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NUSO Nº 14 / Septiembre - Octubre 1974

Discurso del Extinto Presidente Salvador Allende (extracto)

Vengo de Chile, un país pequeño pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vínculo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los Tribunales de Justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la Carta Constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada.

Discurso del Extinto Presidente Salvador Allende  (extracto)

Vengo de Chile, un país pequeño pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideoló­gica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vínculo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de activi­dad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los Tribunales de Jus­ticia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cam­biado la Carta Constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada. 

Pero Chile es también un país cuya economía retrasada ha estado sometida, e in­clusive enajenada, a empresas capitalistas extranjeras; ha sido conducido a un en­deudamiento externo superior a los cuatro mil millones de dólares, cuyo servicio anual significa más del 30 % del valor de sus exportaciones, con una economía es­trechamente sensible ante la coyuntura externa; crónicamente estancada e inflacio­naria. Así, millones de personas han sido forzadas a vivir en condiciones de explo­tación y miseria, de cesantía abierta o disfrazada. 

Hoy vengo aquí, porque mi país está enfrentado a problemas que, en su trascen­dencia universal, son objeto de la permanente atención de esta Asamblea de las Naciones Unidas: la lucha por la liberación social, el esfuerzo por el bienestar y el progreso intelectual, la defensa de la personalidad y dignidad nacionales. 

El pueblo de Chile ha conquistado el Gobierno tras una larga trayectoria de gene­rosos sacrificios, y se encuentra plenamente entregado a la tarea de instaurar la de­mocracia económica, para que la actividad productiva responda a necesidades y expectativas sociales y no a intereses de lucro personal. De modo programado y coherente, la vieja estructura apoyada en la explotación de los trabajadores y en el dominio por una minoría de los principales medios de producción, está siendo su­perada. En su reemplazo surge una nueva estructura, dirigida por los trabajadores, que puesta al servicio de los intereses de la mayoría, está sentando las bases de un crecimiento que implica desarrollo auténtico, que involucra a todos los habitantes y no margina a vastos sectores de conciudadanos a la miseria y la relegación social. 

El proceso que mi patria vive 

Hemos nacionalizado las riquezas básicas. 

Hemos nacionalizado el cobre. 

Queremos que todo el mundo lo entienda claramente; no hemos confiscado las em­presas extranjeras de la gran minería del cobre. Eso sí, de acuerdo con disposicio­nes constitucionales, reparamos una injusticia histórica, al deducir de la indemni­zación las utilidades por ellas percibidas más allá de un 12 % anual, a partir de 1955. 

Estas mismas empresas (las filiales de Anaconda Company y Kennecott Copper Corporation) que explotaron el cobre chileno durante muchos años, sólo en los úl­timos cuarenta y dos años se llevaron en ese lapso más de cuatro mil millones de dólares de utilidades, en circunstancias que su inversión inicial no subió de treinta millones. 

El país víctima de una grave agresión 

En plena década del 70, después de tantos acuerdos y resoluciones de la comuni­dad internacional, en los que se reconoce el derecho soberano de cada país de dis­poner de sus recursos naturales en beneficio de su pueblo; después de la adopción de los Pactos Internacionales sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales y de la Estrategia para el Segundo Decenio del Desarrollo, que solemnizaron tales acuerdos, somos víctimas de una nueva manifestación del imperialismo. Más sutil, más artera y terriblemente eficaz, para impedir el ejercicio de nuestros derechos de Estado soberano. 
Sobre nosotros no pesa ninguna prohibición de comerciar. Nadie ha declarado que se propone un enfrentamiento con nuestra nación. Parecería que no tenemos más enemigos que los propios y naturales adversarios políticos internos. No es así. Somos víctimas de acciones casi imperceptibles, disfrazadas generalmente con frases y declaraciones que ensalzan el respeto a la soberanía y a la dignidad de nuestro país. Pero nosotros conocemos en carne propia la enorme distancia que hay entre dichas declaraciones y las acciones específicas que debemos soportar. 

Hasta el momento de la iniciación de mi Gobierno, Chile percibía por con­cepto de préstamos otorgados por organismos financieros internacionales, tales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, un monto de recursos cercano a ochenta millones de dólares al año. Violen­tamente, estos financiamientos han sido interrumpidos1

Lo que he descrito significa que se ha desvirtuado la naturaleza de los organismos internacionales, cuya utilización como instrumentos de la política bilateral de cual­quiera de sus países miembros, por poderoso que sea, es jurídica y moralmente inaceptable. ¡Significa presionar a un país económicamente débil! ¡Significa castigar a un pueblo por su decisión de recuperar sus recursos básicos! ¡Significa una forma premeditada de intervención en los asuntos internos de un país! ¡Esto es lo que de­nominamos insolencia imperialista! 

Yo acuso ante la conciencia del mundo 

No sólo sufrimos el bloqueo financiero, también somos víctimas de una clara agre­sión. Dos empresas que integran el núcleo central de las grandes compañías trans­nacionales, que clavaron sus garras en mi país, la International Telegraph & Te­lephone Company y la Kennecott Copper Corporation, se propusieron manejar nuestra vida política. 
Estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones trans­nacionales y los Estados. Estos aparecen interferidos en sus decisiones fundamen­tales - políticas económica y militares - por organizaciones globales que no depen­den de ningún Estado y que en la suma de sus actividades no responden ni estar fiscalizadas por ningún Parlamento, por ninguna institución representativa del in­terés colectivo. En una palabra, es toda la estructura política de mundo la que está siendo socavada. 

Fueron estos actos los que principalmente, decidieron al Consejo Económico y So­cial de la Naciones Unidas, a raíz de la denuncia presentada por Chile, a aprobar, en Julio pasado, por unanimidad, una resolución disponiendo la convocatoria de un grupo de personalidades mundiales, para que estudien la «Función y los Efec­tos de las Corporaciones Transnacionales en el proceso de desarrollo, especialmen­te de los Países en desarrollo, y sus Repercusiones en las Relaciones Internaciona­les, y que presente recomendaciones para una Acción Internacional Apropiada». 

Este es el drama del subdesarrollo y de los países que todavía no hemos sabido ha­cer valer nuestros derechos y defender, mediante una vigorosa acción colectiva, el precio de las materias primas y productos básicos, así como hacer frente a las ame­nazas y agresiones del neoimperialismo. 

Somos países potencialmente ricos, y vivimos en la pobreza. Deambulamos de un lugar a otro pidiendo créditos, ayuda, y sin embargo somos - paradoja propia del sistema económico capitalista - grandes exportadores de capitales. 

La solidaridad de la clase trabajadora 

En América Latina todos los esquemas de cooperación o integración económica y cultural de que formamos parte, en el plano regional y subregional, han continua­do vigorizándose a ritmo acelerado, y dentro de ellos nuestro comercio ha crecido considerablemente, en particular con Argentina, México y los países del Pacto An­dino. 

No ha sufrido trizaduras la coincidencia de los países Latinoamericanos, en foros mundiales y regionales, para sostener los principios de libre determinación sobre los recursos naturales. Y frente a los recientes atentados contra nuestra soberanía hemos recibido fraternales demostraciones de total solidaridad. A todos, nuestro reconocimiento. 

Hemos visto con emoción la solidaridad de la clase trabajadora del mundo, expre­sada por sus grandes centrales sindicales; y manifestada en actos de hondo signifi­cado, como fue la negativa de los obreros portuarios de Le Havre y Rotterdam a descargar el cobre de Chile, cuyo pago ha sido arbitraria e injustamente embarga­do. 

Saludamos los cambios que traen promesas de paz 

Saludamos los cambios que traen promesas de paz y de prosperidad para muchos pueblos, pero exigimos que participen de ellos la humanidad entera. Desgraciada­mente, estos cambios han beneficiado sólo en grado mezquino al mundo en desarrollo. Este sigue tan explotado como antes. Distante cada vez más de la civiliza­ción del mundo industrializado. Dentro de él bullen nobles aspiraciones y justas rebeldías que continuarán estallando con fuerza creciente. 

Reafirmo nuestra esperanza en la misión de las Naciones Unidas 

La acción internacional tiene que estar dirigida a servir al hombre que no goza de privilegios sino que sufre y labora; al minero de Cardiff, como al «Fellah» de Egip­to; al trabajador que cultiva el cacao en Ghana o en Costa de Marfil, como al cam­pesino del altiplano en Sudamérica; al pescador de Java, como al cafetalero de Ken­ya o de Colombia. Aquélla debiera alcanzar a los dos mil millones de seres poster­gados; a los que la colectividad tiene la obligación de incorporar al actual nivel de la evolución histórica y reconocerle «el valor y la dignidad de persona humana», como la contempla el preámbulo de la Carta. 
He traído hasta aquí la voz de mi Patria, unida frente a las presiones externas. Un país que pide comprensión. Que reclama justicia. La merece, porque siempre ha respetado el principio de Autodeterminación y ha observado estrictamente el de No intervención en los asuntos internos de otros estados. 

Existe una realidad hecha voluntad y conciencia. Son más de doscientos cincuenta millones de seres que exigen ser oídos y respetados. 

Cientos de miles de Chilenos me despidieron con fervor, al salir de mi Patria, y me entregaron el mensaje que he traído a esta Asamblea Mundial. Estoy seguro que ustedes, representantes de las naciones de la tierra, sabrán comprender mis pala­bras. Es nuestra confianza en nosotros lo que incrementa nuestra fe en los grandes valores de la humanidad, en la certeza de que esos valores tendrán que prevalecer. ¡No podrán ser destruídos! 

  • 1.

    En el discurso igualmente se enumeran la suspensión de los créditos de la banca privada norteame­ricana, los financiamientos del Exim-bank, prestamos del AID, etc.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 14, Septiembre - Octubre 1974, ISSN: 0251-3552


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