
La presidenta Bachelet asumió la presidencia hace cuatro años con un ambicioso programa de reformas. También tomó posesión desde una nueva coalición política (la Nueva Mayoría) que se presentaba como superación por izquierda de la Concertación de Partidos por la Democracia, debido a la incorporación del Partido Comunista. Sin embargo, tanto el programa reformista como la propia coalición, parecen haber entrado en crisis. ¿Cuáles son, a su juicio, las razones más profundas de ese proceso?
A pesar de que se trata
de un proceso todavía en curso, diría que existen dos dimensiones
que grafican el momento de la Nueva Mayoría. La primera tiene
relación con el contexto en que la coalición debió asumir la
conducción del país. Tras 20 años de gobiernos de centroizquierda
se evidenciaba un importante desgaste del proyecto de la
Concertación. Este desgaste se transformó en derrota y triunfo de
la derecha. Desde la centroizquierda se interpretó el momento como
un «fin de ciclo» y de crisis de la Concertación. Junto a esto,
el país vivía uno de los momentos más álgidos de la transición
en lo que respecta a movilización social. Los estudiantes lograron
sacar a millones de ciudadanos a las calles en todo el país con la
consigna «educación, pública, gratuita y de calidad», lo que
expresaba la necesidad de avanzar en un proceso de
desmercantilización efectiva, haciendo retroceder el modelo
neoliberal impuesto durante la dictadura.
La Nueva Mayoría nació como una coalición en cuyo imaginario se destacaba la tarea central de canalizar esa energía transformadora con políticas públicas que lograran dar cuenta de las demandas emanadas desde la ciudadanía. Desde el campo intelectual se interpretaba ese momento político como el inicio de un nuevo ciclo de gobiernos reformistas, que lograría terminar con la herencia institucional de la dictadura y restablecer el vínculo virtuoso entre partidos, Estado y ciudadanía. Sin embargo, la alta expectativa puesta en el desempeño del gobierno, y las dificultades que ha tenido finalmente para impulsar las reformas estructurales comprometidas –en parte, a causa de la desaceleración económica que disminuyó los recursos con los que inicialmente contaba– generó un desajuste entre la esperanza refundacional y los resultados obtenidos. Este desajuste fue generando que poco a poco las energías de cambio fueran transformándose en cierta sensación de decepción al interior de la élite.
Asimismo, la aparición de escándalos de corrupción relacionados con el financiamiento irregular de las campañas políticas que incluyó tanto al oficialismo como a la oposición, ha generado una agudización del malestar y pérdida dramática de la confianza en las instituciones. El efecto de esta situación es que las las mediciones de opinión pública han sido desastrosas para el gobierno y para los diversos actores políticos del país. Las reformas estructurales también se vieron afectadas por ese proceso. Desde la derecha se han usado estas cifras para afirmar que la ciudadanía no está de acuerdo con las reformas y que se debe volver atrás. Sin embargo, su argumentación es miope, pues las mismas cifras de desaprobación a estas medidas son acompañadas por percepciones negativas de la institucionalidad de pensiones, salud, educación, prefiriendo el cambio a la continuidad.
El cuadro político de la
coalición es de alta incertidumbre respecto de su futuro. Se han
expresado diversas interpretaciones sobre cómo continuar,
imprimiendo diferentes acentos y formas. El desafío de la coalición
está en lograr acuerdos respecto de las formas de relacionamiento,
fórmulas de resolución de conflictos y de coordinación de cara al
futuro. Además, debe definir algo más que un listado de ideas. Lo
que precisa es establecer prioridades sobre los desafíos del país,
no sólo para dar cierre a este gobierno y pensar en cómo lograr
ganar el próximo, sino más bien, para poder continuar con el ímpetu
reformista en un contexto como el actual. La coalición debe lograr
convocar a la ciudadanía a creer en un proyecto transformador desde
la centroizquierda y diseñar e implementar reformas que se sostengan
en el tiempo en base a la valoración que generen por parte de la
ciudadanía. Es decir, pensar un proyecto para los próximos 20 años.
Pero la tarea resulta difícil en un momento como este.
Las últimas elecciones municipales evidenciaron tanto el ascenso de la derecha como el crecimiento de una nueva izquierda no tradicional vinculada a movimientos ciudadanos y sociales. ¿Hay posibilidades de acercamiento entre esas izquierdas y la Nueva Mayoría en un contexto crítico para la coalición gobernante? ¿Cree que existen puntos de confluencia que permitirían articular una coalición superadora de la actual?
En primer lugar, no
calificaría la situación de la Nueva Mayoría como crítica. La
sensación de crisis no se asocia únicamente a este referente
político, pues es transversal. La coalición pasa por un momento de
cambio y ajuste. Tal como otras coaliciones de gobierno amplias y
diversas, las interpretaciones y formas de aproximarse a la realidad
política han sido diferentes dependiendo del partido y su posición
de poder al interior de la coalición, lo que ha generado desajustes
en las formas de coordinación. En términos electorales, tal momento
crítico también tiene matices, pues efectivamente la Nueva Mayoría
tuvo merma en su votación pero todas las fuerzas políticas
sufrieron el efecto de la baja participación electoral.
Respecto de la
posibilidad de acercamiento y de conformación de una coalición
amplia, me parece que hay un problema estructural. Estas nuevas
fuerzas políticas han vinculado su origen a movimientos ciudadanos
–en particular al estudiantil– intentando representar el hartazgo de
la sociedad con las políticas impulsadas por el gobierno de derecha
de Sebastián Piñera y críticos de la transición y el rol de la Concertación.
Su narrativa política se
relaciona con la identificación de un conflicto entre élite y
ciudadanos. Este punto de partida configura cierta ética de lo nuevo
frente a la podredumbre moral de lo anterior. Es decir, su gran
diferencia con otras formaciones de izquierda tradicional es la
adopción de esta nueva «moral ciudadana» que tiene en su centro
el hastío y enojo con la «clase política» chilena. Del otro
lado, los partidos de la Nueva Mayoría deben cargar con su historia,
sus momentos de gloria y sus profundas crisis. Esta situación
condiciona la capacidad de sus liderazgos de hacer borrón y cuenta
nueva y mostrarse como una alternativa fresca que logre convocar a
nuevos sectores de votantes jóvenes.
La contradicción entre
lo nuevo y lo viejo –o lo limpio y lo corrupto– ha sido uno de los
elementos más relevantes usados por los movimientos y partidos
políticos nuevos en sus campañas y despliegue comunicacional. La
promoción de este nuevo clivaje hace que una alianza entre estos
nuevos movimientos y la Nueva Mayoría sea muy difícil, pues la
apuesta es reemplazar a los actores viejos por lo nuevos en la
representación electoral de la centroizquierda. A pesar de este
elemento, es posible observar ciertos lugares comunes en lo
programático entre algunos de los actores de ambos lados. Quizás
este pueda ser un buen punto de partida.
En los últimos
tiempos, y particularmente durante el proceso de las elecciones
municipales, apareció con claridad una crítica a la llamada «clase
política». ¿En que se fundamenta esa crítica? ¿Se debe solo a
los casos de corrupción o existen también posiciones que afirman la
existencia de una dirigencia anquilosada y enrocada en los
principales puestos directivos del país?
Los escándalos de
corrupción dejaron al descubierto una sospecha que estaba en el
sentido común del país: el vínculo espurio entre el mundo privado
y la política. Se descubrió el velo acerca de las formas de
financiamiento de campañas, comprobando la frase popular de
«políticos vendidos». Esta situación, junto al creciente
malestar de la sociedad chilena, configuró un escenario de sensación
de hastío y enojo respecto de los representantes elegidos por la
ciudadanía, pues si un parlamentario es financiado por un empresa,
¿representará los intereses de aquellos que votaron por él o ella,
o el de quienes lo financiaron?
Entre los hechos más
graves está el vínculo que se estableció entre candidatos del
mundo progresista y el financiamiento del yerno del dictador
Pinochet. Si hubiese financiado a los herederos de la dictadura se
hubiese entendido, pues comparten lugares comunes, pero por el
contrario financiar a militantes de aquellos partidos que el dictador
persiguió de manera brutal, generó sensación de desconcierto y
decepción. Así, si los empresarios financian a ambos bandos, se
configura este discurso según el cual «son todos iguales» y se
deriva en «que se vayan todos» y en el desprecio generalizado a
la llamada «clase política».
La Nueva Mayoría debe ahora proponer candidato. Sin embargo, la candidata natural del Partido Socialista, la senadora Isabel Allende, acabó renunciando a optar por la presidencia. Hoy, solo Ricardo Lagos y Alejandro Guiller, se muestran como favoritos en una coalición que, según dicen muchos, carece de un proyecto claro y unificador. ¿Cuáles son, según su punto de vista, las principales virtudes y los principales déficit de los candidatos? ¿Creé que la coalición todavía no ha definido un programa y que por ello, al día de hoy, se encuentra por debajo de la derecha en intención de voto de cara a las presidenciales?
En primer lugar,
efectivamente Isabel Allende representó para las y los socialistas
una muy buena alternativa para representar al Partido en las
primarias de la Nueva Mayoría, pues encarna la historia y tradición
del socialismo chileno, pero también una frescura de ideas y de
formas de relación con la ciudadanía. Su decisión de no competir
dejó un espacio de incertidumbre respecto de la decisión
presidencial, en especial para el Partido Socialista.
En ese marco los
candidatos Ricardo Lagos y Alejandro Guillier se han transformado en
los mejor evaluados de la Nueva Mayoría según los sondeos de
opinión pública. A la vez, al interior del Partido Socialista se
levantaron candidaturas de militantes del partido: el ex Secretario
General de la OEA, José Miguel Insulza y, por otro lado, el
académico Fernando Atria. Este escenario ha generado la puesta en
marcha de diversas estrategias para definir la mejor forma de elegir
el candidato del socialismo. Sin embargo, existe cierto consenso
sobre que ese mecanismo debe ser democrático y se vislumbra la
realización de una consulta ciudadana.
Ricardo Lagos representa,
sin lugar a dudas, uno de los referentes más importantes de la
centroizquierda chilena. Su rol en dictadura como destacado dirigente
político en contra de Pinochet y luego como Presidente de la
República lo hace uno de los mejores representantes la cultura
política del mundo socialdemócrata. Sin embargo, su despliegue en
campaña ha sido muy complejo. No ha logrado interpretar las
características del escenario actual, para revertir las bajas cifras
de aprobación expresadas en las encuestas en relación a Alejandro
Guillier, y al más aventajado y candidato de la derecha, Sebastián
Piñera. Asimismo, ha sido muy complejo para su equipo contar con
apoyos en los partidos, pues la aparición de candidatos competitivos
han dispersado las fuerzas que supuestamente podrían haberlo
apoyado.
Por otro lado, Alejandro
Guillier ha surgido como un referente nuevo al interior de la
centroizquierda, con alto nivel de conocimiento producto de su
anterior trabajo como conductor de televisión. Su despliegue en
campaña ha traído buenos réditos, pues según los estudios de
opinión pública es el candidato con mayores posibilidades de
ganarle a la derecha. Los cuestionamientos a su candidatura se han
relacionado con la falta de definiciones programáticas e
incertidumbre de lo que podría ser su gobierno.
De esta forma, la Nueva
Mayoría se encuentra en un dilema. Un candidato que representa la
tradición e historia de la centroizquierda, con ideas claras pero
con baja adhesión, y un candidato con alta adhesión ciudadana, que
representa la renovación de liderazgos, pero que presenta dudas
acerca de sus definiciones e ideas para gobernar.
Respecto del programa,
considero que no es el principal motivo por el que la derecha ha
logrado superar a los candidatos de la Nueva Mayoría. La
construcción de un programa es un proceso que ya comenzaron los
partidos, cada cual con sus métodos y acentos. Las próximas
primarias serán el espacio donde cada candidato y los movimientos y
partidos que le den soporte deberán desplegar sus ideas. Luego, el
vencedor, deberá intentar una integración de equipos y programas en
un lugar común de la centroizquierda de la forma más democrática y
participativa posible a tono con los signos de los tiempos.