La Cumbre de los Bolsonaro
La extrema derecha en Foz de Iguazú
enero 2019
La Cumbre Conservadora de las Américas reunió a los principales dirigentes de la extrema derecha de la región. Lo que empezó como un proyecto marginal tomó nuevas dimensiones tras el triunfo de Jair Bolsonaro.
Michel Temer tomó la banda presidencial y la cruzó sobre el pecho de Jair Bolsonaro como si la falta de expectativas políticas se hubiera encargado de coronar el nacimiento de una nueva extrema derecha en Brasil.
Ya como presidente, Bolsonaro reafirmó sin sorpresa los lineamientos políticos que había sostenido durante la campaña. No faltaron las referencias al fundamentalismo religioso que, en nombre de Dios, intentará recuperar un sistema de valores conservadores que parecían superados. Sus palabras hicieron sentir el estruendo de un choque de principios. Por un lado, una extrema desregulación estatal en las relaciones económicas y, por el otro, un ultranacionalismo de otra época. En su primer discurso, el presidente mencionó, aunque de manera elíptica, el camino que tomará la política exterior brasileña: «Terminaremos con el sesgo ideológico en las relaciones internacionales».
Su declaración no sonaba extraña. Solo un mes antes, Eduardo Bolsonaro, su hijo de 34 años –hasta ahora, el diputado más votado de la historia de Brasil– inauguraba en la frontera con Argentina y Paraguay la primera Cumbre Conservadora de las Américas. La cita fue el 8 de diciembre en Foz de Iguazu y congregó a representantes de la extrema derecha regional.
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La cumbre organizada por la Fundación Índigo de Políticas Públicas, el think tank del ahora oficialista Partido Social Liberal, nació como reacción al Foro de San Pablo. La urgencia de la campaña, la puñalada a Bolsonaro y su crecimiento en las encuestas llevaron a postergar la fecha original, que había sido pensada para fines de julio pasado, unos meses antes de las últimas elecciones presidenciales. Sin embargo, la posibilidad de un triunfo del ex-militar forzó a cambiar la estrategia sobre la marcha. Pasaría de ser un encuentro menor de una ultraderecha marginal a una confluencia de actores, aún hoy marginales, pero que ahora cuentan con el respaldo del presidente del país más grande de Sudamérica. La Cumbre Conservadora de las Américas quiso mostrar su fortaleza. Pero no todo resultó como lo esperaban.
La falta de experiencia en este tipo encuentros se notó en la torpeza de la organización: oradores que no sabían dónde sentarse, telecomunicaciones que fallaban, un par de señas desesperadas, charlas al oído por encima de los expositores y hasta una propuesta de casamiento, en plena cumbre, que Eduardo Bolsonaro le hizo desde el atril a su novia, algo que más que mostrar la falta de protocolo pareció ser prueba de la extrema familiaridad con que se movía el hijo del presidente.
Por fuera de la impronta folclórica, este encuentro dejó en evidencia la falta de agudeza intelectual de los altos cuadros políticos de este sector. Estos no hicieron más que exponer el trazo grueso del pensamiento neoconservador que se impone en la región, incapaz de presentarse como algo superador de un anticomunismo reciclado, y que antepone categorías de otra época y una mirada anclada en el pasado que, para pensar el presente, resulta poco eficaz.
Con sus participantes presumidos en su convicciones, el encuentro estuvo vertebrado por la proyección de un video documental que cumplía con todos los cánones de un típico material de formación militar y repasaba la influencia del marxismo en el continente desde la Revolución Rusa hasta nuestros días.
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La cumbre contiene desde su mismo nombre una definición ideológica. Pero, además, lo lleva en los símbolos. Su logo es una imagen del mundo con el mapa de toda América y lleva los colores de la bandera de Brasil. Una flecha indica en el logo el camino que pretenden marcar: el de la derechización. Todo, según ellos, debe correrse a la derecha. Pero, además, los colores muestran el imaginario de este movimiento: el de un Brasil con un rol activo en la construcción de un frente regional conservador que, a su vez, funcione como terreno fértil para el crecimiento de los pequeños reductos de extrema derecha y que sea capaz de ampliar la capacidad de influencia de estos exponentes dentro de los gobiernos liberales clásicos, como el de Sebastián Piñera en Chile, Iván Duque en Colombia, Mario Abdo Benítez en Paraguay y hasta el propio Mauricio Macri en Argentina.
Este primer encuentro –entre cuyos exponentes se contaron desde el candidato a la Presidencia de Chile, el pinochetista José Antonio Kast, hasta el ex-general colombiano Jorge Jerez Cuéllar y el destituido presidente del Tribunal Supremo de Venezuela, Miguel Ángel Martín– dio señas de que el Brasil de Bolsonaro estará dispuesto a capitanear un nueva vuelta de tuerca en el giro conservador y a ocupar el vacío que no lograron llenar otras figuras más moderadas luego del derrumbe de los gobiernos progresistas y de izquierda en la región.
Pero Bolsonaro no fue la única figura destacada en el encuentro. También estuvo presente el ya célebre derechista Álvaro Uribe, ex-presidente de Colombia. «Pedimos a Dios que [Bolsonaro] tenga todo el éxito. Lo necesita Brasil pero más lo necesita esta América Latina para tener la referencia de un gran gobierno. Hacemos nuestros votos, en esta hora de esperanza, para que ese gobierno le dé un gran ejemplo a nuestra América Latina y caribeña», dijo Uribe haciendo de la figura de Bolsonaro una referencia regional.
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La Cumbre Conservadora de las Américas entronca bien con el nuevo discurso bolsonarista en política exterior. En su programa de gobierno escaseaban los lineamientos sobre esta materia. De hecho, el documento titulado «El nuevo Itamaraty» afirmaba que el país ya no se relacionaría con las «dictaduras asesinas» de gobiernos como el de Venezuela y Cuba y que establecería vínculos más estrechos con «democracias importantes como Estados Unidos, Israel e Italia». Sin embargo, esto no significa que el nuevo gobierno no tenga intención de mirar a Sudamérica.
El nuevo canciller de Brasil, Ernesto Araújo, diplomático de carrera, admirador de Donald Trump y crítico de lo que él llama la «ideología globalista» –que describe como un «sistema antihumano y anticristiano»–, dijo en su primer discurso al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores que «liberará a Itamaraty» y adelantó así una cruzada de poderes en la Cancillería. También hizo hincapié en que articulará con los «países latinoamericanos que se liberaron de los regímenes del Foro de San Pablo», en un claro sesgo ideológico del nuevo lineamiento de las relaciones internacionales.
Consciente de que no será sencillo legitimar la crudeza de las políticas de su gobierno en el exterior, Araújo sostuvo que «en el frente externo se da la principal batalla por nuestros ideales y valores más profundos. Del frente externo depende en gran medida la supervivencia de este nuevo proyecto». Hay una mirada puesta afuera. Existe la voluntad de trabajar en la construcción de hegemonía. Bolsonaro buscará instalar esta nueva ideología conservadora como legítima, dominante y universal para el resto de la región. Es la ideología que se reflejó en la cumbre del 8 de diciembre.
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Las nuevas extremas derechas europeas y norteamericanas que han llegado al poder han construido una política exterior de repliegue nacional frente el avance integracionista que, desde su punto de vista, termina perjudicando a los intereses nacionales. Sin embargo, el Brasil de Bolsonaro parece ponernos de vuelta ante una encrucijada compleja en esta relación pendular entre un viejo nacionalismo crítico al actual orden mundial y un nuevo regionalismo, también ideológico pero ahora de corte conservador, que buscará unir a América cosiendo por los extremos un continente partido en dos.
El triunfo de Bolsonaro tiene más que ver con el descontento de una clase media enojada –que en parte fue incluida por las políticas de los primeros años de gobiernos petistas– que con una nostalgia por un pasado autoritario. En las conversaciones de Regis Meyran con el historiador italiano Enzo Traverso se menciona a Marco Revelli en su definición del «populismo de derecha» como la «rebelión de los incluidos» que quedaron marginados del sistema.
Todo indica que la asunción de Bolsonaro, más que romper con la integración regional ideologizada, busca generar un nuevo reagrupamiento de fuerzas, en este caso liderado por esta nueva ultraderecha capaz de ocupar el vacío de poder regional que dejó la derecha clásica de Macri o Piñera. En este sentido, la Cumbre Conservadora de las Américas cumple un rol central: el de unificar lo que, por ahora, no lo está, el de dar rienda suelta a un nuevo espíritu de derecha con la pretensión de hegemonizar el campo político latinoamericano.
En clave regional, Bolsonaro parece haber llegado para ensanchar el campo de acción de los actuales gobiernos liberales, reaccionar ante el avance de las demandas de las llamadas minorías sociales y avanzar en una integración regional conservadora. Una integración que, como lo demuestra la Cumbre, está ideologizada al extremo.