Opinión
junio 2018

El Mayo del 68 que no fue en mayo del 68

América Latina en los años 60 «globales»

Aunque el evento político más recordado de la década de 1960 es el Mayo Francés, en América Latina se produjeron un sinfín de movimientos y procesos trascendentes para las izquierdas. La Revolución Cubana, la teoría de la dependencia, la Teología de la Liberación, y la transición pacífica al socialismo promovida por Salvador Allende, constituyeron también movimientos e ideas globales que influyeron en organizaciones juveniles y políticas del mundo entero.

<p>El Mayo del 68 que no fue en mayo del 68</p>  América Latina en los años 60 «globales»

En el siglo XXI, el concepto de global sixties ha habilitado múltiples enfoques que amplían las temporalidades y las geografías de la movilización global de la década de 1960. Diversos analistas han señalado que lo ocurrido en 1968 en algunos países, formó parte de un ciclo con una temporalidad mayor. Otros, en cambio, han puesto el acento en que las geografías de esas movilizaciones no pueden reducirse a los países centrales. Sin embargo, a la hora de realizar una evocación histórica y la discusión pública en Europa y América se sigue hablando de Mayo del 68 como el punto de partida.

Paradójicamente, varios de los militantes latinoamericanos que evocan dicho acontecimiento rápidamente se preocupan en desmarcarse del mismo. Ven al Mayo francés como un evento entre otros que, ciertamente, no fue la principal referencia en los movimientos que se desarrollaron en lugares como México, Uruguay, Brasil en 1968 y Argentina, Colombia, Chile, Perú en los años posteriores. Las razones por las cuales esa fecha condensa la memoria histórica global de un proceso que lo trasciende y no lo tuvo como centro son inciertas. Se podría argumentar que Francia había tenido un importante papel en los procesos revolucionarios de los siglos XVIII y XIX en el mundo atlántico. Sin embargo, parece bastante evidente que el lugar de la experiencia francesa durante la década de 1960 no puede ser equiparado a lo ocurrido en los siglos anteriores.

En dicha década, América Latina asistió a una importante movilización social, política y cultural, fundacional de varios procesos históricos que llegan hasta nuestro presente. En dichos movimientos los estudiantes fueron un actor social relevante. Los procesos de modernización que, entre otras cosas, desarrollaron la educación secundaria y universitaria, potenciaron la movilización estudiantil que ya tenía cierta tradición en la política latinoamericana. Dicha movilización se produjo en diálogo con trabajadores rurales, con quienes los universitarios sostenían una relación a partir de los proyectos de desarrollo social que desarrollaban desde sus casas de estudios o, en algunos casos, desde los movimientos católicos. Asimismo, los estudiantes se encontraron en las movilizaciones callejeras con trabajadores urbanos que protestaban contra la pérdida de derechos sociales que se habían conquistado con las experiencias populistas y de reformismo social desarrolladas en la década de 1950. Fue en ese diálogo entre estos sectores y a partir de estas tensiones con proyectos reformistas, populistas y de la izquierda tradicional que surgieron ideas en el campo de la cultura y la política que se podían asociar a la nueva izquierda global, incluso en su dimensión contracultural.

El encuentro entre estudiantes, sectores medios y trabajadores en la movilización de los tardíos 60 imprimió a estos movimientos una profunda originalidad que no puede ser reducible a la mera influencia de lo que estaba ocurriendo en Europa o Estados Unidos. Por el contrario, es posible señalar que algunos procesos tuvieron un sentido inverso a la evocación histórica contemporánea sobre el período.

Los años 1966 y 1967 están asociados a tres eventos que tuvieron como punto de partida a la Revolución Cubana y cuyo impacto a nivel global fue importante. La realización de la conferencia Tricontinental, con la reformulación de la idea de Tercer Mundo asociada a la idea de la revolución de liberación nacional y el socialismo, la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) con su declaración acerca de la inevitabilidad de la lucha armada en toda América Latina, y la campaña de Ernesto Che Guevara en Bolivia serán eventos que tendrán profundas implicancias en el continente y en el mundo. El mensaje a la Tricontinental dejado por Guevara antes de su muerte condensa gran parte de esa visión con profundas implicaciones globales. Este testamento político definirá una geopolítica del conflicto mundial donde la tensión entre oeste y este, e incluso los conflictos dentro del mundo comunista deberían quedar supeditados al conflicto norte-sur que primaba en su interpretación. Es a este eje de conflicto Norte-Sur (cuyo objetivo central era la derrota del imperialismo norteamericano) con el que debían solidarizarse los revolucionarios del primer mundo en el marco de una guerra global. Además, la asociación de dicho documento con la muerte heroica de Guevara ayudó a desarrollar una noción de la militancia política de izquierda vinculada a la idea de guerra, sacrificio, y voluntarismo que sería fuertemente influyente en diversas zonas del mundo. No es de extrañar que, en 1968, la imagen de Guevara fuese una de las que más circulase por las calles del mundo, concitando una adhesión casi total. Entender el porqué de dicha adhesión nos ayudaría a reconstruir mejor el lugar del continente americano en la imaginación política de los 60.

Medellín fue el lugar de reunión de los obispos latinoamericanos en 1968. Aunque los eventos eclesiásticos no parecen estar asociados al sentido común de los sesenta, lo ocurrido allí tuvo mucho que ver con el espíritu de esa década entre los latinoamericanos. En el marco del proceso de renovación que el Concilio Vaticano II generó en la iglesia católica, la conferencia de Medellín marcó una inflexión en el pensamiento católico de la región. Esta se vinculó con la «opción por los pobres» y con lo que, un tiempo después, el teólogo Gustavo Gutiérrez conceptualizó como la Teología de la Liberación en 1972. Dicho movimiento religioso se asoció al proceso de radicalización social y política de los católicos. Este proceso ya había tenido antecedentes en el compromiso de algunos curas con el socialismo y la lucha armada. El sacerdote y fundador de la sociología colombiana Camilo Torres abandonó el desarrollismo y se inclinó por la propuesta revolucionaria del Ejército de Liberación Nacional. Torres murió en combate en 1966 y se transformó en un emblema de los activistas católicos en la región. Es en ese contexto que la reflexión teológica se vio influenciada por estos procesos. Incorporó aspectos de las ciencias sociales y redefinió la tarea de la Iglesia en relación con su compromiso con los pobres y la voluntad de transformación social. Esta teología, que para algunos fue la primera desarrollada fuera de Europa en la historia del catolicismo, tuvo un impacto importante en el desarrollo de un movimiento ecuménico del Tercer Mundo. Además, propició la renovación de propuestas teológicas en lugares tan diversos como la India, Corea del Sur y África. Asimismo, influenció fuertemente a los movimientos europeos.

A fines de la década de 1960, Santiago de Chile fue un centro de renovación de las ciencias sociales latinoamericanas. Los procesos de reforma universitaria, el desarrollo de centros regionales de investigación como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), así como la llegada de académicos de países como Brasil y Argentina que escapaban de las dictaduras, generaron un espacio que habilitó el desarrollo de nuevas ideas. La más destacada de ellas fue la de la llamada teoría de la dependencia. Se trataba de una nueva corriente de pensamiento económico y social que interpeló los enfoques modernizadores y desarrollistas sugiriendo que el desarrollo y crecimiento de los países centrales estaba indisolublemente ligado al subdesarrollo de los países periféricos. En este sentido, resultaba necesario romper con dichos lazos de dependencia para asegurar las condiciones del desarrollo en esta zona del mundo. Esos enfoques abrieron nuevos caminos y lenguajes para pensar el problema del desarrollo y la liberación en otras partes del Tercer Mundo. Además, produjeron contribuciones importantes para aquellos interesados en estudiar la historia del capitalismo desde una perspectiva global.

Además del impacto político de la Revolución Cubana, también se desarrollaron otras experiencias políticas que tuvieron proyección continental y global. A fines de la década de 1960, la idea de la guerrilla urbana como un nuevo repertorio de acción colectiva se iría adecuando a sociedades más urbanizadas y con mayor desarrollo de sectores medios en el Cono Sur de América Latina. Así, se comenzaba a interpelar al foquismo rural promovido por la Revolución cubana. En Montevideo, los Tupamaros desarrollaron una estrategia urbana que prontamente estuvo legitimada por teóricos como Regis Debray. Dicha renovación del repertorio de acciones fue influyente en el desarrollo de nuevas guerrillas en América del Sur, así como de organizaciones armadas en Europa y Estados Unidos.

Pero la radicalización política no solo ambientó proyectos políticos relacionados con la violencia. Tal vez el proyecto más radical por su potencial transformador y por su pluralidad conceptual se dio en Chile. Se trató de la propuesta de la transición pacífica al socialismo promovida por Salvador Allende. La Unidad Popular (UP) fue el resultado del encuentro entre la vieja izquierda socialista y comunista y nuevos actores que resultaron de la radicalización de los cristianos y otros grupos cercanos a la lucha armada que también se incorporaron al proceso político. Su propuesta rompía los mitos de la Guerra Fría e incorporaba lo mejor de los dos mundos: socialismo y democracia liberal. El entonces secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, tuvo claro esto desde el principio y por eso actuó tan duramente contra la experiencia allendista. Kissinger temía que su influencia se expandiera no solamente en América sino también en Europa occidental, sobre todo en países como Italia y Francia, donde dicha experiencia comenzó a ser estudiada como un ejemplo a emular.

La Revolución Cubana, el Che Guevara, la Teología de la Liberación, la teoría de la dependencia, la guerrilla urbana y la transición pacífica al socialismo no son solo algunos de los aspectos más relevantes de los 60 latinoamericanos. Son también ideas y proyectos que circularon globalmente y que influenciaron sobre procesos políticos y sociales en otros lugares. Entender cómo dichas ideas fueron recibidas y reinterpretadas en otras partes del mundo, sería un buen camino para reconstruir la complejidad y los múltiples centros que tuvieron las geografías de esa revuelta. Uno de sus aspectos más importantes fue la inversión del orden de la Guerra Fría. Esa inversión impactó en el lugar que los actores del Tercer Mundo tuvieron en gran parte de los debates intelectuales políticos y artísticos globales. Recordar aquella revuelta también es volver a poner en la geografía a aquellos que hicieron posible imaginarla. Entre ellos, América Latina, tuvo un lugar destacado.



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