Opinión
agosto 2017

De Venezuela a Colombia

La emigración no se detiene

La crisis política en Venezuela ha provocado la emigración de muchos ciudadanos a países vecinos. Colombia es uno de los principales destinos.

<p>De Venezuela a Colombia</p>  La emigración no se detiene

Durante el siglo XX, Venezuela fue un país receptor de emigrantes, especialmente a raíz de la Segunda Guerra Mundial, cuando acogió a cientos de miles de europeos, principalmente italianos, españoles y portugueses. Posteriormente, a partir del boom petrolero de la década de 1970, recibió a otros cientos de miles de ciudadanos procedentes de Colombia, Ecuador, Perú y República Dominicana, quienes encontraron en el pujante país sudamericano, entonces denominado la «Venezuela saudita», oportunidades de trabajo y desarrollo profesional. También fue refugio para importantes grupos de chilenos, argentinos y uruguayos que huyeron de las dictaduras que asolaron en esa época el Cono Sur.

Esta situación cambió diametralmente a partir de los primeros años del siglo XXI cuando, por primera vez en su historia, Venezuela se vio expuesta al fenómeno de la emigración masiva de sus ciudadanos, como consecuencia de la crisis económica que vive el país y que se expresa en cifras de inflación de tres dígitos, hiperdevaluación de su moneda, graves problemas de abastecimiento de alimentos y medicinas, deterioro de los servicios públicos y del aparato productivo nacional, así como falta de oportunidades, especialmente para los más jóvenes.

Según el último estudio del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP, por sus siglas en inglés), en el cual participaron investigadores de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) de Venezuela y que está próximo a publicarse, patrocinado por la Universidad de Vanderbilt en Tennessee, Estados Unidos, la intención de emigrar en Venezuela alcanzó en el periodo 2016-2017 a 36,5% de sus habitantes, porcentaje que se eleva a 59% en jóvenes de 18 a 29 años. Colombia, país con el que Venezuela comparte 2.200 kilómetros de fronteras terrestres, es uno de los destinos principales de esta inédita emigración, junto con Estados Unidos, España y otros países sudamericanos.

De acuerdo con las autoridades de inmigración colombianas, en el país residen hoy en día, con visas de extranjería debidamente expedidas, alrededor de 50.000 venezolanos, y otros 70.000 tienen visas válidas apenas por tres meses, pues ingresaron como turistas. Más de 160.000 que en algún momento tuvieron esa visa temporal se encuentran viviendo en territorio colombiano ilegalmente y se calcula que al menos 140.000 han entrado al país de manera informal, por trochas de la larga frontera común. Eso da un total de aproximadamente 420.000 venezolanos que residen en Colombia. No obstante, la cifra puede ser sustancialmente mayor si sumamos a los hijos y nietos de colombianos que en su día emigraron a Venezuela y que están aprovechando que tienen doble nacionalidad para instalarse en Colombia con papeles de este país, por lo que no entran en las estadísticas como inmigrantes extranjeros.

La emigración venezolana a Colombia se ha dado en diferentes etapas. La primera se conoce como la de los petroleros, y correspondió a aquellos empleados de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) que fueron despedidos por Hugo Chávez en 2003 a raíz de la huelga que realizaron para presionar por su salida del poder, así como de empresas de servicios del sector de los hidrocarburos, que encontraron en Colombia grandes oportunidades laborales y de inversión en medio de los altos precios del petróleo. Posteriormente, se produjo una oleada migratoria de empresarios e inversionistas cuando en 2007 el gobierno bolivariano comenzó a mostrar intenciones de radicalizarse. En 2013, empezaron a emigrar profesionales universitarios con altas credenciales, así como pequeños inversionistas y emprendedores, quienes encontraron en las principales ciudades colombianas mejores sueldos y mayor seguridad personal y jurídica. A lo largo de este siglo también ha sido importante la presencia de estudiantes venezolanos en universidades privadas. Todos los grupos antes mencionados conformaron una emigración relativamente pequeña, bien formada y con recursos económicos.

A partir de 2016 y con más intensidad en 2017, la emigración venezolana ha tenido una transformación relevante, no solo porque ha crecido de manera importante, sino porque se ha dado de forma transversal y toca a todos los sectores sociales. Hasta hace poco, era normal encontrar presencia venezolana en los barrios acomodados del norte de Bogotá o de otras urbes de Colombia. Hoy, también se encuentran en zonas de clase media e incluso en barrios populares, a los que están llegando ciudadanos venezolanos empobrecidos, muchos de ellos dispuestos a trabajar en el sector informal o por salarios menores a los establecidos legalmente, con el objeto de poder sobrevivir en tierras colombianas o para mandar remesas a sus familias. Ese era el caso de dos venezolanos que murieron el pasado abril al derrumbarse un edifico en construcción en la ciudad de Cartagena de Indias. Es habitual observar a mujeres y hombres venezolanos ejercer la mendicidad o la venta ambulante de baratijas en el transporte público o en las calles.

La frontera entre Colombia y Venezuela es una de las más vivas de América del Sur e históricamente ha sido escenario de un gran intercambio comercial. Por sus puestos de control fronterizos pasa diariamente un promedio de 25.000 personas, muchas de ellas venezolanos que van a comprar alimentos, medicinas y otros bienes que son difíciles de conseguir en su país, en un viaje de ida y vuelta en el mismo día. Se trata, sin embargo, de una frontera conflictiva como consecuencia de la tensión política que se viven entre ambas naciones. De hecho, está cerrada al tránsito vehicular desde agosto de 2015 y el peatonal únicamente tiene lugar en horas diurnas. Otra cuestión fundamental es el abundante contrabando bidireccional que tiene lugar en esa frontera, una de cuyas expresiones más llamativas es la muy barata gasolina venezolana que pasa de manera ilegal al territorio colombiano.

El eje Cúcuta (Colombia) - San Antonio del Táchira (Venezuela), en la zona andina que comparten ambos Estados, es el punto fronterizo más dinámico. Por allí pasa a Colombia la mayor parte de los 590.000 venezolanos que han obtenido de las autoridades colombianas la Tarjeta de Movilidad Fronteriza (TMF), un documento que les permite estar en Colombia por corto tiempo y en un radio territorial limitado. Ha sido la manera que han encontrado las autoridades de Bogotá de ejercer cierto control ante la creciente presión por la llegada de venezolanos.

Cúcuta es una de las ciudades más pobres de Colombia, con los mayores índices de informalidad y desempleo. Sin embargo, se ha convertido en el primer lugar donde recala la inmigración venezolana, con graves perjuicios para sus finanzas y los servicios públicos que ofrece a sus habitantes. Una de las áreas más críticas es la de la salud, pues la población del vecino país que acude a sus dispensarios y hospitales ha sobrepasado la capacidad de atención sanitaria. La capital del departamento del Norte de Santander es también un punto de paso para los venezolanos que siguen por tierra no solo a otras ciudades colombianas sino a Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Solamente de enero a julio de 2017, 82.000 venezolanos salieron de Colombia a Ecuador por vía terrestre, según las autoridades colombianas.

Hasta mediados de 2017 no se habían observado mayores cambios en las rígidas políticas migratorias colombianas. No obstante, ante las dimensiones que está tomando el problema y la gravedad de la crisis político-económica que padece Venezuela –la cual no parece que vaya a remitir en el corto plazo–, el gobierno colombiano optó por tomar una medida extraordinaria y sin precedentes para regularizar la situación migratoria de alrededor de 200.000 venezolanos que hoy están, o pronto estarán, ilegales. Para ello, la Cancillería les concederá un Permiso Especial de Permanencia (PEP), que permitirá a aquellos que ya emigraron trabajar en el país y acceder a servicios educativos y de salud. La medida ha sido calificada como insuficiente por organizaciones de derechos humanos, pues no se aplica a inmigrantes que lleguen al país a partir del mes de agosto.

De esta manera, Colombia adopta una política respecto a los emigrantes venezolanos similar, aunque aún no tan benévola, a la de Perú y los países que aceptan la visa de Mercosur, como Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia. Diversas autoridades nacionales y regionales colombianas y los principales medios de comunicación han expresado la necesidad de adelantar una política solidaria con la emigración venezolana, como respuesta a la que tuvo Venezuela en el pasado con sus similares latinoamericanos. Así, se pretenden frenar expresiones xenófobas –que tampoco han faltado– e incorporar a los venezolanos a la red productiva del país. De todos modos, Colombia quiere estar preparada para peores escenarios y por eso envió recientemente una delegación a Turquía con el fin de estudiar el manejo que ese país ha dado al tema de los refugiados sirios.

Mientras continúa el flujo de venezolanos hacia el exterior, todo parece indicar que las tradicionales areperas venezolanas –locales donde venden el típico pan de maíz relleno– seguirán haciendo cada vez más parte del panorama de las ciudades de América Latina.


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