Opinión
junio 2024

Los fantasmas del pasado que sobrevuelan las elecciones europeas

Las próximas elecciones europeas no solo podrían acabar en un avance de la extrema derecha, sino también en una recaída en las políticas de austeridad. 

<p>Los fantasmas del pasado que sobrevuelan las elecciones europeas</p>

Las elecciones al Parlamento Europeo se celebrarán del 6 al 9 de junio y, en términos generales, se da por sentado que los resultados no serán buenos. Los partidos de derecha, extrema derecha y ultraderecha ganarán terreno en muchos Estados miembros, lo que puede cambiar el equilibrio de poder en el Parlamento y en otras instituciones de la Unión Europea.

La campaña electoral misma «no va bien»: todo se centra en discutir sobre los partidos de derecha. La discursividad política pluralista ha dado paso a una que distingue los partidos «antieuropeos» frente a los «proeuropeos» –que incluyen desde la izquierda radical y los verdes, pasando por los socialdemócratas y liberales, hasta los democristianos–.

Es cierto que, en el pasado, las elecciones europeas no se caracterizaron precisamente por disputas sobre distintas concepciones políticas ni por discusiones sobre la dirección que debería tomar la Unión. En términos generales, el voto de los ciudadanos ha tendido a estar más motivado por las controversias nacionales –como la frustración con los partidos gobernantes– que por la orientación de la política europea. En el mejor de los casos, el debate se ha quedado en eslóganes. Por ejemplo, mientras que de un lado se está contra la «Europa de las corporaciones» o contra la «Europa neoliberal», por el otro se expresan posiciones contra los «dictados de Bruselas».

Un tiempo de progreso

En este marco, pocas personas han registrado que la Unión Europea ha logrado avances considerables durante los últimos años. Muchas cosas han cambiado para mejor, aunque de forma lenta y laboriosa. Si se compara el Zeitgeist actual con las políticas de principios de la década de 2010, la diferencia es sorprendente. Poco después de la crisis financiera, la Unión Europea adoptó una brutal política de austeridad. Los países más afectados por la crisis fueron reprendidos y se les impusieron fuertes recortes de gasto. Estas políticas no solo hicieron que esos países retrocedieran económica y socialmente, sino que además condujeron a un estancamiento en toda la eurozona durante casi una década. El enfrentamiento entre los Estados miembros estuvo a punto de romper la Unión, envenenada por una desagradable retórica nacional-cultural que contraponía a los «vagos del sur» con los «trabajadores y ahorradores del norte».

Sin embargo, este paradigma ha ido cambiando gradualmente desde 2015. La respuesta a la pandemia fue muy diferente. Los fondos se recaudaron conjuntamente en los mercados financieros y se pusieron a disposición de todos los Estados miembros, con un apoyo especial a los países más afectados. El paquete de recuperación de 750.000 millones de euros acordado por los Estados miembros en julio de 2020 fue un programa sacado directamente de los textos liminares del pensamiento keynesiano. Por primera vez, la Unión Europea como comunidad obtuvo préstamos en los mercados financieros para apoyar la economía y contrarrestar el ciclo económicamente negativo, especialmente en países como Italia, donde de otro modo la crisis habría sido más grave.

La austeridad se diluyó, al dejarse de lado las reglas fiscales mientras durara la pandemia. El «liberalismo» económico, que había sido impulsado ideológicamente, también fue abandonado en otras áreas. La directiva sobre el salario mínimo de 2022 obliga a la mayoría de los Estados miembros a elevar los salarios más bajos de sus economías. Mientras tanto, los sindicatos se han visto fortalecidos por la disposición de que los Estados miembros preparen planes para aumentar la cobertura de la negociación colectiva a 80% allí donde sea insuficiente.

Aunque esos fueron pasos notables, ahora existe la amenaza de la austeridad 2.0, ya que la «disciplina» vuelve a estar a la orden del día en la política fiscal y el paradigma de la «competitividad» se está utilizando nuevamente para frenar el crecimiento de los salarios y reducir los costos de las empresas, independientemente de los efectos sobre la demanda y el empleo.

El viraje derechista

Un giro político hacia la derecha en las elecciones europeas podría provocar un cambio de tendencia. Si la izquierda se debilita y los conservadores del Partido Popular Europeo (PPE) dependen del apoyo de los sectores «moderados» de los populistas de derecha –como lo ha indicado la  principal candidata del PPE y presidenta saliente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen– se produciría un cambio en el equilibrio de poder que tendría consecuencias para la política económica y social, por no hablar de la transformación socioecológica y la política climática.

Lo mismo ocurre, por supuesto, con las elecciones nacionales: si los gobiernos de derechas sustituyen a sus predecesores más izquierdistas, bloquearán inmediatamente las políticas progresistas en las instituciones de la Unión Europea. Esto se ha visto claramente en los últimos meses, sobre todo luego de la llegada al poder de gobiernos de derecha en Finlandia y Suecia. El caso finés sirve de ejemplo, en tanto la legislación que restringe el derecho a huelga entró en vigor a principios de este mes.

Estos gobiernos ya no son aliados para una política económica que refuerce el bienestar de los ciudadanos de a pie y aumente los salarios. El hecho de que el obcecado neoliberal Christian Lindner ocupe el Ministerio de Finanzas en el gobierno de coalición de Berlín tampoco es precisamente una ayuda: está bloqueando el progreso de la política social y económica en todos los niveles.

Una Comisión Europea que depende cada vez más de figuras de extrema derecha como la primera ministra italiana Giorgia Meloni y su homólogo húngaro Viktor Orbán, y cuyos miembros son seleccionados por gobiernos cada vez más derechistas y que se enfrenta a un Parlamento que también se ha escorado hacia esa posición, perseguirá naturalmente una política más derechista.

La ideología económica conservadora ganará terreno y los gobiernos nacionalistas impedirán las ambiciosas políticas económicas y sociales de la Unión Europea, en consonancia con el frívolo lenguaje de «menos Europa» y «más poder para los Estados nacionales» inscrito en sus banderas. El espíritu relativamente progresista de los últimos años podría convertirse rápidamente en cosa del pasado.


Nota: la versión original de este artículo en inglés se publicó en Social Europe el 03/06/24 y está disponible aquí. Traducción: Mariano Schuster.




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