Opinión
febrero 2020

La urgencia crítica de la COP26 ¿Cómo enfrentar a la coalición de los reticentes en la lucha climática?

«A veces uno puede llegar demasiado tarde a las citas con la historia», decía Martin Luther King y estamos frente a uno de esos momentos. La política debe responder con una urgencia crítica a la crisis climática: la próxima COP es un momento crítico y es vital que no lleguemos tarde.

La urgencia crítica de la COP26  ¿Cómo enfrentar a la coalición de los reticentes en la lucha climática?

Hay puntos de inflexión en la historia. Momentos importantes que marcan comienzos y finales. Como nos recordara Martin Luther King: «A veces uno puede llegar demasiado tarde [a las citas con la historia]». Y eso es lo que obliga a la política a responder con una urgencia crítica. 2020 podría ser un año bisagra respecto de la política climática mundial, por lo que es vital que Europa no llegue tarde.

La última ronda de conversaciones global sobre el clima patrocinada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la COP26, que se celebrará en Glasgow del 9 al 19 de noviembre, será importante de uno u otro modo. Será la oportunidad para que el Acuerdo de París de 2015 se someta a otra ronda de compromisos nacionales actualizados capaces de dar cuenta de la realidad cada vez más alarmante de la emergencia climática.

Metas inadecuadas

Incluso en aquel momento, era obvio que las metas nacionales presentadas como parte del Acuerdo de París eran inadecuadas para cumplir con el anunciado objetivo de fijar el límite del calentamiento global en 2 oC, por no hablar del deseado techo de 1,5 oC. Las inconsistencias fueron aceptadas en 2015 porque era importante llegar a un acuerdo que comprometiera a todos, desde las naciones más reticentes hasta las más preocupadas por el clima. Quienes estaban comprometidos con la lucha climática apostaron a que los objetivos nacionales mejorarían progresivamente. Cinco años después, en la COP26 de Glasgow –la primera conferencia mundial celebrada en la Gran Bretaña post-Brexit–, deberían verse sus frutos.

La meta es ambiciosa. A medida que las emisiones mundiales aumentan, el reloj sigue corriendo. Año tras año, el camino hacia la sostenibilidad se torna más empinado y exigente en términos técnicos, económicos y políticos. Según el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente sobre la «brecha de emisiones», publicado en diciembre de 2019, las reducciones de emisiones previstas deberían ser el triple de ambiciosas.

¿Qué perspectivas hay de alcanzar esos objetivos y qué puede hacer Europa para ayudar? Los Estados europeos individuales ya no contribuyen mayormente al problema de las emisiones globales. Sin embargo, tomada como un bloque, la Unión Europea es el tercer emisor. Y desde los años 90 ha desempeñado un papel clave en la diplomacia climática.

Tras el fiasco de las conversaciones sobre el clima en Copenhague en 2009, donde la reunión se interrumpió sin llegar siquiera a un acuerdo simbólico, el camino hacia el Acuerdo de París de 2015 se abrió gracias a la voluntad de la Unión Europea de comprometerse unilateralmente a una segunda ronda de reducción de emisiones en el marco del Protocolo de Kioto de 1997. La condición de la Unión Europea era que la India y China aceptaran unirse a un pacto climático global. Fue ese acuerdo, alcanzado en Durban en 2011, el que abrió la puerta a los acuerdos bilaterales celebrados entre Beijing, Delhi y Washington.

Coalición de los reticentes

Por supuesto, aquellos acuerdos dependían de contar con un presidente que creyera en el cambio climático en la Casa Blanca. Hoy en día, los Estados Unidos de Donald Trump lideran una coalición de los reticentes. El país debe completar su salida formal del Acuerdo de París unos días antes del comienzo de la COP 26, el 4 de noviembre, es decir, el día después de las elecciones presidenciales.

El resultado de la votación es todo menos seguro. Pero, incluso en el cada vez más improbable caso de que los demócratas arrasen en las presidenciales y en ambas cámaras del Congreso, sabemos que poco podemos esperar de Estados Unidos. Tanto Bill Clinton como Barack Obama sufrieron un revés en el Senado, donde una mayoría bipartidista se opone a cualquier tratado internacional vinculante sobre el clima, lo cual explica los débiles cimientos sobre los que reposa la diplomacia climática estadounidense. El hecho de que el Acuerdo de París nunca fuera ratificado por la c{amara alta le allanó el camino al gobierno de Trump para abandonarlo.

Pero el daño es más profundo. Trump no solo ha rechazado los compromisos climáticos globales de Estados Unidos. Su gobierno ha atacado la premisa geopolítica del Acuerdo de París: la posibilidad de una cooperación duradera entre Occidente y China. Estados Unidos ha declarado abiertamente una competencia de superpotencias con Beijing. Y esto no se limita a los extremistas que habitan el entorno de Trump o incluso al Partido Republicano. Se trata de un eje transversal al establishment del sistema de seguridad estadounidense y a gran parte del Partido Demócrata.

La reciente Fase 1 del acuerdo comercial firmado por China y Estados Unidos no es más que una tregua. Se trata de aranceles y compras a granel de soja. No aborda temas más amplios como la competencia estratégica y el «desacoplamiento» tecnológico. No se trata solo de una cuestión de competencia militar. Ya está afectando aspectos de la cooperación tecnológica y el comercio, desde los laboratorios de las universidades hasta los trenes subterráneos y los microchips. El año pasado, el Departamento del Interior de Estados Unidos suspendió el uso de la flota de drones empleados para monitorear los cambios en el uso del suelo y los incendios forestales, porque estos fueron fabricados en China.

Señales de retroceso

Aunque menos evidente que en los Estados Unidos de Trump, en Beijing también hay signos de retroceso en torno del Acuerdo de París. Presionado por la crisis de contaminación atmosférica, en sus primeros años el régimen de Xi Jinping fue proactivo en la política energética y climática y mostró determinación para limpiar y eliminar de manera gradual sus centrales térmicas de carbón. Sin embargo, con la reciente desaceleración del crecimiento económico y la escalada de tensiones con Estados Unidos, su postura anticarbón se ha suavizado.

Si bien el carbón es sucio, constituye una fuente de energía segura y producida en el país. Aunque el ritmo de expansión se ha ralentizado, China sigue abriendo hoy más minas de carbón de las que se están cerrando en todo el resto del mundo. Si Estados Unidos define sus relaciones con China en términos abiertamente antagónicos, Beijing no se arriesgará a que su suministro de energía se vuelva más dependiente del petróleo y del gas natural licuado importado, a lo largo de rutas marítimas potencialmente inseguras.

Esto no detendrá la transición energética de China. El país continuará forjando su hegemonía en la tecnología solar, de vehículos eléctricos y baterías. Pero la confrontación geopolítica hará que se aferre al carbón e inhiba el intercambio tecnológico en un doble sentido, que podría funcionar como regulador y acelerador de la transición energética global. Esto implicará un costo en términos de tiempo que no podemos permitirnos.

En una arena geopolítica en la que China y Estados Unidos compiten cada vez más, los europeos han optado por la impotencia. Pero ello no significa que se hayan vuelto intrascendentes. La parte neutral de un conflicto corre con ventajas efectivas. Las empresas europeas pueden beneficiarse de colaboraciones más estrechas con sus homólogos chinos que las empresas estadounidenses. A través de su poder de mercado y su alcance regulatorio, la Unión Europea puede ejercer cierto grado de influencia sobre ambas partes.

Rol activo

Pero en la diplomacia climática, la Unión Europea tiene un papel más activo para desempeñar. El éxito de la COP26 en Glasgow pende de un hilo muy fino. El gobierno español, con gran mérito, rescató la COP25 en diciembre, después de que las masivas protestas callejeras en Santiago obligaran a Chile a renunciar a ser sede del encuentro. Pero las conversaciones que tuvieron lugar en Madrid fueron improductivas y desmoralizantes. Se estancaron en la búsqueda de un mecanismo internacional de comercio de carbono y en las acciones defensivas de los gobiernos conservadores de Australia y Brasil.

Nuestro mayor deseo para Glasgow es que la Unión Europea y China lleguen con un gran acuerdo previo que les permita acorralar a miembros claves del G-20, como Japón y la India. En la compleja red de agrupamientos nacionales en las conversaciones sobre el clima, los acuerdos se construyen armando una coalición por vez.

La Unión Europea no debería hacerse ilusiones. En lo que respecta a Beijing, un acuerdo con Europa es una segunda mejor opción. Pero en ausencia de Estados Unidos, la Unión Europea es la única que tiene algo que ofrecer. Como señalara en diciembre una alianza global de think tanks, la dupla China-Unión Europea es crucial para alimentar la ambición de una política climática global.

La Unión Europea tiene fortalezas. Es un gran mercado. Sus capacidades tecnológicas la convierten en un actor de primer orden en el ámbito de las energías renovables. Cuenta con un sistema de comercio de emisiones, un modelo que China está siguiendo. La cuestión es si Europa tiene la voluntad política, el liderazgo y las instituciones necesarias para ofrecer una asociación atractiva para Beijing.

Un doloroso espectáculo

La Comisión Von der Leyen entró en funciones anunciando un «Green Deal» (pacto verde). Pero la división y dilación de los Estados miembros han brindado un doloroso espectáculo. Francia y Alemania se pelean por la incorporación de la energía nuclear en la taxonomía verde. Berlín retrasó la decisión del Banco Europeo de Inversiones de poner fin al financiamiento de los combustibles fósiles y ahora expresa su escepticismo respecto a la ampliación de capital del banco. Polonia sigue aferrada al carbón y el compromiso alcanzado en Alemania en relación con su prolongada despedida de ese combustible no es un buen ejemplo para los demás.

Por supuesto, el regateo y las acciones tácticas de retraso son la norma en la política de la Unión. Pero ¿no han servido de lección la prolongada agonía de la crisis de la eurozona y las consiguientes consecuencias políticas? El tiempo importa. Especialmente en 2020, en lo que respecta al clima.

En este momento, gran parte de la discusión en Europa está muy encerrada en sí misma. Se centra sobre todo en los términos de una transición justa. Las protestas de los «chalecos amarillos» han puesto de manifiesto que para que la descarbonización sea sostenible a largo plazo es crucial alcanzar un acuerdo social. Pero existe una limitación adicional: si Europa quiere desempeñar un papel de liderazgo en una coalición global más amplia, la COP26 es fundamental. Todos los esfuerzos deben dirigirse a concertar la posición de la Unión Europea lo antes posible y a llegar a un entendimiento con China. Si Europa «camina dormida» hacia la COP26, se arriega a un fracaso histórico.

Antes de Glasgow, en septiembre, los europeos y los chinos tienen programada una cumbre en Leipzig. Conviene no hacerse muchas ilusiones sobre estas reuniones. La agenda incluirá muchos puntos controversiales, como por ejemplo, el comercio y la compañía Huawei. En cuanto al clima, la postura de China responderá a su propia política interna. El compromiso de una pronta estabilización de las emisiones del país asiático y el retorno a la política de eliminación del carbón tienen enormes implicancias para la economía, la sociedad y la posición estratégica de China.

La influencia de Europa es, en el mejor de los casos, marginal. Pero si quiere fortalecer a quienes en Beijing abogan por una postura climática más ambiciosa, Europa debe dejar claro su propio compromiso con acciones radicales, de la manera más rápida y convincente posible.

Una urgente tarea

En la práctica, esto significa que, además del Green Deal impulsado por la Comisión, el Consejo Europeo tiene una tarea urgente. Si se aspira a llegar a un acuerdo en toda la Unión Europea antes del verano (boreal), no hay tiempo que perder. El Consejo debe aprovechar la primavera de 2020 para avanzar en el objetivo de reducir las emisiones a escala nacional.

Francia y Alemania deben definir sus posiciones y evitar las disputas sobre la energía nuclear. Ni París ni Berlín van a ceder en este asunto y es poco probable que los chinos, que tienen su propio e importante programa nuclear, tengan mucha paciencia frente a los argumentos europeos. Se necesitará el compromiso tanto de Emmanuel Macron como de Angela Merkel para que el propio Xi, y no solo figuras chinas de menor rango, se comprometan en Leipzig.

Los británicos, como anfitriones de Glasgow, tienen un papel clave en el éxito de las conversaciones. La COP26 es también una prueba para la nueva relación diplomática, post-Brexit, entre la Unión Europea y Londres. Pero, sobre todo, la Unión debe hacer todo lo posible para evitar divisiones en sus propias filas.

Esto significa componer un acuerdo que mantenga a los polacos recalcitrantes a bordo. Varsovia ha dejado claro que quiere más dinero. A nadie le gusta que lo chantajeen. Pero este es un momento vital. Es crucial que, en esta coyuntura, la COP se mantenga en carrera. Un compromiso interno de la Unión Europea, aunque resulte caro, es un pequeño precio que habrá que pagar.


Traducción: Rodrigo Sebastián

Fuente: https://www.socialeurope.eu/the-fierce-urgency-of-cop26



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