Tema central
NUSO Nº 236 / Noviembre - Diciembre 2011

El dilema de Obama: un presidente mestizo cercado por la derecha

Desde su llegada al poder, Barack Obama ha contribuido a trastocar las definiciones limitadas de raza y etnicidad a partir de su propia biografía como mestizo e hijo de un inmigrante africano. Desde esa perspectiva, se postuló como un «puente» entre todos los ciudadanos de Estados Unidos, sin importar condición étnica/racial, social, política o económica. Pero su política chocó con la intransigencia de la extrema derecha, que a través del Tea Party ha creado una parálisis legislativa. El discurso de la esperanza, el mestizaje y las alianzas bipartidistas fueron muy efectivos para Obama en el pasado, pero hoy parecen estar fuera de tiempo y espacio; mientras tanto, la crisis se profundiza.

El dilema de Obama: un presidente mestizo cercado por la derecha

La política racial estadounidense se diferencia de la latinoamericana al menos en un aspecto crucial. En Estados Unidos, desde hace un siglo, tanto las categorías del gobierno federal como el discurso y las acciones cotidianas establecen una distinción entre la etnia y la raza, es decir, entre los inmigrantes y los negros. En los ámbitos formales y también en los informales, se considera que la etnia y la raza son similares, pero que no son una misma cosa. Aunque su concepción está asociada a la presencia de algo familiar, rara vez se las iguala. Aún hoy, en EEUU la raza suele verse como una característica heredable que se lleva en el cuerpo y en la sangre; como tal, se supone que es imperecedera y singular. Ciertamente, uno puede ser mestizo, pero en ese caso se debe especificar qué razas se han unido, lo que revela la persistencia de la visión de las razas como elementos distintos aun cuando se combinen. Por el contrario, la etnia se percibe generalmente como algo más cultural que biológico; se vincula a diferencias lingüísticas y religiosas que aparecen como maleables, plurales y múltiples. En el contexto estadounidense, la flexibilidad observada en torno de cuestiones de idioma y credo religioso no se manifiesta con frecuencia en el caso de la raza. Esta distinción raza-etnia no es un fenómeno transnacional, sino que está relacionado con las políticas gubernamentales y las prácticas sociales en EEUU. Las políticas y las prácticas europeas y latinoamericanas, en cambio, permiten que las diferencias étnicas y raciales tengan un límite mucho más desdibujado.

Cómo surgió la distinción raza-etnia

La distinción raza-etnia surgió lentamente, a lo largo de varias décadas, en la primera mitad del siglo XX. En el siglo XIX, en EEUU no se hablaba de etnias. Si uno abre un libro de 1840 o 1870, podrá constatar que existía una concepción de raza muy distinta y que en aquel entonces aparecían bajo una misma categoría grupos que hoy diferenciamos. Era muy común encontrar referencias a la raza francesa, la italiana y la bohemia, y la etnia no era concebida aún como una formación social distinta de la raza.

Dos grupos demográficos fueron decisivos para que surgiera la distinción raza-etnia en EEUU: por un lado, los sionistas de Nueva York; por el otro, los mexicanos y mexicano-americanos de los estados del Sudoeste. Ambas comunidades lograron que el gobierno federal comenzara a distinguir formalmente los grupos étnicos de las razas1.

En las décadas de 1910 y 1920, renombrados intelectuales judíos como Horace Kallen, Isaac Berkson, Alfred Kroeber, Louis Brandeis y Julius Drachsler, entre otros, escribieron sobre la etnia judía en la revista Menorah Journal y en publicaciones académicas2. Además de realizar una admirable defensa de la posición étnica en extensos trabajos escritos, varios líderes sionistas de Nueva York hicieron un activo lobby para asegurarse de que los judíos no fueran clasificados como un grupo racial particular por el Servicio de Inmigración y Naturalización ni por la Oficina del Censo de EEUU. Desde su punto de vista, los judíos efectivamente eran diferentes, pero no eran una raza aparte.

El esfuerzo tuvo su recompensa: tras una lucha política de dos décadas, se alcanzó un acuerdo y la Oficina del Censo incluyó a los judíos en la categoría de «lengua materna» (y no en la de raza). De este modo comenzó una práctica que se ha mantenido durante casi un siglo y que utiliza el idioma para marcar una diferencia étnica, estableciendo una distinción entre lo étnico y lo racial3.

Las concepciones sionistas de etnia se reafirmaron en los años 1930-1940, cuando el Estado otorgó una nueva categoría a los mexicanos y mexicano-americanos en la frontera Sudoeste. Las tensiones entre la expansión imperial y la exclusión racial derivaron en un acuerdo, que establecía que los mexicanos y mexicano-americanos –al igual que los judíos dos décadas antes– serían clasificados en función del idioma (español como lengua materna, además de la identificación por el uso de apellidos en español) y no de la raza4. Las dos corrientes mencionadas, que caracterizaron la diferencia judía y mexicana en términos de etnia, finalmente se institucionalizaron dentro de la organización federal en mayo de 1977, fecha en que la Oficina de Administración y Presupuesto adoptó la Directiva 15 en materia de política estadística. Este documento de dos páginas determinaba las categorías que debían ser utilizadas por todos los departamentos y agencias del gobierno federal a la hora de recoger y difundir los datos raciales y étnicos. La directiva en cuestión (con su posterior revisión de 1997) establece una distinción entre etnia y raza5, y es la política operativa que aún hoy sigue vigente en EEUU para la clasificación demográfica llevada a cabo por el gobierno.

Llega Barack Obama: se unen la inmigración y la raza

Obama echa por tierra e intenta reformular precisamente esa vieja distinción entre etnia y raza, entre inmigrante y afroamericano. Durante las elecciones de 2008, gran parte del entusiasmo creado por su candidatura se debió a que el propio Obama se presenta como una figura híbrida: hijo de un inmigrante y también negro, mezcla de padre de Kenia y madre de Kansas. Desde luego, no es la primera persona que encarna esta combinación. Pero lo que diferencia a Obama es que se niega a privilegiar una identidad sobre la otra. Insiste en que su identidad es versátil, y lo hace de un modo que no encaja fácilmente con la arraigada idea estadounidense de etnia y raza. En su persona, la distinción raza-etnia comienza a desvanecerse y es por eso que genera revuelo. Muchos tienen la sensación de que Obama constituye un nuevo punto intermedio, tanto en su historia de vida como en la forma de presentarse. La antinomia blanco-negro ya no parece adecuada para identificar la diferencia existente en la sociedad estadounidense. En 2006, el columnista del New York Times David Brooks dijo que Obama es un hombre de nuestro tiempo porque permite visibilizar las nociones más complejas y heterodoxas que giran en torno del inmigrante y la diferencia racial6.

Cada vez que Obama entra en una sala o sube a un estrado, su sola presencia desafía la vieja práctica estadounidense de distinguir entre etnia y raza. La provocación de Obama fue muy evidente desde su debut político nacional, cuando se presentó en la convención del Partido Demócrata en 2004. Desde el principio proclamó su mezcla racial junto con su componente de migrante, aunque se identifica como negro y busca representar políticamente a los negros. Para Obama, la negritud no es un tema de descendencia, sino una identificación política; tiende más a ser una forma de posicionarse en la política estadounidense que a identificar las líneas de herencia y descendencia.

Pero cuando Obama se autoposiciona como una figura híbrida y anula la separación entre la etnia del inmigrante y la raza, también surgen problemas. Su concepción más amplia de raza normalmente se articula con un nacionalismo asimilacionista, que impulsa a través de un llamado a que prevalezca la unidad sobre la división. El discurso pronunciado en la convención de 2004 estableció el patrón con el que ha trabajado desde entonces en muchas de sus alocuciones.

Ahora mismo, mientras hablamos, se están preparando los que quieren dividirnos, los maestros de la manipulación y los vendedores de publicidad negativa con su política del todo vale. (... ) Yo les digo esta noche que no hay un Estados Unidos liberal y un Estados Unidos conservador. Hay un Estados Unidos de América. No hay un Estados Unidos negro y un Estados Unidos blanco y un Estados Unidos latino y un Estados Unidos asiático. Hay un Estados Unidos de América.7

Luego embistió contra la trillada metáfora utilizada para subrayar las profundas divisiones entre republicanos y demócratas y desafió a los expertos, a quienes les gusta «diseccionar nuestro país en estados rojos y estados azules». Ante la convención demócrata, Obama pidió a los votantes que superaran las diferencias raciales, políticas o de otro tipo. Expuso para ello su principal fortaleza política, es decir, la capacidad de construir puentes: «Mi principal contribución probablemente consista en ayudar a unir a la gente y superar lo que yo llamo el ‘déficit de empatía’, ayudar a explicar y mostrar a las distintas facciones de este país cómo nos unimos, ayudar a tender puentes que unan a negros y blancos, ricos y pobres, incluso conservadores y liberales»8.

En lugar de profundizar la división partidaria, Obama busca una transformación. En un primer momento, importantes analistas afroamericanos tomaron distancia de sus posiciones. «No es suficientemente negro» y «No es uno de nosotros» fueron algunos de los comentarios. Cornel West, Debra Dickerson y Stanley Crouch dejaron en claro que no apoyaban el nuevo discurso sobre la raza. En enero de 2010, Dickerson lo dijo crudamente en Salon.com:

En nuestra realidad sociopolítica, «negro» es aquel que desciende de los esclavos que fueron traídos desde el África occidental. Los inmigrantes voluntarios de origen africano (aun los que descienden de esclavos del África occidental) son solo eso, inmigrantes voluntarios de origen africano, y tienen una perspectiva muy diferente sobre el papel que juega la raza en sus vidas y en la política. Lo único que tienen en común un taxista nigeriano y un nativo de Harlem de tercera generación es que un policía no se molestará en distinguirlos. Ambos son «negros» en lo que concierne al color de su piel y el ADN, pero desde nuestro punto de vista solo el de Harlem, para bien o para mal, es política y culturalmente negro.9

Según Dickerson, la raza no es un factor actual de discriminación (algo que define si uno puede parar un taxi sin despertar «sospechas»). Es, en cambio, un concepto relacionado con la descendencia política y con la existencia de ancestros que fueron esclavos. El concepto de descendencia no es tan limitado como para ser reducido al ADN; pero a la hora de buscar elementos para distinguir a Obama de los afroamericanos, se menciona permanentemente dónde nació, quiénes fueron sus padres, cómo llegó a EEUU... La idea de vincular la raza a la descendencia no es nueva, y sirvió desde un primer momento para criticar los esfuerzos de Obama tendientes a reelaborar la problemática de inmigración y raza.

Las voces críticas hacia Obama son enérgicas, porque temen que se vea eclipsado el discurso racial que ha actuado como medio para reconocer y, tal vez, subsanar las persistentes desigualdades. En la vida estadounidense, el lenguaje de clase casi nunca fue utilizado como una vía de cuestionamiento y, al menos desde la década de 1960, fue reemplazado por el de raza, que se convirtió en una expresión vernácula mucho más necesaria para hacer visibles las inequidades sistémicas.

El objetivo de Obama ha sido reconfigurar el significado de raza. Basándose en su historia de vida y en la idea de una humanidad subyacente que integra en una visión política más amplia a quienes tienen posiciones diferentes, el actual presidente intentó recurrir al nacionalismo estadounidense para revertir el callejón sin salida al que llegó Washington, asociado con la antipatía republicana hacia Bill Clinton y el desprecio demócrata hacia George W. Bush. Durante la campaña presidencial de 2008, Obama superó hábilmente a su principal rival, Hillary Clinton, cuyas habituales críticas punzantes desactivó sosteniendo que eran el reflejo de una persona que aún estaba inmersa en la «vieja política» de la división. Frente a esta «vieja política», se presentaba alguien que quería reimpulsar el debate en nuevas direcciones, dejar atrás las diferencias y las discusiones estériles e inaugurar un nuevo sentido de esperanza y posibilidades políticas, con posiciones ventajosas para todos. El plan era dejar lo viejo para ir hacia lo nuevo.

Obama ya había usado esta estrategia de posicionarse en el centro político para obtener una visión ganadora muchos años atrás, en la Escuela de Derecho de Harvard. En aquel entonces, se proponía ser editor de la prestigiosa revista Harvard Law Review, para lo cual zanjó la división ideológica izquierda-derecha, formó una coalición y obtuvo el apoyo de sus oponentes conservadores. Esta imagen conciliadora le ha dado buenos frutos, tanto en la Escuela de Derecho como en la campaña electoral. Y en su gestión presidencial, la idea era seguir el mismo camino: establecer un amplio acuerdo que concediera algunas cosas, pero que permitiera que todo el país avanzara hacia una posición mejor y más armónica. La elección de 2008 parecía prometer grandes cosas cuando Obama logró incorporar a sus filas a los viejos «demócratas de Reagan», así como a los independientes.

El jefe de campaña y luego consejero principal de Obama, David Axelrod, tiene una vasta experiencia en triangular hacia el centro. En la carrera de 2001 hacia la alcaldía de Nueva York fue el principal asesor de Freddy Ferrer, candidato latino del Partido Demócrata. En esa ocasión, Axelrod instó a Ferrer a que hiciera un viraje desde una campaña divisoria (que apelaba a «La otra Nueva York») hacia una orientación más inclusiva (centrada en el eslogan «Alcalde para toda Nueva York»). Ferrer siguió el consejo, pero el error político ya se había cometido y significó su derrota. Luego Axelrod se dedicó a cosas más importantes: se convirtió en el estratega político de Obama, fue su jefe de campaña para la candidatura al Senado en 2004 y desempeñó la misma función para la carrera presidencial en 2008. Después de las elecciones, Obama designó a Axelrod como consejero principal de la Casa Blanca, cargo que ocupó hasta enero de 2011.

«La unidad sobre la división» ha sido el lema distintivo en la vida y en la carrera de Obama10. Esa es la esperanza que encarnó en aquel lejano momento, hace tres años. Allí se vislumbró una capacidad para reconfigurar el terreno político y replantear las viejas y cerradas antinomias, para permitir que todos los sectores se realinearan en posiciones más fructíferas.

Un salto hasta septiembre de 2011

El clima de cambio y esperanza que se reflejó en la campaña presidencial de Obama en 2008 parece ahora un recuerdo lejano. Es difícil recapturar la sensación de promesa que resultaba tan palpable en aquel entonces. La mayoría de los debates sobre la situación política actual apuntan a ofrecer diversas causas para explicar el inesperado fracaso del presidente. ¿Por qué ha sido un líder tan ineficaz? Los demócratas están desmoralizados y se cuestionan si fue correcta su decisión de nominar a Obama en lugar de a Hillary Clinton11.

A la hora de explicar el sorpresivo fracaso del presidente, aparecen varios argumentos. Algunos sostienen que Obama puede desarrollar una campaña brillante pero que no sabe gobernar, porque esa habilidad que lo posicionó tan bien durante el periodo electoral no se tradujo en un liderazgo efectivo en la Casa Blanca. El eje de esta crítica apunta a que Obama no ha sido capaz de negociar un acuerdo firme con los republicanos. Se lo suele describir como una persona débil, ineficaz y carente del liderazgo necesario para aplicar las políticas adecuadas desde Washington. El caricaturista editorial Stuart Carlson capturó la crítica de manera elocuente en uno de sus dibujos, que sugiere que Obama se pliega más rápido que una reposera12. Maureen Dowd se hizo eco de la sensación en una columna igualmente mordaz publicada en The New York Times, que se titula «¿Por qué es bi? (suspiro)» y que refleja todas las instancias en las que Obama, ante un problema, ha decidido situarse en ambos lados en lugar de ponerse al frente13. De hecho, casi todos los días aparece alguien que –desde la izquierda o la derecha– lo critica por no tomar las riendas del poder. Otros opinan que estas críticas fulminantes son infundadas, habida cuenta de las circunstancias extraordinarias que debe vivir Obama. Desde su punto de vista, en lugar de echarle la culpa al presidente, hay que considerar que con esas condiciones históricas es casi imposible gobernar: con tantas complicaciones, no existe líder que pueda afrontar la situación.

Cambio de enfoque: de izquierda a derecha

Sería un error explicar la ineficacia de Obama únicamente a partir de sus características personales o de las sombrías condiciones económicas que debió heredar. Eso supondría ignorar la importancia decisiva de la derecha (y de sus luchas internas). Allí es donde está la acción, al otro lado de la isla política, y poco puede hacer la izquierda para incidir en el resultado de esa confrontación intestina entre las posiciones moderadas y los sectores más extremos de la derecha. Obama no coincide con el momento político actual. Es un hombre que hizo su carrera con una imagen de puente, como «alguien que une, no que divide», pero en 2011 esa estrategia cae en saco roto. El bipartidismo requiere un compromiso de ambos partidos. Y lo que ha quedado totalmente claro en los últimos años es que las principales figuras del Partido Republicano no tienen intención de aunar esfuerzos con Obama. Frente a una estrategia consciente y deliberada de obstrucción, no es nada fácil saber cómo debería responder el presidente14.

Se ha escrito mucho sobre el avance de la derecha estadounidense a lo largo de las últimas tres décadas15. Al menos desde la elección de Ronald Reagan en 1980, el Partido Republicano marcó los términos del debate y la agenda, que apuntó a un gobierno limitado y a una administración sin nuevos impuestos. Este doble compromiso estableció un amplio consenso, que hasta hace poco fue en gran medida aceptado por los demócratas. Sin embargo, la política estadounidense ha experimentado un cambio en los últimos años. Los republicanos de la línea Reagan ahora están a la defensiva, mientras que el Tea Party y otros grupos radicalizados de la derecha atacan a ambos, republicanos y demócratas, por no ser suficientemente conservadores16. Tal vez este cambio se inició cuando Sarah Palin lanzó su candidatura a la Vicepresidencia en 2008, o cuando se formó el Tea Party Express en febrero de 2008, o cuando Michele Bachmann creó el caucus del Tea Party en el Congreso de EEUU en julio de 2010. Es difícil señalar un único punto de origen, pero no cabe duda de que se ha producido un cambio. La facción del Tea Party trazó una línea divisoria: se opondrá a todos los que no sean consecuentes con sus objetivos políticos, no tolerará más contradicciones entre la retórica y una realidad en la que los principios conservadores son ampliamente ignorados. Desde su perspectiva, el gasto público debe ser recortado sin crear nuevos impuestos. Algunos de los candidatos republicanos más radicalizados, como Ron Paul, impulsan explícitamente la eliminación de departamentos gubernamentales enteros. En la agenda del Tea Party, el ajuste del gasto público debe ser profundo.

Al rechazar las negociaciones o los acuerdos bipartidistas, el Tea Party destruyó la estrategia política central de Obama, que consistía en dejar atrás la división para adoptar una nueva posición híbrida. Los republicanos sencillamente se niegan a cooperar, y hasta ahora el presidente estadounidense parece paralizado.

¿Por qué se obstruye ahora?

¿Cuáles fueron las causas que llevaron al Partido Republicano a aplicar una estrategia de obstrucción en 2011? Esa posición va claramente en contra de diversos lineamientos establecidos por las ciencias sociales al analizar la distribución de preferencias de los votantes y la dinámica de los sistemas bipartidistas. Como señalaba Anthony Downs, el movimiento hacia el centro es la estrategia ganadora para ambos partidos17. En los regímenes políticos como el estadounidense, en los que hay dos fuerzas preponderantes, el sistema electoral es considerado desde hace tiempo como la fuente de convergencia ideológica. ¿Qué factor motivó el cambio y logró que se interrumpiera la dinámica espacial del modelo de Downs en el momento actual? ¿Por qué el Tea Party decidió arrojar el guante?

Desde diversas posiciones se intenta explicar la situación, pero es difícil identificar las fuerzas que actúan. En gran medida, las divisiones republicanas pueden atribuirse a las fuertes divergencias ideológicas respecto a cuál debe ser el papel del gobierno en el siglo XXI. Lo único que hizo el Tea Party fue tomar los postulados republicanos sobre los beneficios de un gobierno limitado y llevarlos hasta su lógica conclusión. ¿Por qué detenerse en la reducción del gasto? ¿Por qué no pensar directamente si es posible prescindir de los departamentos gubernamentales? Una vez abierta la discusión ideológica, no sorprende que algunos quieran ir a fondo.

Sin embargo, no todos los integrantes del Tea Party actúan desde una base ideológica. Hay quienes impulsan una férrea oposición por razones estratégicas, como un modo de contrarrestar la difícil situación que atravesaron en las elecciones de 2008. En aquella ocasión, los republicanos no lograron mayoría en la Cámara de Representantes ni en el Senado. Algunos expertos llegaron a declarar que el Partido Republicano estaba desarticulado y que probablemente no volvería a acceder al poder durante décadas. Se suponía que Obama podría establecer un predominio dentro del bipartidismo, con los republicanos relegados a una posición minoritaria. Pero las cosas no resultaron así. Con su oposición a cualquier acuerdo, los republicanos alcanzaron lo que buscaban y frustraron los planes del presidente.

Rápidamente, algunos expertos e intelectuales reconocidos acusaron al Tea Party de racista. Según ellos, la intransigencia se debía a una profunda aversión que le impedía cooperar con un presidente negro18. El Tea Party negó las imputaciones y, para demostrar su razón, presentó a miembros no blancos de su organización. Los demócratas respondieron que la dura política opositora era una forma encubierta de expresar un doble resentimiento: contra el cambio demográfico en EEUU (la Oficina del Censo estimó que en 2010 habría una mayoría no blanca en el país) y contra la elección de Obama como presidente. Desde luego, si se esgrimen argumentos relacionados con un lenguaje encubierto, es difícil fundamentar la acusación de racismo mediante evidencias; porque en ese caso el tema no es lo que dice el Tea Party, sino cómo se interpretan sus diferentes discursos y acciones19. Independientemente de la motivación, lo que está claro es que el Tea Party ha tenido un gran impacto y representa un enorme desafío tanto para los demócratas como para los republicanos. Para conocer su evolución y la posibilidad de que acapare más poder, habrá que ver si sus colegas republicanos reaccionan desplazándose hacia la derecha para mantenerse firmes junto al movimiento del Tea Party o si quiebran la lealtad partidaria para trabajar de forma bipartidista con los demócratas. El poder ahora está en manos de las corrientes republicanas más moderadas. ¿Permitirán esas corrientes que el Tea Party lleve a todo el partido hacia la derecha o intentarán aferrarse a un programa más mesurado? La suerte de Obama –y la de EEUU en su totalidad– dependerá en gran medida de cómo se resuelva la lucha interna de los republicanos. En lugar de poner el énfasis en las debilidades del presidente, la izquierda debería definir estrategias para ver si es posible incidir en esa batalla interna. El movimiento hacia el centro ya no tiene el efecto que tuvo alguna vez. ¿Qué deben hacer entonces los demócratas y sus aliados para combatir o neutralizar a la extrema derecha?

La esperanza, la hibridez y las alianzas bipartidistas fueron muy efectivas para Obama en el pasado, pero hoy parecen estar fuera de tiempo y espacio. Su vigor se ha desvanecido en los últimos dos años. ¿A qué estrategias se debe recurrir ahora para hacer frente a la férrea oposición republicana? Esa es la pregunta del día. La historia de EEUU tiene pocos ejemplos que puedan servir de guía. Sería interesante entonces buscar fuera de sus fronteras, para ver si es posible aprender algo de otros sistemas políticos.

  • 1. Ver V. Hattam: In the Shadow of Race: Jews, Latinos and Immigrant Politics in the United States, University of Chicago Press, Chicago, 2007, caps. 3-5.
  • 2. La revista Menorah Journal se publicó ininterrumpidamente entre 1915 y 1961. La Menorah Association tenía su sede en la 5ª Avenida de Nueva York. Para obtener una descripción sucinta del movimiento, v. Henry Hurwitz: «The Menorah Movement» en Menorah Journal vol. 1 No 1, 1915, pp. 50-55. En The Menorah Journal, Third of a Century Index, 1915-1948 (Menorah Association, Nueva York, 1948), se ofrece una impresionante lista de colaboradores de la revista.
  • 3. V. Hattam: In the Shadow of Race, cit., cap. 3.
  • 4. Ibíd., cap. 4; y Matthew Gritter: Mexican Americans, Mexican Immigrants and the Origins of Anti-Discrimination Policy in Texas and the Southwest, Texas a&m Press, College Station, tx, en prensa.
  • 5. La Oficina de Administración y Presupuesto determina qué categorías de razas y etnias deben ser utilizadas por los departamentos y agencias del gobierno federal al recoger y difundir los datos raciales y étnicos. V. Oficina de Administración y Presupuesto: «Revisions to the Standards for the Classification of Data on Race and Ethnicity: Notices», Federal Register vol. 62 No 210, 30/10/1997, pp. 58.781-58.790 y V. Hattam: «Ethnicity and the American Boundaries of Race: Rereading Directive 15» en Daedalus vol. 134 No 1, 2005, pp. 61-69.
  • 6. «Run, Barack, Run», artículo de opinión, en The New York Times, 19/10/2006.
  • 7. Discurso pronunciado por Barack Obama en la Convención del Partido Demócrata, Boston, ma, 27 de julio de 2004.
  • 8. Citado en Jodi Enda: «Great Expectations» en American Prospect, 2/2006, p. 24.
  • 9. «Obama is not Black» en Salon.com, 22/1/2007. V. tb. S. Crouch: «What Obama Isn’t: Black Like Me» en New York Daily News, 2/11/2006; y comentarios de C. West sobre la conferencia del «Estado de la Unión Negra» (State of the Black Union), presentada por Travis Smiley, 10 de febrero de 2007.
  • 10. V. Hattam: In the Shadow of Race, cit., cap. 6.
  • 11. Sobre los arrepentimientos por haber elegido a Obama en lugar de a Hillary Clinton, v. «Hillary, Michelle, Bill Better Liked than Obama, Biden», Public Policy Polling, www.publicpolicypolling.com/main/2010/09/hillary-michelle-bill-better-liked-than-obama-biden.html, 14/9/2010; Katie Pavich: «Buyer’s Remorse: Liberals Regret Electing Obama», Townhall.com, http://townhall.com/tipsheet/katiepavlich/2011/08/10/buyers_remorse_liberals_regret_electing_obama, 10/8/2011; Doug Thompson: «Even the Left is Pissed at Obama», Capitolhilblue.com, www.capitolhillblue.com/node/41758, 20/8/2011.
  • 12. V. caricatura en www.carlsontoons.com/obama-origami/.
  • 13. Ver M. Dowd: «Why Is He Bi? (Sigh)», artículo de opinión, en The New York Times, 25/6/2011.
  • 14. «Republicans Craft Careful ‘Resistance’ in Congress» en Fox News.com, www.foxnews.com/politics/2009/01/23/republicans-craft-careful-resistance-congress/, 23/1/2009; Christopher Beam: «Partisan Now, Bipartisan Later: The Logic Behind Republican Opposition to Obama’s Stimulus Package» en Slate.com, www.slate.com/articles/news_and_politics/politics/2009/01/partisan_now_bipartisan_later.html, 29/1/2009; Jonathan Chait: «The Logic of Republican Total Opposition» en The New Republic, www.tnr.com/blog/jonathan-chait/78940/the-logic-republican-total-opposition, 4/11/2010.
  • 15. Lisa McGirr: Suburban Warriors: The Origins of the New American Right, Princeton University Press, Princeton, 2002; Rick Perlstein: Before the Storm: Barry Goldwater and the Unmaking of the American Consensus, Nation Books, Nueva York, 2009; Joseph Lowndes: From New Deal to New Right: Race and the Southern Origins of Modern Conservatism, Yale University Press, New Haven, 2009; y Kim Phillips-Fein: «Right On» en The Nation, 9/9/2009.
  • 16. El discurso de Marco Rubio en la noche de su victoria electoral de 2010 es un clásico ejemplo. En esa ocasión, Rubio dejó en claro que sus críticas iban dirigidas tanto a los candidatos demócratas como a los republicanos, cuya responsabilidad era compartida.
  • 17. An Economic Theory of Democracy, Harper and Row, Nueva York, 1957; Douglas W. Rae: The Political Consequences of Electoral Laws, Yale University Press, New Haven, 1972.
  • 18. Ver Frank Rich: «Confederate History Month», artículo de opinión, en The New York Times, 18/4/2010; Eric W. Dolan: «naacp Exposes Ties Between Tea Party and Racist Extremist Groups» en Alternet.org, www.alternet.org/rights/148569/naacp_exposes_ties_between_tea_party_and_racist_extremist_groups/, 21/10/2010; y «Morgan Freeman: Tea Party is Racist, They’re Out to Get Obama» en Huffington Post, 23/9/2011, www.huffingtonpost.com/2011/09/23/morgan-freeman-tea-party-racist_n_978123.html?view=print&comm_ref=false.
  • 19. Para una investigación previa sobre la codificación racial en la política estadounidense, v. Thomas y Mary Edsall: Chain Reaction: The Impact of Race, Rights, and Taxes on American Politics, W.W. Norton, Nueva York, 1992. Para una evaluación académica sobre el papel de la raza dentro del Tea Party, v. Joseph Lowndes: «The Past and Future of Race in the Tea Party Movement» en Christine Trost y Lawrence Rosenthal (eds.): Steep: The Vertiginous Rise of the Tea Party, University of California Press, Berkeley, en prensa; H. Howell Williams: «Steamed: Anger, Affect, and Political Opportunity in the Emergence of the Tea Party Movement», tesis de maestría, Department of Politics, New School for Social Research; y Bennett Grubbs: «The Tea Party and the Virtuous Middle: An Analysis of Racialized Language and Political Identity», tesis de maestría, Department of Political Science, Northern Arizona University, mayo de 2011. En el sitio web del Institute for Research and Education in Human Rights también se ofrece una investigación fascinante sobre el Tea Party: www.irehr.org/issue-areas/tea-party-nationalism.
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 236, Noviembre - Diciembre 2011, ISSN: 0251-3552


Newsletter

Suscribase al newsletter